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diciembre 12, 2010
En su ambiente —Davis Sibley se siente a sus anchas en el campo, donde incluso estudia aves comunes como el mirlo primaveraDavid Sibley abandonó la escuela para dedicarse a observar aves. Veinte años después, sorprendió a todos con una excepcional guía de campo.
Por Lynn RoselliniDavid! —dijo una voz—, ¡David!
Entonces una mano lo sacudió para despertarlo, y el niño, sobresaltado, abrió los ojos y vio la cara emocionada de su padre.—¡Ven a ver! —le dijo éste.Sobre el buró, el reloj marcaba las 2 de la mañana. Al fondo había estantes llenos de libros sobre aves.Fueron a la sala, donde otro hombre aguardaba de pie. El chico se frotó los ojos: el hombre sostenía una enorme y temblorosa masa de plumas grises y cafés.—Es un búho orejudo —le explicó solemnemente su padre.Como si se lo hubieran ordenado, el animal extendió sus majestuosas alas, de casi un metro de envergadura, formando un arco perfecto con las plumas.—Puedes tocarlo, pero no le acerques los dedos al pico.Al niño se le aceleró el pulso cuando le acarició el cuello al ave. Al otro día, David Alien Sibley, de ocho años, anotó en un cuaderno: "Búho orejudo, Bolinas, California. 5 de noviembre de 1969".¿Así comenzó su historia de amor con las aves? ¿Fue aquel día cuando su curiosidad se volvió obsesión? Muchos años después —luego de recorrer el continente, llenar una docena de gavetas con meticulosos apuntes y dibujos, y conocer 810 especies norteamericanas al grado de identificarlas por sus sonidos— se dedicaría a una excepcional obra de consulta: la Guía Sibley de aves. El libro, de texto profuso y magníficas ilustraciones, se publicó en el 2000 y vendió 460.000 copias: cantidad insólita tratándose de un manual de ornitología.Pero la motivación de David nunca ha sido el dinero ni el prestigio. "Amo lo que hago", señala. "Me encanta la libertad de llevar mi obsesión al límite, levantarme muy temprano y escuchar a las aves, y luego pasar la tarde dibujando, sin distracciones ni deberes que cumplir".En la cocina de su casa, en Concord, Massachusetts, se inclina sobre una bolsa de plástico que acaba de sacar del congelador. Contiene un gorrión pecho negro que un vecino encontró muerto en el jardín y que le regaló para sus ilustraciones. David lo saca con delicadeza, como si fuera el famoso diamante Hope.—¿Ve lo liviano que es? —me dice. Luego extiende un ala del pájaro y añade—: Casi toda es puro hueso y tendones. ¡No me canso de ver cómo se despliegan las plumas!David es ahora un hombre de 40 años, pelo castaño revuelto y gafas. Es parco y cohibido; titubea al hablar y no parece a gusto en las reuniones. Pero con las aves, sea en el bosque, la pradera o el pantano, su timidez desaparece: allí se siente a sus anchas. Es capaz de ver y oír cosas que escapan a la mayoría de la gente. "Es parte de mi naturaleza reconocer los sonidos de las aves", afirma. "O ver un picamaderos escondido en un matorral. O pensar: Aquel árbol sería un buen lugar para que se posara un halcón. Es algo subconsciente lo que he hecho desde que tenía siete u ocho años".Su padre, Fred Sibley, es ornitólogo. En casa de la familia había aves por todas partes: en un libro de Arthur Singer que reposaba sobre la mesilla del café; en el congelador, donde solían guardar los pájaros muertos que encontraban, y en el garaje, dentro de una caja de madera que de vez en cuando servía de refugio a alguna águila real o condor herido.
Correlimos Pectoral —Un boceto. En su libro, Sibley utiliza únicamente dibujos a color.A los cinco años David calcaba dibujos de pájaros de los libros; a los ocho ayudaba a su padre a anillar aves, primero en el Observatorio de Aves Point Reyes y luego en el Museo Peabody de Historia Natural, y a los 12 se sabía de memoria cientos de reclamos de aves.—¡Aquél es un vireo de Bell! —exclamó en cierta ocasión en que viajaban por Illinois.Su padre meneó la cabeza.—No —le dijo—, estamos muy al este. No se ven por aquí.Sin embargo, David rodeó un estanque para ver más de cerca: en efecto, era un vireo de Bell."Lo reconoció por el canto", recuerda Fred. "Leía una descripción del trino en una guía de campo, que incluía pentagramas; luego tomaba notas y podía identificar a los pájaros con ellas, como un músico con una partitura".A veces, la fascinación de David por las aves le parecía excesiva a su madre, Margaret, quien trabajaba medio tiempo como bibliotecaria cuando David, su hermano y dos hermanas eran pequeños. "Le decía que en la vida no sólo había aves", cuenta ella, evocando los campamentos de verano de la familia, cuando Fred y los chicos tomaban los binoculares y se perdían de vista durante horas. "Yo preguntaba: ¿Qué árboles crecen aquí? ¿Qué criaturas viven en ese arroyo? No se trata de sólo observar aves, sino de ver todo lo que hay aquí'".Pero era difícil convencer a un niño que en las noches hojeaba bajo las sábanas la Guía de campo de Peterson. Cuando David ingresó en la Universidad Cornell, detestaba las salas de conferencias y los exámenes trimestrales. "Lo único que me interesaba era aprender a identificar aves", dice. Tras abandonar la escuela en el primer año, se dedicó a recorrer el país, haciendo dibujos y descripciones y tratando de memorizar las marcas distintivas del chipe mejilla dorada y el singular silbido del carbonero cresta negra.Durante los 20 años siguientes se aventuró en el mundo de las aves como muy pocos antes que él. Se ganaba la vida con empleos esporádicos en santuarios de aves y, más tarde, como guía de observadores. Pero sobre todo viajaba durmiendo en el asiento trasero de un coche o en una camioneta desvencijada. Desde la cubierta de proa de un barco y provisto de binoculares, estudió a los mérgulos lorito en el mar de Bering; observó a zorzales migratorios desplomarse de cansancio en una playa del Parque Nacional Dry Tortugas, en Florida, y buscó capulineros grises en los páramos cercanos a la frontera mexicoestadounidense.A QUIENES NO SABEN DE AVES, éstas quizá les parezcan unos simples seres emplumados, ruidosos y un poco torpes. Para David, en cambio, son criaturas resueltas, tenaces e incluso valientes. Una gran emoción le produjo observar, desde la ladera de una montaña de 3700 metros de altura en Ecuador, a miles de correlimos de Baird cerca del tramo final de su ruta migratoria, de 8000 kilómetros. "Hacía unas semanas los habían visto pasar sobre la tundra situada al norte del círculo polar ártico", cuenta. "Ahora volaban hacia sus territorios invernales en Chile y Argentina".
Para él, aun tocar un ave viva es algo mágico. "Parece que no sostengo casi nada, pero la criatura está . llena de vida", señala. "Me mira a los ojos, forcejea, trata de darme un picotazo. Y cuando abro la mano, simplemente alza el vuelo. Es una experiencia increíble".Durante los años en que viajó, desencantado con las guías de campo existentes, se le fue incubando una idea insospechada: escribir su propia guía. No incluiría una ilustración de cada especie, sino hasta ocho, que mostraran a las aves en vuelo desde arriba y desde abajo, así como su plumaje en cada estación y una descripción de su reclamo.
Atrapamoscas cola de tijera —Sibley ilustró cada etapa de su vuelo, de modo que pudieran identificarlos los amantes de las aves. Era un proyecto muy ambicioso. Ya en 1838 John James Audubon había intentado reunir un catálogo completo de aves norteamericanas, Birds of America, que le valió gran prestigio. Para muchos de los 70 millones de observadores de aves que hay en Estados Unidos, el heredero espiritual de Audubon fue Roger Tory Peterson, oriundo de Nueva Inglaterra, quien escribió e ilustró la primera guía de campo popular, publicada en 1934. "Peterson cambió a sus compatriotas en la forma de ver la naturaleza", afirma la ornitóloga Joan Walsh, esposa de David. "Que alguien se propusiera escribir e ilustrar una guía de campo mejor que la de Peterson sin duda era una arrogancia".David y Joan se casaron en 1992. A los pocos años, él firmó contrato con una casa editorial y se fueron a vivir cerca del Observatorio de Aves Cape May, en Nueva Jersey. David se dedicó entonces a convertir en ilustraciones los dibujos que había hecho durante 15 años."Trazo un boceto a lápiz y luego lo pongo en un proyector", me explica en su estudio, cerca de la casona de Concord donde ahora vive con Joan y sus dos hijos, Evan, de ocho años, y Joel, de cinco. Los niños aún son pequeños para saber si seguirán el camino de su padre. A veces, cuando van en coche y David reduce la velocidad para echar un vistazo a alguna especie interesante, desde el asiento trasero Evan protesta: "¡Aves, aves! ¡Es de lo único que hablan mi mamá y tú!"HOY POR HOY, la parte medular del trabajo de David no es recorrer bosques y pantanos, sino usar su Artograph RT210, que proyecta en papel múltiples imágenes de sus dibujos. "Puedo mover hacia arriba y hacia abajo el proyector para ajustar el tamaño", dice mientras juguetea con imágenes de unos chipes amarillos. Aunque nunca ha tomado un curso de artes gráficas, recibió elogios por la nitidez y detalle de las ilustraciones de su guía de campo, así como por su segundo libro, Guía Sibley sobre comportamiento y vida de las aves. Pronto saldrá a la venta su tercera obra, Guía Sibley para principiantes, en la que explica cómo identificar aves. "Me toma entre una y cuatro horas completar una ilustración en el estudio", dice, "pero a ese tiempo hay que sumarle las muchas horas que pasé en el campo".
Es irónico que el éxito lo mantenga recluido, alejado de las aves, pero a veces, cuando se da tiempo para recorrer los senderos de un santuario natural cercano, parece de nuevo el chico de ocho años que caminaba silenciosamente en bosques y pantanos, con una chispa en los ojos y un catalejo sobre el hombro.—Una cerceta ala verde —susurra mientras escudriña con los binoculares la superficie de un estanque—. Montones de patos golondrinos y, un momento... ¡un mergo cresta blanca!De vez en cuando los graznidos y gorjeos rompen el silencio; son indescifrables para quienes pasan trotando, mas no para David, quien, en cuclillas, clava la mirada en un matorral.—Hay un gorrión pantanero allí —señala, y lo llama imitando su canto.Oculto, el pajarillo café y gris no hace ningún ruido. Pero de pronto responde con su propio canto, como si reconociera a un viejo amigo.