LA ESCANDALOSA CAIDA DE UN MAGNATE
Publicado en
enero 09, 2011
Estaba destinado a heredar una fortuna en bienes raíces, pero ahora afronta un proceso por su presunta relación con tres crímenes brutales.
Por Matthew BirkbeckRobert durst se sentía literalmente en la cima del mundo. A sus 35 años, era el principal heredero de una de las mayores fortunas en bienes raíces de la Ciudad de Nueva York. Su familia tenía propiedades valuadas en alrededor de 2000 millones de dólares y, junto con los Trump y los Helmsley, encabezaba la lista de los más acaudalados dueños de edificios de apartamentos y de oficinas en esa metrópoli.
Parecía que tarde o temprano Durst se haría cargo de tan próspero negocio, y a fines de los años 70 se comportaba como si ya fuera suyo. Robert y su esposa, Kathy, casi diez años menor que él, se sentían a sus anchas entre la alta sociedad de Manhattan. Frecuentaban lugares de moda como el Elaine's y el Studio 54 y, al decir de sus amigos, animaban las veladas con grandes dosis de drogas. Era un ritmo de vida desgastante, pero Durst daba la impresión de ser un verdadero triunfador.Si en ese entonces una voz interior le hubiera vaticinado que al llegar el nuevo milenio se encontraría en una jefatura de policía de Pensilvania tratando de explicar por qué había robado un sándwich en una tienda, se habría reído a carcajadas, y si esa voz le hubiera anunciado que también lo acusarían de un asesinato y lo investigarían por otros dos, se habría preguntado qué droga había tomado. Pero la voz habría tenido razón.Llegado el 30 de noviembre de 2001, ya no era un arrogante miembro del jet set, sino un hombrecillo resentido de 58 años cuya cabeza y cejas rasuradas le empequeñecían aún más los ojos. Sentado en una jefatura de policía en Bath, Pensilvania, no dejaba de lamentarse ante el agente Dean Benner. "¡Cómo pude ser tan estúpido!"Durst llevaba 500 dólares en el bolsillo cuando Benner lo aprehendió en un supermercado, de modo que no lo habían detenido sólo por mala suerte, y la explicación que dio de que era cleptómano sonaba a patraña. El agente rastreó por computadora su número de seguridad social y, cuando aparecieron los datos en la pantalla, se alegró de tenerlo bien esposado. Dándose vuelta, le preguntó sorpresivamente:—¿Cuándo fue la última vez que estuvo en Texas?Los ojos de Durst se agrandaron, pero en un instante su expresión de desconcierto dio paso a una mirada dura.—Quiero un abogado —exigió.Más le habría valido pedir varios de una vez. Benner descubrió que Durst era buscado en todo el país desde hacía más de un mes. La policía de Galveston, Texas, lo había acusado del atroz asesinato de Morris Black, un vecino suyo de 71 años, pero Durst había huido tras pagar una fianza de 300.000 dólares. El cuerpo del occiso había sido decapitado y mutilado: el torso apareció en la bahía de Galveston, y las extremidades, metidas en bolsas de basura, flotando cerca.Benner telefoneó a la policía de Galveston. Pensó que sus colegas se alegrarían al saber que Durst estaba detenido, pero no imaginaba que la llamada también haría que se ordenaran averiguaciones urgentes en Nueva York y California.La policía del estado de Nueva York estaba investigando la desaparición de Kathie, esposa de Durst, quien se esfumó sin dejar rastro en 1982, a los 29 años. Por su parte, la policía de Los Angeles quería interrogar al detenido sobre el artero asesinato, en el año 2000, de su amiga íntima, la escritora Susan Berman, de 55 años, a la cual mataron cuando las autoridades neoyorquinas se disponían a hablar con ella sobre el caso de Kathie.Llevaron a Durst a declarar ante un juez (esta vez sin derecho a fianza) y luego lo enviaron a la Correccional del Condado de Northampton, en Easton, Pensilvania. Los cargos en su contra parecían muy claros, mas no la explicación de cómo había caído tan bajo.Cuando era joven y de buena presencia, Durst se codeaba con celebridades como Jacqueline Onassis y Mia Farrow. Se dice que tuvo una relación amorosa con Prudence Farrow, hermana de Mia, la beldad de aire frágil que inspiró la canción Dear Prudence, de los Beatles. La vida de lujos que Robert se daba era financiada por el trabajo arduo y las sabias inversiones que había hecho su familia, empezando por su abuelo Joseph, inmigrante judío oriundo de Polonia. Luego de trabajar durante 13 años en la industria del vestido y ahorrar dinero, Joseph compró, en el centro de Manhattan, un edificio de oficinas que habría de convertirse en el puntal del emporio inmobiliario de la familia.
Seymour, hijo mayor de Joseph, tomó después las riendas de la Organización Durst. Él y su esposa, Bernice, tuvieron cuatro hijos. El primero fue Robert, quien a los siete años de edad tuvo la desgracia de ver morir a su madre. Un día de otoño de 1950 Bernice subió al tejado de su casa, situada en el suburbio de Westchester, y mientras su esposo y su hijo observaban cómo un bombero trataba de alcanzarla, cayó al vacío. Se dictaminó que la muerte había sido accidental.Robert era un muchacho callado que, pese a no haber sobresalido como estudiante, se recibió de administrador de empresas en la Universidad Lehigh, en Pensilvania. Luego, en plenos años 60, hizo un posgrado en la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), donde se aficionó para siempre a la mariguana.Allí conoció a Susan Berman, hija de Dave Berman, hotelero de Las Vegas que tenía entre sus socios a los mafiosos Bugsy Siegel y Meyer Lansky. Susan, quien sospechaba que su madre había muerto víctima del hampa, era una mujer de palabra ágil y personalidad fuerte. A Durst le cayó bien en seguida, y mantuvieron una relación platónica durante décadas.De regreso en Nueva York, Durst empezó a trabajar en el negocio de la familia. En uno de los edificios de apartamentos de Manhattan de los Durst vivía Kathie McCormack, una higienista dental de 19 años que provenía de una familia de la clase obrera de Long Island. Un día, al ir a hacer el pago del alquiler, conoció al hombre que le cambiaría la vida. A Durst lo cautivaron el rostro y la inocencia de la joven, y a Kathie, la riqueza de él y el que hubiera corrido mundo.Se casaron en 1973, y durante los primeros años se dedicaron a viajar a lugares exóticos y visitar centros nocturnos. Tenían dos apartamentos en Manhattan y una casa de campo a unos 60 kilómetros de la ciudad, en South Salem. "Kathie estaba fascinada con los Durst y su poder", cuenta Eleanor Schwank, una de sus mejores amigas. "Se sentía como una niña en una dulcería".Sin embargo, no todo era color de rosa. A diferencia de su extrovertida mujer, Durst era reservado por naturaleza, y las drogas lo volvieron aún más taciturno. Empezó a alejarse de las francachelas nocturnas y a pasar los ratos libres con su perro, Igor, fumando mariguana. Kathie, en cambio, se dedicó a materializar sus ambiciones. Se tituló en enfermería y más adelante ingresó al Colegio de Medicina Albert Einstein, en Nueva York.Para 1981 la pareja pasaba por serias dificultades. Ambos se habían enredado en aventuras extra-maritales, y Robert era cada día más huraño. Lo que había sufrido de niño explicaba en parte su problema. Kathie les contó a sus amigos que aunque la muerte de Bernice Durst se había declarado accidental, su esposo le había confiado que en realidad había sido un suicidio, lo cual lo atormentaba mucho.
Kathie también se enteró de que, luego de la tragedia, Robert había tenido que recibir ayuda psiquiátrica debido a sus incontrolables arrebatos de ira, dirigidos sobre todo contra su padre, al que culpaba de la infelicidad de Bernice. En un desalentador informe médico escrito en 1953, cuando Robert tenía diez años, decía que la furia del chico era tan grande, que podría llevarlo a una degradación de la personalidad e incluso a la esquizofrenia. Robert se había apaciguado poco a poco, pero la rabia reprimida resurgió durante la crisis de su matrimonio.En una reunión con la familia de Kathie en la Navidad de 1980 en Long Island, Durst levantó por la fuerza a su esposa de la silla al negarse ella a volver a Manhattan. "La agarró de los cabellos y le dijo: 'Ya nos vamos'", recuerda el hermano mayor de Kathie, Jim. "Me dieron ganas de golpearlo, pero mi hermana me contuvo".Al año siguiente Durst fue detenido por agredir al fotógrafo Peter Schwartz, un amigo de Kathie que la había llevado a casa tras una noche de juerga. Schwartz estaba tendido en el suelo charlando inocentemente con ella cuando Durst irrumpió y, acusándolo de intentar seducir a su esposa, le dio en plena cara un puntapié que le fracturó la mandíbula. Aunque el fotógrafo presentó cargos contra el agresor, más tarde los retiró y llegó a un arreglo extrajudicial con él.Antes de fin de año, Kathie había decidido tramitar el divorcio y le propuso a su esposo que llegaran a un arreglo por un total de varios cientos de miles de dólares. En represalia, Durst dejó de darle dinero y le quitó las tarjetas de crédito. Ella se vio obligada a pedirles prestado a sus amigos, quienes le aconsejaron que lo dejara sin exigirle nada. "Le dijimos que, como pronto sería médica, no necesitaba su dinero", refiere Eleanor Schwank.Convencida de que merecía al menos una suma módica, Kathie se enfrascó en un juego más peligroso: amenazó a Durst con denunciarlo por sus "declaraciones fiscales fraudulentas", según les confió a sus amigos. Sin embargo, la estrategia le resultó contraproducente. El 6 de enero de 1982 ingresó en un hospital del Bronx con contusiones en la cara y la cabeza. Declaró que su marido, cegado por la ira, la había tundido a puñetazos.Tres semanas más tarde, Kathie viajó a Connecticut para asistir a una fiesta en casa de su amiga Gilberte Najamy. Enfurecido por la ausencia de su esposa, Durst la telefoneó desde South Salem y le exigió que regresara cuanto antes. Al salir de la fiesta, a eso de las 7:15 de aquella helada noche, Kathie le hizo una advertencia a su amiga:— Gilberte, si algo llega a pasarme, la culpa es de Bobby.Cinco días después, Durst acudió a una jefatura de policía de Manhattan a dar parte de la desaparición de su mujer. La familia y los amigos de Kathie de inmediato sospecharon de Robert, quien ofreció una recompensa de 100.000 dólares a quien informara sobre el paradero de su esposa. También contrató a Nicholas Scoppetta, un influyente abogado criminalista. Después guardó silencio. Susan Berman se convirtió en su vocera y se encargó de responder las preguntas de los inquisitivos diarios neoyorquinos.Ante la falta de cooperación de Durst, sin pruebas sólidas en su contra y sin motivos fundados para registrar la casa de South Salem, la investigación se estancó. "Jamás pudimos ir más allá de un simple caso de desaparición", explica Michael Struk, el investigador de la policía de Nueva York, hoy jubilado, que dirigió las pesquisas.Durante diez años Durst se mantuvo en las sombras, pero nunca se desvanecieron las sospechas sobre su papel en la desaparición de Kathie. Cuando Seymour Durst se retiró, en 1993, decidió darle las riendas del negocio a Douglas, hermano menor de Robert, y éste quedó relegado a ocupar el segundo puesto en la empresa. Enfurecido, Durst salió de las oficinas sin despedirse siquiera. La mayoría de las personas que trabajaban con él jamás volvieron a verlo. Robert no asistió al funeral de su padre, en 1995.Empezó a llevar una vida discreta dedicándose ocasionalmente a la compraventa de inmuebles mientras dividía su tiempo entre las casas que tenía en el norte de California, Connecticut y Nueva York. De no haber sido por otro golpe de mala suerte, quizá habría seguido así, dándose la buena vida sin empleo fijo.En 1999, Joe Becerra, veterano investigador de la policía del estado de Nueva York, reabrió la investigación de Kathie Durst tras recibir una pista de un delincuente común. La información resultó falsa, pero Becerra, intrigado, hizo algo que ninguno de sus colegas había hecho. Consiguió permiso de los nuevos dueños de la casa de South Salem, que Durst había vendido, para registrarla.
Los agentes encontraron residuos de sangre seca mezclada con lodo. Convencidos de que habían dado con algo, revisaron unos recibos telefónicos obtenidos con anterioridad y descubrieron que Durst había estado en Ship Bottom, Nueva Jersey, el 2 de febrero de 1982, menos de 48 horas después de haber denunciado la desaparición de su esposa. Robert dijo a la policía que había pasado esa semana en South Salem, esperando el regreso de Kathie. Cerca de Ship Bottom hay una agreste zona rural llamada Pine Barrens, que es conocida por ser un cementerio clandestino de la mafia.Entre tanto Durst, advertido de la nueva investigación, huyó a Galveston. En noviembre de 2000, disfrazado con peluca y ropa de mujer, se hizo pasar por una sordomuda llamada Dorothy Ciner (nombre que tomó de un anuario escolar) y alquiló un apartamento de dos cuartos por 300 dólares mensuales en un barrio modesto. Al mes siguiente, en una ceremonia privada en Nueva York, se casó con la agente inmobiliaria Debrah Lee Charatan, con la que mantenía una relación esporádica desde hacía 12 años.Menos de dos semanas después de la boda, mientras la policía neoyorquina se preparaba para interrogar a Susan Berman, los vecinos de ésta vieron a su perro vagando por el barrio de Los Ángeles donde vivía. Llamaron a la policía, la cual descubrió que la puerta de la casa de Susan no estaba cerrada con llave. Hallaron su cuerpo dentro, tumbado boca abajo en un charco de sangre. No había indicios de que alguien hubiera forzado las cerraduras ni de forcejeo, señal de que ella conocía a quien la mató de un tiro. La policía investiga actualmente a Durst como sospechoso.Varios informes indican que éste envió por correo a Susan dos cheques por 25.000 dólares cada uno en los meses anteriores a su muerte. Aunque había mostrado talento como escritora —en 1981 publicó Easy Street, una crónica de su vida como "princesa de la mafia"—, Susan pasó por una mala racha y le pidió ayuda monetaria a Durst en varias ocasiones. Algunos amigos de Susan creen que los cheques servían para que no revelara a la policía neoyorquina nada que pudiera incriminar a Robert, pero otros piensan que éste era incapaz de hacerle daño. Suponen, más bien, que fue víctima de algunos mafiosos que estaban preocupados por el libro que tenía pensado escribir sobre el crimen organizado.En Galveston, Durst se había topado inevitablemente con Morris Black, un vecino suyo, oriundo de Massachusetts, que estaba pasando apuros de dinero y a quien habían aprehendido en 1997 por amenazar con poner una bomba en una empresa telefónica durante una disputa por los cargos en su recibo.Antes de que lo asesinaran, Black seguramente había hecho enloquecer de ira a alguien. Cody Cazalas, sargento de la policía de Galveston, comenta: "Soy aficionado a la caza y puedo afirmar que el asesino, o era cazador, o ya había cometido otro crimen igual". Al occiso le cortaron de tajo los brazos desde el hombro, le cercenaron las piernas casi desde la ingle y le partieron los fémures. Incluso la cabeza, que jamás se encontró, fue desprendida del cuerpo con destreza.La policía acudió al apartamento de Black tras encontrar una etiqueta de suscripción a un diario en una de las bolsas donde metieron sus despojos. Aunque el lugar había sido limpiado, los agentes descubrieron un rastro de sangre que cruzaba el pasillo de afuera y llegaba hasta el apartamento de Durst. Dentro encontraron manchas de sangre en el baño, las paredes, el piso de la cocina y en un cuchillo. Más tarde averiguaron que, por algún motivo, Durst había pagado los 300 dólares del alquiler de octubre de Black, y que la víctima, que en toda su vida no había tenido más que empleos modestos, había reunido 137.000 dólares en una cuenta bancaria.El 9 de octubre de 2001 Durst fue acusado del asesinato de Black, pero lo dejaron en libertad bajo caución en cuanto su esposa envió el dinero para la fianza. Luego anduvo prófugo durante varias semanas hasta que lo detuvieron por hurtar en una tienda. La policía de Pensilvania halló en su auto dos pistolas calibre ,38, 38.000 dólares en efectivo, un recibo de alquiler a nombre de Morris Black y una provisión de mariguana.En febrero extraditaron a Durst a Texas, y ante el tribunal se declaró inocente del asesinato de Black. "Lo único que pudimos averiguar es que tenían una mala relación como vecinos; discutían mucho por tonterías", comenta Cazalas, quien admite que los investigadores aún deben esclarecer el móvil del crimen. El 27 de marzo el propio Durst insinuó un motivo cuando inesperadamente, por medio de su abogado, anunció que solicitaría un cambio de declaración y alegaría inocencia por defensa propia y accidente.Al enterarse de la detención de Durst en Texas, Jeanine Pirro, fiscal de distrito del condado de Westchester y supervisora de la investigación sobre el caso de Kathie Durst, comentó: "Sigo notando sorprendentes semejanzas entre lo que presuntamente sucedió en Texas y lo ocurrido en este condado".Todos estos acontecimientos les han infundido renovadas esperanzas a los parientes de Kathie Durst. "Muchos de nosotros pensamos siempre que ese hombre era propenso a la violencia", señala Jim McCormack, "y creemos que los dos últimos años de intensa presión por los que pasó lo trastornaron y lo llevaron a un comportamiento más irracional. Estamos ansiosos de ver por fin resuelto este doloroso asunto".En efecto, son muchos los que esperan que se cumpla ese deseo.