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enero 17, 2023
"¿Hasta cuándo va a creer que don Roberto se reúne con los del banco los domingos por la noche?"", le preguntó la Domi a mi tía Eulogia. Y le aconsejó cómo reemplazar al marido...
Por Elizabeth Subercaseaux.
La Domitila regresó de su salida un lunes y se encontró con mi tía Eulogia sentada en la escalinata de la casa, con esa cara desesperada que ponen las mujeres cuando el marido, que debió haber vuelto de la reunión con los del banco el domingo por la noche, no vólvió. Todas las mujeres del mundo saben que si el marido no ha vuelto de la reunión con los del banco el domingo por la noche no es porque esté silencioso y tieso en una camilla de la morgue, ni porque los del banco lo hayan retenido más tiempo de lo necesario y mucho menos porque lo haya atropellado un auto. Primero, porque los del banco no se reúnen los domingos, y segundo, porque a los maridos casi nunca los atropella un auto.
La cosa es que la Domitila la encontró en la escalinata, con la vista perdida en el horizonte y una cara de profunda tristeza.
—¿Qué le pasa?
—Lo mismo de siempre, Domi, Roberto estuvo reunido con los del banco todo el día de ayer y no volvió.
—En los casi 20 años que llevo trabajando con usted, esto mismo ha pasado 120 veces. ¿Hasta cuándo le va a creer que los domingos se reúne con los del banco?
—¿Y qué saco con creerle o no creerle, si lo hace de todas maneras? —dijo mi tía, al borde de un ataque de llanto—. ¿Qué quieres que haga?
—Jugar canasta.
—¿Qué?
—Jugar canasta, le digo. En lugar de estar ahí sentada con esa cara de fruta seca, ¿por qué no invita a tres amigas y juegan canasta? Las mujeres casadas con hombres que desaparecen los domingos tienen dos opciones: o se separan o juegan canasta, y como usted no va a separarse nunca, juegue canasta.
—¡Pero si no sé!
—Yo le enseño, pues.
—¿Y crees que la canasta va a solucionar mi problema?
—Naturalmente, señora Eulogia. Mire, cuando usted juegue canasta, lo único que va a interesarle en el mundo será juntar 7 comodines, que haya un joker en el pozo, que su compañera le tienda un cuatro, que la otra no cierre canasta y que los tres rojos le salgan a usted y no a su vecina, ¿y quiere que le diga una cosa? A Don Roberto y a la flaca de la esquina les va a dar lo mismo, créame. Para aventarse a una flaca no hay mejor que olvidarla, y jugando canasta una se olvida hasta de su nombre. Además, el tiempo vuela, la vejez no importa y los hombres no cuentan. ¿Qué más quiere?
Mi tía la escuchaba con mucha atención.
—La canasta es mucho más saludable que un amante, se lo digo yo que de estas cosas sí sé. No hay que andar escondiéndose, no se transforma nunca en marido, no cuesta plata ni se va con otra —siguió la Domi.
"Tal vez esta sea mi oportunidad de ser feliz", se dijo mi tía esa noche. "A lo mejor la Domi tiene razón. Yo necesito distraerme, hacer algo, pensar en otra cosa, olvidarme de Roberto por un rato. El adminículo más importante de mi vida en este momento es un pañuelo y eso no puede ser. Estoy poniéndome vieja como todo el mundo, pero no es obligación ser una mujer amargada ni pasar llorando. Desde mañana me pongo a jugar canasta".
Así fue como la inefable Domitila, que es sabia por naturaleza y que no hay nada de este mundo ni del otro que no sepa o intuya o adivine (independiente de que a veces adivine mal) le enseñó a jugar canasta y a partir de ese día la vida de mi tía Eulogia sufrió un vuelco considerable.
A las 3 de la tarde en punto llegaban sus tres amigas canasteras, se instalaban en el living y jugaban sin parar hasta muy entrada la noche. De las tres, una estaba separada, la otra no le hablaba al marido desde que le encontró un recibo de un abrigo de piel que ella nunca vio, y la tercera era viuda. En cuanto a mi tía Eulogia, en ese momento de su existencia podría decirse que su estado era semicasada con un Roberto compartido en partes iguales con la flaca de la esquina.
Las tardes pasaban volando, tal como había pronosticado la Domi. Una de las amigas olvidó completamente a su marido muerto, como si el finado no hubiera existido. "¿Cómo era que se llamaba?", les preguntó un día, mientras cerraba canasta de limpia de ochos. La otra no sólo olvidó el recibo del abrigo de piel, sino que llegó a creer que ella misma se lo había inventado. La separada abandonó a un hombre millonario con el que estaba saliendo, porque desde que empezaron las canastas no encontraba un momento libre para verlo. Con respecto a mi tía Eulogia, la flaca y Roberto dejaron de importarle, como si no los hubiera conocido, y no podía creer que a veces la solución a problemas que parecen graves se encuentra al alcance de la mano.
—Si alguien me hubiera dicho que el marido era reemplazable por un mazo de naipes, un apuntador y tres amigas no me habría casado nunca. Miren la cantidad de problemas que me habría evitado —decía mi tía feliz de la vida, y la Domi la observaba con el rabillo del ojo, pensando que era una maravilla darse cuenta de que un marido ausente podía reemplazarse. "Lo más importante es tener pasión por algo", se decía observándolas. "Una mujer sin pasión es lo mismo que un mar sin agua".
Lo cierto es que la vida de mi tía cambió para mejorar. Pero lo que no hemos dicho fue lo que empezó a pasarle a Roberto. Bueno, Roberto, que no tenía cuarto de canasta ni nada por el estilo y para quien la flaca nunca fue algo más que un sano y liviano entretenimiento de unos domingos y los miércoles después de almuerzo, llegaba a su casa y entre las canasteras y la Domi lo hacían callar.
—No nos hables, que Carola está a punto de cerrar canasta de comodines. ¡No hagas ruido! Marijosé acaba de llevarse un pozo lleno de canastas. No preguntes nada, que de esta jugada depende mi suerte de toda la tarde.
—¿Podría hacerse el café usted mismo, porque estoy ocupada viendo a las señoras jugar? —le decía la Domi.
Y llegó un momento en que Roberto tuvo que hacerse no sólo el café, sino la comida, la cama y una vez tuvo que plancharse una camisa que necesitaba para una reunión con los del banco (y esta vez sí era una reunión con los del banco).
—Estoy cansado —decía— esto no es vida. ¿Cómo es posible que llegue a mi casa y todas las mujeres estén sentadas jugando canasta, en lugar de ocuparse de lo que les corresponde?
—Es una sana manera de divertirse —replicaba mi tía Eulogia— y lo único que a una le corresponde en la vida es tratar de ser feliz, así que haz el café y déjate de reclamar.
A los tres meses la situación se tornó seria. Mi tía empezó a jugar canasta en las casas de las otras tres. Se turnaban. Una semana en la casa de una, otra en la casa de otra. Comenzaron a participar en torneos, en uno de los torneos ganaron un premio para un viaje a Miami y partieron las cuatro. Allá jugaban canasta en el día, y de noche bailaban en una discoteca con los compañeros del torneo.
—Nunca en toda mi vida he sido más feliz —declaraba mi tía con los ojos brillantes.
—Ni yo tampoco —decían las otras tres.
—Mira, Eulogia —le dijo Roberto a la vuelta—, vas a tener que elegir: la canasta o yo.
—La canasta —dijo mi tía sin pensarlo dos veces.
Entonces Roberto convocó a la Domi a su escritorio.
—¿Tú le enseñaste esta estupidez a Eulogia?
—¿Cuál estupidez?
—La canasta.
—La canasta no es ninguna estupidez, don Robe, es un juego para señoras con maridos que desaparecen los domingos. ¿Qué le encuentra de estúpido jugar cartas, mientras el marido está entretenido con la flaca de la esquina?
—Yo no tengo nada en contra de que Eulogia se entretenga, pero esto no es un entretenimiento, esto es un abandono. Se la pasa en otras casas, ahora va a empezar a viajar, este otro mes tiene un torneo en Monterrey. En esta casa nunca hay café, ni pan, nadie ha encerado el piso, porque tú te la pasas mirándolas jugar. ¿No podrías interceder por mí y sugerirle a Eulogia que no se tome las cosas tan a la tremenda?
—Haré todo lo que pueda —dijo la Domi, quien por supuesto no hizo nada.
Roberto acudió a la flaca.
—Me estoy quedando sin esposa —le dijo, compungido.
—Espero que estés equivocado, Robe porque en el minuto en que te quedes sin esposa, yo me largo.
—Pero, flaca... ¿Qué les pasa a las mujeres estos días? ¿No te casarías conmigo?
—No, señor. Nosotros tenemos un acuerdo de los miércoles y algunos domingos, hasta que las velas no ardan, pero nada más.
La flaca, que no tenía el menor interés en casarse ni con Roberto ni con nadie, empezó a temer que mi tía se consumiera en la locura de la canasta y terminara separándose de Roberto, así que llamó a la Domi y le preguntó si la aceptarían en el juego.
—Que venga —dijo mi tía, a quien a estas alturas la flaca le daba lo mismo.
Y así fue como la flaca se integró al grupo a partir de un martes por la tarde.
Ese martes, cuando Roberto regresó de la oficina y se encontró con la flaca, mi tía Eulogia y otras dos amigas sentadas ante la mesa jugando, creyó que le daba un infarto.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó a la flaca.
—Estoy jugando canasta, ¿no lo ves? —dijo la flaca tirando un tres negro.
—Sí, pero ésta es mi casa y ésta es mi señora —balbuceó Roberto.
—Usted ya no tiene casa, ni señora —le dijo la Domi.
—Ni amante —dijo la flaca.
—¡Canasta de comodines! —gritó mi tía en ese momento, y la flaca se levantó de la mesa y le dio un abrazo.
—¡Bravo, Eulogia! Jugaste como una reina.
"¡Qué poco se necesita para liberarse!", pensó la Domi. "Tres amigas, un mazo de naipes y se acabó".
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 29 DEL 2001