MI TÍA JOSÉ Y SU ESPOSO DESALMADO
Publicado en
noviembre 21, 2021
Ella jamás olvidaría lo que sucedió cuando Julian le pidió el divorcio...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Es posible que mi tía José olvide muchas cosas de su matrimonio con Julián García-Cifuentes. Es posible que también olvide la rabia y el dolor que le produjo descubrir, a los 10 años de casados, que Julián cantaba "tú sólo tú" en la ducha, no porque le gustaran los boleros mexicanos, como dijo, sino porque estaba enamorado de la crespa de la oficina, la misma crespa con la que terminó casándose después. Todo aquello, es posible que se duerma o termine por perderse en la memoria de mi tía José. Sin embargo, lo que sucedió a partir del momento en que Julián le pidió el divorcio, eso no lo olvidará jamás.
Cuando Julián, después de varios meses jurando por la Virgen que él jamás la engañaría con otra mujer, terminó confesando que se había enamorado de la crespa, mi tía José se puso a gritar como una condenada, perdiendo toda compostura y toda dignidad. Que se fuera de la casa, ¡ahora mismo! El matrimonio era un negocio de 2 y no de 3. Ella le había dado todo, hasta los 3 hijos que tenían, más sus mejores tiempos de la juventud. Había pasado junto a él los primeros años de penurias, comiendo repollo 3 veces a la semana y 2 veces coliflor. Lo había esperado día tras día, semana tras semana, mes tras mes con el aperitivo listo y la comida hecha por la Filomena, humeando en la cocina. Había llamado Juliancito al primer hijo sólo por él, porque ahora le decía que el nombre siempre le pareció horroroso. Jamás le pidió nada, nunca un reclamo, aunque nunca pudo comprarse más de 3 pares de zapatos para el invierno y sólo 2 abrigos... Siempre estuvo listo para que la Filomena fabricara, en un suspiro, el suflé de queso que le gustaba a ese jefe espantoso que él tenía y que ella tuvo que soportar martes tras martes, sentado en el comedor, hablando del Dow Jones y el Cash Flow. ¿Y su mamá? ¿Alguna vez la había oído a ella decir algo, una media palabra, en contra de su mamá, esa señora respingada, dominante, ridícula y mala lengua, que él llevaba todos los domingos a almorzar y que ella tenía que tratar con dulzura, aunque en el fondo de su alma lo que quería era acuchillarla? ¡Qué se había imaginado! ¿Para qué se prestó a la farsa de entrar en una iglesia, con ella vestida de blanco y jurarle al obispo que "sí", que la amaría y respetaría toda la vida "hasta que la muerte nos separe"? ¿No sabía acaso que el obispo no era el obispo sino el mismo Dios? ¿No le habían enseñado los jesuitas que el matrimonio es uno sólo e indisoluble? ¿Y esa crespa sinvergüenza que andaba por la vida desbaratando familias y metiéndose con hombres casados? ¿Qué tenía la crespa que no tuviera ella?
—¡Mírame, Julián! —chillaba mi tía José con los ojos salidos de las órbitas y el rostro brillante de sudor y rabia.
Julián la miraba con esa cara que ponen los maridos cuando no saben dónde meterse ni qué hacer con las manos, los ojos y los pies. Quería pedirle el divorcio, quería casarse con Lula. Lula no era una mala mujer y él no se había enamorado de ella para molestar a mi tía José, sino porque esas cosas pasan, a pesar de uno mismo, hasta en las mejores familias. El tenía un amigo del Opus Dei que se vio envuelto en el mismo trance y también con la secretaria de la empresa, claro que para su amigo fue más complicado, tuvo que vérselas con la Orden completa y finalmente perdió el puesto, pero fue feliz, pensaba Julián, sin atreverse a decirle ni una palabra a mi tía José.
—¡No me mires con esa cara de espanto, Julián! ¡Dime! ¿Qué tiene la crespa que no tenga yo?
Ella había ganado un concurso de belleza en el colegio, que no lo olvidara Julián, además, era una mujer inteligente; no tendría carrera, porque nadie de su condición social estudiaba en la universidad, pero había leído a Demián, La Montaña Mágica, Los Hermanos Karamazov, Crimen y Castigo... recitaba mi tía José cada vez más histérica, más desconsolada y patética. El retrato de Dorian Gray, Dublineses, La Guerra y la Paz, hasta el segundo tomo de El Quijote se había leído ella, ¿y esa crespa, qué podría leer una señorita secretaria dedicada a levantarle los maridos a la gente de bien?
—¡Mírame, Julián!
Cuando mi tía José, completamente descompuesta le dijo que Lula no era más que una prostituta barata, a Julián se le encendió la sangre, y aunque nunca supo de dónde sacó fuerzas para decirle lo que le dijo, se lanzó en una frenética defensa de su amante y terminó pidiéndole el divorcio. Lula no era ninguna prostituta, al contrario, era lo más católica del mundo, mucho más que ella misma; iba a misa todos los domingos y estaba acongojada por cuanto le sucedía, hablando a cada rato con su confesor, pidiéndole consejos por escrito al Vaticano. Era secretaria por pura coincidencia, porque su padre era riquísimo; Lula había viajado por todo el Oriente, por toda Europa y la mitad de los Estados Unidos. No creyera mi tía José que Lula era ignorante, había leído Alma Rebelde y Rebeca, y como si fuera poco se interesaba en .obras sociales. Los jueves iba a una población con el padre Orlando y le repartían chalecos tejidos por la mamá de Lula a los pobres. ¿Y ella, cuándo había hecho algo por los pobres?
—¿No te das cuenta, José, que tu vida no es más que una vacía adoración de ti misma? ¿No te das cuenta que andas por el mundo predicando verdades inamovibles, tratando de mala gente a casi toda la gente, dándotelas de intelectual, sólo porque no sabes cómo enfrentar tu frialdad y tu egoísmo?
La Filomena, que estaba escuchando la conversación escondida detrás de la puerta de la cocina, se impresionó tanto, que se atragantó con un pedazo de pan y se puso a chillar como si la estuvieran matando. Mi tía José y Julián corrieron hacia ella, y en menos de un suspiro la tenían en el auto y volaban camino al hospital. Fue entonces, en la sala de emergencia, mientras el médico de turno sacaba el pan atascado en la garganta de la Filo, donde Julián le pidió a mi tía el divorcio y ella, llorando a moco tendido, entre convulsión y convulsión le dijo casi gritando:
—¡Ni muerta!
¡Primero tendrían que enterrarla, pero el divorcio no se lo daría jamás! Tendría que vivir en el pecado, le dijo, para el resto de sus días, y si Lula quería casarse, que se buscara a un hombre soltero, pero ¿divorcio? ¡Ni hablar! Esa sería su venganza.
¡Pobre, tía José! Hay que ser bien ingenua para pensar que un latin lover como Julián iba a quedarse tan tranquilo con su respuesta. ¡Qué pecado ni qué ocho cuartos! Lo que hizo Julián fue lo que haría cualquier latin lover que se respete en semejante situación. Dejó de darle dinero para los gastos de los niños y de la casa.
—Así de simple, ni un solo peso más, arréglatelas como puedas, busca trabajo, manda a los niños donde tu mamá, me da lo mismo, pero yo no te doy un cobre hasta que tú no me des el divorcio —le dijo con firmeza.
Al principio, mi tía José no lo creyó capaz de hacerle eso, sobre todo a los niños, pero a poco caminar se dio cuenta de que Julián estaba hablando en serio, y dos meses más tarde tuvo que ceder y pasar por la indignidad de aceptar darle el divorcio, a cambio de que él continuara manteniendo la casa.
Antes de la Navidad de ese mismo año, mi tía José se enteró por el periódico (aparecía en las notas sociales) que Julián García-Cifuentes y Lula Ruiz-Morán se habían casado y se encontraban disfrutando de "una feliz luna de miel en Tahití".
Mi tía José se secó una lágrima, se sirvió un poco de un buen whisky en su vaso y permaneció un rato largo sintiendo desfilar sus pensamientos, viendo pasar los pedazos del pasado, intentando imaginar cómo sería esa primera Navidad sola con los niños... porque ya había comenzado su vida de divorciada.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, AGOSTO 08 DEL 2000