Publicado en
marzo 21, 2022
Mi tía Eulogia estaba muy preocupada... ¿Por qué Arturo, que ya había cumplido los 30 años, no se casaba?
Por Elizabeth Subercaseaux.
Arturo, el hijo menor de mi tía Eulogia, creció escuchando a su madre referirse a la flaca de la esquina, un extraño y misterioso personaje que el niño no atinaba a comprender... La flaca de la esquina para arriba y para abajo; la maldita flaca de la esquina que hizo esto; la desgraciada de la flaca de la esquina que hizo aquello; la sinvergüenza de la flaca de la esquina que se atrevió a decir tal cosa; si no fuera por la infamia de la flaca de la esquina... Cada vez que la escuchaba hablar por teléfono con sus amigas, ¿quién salía a flote de inmediato? La flaca de la esquina.
—No me digas, Chelita, ¿así que todo fue por culpa de la flaca de la esquina? Que el diablo se la lleve, niña... Dios te ampare, hija, Roberto se ha echado por lo menos tres de ésas al cuerpo. Escúchame bien, Chelita, cuando aparece una, lo más sabio es cambiarse de casa. Son como las tarántulas, se encaraman en tu vida, en tu matrimonio y te envenenan la existencia. Hay que aplastarlas con una bomba de titanio...
El niño escuchaba a su madre literalmente espantado... La flaca de la esquina se le aparecía hasta en la sopa. Estaba en todas partes. Si leía a hurtadillas el diario de vida de su madre —una mala práctica que a mi tía Eulogia le costó muchos años erradicarle— lo primero que aparecía, página de por medio, era una descripción feroz de la flaca de la esquina. Si por algún motivo se encontraba con un recado que su madre le hubiera dejado a su padre, ahí estaba ella otra vez: "Roberto, pobre de ti si vienes tarde, porque te has quedado con alguna flaca de la esquina, acuérdate que hoy es el cumpleaños de mi mamá".
Había noches en que el niño no lograba conciliar el sueño. Temía que alguna "flaca de la esquina" se subiera por su almohada y lo picara. Otras veces tenía horrendas pesadillas en las que entre las sombras de un ruinoso edificio se alzaba la figura de una "flaca de la esquina".
Un día, poco después de cumplir los 14 años, cuando ya empezaba a vislumbrar algo de los extraños rincones del alma femenina —era muy observador y vivía rodeado de mujeres— le preguntó directamente a su madre:
—Mamá, ¿me puedes explicar qué es una flaca de la esquina?
Mi tía Eulogia se sorprendió.
—¿Para qué quieres saber eso? ¡No me digas que la conoces!
—No, no —articuló Arturo nervioso— yo no conozco a nadie, solamente quería saber qué es una flaca de la esquina, eso es todo...
—Ahora mismo te lo explico —dijo mi tía Eulogia tomando asiento junto a su hijo: una flaca de la esquina es una tipa espigada que no se arruga con el sol, aunque siempre anda tostada; mide un metro setenta, tiene piernas largas y bien torneadas, no tiene hijos y sabe hacer todas esas cosas que las esposas van olvidando con el tiempo: masajes, cantar boleros, brindar con champán bien helado, pasearse medio desnuda a las 10 de la mañana; una flaca de la esquina huele a cielo y a canela, jamás se ensucia los dedos cocinando, nunca ha visto un delantal, ni ha pagado una cuenta, ni ha pasado una noche en vela cuidando el sueño de un niño; no le salen canas, no se le caen las pechugas, no se le suben las encías, no se le acojinan las caderas, no se le estría el vientre, no se le ponen ralas las pestañas y no sabe lo que es la celulitis; habla con voz de colibrí, anda siempre alegre, aunque su abuela haya muerto hace 10 minutos, y es como los boys-scouts: siempre está lista para ir a cualquier parte, porque jamás se ha complicado por nada; come lo que se le antoja y no engorda un gramo; cuando camina por la calle, los autos frenan en seco para dejarla pasar: es la reina de las aceras y menea su esqueleto por el mundo, como si fuese la dueña y señora de la ciudad; ante cualquier inconveniente menor, emite unos gruñiditos como de gato regalón, y si el inconveniente es de los grandes (una esposa que quiere asesinarla o un marido que llega contándole que ha decidido separarse de su mujer por ella), se hace humo; pero lo más importante es que está siempre alerta a las más mínimas necesidades de los hombres y le da lo mismo que sean casados, solteros, viudos, curas o divorciados... Ella los entiende a todos, los acaricia y les hace masajitos en los pies.
—¿Entonces no es una bruja, sino una mujer encantadora? —preguntó Arturo, aliviado de comprobar que una flaca de la esquina no era ninguna tarántula, sino una mujer deliciosa que ojalá algún día le tocara a él.
—¡Claro que es una bruja! —vociferó mi tía—. ¿No te das cuenta?
—No, mamá —dijo el niño.
—Saliste tan tozudo como tu padre —refunfuñó mi tía, y se levantó y se fue.
Muchos años más tarde, cuando Arturo ya había cumplido los 30 años y se había convertido en un hombre muy atractivo que cualquier mujer sensata hubiese querido tener como marido, mi tía empezó a preocuparse, porque no se casaba con ninguna.
—¿No pensarás quedarte soltero, verdad, Arturo?
—No, mamá, de ninguna manera.
—¿No te habrá entrado la chifladura religiosa, verdad?
—No, mamá, nunca he pensado hacerme cura.
—¿No serás uno de esos raros... que están confundidos, verdad
—¡No, mamá, cómo se le ocurre!
—¿Y entonces por qué no te casas con alguna de esas chiquillas tan lindas que te persiguen?
—Por lo mismo, mamá, porque todas me persiguen, y además, porque yo la sigo esperando...
—¿A quién, si puede saberse?
—A la flaca de la esquina —dijo Arturo con una expresión soñadora.
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, NOVIEMBRE 16 DE 1999