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junio 05, 2021
CUANDO ESTÁBAMOS por casarnos, mi futuro esposo me mostró otra faceta de su romanticismo al insistir en que cada uno le recitara al otro un poema durante la ceremonia nupcial. Como él es cantante de música country, está acostumbrado a desenvolverse en público, pero yo me pongo muy nerviosa cuando tengo que hacerlo.
El día de la boda, empero, recité mi poema casi a la perfección, pese a que la voz me temblaba ligeramente. Luego, todas las miradas se posaron en mi novio, que se acercó al micrófono, echó a andar una grabadora y, con la voz más dulce del mundo, anunció:
—El mío está grabado.
—C.A.S.
UN AMIGO mío se mudó de Massachusetts a Florida, y se dispuso de inmediato a sacar provecho de la abundante pesca de la región. Después de preparar el equipo que había usado para pescar en agua dulce cuando vivía en el norte, mi amigo se instaló en un concurrido sitio de pesca en la costa y lanzó al agua el sedal con su señuelo predilecto. En cuestión de minutos pescó un soberbio ejemplar de tres kilos y medio.
Los demás pescadores vieron con asombro cómo sacaba del agua el enorme pez y se lo obsequiaba a un hombre de edad que estaba de espectador. El anciano agradeció el regalo, y luego preguntó a mi amigo:
—¿Qué carnada usó para pescar esta hermosura?
—Mi cucharilla plateada favorita —respondió él, muy ufano.
—Mal hecho —lo reprendió el viejo—. Con eso no se pesca nada. Hay que usar carnada viva.
—C.T.O.
ESTANDO DE VACACIONES en San Francisco, a mi hermana le dio un dolor de muelas que la obligó a pedir en la recepción del hotel que le recomendaran un dentista. Ella le teme a las alturas, así que sintió pavor al darse cuenta de que el consultorio estaba en el piso 14 de un edificio, y de que dos de las paredes eran enteramente de cristal.
Estaba sentada en el sillón, muy rígida y aferrada a los brazos, cuando entró el odontólogo.
—¿Siempre se pone usted tan nerviosa? —le preguntó.
—Lo que sucede es que no estoy acostumbrada a estas alturas —repuso ella, con los ojos cerrados.
—¡Ah, disculpe! —dijo él, y de inmediato bajó 15 centímetros la altura del sillón.
—J.B.H.
MI MADRE, que tiene 85 años y es una excelente cocinera, hace poco se quedó pasmada al ver cómo han cambiado los papeles dentro del matrimonio. Un día, mi nuera estaba elogiando el exquisito pan de levadura que hace mamá.
—Está riquísimo, abuela —le dijo, mientras se comía con deleite un esponjoso bocado—. Tiene que darle la receta a mi marido.
—E.B.
UN TEMA FRECUENTE de conversación con nuestras hijas son las cualidades que deben apreciar en los jóvenes. "No sean materialistas", les aconsejamos mi esposo y yo. "Fíjense en los sentimientos y en las aptitudes de los chicos". Pero aún les falta mucho por aprender.
Un día, al entrar en el estacionamiento de una tienda de víveres, mi hija de 16 años señaló por la ventanilla y, sin detenerse a pensar, dijo:
—¡Miren! ¡Allí está el auto con el que salía mi mejor amiga!
—A.S.
MI VECINO y yo solemos prestarnos cosas. No hace mucho le pedí su escalera, pero no pudo complacerme porque se la había prestado a su hijo. Entonces recordé un sabio consejo de mi abuela, y se lo recité:
—No hay que prestarles cosas a los hijos porque lo más probable es que no las devuelvan.
—En realidad, la escalera ni siquiera es mía; es de mi padre —repuso él.
—D.R.B.
TRAS EXAMINARME la vista, el oftalmólogo me dio una receta para lentes. Reacia a aceptar la realidad, le dije que tal vez podría esperar un poco y mandarme a hacer los anteojos más adelante. Entonces el oculista me dio una moneda y me dijo:
—Si decide esperar, por favor llámeme por teléfono la próxima vez que piense conducir para que pueda avisarle a mi esposa que no deje a los niños salir a la calle.
Huelga decir que adquirí los lentes de inmediato.
—N.V.
MI ESPOSA, REBECCA, estuvo haciendo cola durante varias horas para pedirle su autógrafo a un famoso modelo y retratarse con él. Después no hablaba de otra cosa que no fueran los ojos, el pelo y el fabuloso cuerpo del susodicho. Yo, su calvo y regordete marido, no pude menos de sentirme un poco celoso hasta que, esa noche, la oí hablar por teléfono con su madre.
—Es un hombre encantador, mamá —dijo—. Aunque he de confesarte que no me lo imagino viniendo a casa a la hora de la comida sólo para hacerme el favor de sacar un pez muerto de la pecera.
—D.C.