Publicado en
diciembre 27, 2009
Por Carmen SierraSon los grandes líderes del siglo XX, verdaderos protagonistas de los libros de historia. Sus actuaciones políticas, sus decisiones mientras ocuparon el poder, han llenado cientos y cientos de páginas de estudios y reflexiones, que aún hoy están más de actualidad que nunca. Pero, a pesar del amplio conocimiento sobre el aspecto externo de las biografías de estos líderes, aún nos quedaba por contemplar una parte esencial de su vida y su personalidad: su salud. Las enfermedades de estos personajes, frecuentemente mantenidas en secreto, han determinado sus cambios de humor, sus manifestaciones públicas e incluso sus actuaciones al frente del gobierno.
Para adentrarse un poco más en estas relaciones salud-poder, el eminente doctor Francisco J. Flórez Tascón ha realizado un análisis original y revelador del aspecto médico de las vidas de personajes como Hitler, Mussolini, Stalin, Lenin, Roosevelt o Churchill, así hasta los diez que aparecen en las páginas de su libro El poder enfermo: la salud de diez líderes políticos del siglo XX.Y es que, además de representar un papel político e histórico muy importante, estos grandes personajes sintieron el amor, el dolor y la muerte, como cualquier otro ser humano. Sus enfermedades, dolencias, amores y pesares, sin embargo, tuvieron un matiz muy especial: fueron factores que de alguna manera incidieron en la historia y la vida de los pueblos donde ejercieron su poder.HITLER Y MUSSOLINI, EL PINTOR Y EL ALBAÑIL “VULNERABLES”
Resulta curioso imaginarse al "todopoderoso" Hitler de la Alemania nazi disfrutando del arte del pincel o visualizar a Mussolini, el "Duce" italiano, poniendo cemento y ladrillos, pero esas dos facetas de su personalidad tuvieron un importante hueco en sus vidas, así como sus padecimientos de salud.
Hitler tuvo una infancia difícil y a muy temprana edad -con tan sólo 18 años- se quedó huérfano de padre y madre. Estos hechos y sus fallidos intentos por entrar en la Escuela General de Pintura imprimieron carácter en el joven, que comenzó, como señalaba su médico de la época Edward Bloch, el camino de la soledad, el desierto, la nada. Las mujeres ocuparon un lugar prescindible en su vida y, si bien siempre se le tachó de homosexual, los informes médicos han demostrado que no era así: el sexo no era su pasión, pero su definición era la de "un casto prudente, no un homosexual", como señala Flórez Tascón en su libro.Su vida, durante muchos años transcurrió por una triste y larga monotonía. Así lo contaba su vecina de Linz, la señora Presse Mayen "Hitler estaba todo el día pintando. Por la noche salía de casa para tomar el aire. Cuando volvía, a menudo leía durante horas o paseaba arriba y abajo en la sala de estar hasta muy tarde por la noche. Quería ser un gran pintor y recordaba cómo Makart y Rubens se hicieron grandes desde la pobreza".Su aspecto físico y su personalidad, según un informe médico de aquellos años, también dejaban mucho que desear: "Artista, de 1,75 cm, 70 kilos y grupo sanguíneo A, cabello desordenado, barba descuidada y sucia vestimenta de mala calidad, con deseo de poder, necesidad de representación, odio y vindicativa ambición de hacer algo grande".Sus éxitos en el ejército durante la Primera Guerra Mundial le situaron en una posición dominante que, pasando por la creación del partido nazi y un fallido golpe de estado, le llevaron al poder en 1933 tras unas elecciones. Sus años como mandatario, sin embargo, no estuvieron exentos de dificultades. Depresivo, como sabemos, tras la cárcel y el suicidio de su sobrina Geli Raubal -con quien tuvo un romance-, Hitler se volvió sedentario y vegetariano, y comenzó a padecer varios problemas digestivos: flato, espasmos intestinales, carencia de apetito... Además dormía mal, tenía molestias cardíacas y, sobre todo, frecuentes afonías que, en su hipocondría, le llevaron a pensar que padecía cáncer de laringe.A partir de entonces, su dependencia de los fármacos y drogas iría aumentando hasta "destrozar" su salud. Temeroso de que su final se acercara, Hitler elaboró varios testamentos políticos para asegurar la permanencia del régimen nazi. Sin embargo, a pesar de las muchas enfermedades que padeció (ceguera, hipertensión, cardiopatías...), el Fuhrer murió por su propia mano, bajo un telón final de plomo y cianuro.Parecido fue el final del "Duce" -murió ejecutado-, no así su historial médico, reflejo de un hombre impulsivo y "vividor". Su fortaleza de juventud -que le permitió trabajar como albañil- se vio mermada con su participación en la Primera Guerra Mundial, de la que salió vivo tras veintisiete operaciones, con un molesto ruido en los oídos y la necesidad de usar un zapato especial para el pie izquierdo.Durante su estancia en el poder, sus problemas de salud y preocupaciones giraron ante la posible existencia de una úlcera, que determinaba su dieta (comía muy poco, fundamentalmente fruta y leche) y hábitos (se acostaba pronto, no bebía ni fumaba) y que, sorprendentemente, no se hallaría en su autopsia, estudiada por los mejores especialistas.Gran amante de las mujeres, padeció numerosas enfermedades venéreas. Una curiosidad: ninguna mujer pasó la noche en su apartamento ya que temía que se riesen de su costumbre de usar camisa de dormir.OTROS ENFERMOS "DEL PODER"
Pero no podemos olvidar otros grandes personajes de nuestro siglo, grandes líderes que también sufrieron problemas de salud.
Desde su más tierna infancia, por ejemplo, la madre de Lenin siempre tuvo que preocuparse de su débil constitución, sus molestias de estómago y hasta su enterocolitis. Este pelirrojo, líder de la revolución rusa de 1917, padeció fundamentalmente enfermedades del sistema respiratorio (bronquitis, neumonía) y del nervioso. Un atentado en plena guerra civil -dos disparos, uno al cuello y otro al hombro- le lesionó un nervio trazial y paralizó sus dedos pulgar e índice de la mano izquierda. Ese fue el origen de sucesivos ataques de parálisis que, sumados a sus problemas de insomnio y depresión, acabaron con su vida.De signo distinto fue el caso de Stalin, "el hombre de hierro", cuya salud hizo honor a su nombre. A pesar de constantes problemas de hipertensión, que al final acabaron con él, este hombre gozó de un bienestar casi inalterable que se reflejaba en su aspecto externo. "No es alto, pero tiene una fuerte complexión; se conserva erguido y da la impresión de poseer una fuerza física grande", así lo recuerda el estudioso Bedell Smith. Gran fumador de pipa y cigarrillos, le gustaba comer bien y beber en grandes cantidades.Algo más curioso fue el caso clínico del "presidente del siglo", Franklin D. Roosevelt. Cuando contaba 39 años, mientras veraneaba, se cayó al mar mientras pescaba y le invadió un frío paralizante; por si fuera poco, al día siguiente hubo fuego en el bosque y él actuó de improvisado bombero, refrescándose después en las frías aguas marinas. A partir de entonces, fatiga y dolores determinaron su evolución del entorpecimiento a la parálisis, primero de la pierna izquierda y luego de la cintura para abajo.También analiza el autor la historia clínica de Francisco Franco, jefe del Estado español desde 1939 a 1975. Su salud, siempre envuelta en rumores, se resintió con un envejecimiento cerebral y la llegada de la enfermedad de Parkinson, que le dejaron sin defensas ante los resfriados, infartos y hemorragias que acabaron con su vida.¿Otros enfermos "del poder"? Por ejemplo, Mao Tse-Tung, un hombre que padecía de insomnio y que llenaba sus horas de vigilia entreteniéndose con las tres mil concubinas de su harén. Un "mal occidental", según el Buda, la esclerosis lateral amiotrófica, fue la causa de su fallecimiento."Delgado, los cabellos levemente rojizos, pálido, vivaz y menudo" era Winston Churchill, el primer ministro británico. De humor muy variable, su punto débil en la salud fue la neumonía, enfermedad que sufrió en varias ocasiones y que terminó con su genio y vitalidad.Un diabético terco resultó ser Charles De Gaulle, encarnación de la grandeur de Francia, quien, poseedor de un gran miedo a envejecer y a reconocer ese proceso en sí mismo, nunca se quejaba ni mencionaba sus problemas de salud.Por último, el Papa Pío XII sufría serios problemas de estómago y de circulación. Y es que ni siquiera el Sumo Pontífice se puede librar de padecer esos males "tan humanos", unas veces resultado de nuestros propios excesos, otras del inexorable paso del tiempo.