LARGA JORNADA DE LOS SEMINOLAS HACIA LA VICTORIA
Publicado en
marzo 19, 2022
Después de una batalla judicial de más de diez años, los indios de la Florida han obtenido el derecho de compensación por la pérdida de las tierras de sus antepasados. Pero la decisión aún no satisface a todos.
Por William y Ellen Hartley (Condensado de "U.S. Lady")
EL OCHO de mayo de 1964 el propietario de un hotel de Miami Beach (Florida), telefoneó a un competidor para anunciarle:
—Oye, Sam, me he enterado de que el terreno donde tienes el tugurio no es tuyo.
—¿Estás chiflado? —replicó Sam. Pero en seguida inquirió, algo intranquilo—: Entonces, ¿de quién es?
—De los indios. Acaban de devolver la Florida a los seminolas.
Era una exageración, desde luego. Pero la realidad es que, después de varios años de deliberaciones, la Comisión de Derechos Indígenas llegó a la conclusión de que la tribu seminola poseía en otro tiempo 13 millones de hectáreas "correspondientes aproximadamente al actual Estado de Florida", y por tanto había que indemnizarla por la propiedad que se le había quitado. Varios miles de indios seminolas de la Florida y Oklahoma tendrán derecho a recibir compensación. El pago se hará con arreglo al valor que tenían las tierras cuando se desposeyó de ellas a sus antepasados. La suma total que se pagará se calcula en unos 36 millones de dólares, y será la más cuantiosa indemnización en efectivo concedida en los 19 años de existencia de la Comisión de Derechos.
No obstante, el aspecto moral e histórico del fallo es muchísimo más significativo, ya que por fin se ha ordenado al gobierno que compense a uno de los pueblos más despiadadamente tratados en la historia norteamericana por una serie de injusticias que se remontan a cerca de 150 años.
A principios del siglo XIX los antecesores de los seminolas de Oklahoma fueron conducidos como un rebaño desde la Florida hacia el oeste, al territorio de sus enemigos tradicionales, los crics. Los seminolas que lograron salvarse del forzado éxodo se vieron obligados a ocultarse en los Everglades. Algunos de ellos salieron finalmente para vivir en reservas creadas por el gobierno en la Florida, pero en su mayoría quedaron en las ciénagas, en un aislamiento casi completo, hasta fines de 1927. Al terminarse la construcción de la llamada trocha Tamiami, entre Miami y Naples, una mayoría de estos indios no concentrados en las reservas se establecieron en miserables poblados a la orilla de la carretera para vender curiosidades y trabajar como peones en el campo.
La reacción de los indios ante la decisión de pagarles fue tan dividida como estrepitosa. Los seminolas de Oklahoma, adaptados ya desde hace mucho tiempo al raciocinio de los blancos, se mostraron complacidos. Opinaron que cualquier cosa que percibieran sería una compensación justa por los padecimientos de sus antepasados. Los de las reservas de la Florida también se sintieron satisfechos. Su portavoz, el reverendo Billy Osceola, robusto y grave predicador bautista, declaró: "Ahora tendremos quizá buenas casas y podremos fundar industrias para dar trabajo a todos".
En cambio cuando llegó la noticia a los indios no recogidos en las reservas, la reacción fue completamente distinta. Uno de sus jefes, Búfalo Tigre, conferenció en seguida con su hermano Jimmy Tigre en el poblado de este último, contiguo a la trocha Tamiami. De la hoguera tradicional se elevaba un penacho de humo mientras las descalzas mujeres se deslizaban trajinando en silencio y sus retozonas criaturas se entregaban a sus juegos en el polvoriento suelo, entre las cacareantes gallinas. Después de la conferencia, Búfalo declaró a los periodistas: "¡No queremos su dinero! ¡Lo que queremos es tierra!"
LA PROLONGADA lucha judicial que condujo al fallo de la Comisión de Derechos Indígenas data ya de 1946, año en que el Congreso, cansado de tantas leyes especiales para satisfacer las reivindicaciones indias, estableció una comisión de tres personas para que estudiara la forma de compensar a los indios por las pasadas injusticias. Cuatro años más tarde los indios de las reservas de la Florida presentaron una demanda de compensación por las tierras de que se despojó a todos los seminolas de aquel Estado. Los seminolas que se habían establecido hacía mucho tiempo en Oklahoma presentaron una reclamación análoga, alegando que también a ellos se les debía indemnizar.
Los demandantes tenían que probar dos argumentos principales: primero, que los seminolas poseían derechos "de aborigen" sobre la Florida; y segundo, que los Estados Unidos habían obtenido sus tierras mediante coacción, soborno y pago insuficiente.
El gobierno sostenía, en esencia, que ninguno de los seminolas contemporáneos podía demostrar que sus antecesores fueron los ocupantes aborígenes de la Florida. Según este argumento, en 1715 toda la población original nativa de la Florida había sido muerta por los españoles, aniquilada por enfermedades o expulsada de la región. Los seminolas con quienes habían tratado los Estados Unidos a principios del siglo XIX eran advenedizos llegados con posterioridad, que no tenían derecho alguno sobre la Florida.
Los alegatos del gobierno sólo se podían refutar con una minuciosa investigación. Se contrató a la brillante abogada Effie Knowles para que hiciera las averiguaciones. La letrada pasó casi todo un año escudriñando la historia de los seminolas y estudiando todos los casos de derechos indígenas que se han planteado ante los tribunales.
Cuando la demanda de los seminolas llegó a la Comisión de Derechos, el abogado Roy Struble adujo que antes de 1600 existían en la Florida más de 25 tribus aborígenes distintas. Durante el principio de la ocupación española estas tribus se unieron y se enlazaron conyugalmente con los "bajos crics", procedentes de Georgia. La unión de estos pueblos fue lo que acabó convirtiéndose en la tribu seminola.
El nombre "seminola" ya había entrado en uso general hacia 1765, y es una corrupción de la palabra española "cimarrón" (persona o animal salvaje). Aunque las enfermedades diezmaron a la población primitiva de la Florida, el pueblo resultante de la mezcla de nativos y crics logró sobrevivir en agrupaciones numerosas. Así pues, los seminolas no eran advenedizos; antes al contrario, con su probada estirpe aborigen podían demostrar que su ascendencia se remontaba más allá de los anales históricos.
Cuando España vendió la Florida a los Estados Unidos en 1819, el artículo sexto del tratado garantizaba a los seminolas "todos los privilegios, derechos e inmunidades de ciudadanos de los Estados Unidos". Los indios, pueblo antes orgulloso, numeroso y rico, ya habían sido cruelmente empobrecidos por las invasiones que culminaron con la primera guerra seminola de Andrew Jackson.
Mediante el tratado de Moultrie Creek, firmado en 1823, los seminolas cedieron 11 millones de hectáreas de tierra a los Estados Unidos a cambio de un millón y medio de hectáreas de reservas en la Florida. También debían percibir la suma de 152.500 dólares, pero la mayor parte de esta cantidad no se llegó a pagar nunca. Sólo 32 indios firmaron el tratado; seis jefes que influyeron para que se concertara la transacción, acabaron poseyendo valiosos lotes de tierra de tres kilómetros cuadrados. Durante cerca de diez años el resto de los seminolas padeció hambre en las mezquinas tierras de las reservas.
En 1832 los Estados Unidos propusieron a los arruinados seminolas el tratado de Payne's Landing, que tenía la finalidad de desahuciar completamente de la Florida a los indios. Los seminolas debían abandonar sus reservas y trasladarse a la reserva cric, en el territorio indio de Oklahoma, a pesar de su antigua enemistad con aquella tribu. Un grupo de siete jefes exploraría la nueva tierra y, si su informe era favorable y toda la tribu daba su aprobación, los seminolas emigrarían.
Los siete jefes fueron al territorio indio y un año más tarde firmaron un tratado por el que se aprobaba el traslado. Pero, al hacerlo, se excedieron en sus atribuciones y, en un heroico acto de desafío, los seminolas (3000 en total) notificaron a los Estados Unidos, con 13 millones de habitantes, que no se moverían.
Esto trajo la segunda guerra seminola, que duró de 1835 a 1842, dio vida al brillante jefe indio Osceola, costó a los Estados Unidos 20 millones de dólares y más de 1500 muertos, y nunca fue ganada en realidad. Los indios no capitularon ni firmaron un tratado de paz. Finalmente, cerca del 90 por ciento de los indígenas fueron llevados por la fuerza a Oklahoma, en un éxodo que causó gran número de muertes, mayormente entre mujeres, niños y ancianos. El resto huyó a las ciénagas del interior.
Abrumada por este cúmulo de datos, la Comisión de Derechos anunció su decisión, según la cual "hasta el 18 de setiembre de 1823 la tribu seminola, a la sazón en la Florida, tenía derechos de aborigen". Pero la comisión hizo la advertencia de que, antes de abonar la reparación correspondiente, habría que determinar el valor que tenían las tierras a principios del siglo XIX.
La reacción de los seminolas independientes fue tardía, porque casi todos ellos han crecido en un ambiente primitivo. Hay pocos que entiendan el inglés, y son todavía menos los que tienen siquiera instrucción rudimentaria. Además, sus mayores y sus brujos los han habituado a eludir el trato con los blancos. Todavía en 1940 casi ningún indio de fuera de las reservas entraba en casa de un hombre blanco... por temor a ser aprehendido y hecho prisionero.
La tierra ha sido siempre su gran necesidad. Los indios de las reservas de la Florida han tenido el uso de unas 43.700 hectáreas de tierra del Estado, tierra marginal en gran parte, pero susceptible de rehabilitación. En cambio los seminolas independientes no tienen más que su libertad.
Lo que quieren son 58.000 hectáreas en los Everglades, pero las quieren a perpetuidad, y no como reserva. Opinan que el fallo de la Comisión de Derechos compromete sus esperanzas de conseguir este arreglo y que, en cierto modo, el gobierno los ha engañado. Temen la vuelta a la antigua política gubernativa de desahuciar a los indios. Creen que, después de haberles pagado, van a arrojarlos de sus poblados y a obligarles a vivir en reservas o a formar parte del mundo blanco.
"Nuestro pueblo", dice uno de sus jefes, "tiene poco conocimiento de las normas de vida del blanco y no está preparado para un cambio. Dios puso aquí la tierra para que en ella podamos vivir y morir. Nuestra religión nos dice que no debe uno adueñarse de la tierra de Dios. Quizá el blanco pueda; pero no el indio. Si aceptamos dinero, nuestros ancianos pensarán que obramos contra lo que se nos ha enseñado: que nadie es dueño de la tierra, sino Dios".
Esta teoría, que exaspera a la mayoría de los gobernantes blancos, significa simplemente: "Según nuestras tradiciones, su gobierno no puede pagarnos por algo que jamás hemos poseído. Lo único que puede hacer es permitirnos usar una parte de ello mientras queramos".
Hasta que se resuelva la reclamación de tierras, los seminolas de los poblados del interior continuarán con su sencilla forma de vida, cazando, pescando y vendiendo los productos de su artesanía. No sienten deseos de luchar ni de adaptarse al criterio del hombre blanco. No creen que merece la pena preocuparse por él.