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septiembre 04, 2011
(Arriba:) alcancía de piedra de la época helenística. Estas cajas privadas solían guardarse en los templos; (centro): antigua alcancía romana, de barro cocido o terracota (siglos I y III de la era cristiana); (abajo): cilindro o tonel alemán de bronce, con el nombre del propietario (Jacob Schefer) y la fecha (1587) grabados en la tapa.
CONDENSASDO DE "AMICA" (26-IX-1985). © 1985 POR R.C.S RIZZOLI PERIODICI. DE MILÁN. ITALIA.
Por Loredana Vaccari
Desde tiempo inmemorial, el hombre pensó en almacenar provisiones, especialmente comestibles, para sobrevivir en épocas de hambre. Esta costumbre de guardar, y el consiguiente sacrificio del consumo inmediato, son las primeras manifestaciones del ahorro. Con el tiempo, tal acumulación de bienes en especie quedó desplazada por el dinero, pues empezaron a guardarse piezas metálicas en recipientes especiales. Ello dio origen a la alcancía hace más de 2000 años.
Típica alcancía mexicana de papier máché, de reciente manufactura.
Hucha de plata con una máscara de madera, en cuya boca abierta se insertan las monedas (Siam, siglo XIX).
El ejemplar más antiguo que se conoce se encontró en Asia Menor, en la ciudad de Priene; se calcula que fue manufacturado alrededor de los siglos I o II a. de C. Gran número de alcancías correspondientes a la época del Imperio Romano (siglos I, II y III de la era cristiana) se han hallado en pequeñas poblaciones del sur de Italia, así como en Renania; casi todas son esféricas, hechas de arcilla horneada. Se creé que se les daba esa forma redonda para relacionarlas con el pecho materno, símbolo de fecundidad.
Caja metálica con varias hendiduras para monedas de diferente valor (Estados Unidos, siglo XX).
Desde la Edad Media hasta principios del siglo XVII no se trató de representar nada en la forma que se les daba a las huchas; sólo se pretendía que fueran más o menos funcionales: cajas grandes o pequeñas, estuches, cofrecillos, toneles. En los siglos XV y XVII se hacían de hierro forjado o de lámina; a veces las pintaban o las adornaban con cuero o madera, y las protegían con cerraduras hábilmente elaboradas y decoradas. La mayoría tenía alrededor de la hendidura y por dentro de la tapa una protección en forma de cadenitas o tirillas de cuero, para que el dinero no se saliera. Estas huchas servían no sólo para ahorrar, sino también como protección contra hurtos.
Buque de vapor, de metal, con la ranura para monedas entre las dos chimeneas, y una reproducción de la Catedral de Colonia en el costado (siglo XX).
Alcancía suiza de fines del siglo XIX, hecha de latón y cobre.
A las alcancías se les dio durante mucho tiempo un uso colectivo. Los gremios de comerciantes o de artesanos guardaban en ellas fondos pertenecientes a particulares; servían asimismo como cajas fuertes para el dinero que se destinaba a la asistencia a pobres, enfermos, viudas y huérfanos de una comunidad, o como depósito de limosnas en iglesias o conventos.
Alcancía en forma de campana, con base desmontable (siglo XX).
Cuando Holanda se convirtió en la mayor potencia comercial de la era moderna, en el siglo XVII, hasta en las alcancías se vio reflejada la prosperidad: a este periodo pertenecen preciosos ejemplares manufacturados en plata, los cuales no tardaron en distribuirse por todo el continente europeo.
Cepillo para limosnas judío (Polonia, fines del siglo XVIII). Sobre el fondo de bronce, dos leones de plata sostienen el menorah, es decir, el candelabro judío de siete brazos.
Caja de estilo Biedermeier, de color azul cobalto.
En el siglo XIX el uso de las huchas se generalizó rápidamente. Como la era industrial trajo consigo el empobrecimiento de las clases sociales más humildes, propició también el ahorro y las inversiones bancarias. Se vio entonces un retorno a las huchas con formas que simbolizaban abundancia, felicidad y riqueza, tales como gallinas, ardillas, abejas o conejos. Esta manía zoomórfica alcanzó su auge en Francia, donde las alcancías de este tipo se fabricaron en escala industrial. El cerdo, otro animal que simboliza la buena suerte y la providencia, tuvo gran aceptación en casi todos los países europeos; se produjeron "cochinitos" en grandes cantidades, en diversas formas y diversos materiales. Sin embargo, además de esta producción masiva, fabricaban piezas refinadas, alardes de imaginación, como las obras de orfebres vieneses y de la Rusia zarista. También en Estados Unidos se produjeron alcancías, que diferían de las europeas en su forma y, con frecuencia, en que tenían complejos artefactos mecánicos.
Alcancía norteamericana con artefacto mecánico. Cuando se mete una moneda en el bolsillo del dentista, tanto él como el paciente se van de espaldas (fines del siglo XIX)
Ahora que la época del pequeño ahorrador ha terminado, la alcancía sobrevive como pieza de colección, un poco frivola y quizá pasada de moda, pero sin duda encantadora.
Alcancía de plata del siglo XVIII.
Caja de plata en forma de molino de viento, en cuyo techo está grabado el nombre del lugar (Stendal, Alemania) y el año (1896) en que se hizo.