LAS HEROINAS, LA MORAL Y EL DINERO
Publicado en
diciembre 12, 2010
Por Jorge Enrique AdoumTodo comenzó cuando y porque el Banco Central del Ecuador consultó, democráticamente, por primera vez -¿porque esta vez se trataba de una mujer?- a algunas personas acerca de su proyecto de imprimir la efigie de Manuela Sáenz en el billete de mayor valor que se haya emitido jamás en la historia del país. Y alguien propuso, democráticamente, que en lugar de ella figurara la imagen de Santa Mariana de Jesús. Y, en plena campaña electoral, al igual que en la campaña electoral hubo pronunciamientos en favor y en contra de cada una y los partidarios de una y otra se dedicaron, más que a exaltar la figura de su candidata, a poner en tela de juicio la conveniencia de que su rival fuera la elegida. (También yo opiné, democráticamente, en el sentido de que jamás había visto la imagen de una santa -ni siquiera la de Juana de Arco que fue, además, la heroína que pagó en la hoguera haber librado a Francia de los ingleses- en un billete de banco de ningún país -ni siquiera en el Vaticano, donde sus monedas cumplen una función más bien de medalla que de dinero-, quizás porque Jesús dijo que su reino "no es de este mundo", ¡y vaya que el de los mercaderes del templo sí lo es!).
Supe que algunos fieles de ambos bandos se opusieron también, con el argumento, vuelto un lugar común más común que antes, de que no cabía que la Santa o la Heroína fuera de mano en mano manoseada: ¡Rumiñahui, Montalvo, Rocafuerte, García Moreno y Alfaro son otra cosa...! Lo único que se recordó en favor de Mariana -quizás porque no hay más ni se necesita más- fue el ofrecimiento que hizo a Dios de su vida, a cambio de la del Padre Alonso de Rojas, quien en un sermón daba la suya si eso podía salvar a las víctimas de la peste -alfombrilla, garrotillo o bubónica-, a raíz del terremoto de 1645. Mas, con un patriotismo de escuela primaria, se recordó insistentemente su supuesta predicción de que "el Ecuador no se acabará por los terremotos sino por los malos gobiernos". Así, esos patriotas la emparientan con ciertas autoridades eclesiásticas actuales al hacerla opinar sobre política, y con Abdón Calderón al poner en su boca el nombre de Ecuador, ciento ochenta y cinco años antes de que se fundara la república de ese nombre, o sea ocho después de la muerte del "héroe niño" que habría gritado "¡Viva el Ecuador!", en el Pichincha, pese a sostener en ese momento la espada con los dientes. (Amo de Mariana la escena, no importa si real o literaria, en la que, deshidratada tras uno de los largos ayunos con que se mortificaba, trató de recoger en sus manos la lluvia de Quito, y el agua desapareció en la concavidad de las palmas y los dedos).Pero la ocasión sirvió para que, democráticamente y gracias a la libertad de expresión que la democracia garantiza, hubiera un nuevo alud de injurias de sospechoso origen -como cada vez que se ofrece- contra Manuelita. Sospechoso porque resulta difícil creer que a esta altura del país alguien ignore lo que la Historia sabe: será, más bien, me digo, que quienes confunden la sección de Cartas al Director de algunos diarios con un depósito de basura intelectual, no le perdonan a aún haber sido la figura femenina más importante de nuestro país, pretendiendo, desde una moral de supermercado, reducirla a amante del Libertador, con afán de injuriarla, olvidando que eso la llenaba de orgullo y dignidad ("... me siento más honrada con ser la amante del General Bolívar que la esposa de ningún otro hombre viviente...") , pues una de aquellas cartas inefables terminaba preguntando: "¿Qué otra cosa fue?". Fue, simplemente, "un espíritu superior", "figura de muchos heroísmos", "soldado de la libertad", "Generala de las tropas libertadoras en los Andes peruanos", "combatiente en Ayacucho", "Libertadora del Libertador la noche sucia del 25 de septiembre de 1828", a quien admiraron por todo ello y fueron a visitarla en su destierro de Paita, Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, y Garibaldi, el político y patriota italiano que combatió en favor de Brasil y el Uruguay.
También debe molestar a algunos representantes, no sólo de la "hombría de bien" sino de la "hombría" a secas, el hecho de que Manuelita y Jonatás y Nathan, las dos negras que la servían, hubieran derrotado, físicamente, a tantos hombres hasta el punto de que, tras invocar la moral y las buenas costumbres ("...se presenta todos los días en traje que no corresponde a su sexo, y del propio modo hacer salir a sus criadas, insultando el decoro..."), las persiguieron a caballo y las golpearon y apresaron. "¿Qué otra cosa fue?" Fue, simplemente, precursora de la emancipación de la mujer, cien años antes de que las mujeres reclamaran su emancipación.¿Cómo decidir entre una Santa y una Heroína, sin la amenaza de la condenación eterna? El Gerente del Banco Central encontró una solución salomónica más que democrática: ni una ni otra, sino Manuela Cañizares ("porque es poco conocida" justificó alguna consejera que buscaba así promover su popularidad, e incluso una profesora del Normal que lleva su nombre lamentó "no haber enviado siquiera una carta"), quien "tuvo su parte en la rebelión de la Independencia", aunque sólo fuera porque en su casa se reunían los conspiradores. Pero, como ya no había otra candidata no hubo campaña y nadie trató de desprestigiarla: nadie recordó que de esta otra Manuela -"alegre con la buena alegría del vino y del amor", según Benjamín Carrión-se decía que "disponía de alcobas reservadas a la clandestina alegría de sus amigos". De todo ello lo único que interesa señalar es que esas mujeres figuran en la Historia, antes que en un billete de banco, no precisamente debido a su moral de alcoba sino a una cualidad suprema: haber sabido cuál era la parte que les correspondía cumplir en la tarea, supuestamente reservada a los varones, de acercar el futuro a lo que fue el hoy de cada una de ellas.
También habrá sido ésta una oportunidad para comprobar cuán poco numerosas son nuestras heroínas o qué poco las admiramos como para mirar su rostro cada día (es un decir, tratándose de cien mil sucres). ¿La princesa Paccha que, tras perder una batalla con flechas, ganó otra con caricias? Pero habría sido, también en este caso, ir contra la moral, puesto que estuvo "amancebada" con Huayna-Cápac; además, era india por lo cual no representaría a la "mujer ecuatoriana", según el criterio aplicado a Mónica Chalá, en justas de otra índole, por una comisión de señoras representativas. ¿Marieta de Veintemilla, la Generalita que proclamó la dictadura de su tío, Ignacio de la Cuchilla? Pero, ¡también ella!, "sabe cómo combatir y mandar tropas, además de cómo seducir en los salones con su singular belleza" y "morían en sus brazos los soldados estimulados con la prueba de su hermosura". Nos quedarían Manuela de Santa Cruz y Espejo -Manuelas no nos faltan-, por haber sido hermana de Francisco Javier Eugenio y esposa de José Mejía; o Isabel de Santiago, por hija de Miguel y esposa de Gorívar: ambas de moral irreprensible pero, desgraciadamente, preservarla fue su único heroísmo.De semejante escasez o desconocimiento o desapego da fe una encuesta democrática en las calles de Guayaquil (¡Alabado sea Dios que dio el don de la palabra a todos!). Debo suponer que la pregunta de la periodista fue: "¿Qué mujer le gustaría que figurara en los billetes de cien mil sucres?", pues entre las más "opcionadas" estuvieron Thalía -seguramente no se advirtió a los entrevistados que debía ser ecuatoriana y que no bastaba con mover la colita para figurar en un billete- y Silvana, porque tampoco les dijeron que se trataba de una reproducción de la cabeza y no de las piernas.
(Aunque, viéndolo bien, no sería mala idea, para acrecentar el atractivo que de por sí ejerce el dinero, sustituir la imagen que aparece en un ángulo superior o en un óvalo lateral, por una figura horizontal que cubriera toda la superficie del billete: así, cuando, dentro de poco -visto el ritmo de devaluación de nuestra moneda- se emita el de 200.000 sucres, podríamos admirar a una bella guayaquileña o manabita en la actitud de La maja desnuda de Goya o de la Olympia de Manet. De ese modo se habrá reconocido oficialmente el mérito de mantener o adquirir la hermosura física, lo que es tanto o más arduo que defender o perfeccionar prendas morales. Pues, como dice Vinicius de Moraes en el primer verso de su Receta de mujer, "Que las muy feas me perdonen, pero la belleza es esencial").* Todas las citas están tomadas de la
Historia del Ecuador de Alfredo Pareja Diezcanseco.