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octubre 18, 2022
Corría el año de 1995, cursaba el 4to año de la escuela primaria. Tuve que cambiar de institución debido a que nos mudamos de casa. Era una escuela religiosa. No me agradaba ese sistema, pero mis padres aseguraban que necesitaba esos conocimientos para completar mi formación.
Como en cualquier escuela primaria, circulaban rumores acerca de sucesos paranormales, especialmente los relacionados al último baño (tanto en el de niñas, así como en el de niños); pero no todos estábamos al tanto de dichas “leyendas”.
Ya todos los alumnos habían partido rumbo a sus casas o bien, los padres habían llegado por los más pequeños. Tan sólo quedábamos mi hermano menor y yo; claro, además de las monjitas de la institución.
Dado a que él era niño no podía acompañarme al tocador de niñas, por lo que tuve que ir sola. Le pedí que permaneciera en ese sitio hasta que regresara, que por nada del mundo se alejara.
Cuando me encontraba lavando mis manos, las luces comenzaron a fallar, era como si un niño travieso jugara con el interruptor. Me pareció un tanto extraño y un escalofrío recorrió mi espina dorsal, sentía el sudor frío recorrer mi cuerpo. Pronto, el establecimiento comenzó a perder calor, podía ver mi propio aliento.
Las puertas de los baños se cerraban una tras otra con un fuerte golpe. Intenté huir de ese lugar, pero no podía moverme. De un segundo a otro la luz se cortó y quedé en total oscuridad. Un chirrido estridente quebró el silencio.
Acompañando al tétrico chirrido, venía de fondo una melodía parecida a las cajas de música que guardan las abuelas, sólo que más distorsionada. Era tanta mi angustia de no poder ver absolutamente nada, a más de escuchar esa serie de sonidos escalofriantes, que creí me volvería loca.
Pude escuchar que la puerta del último baño se abría lentamente, una pequeña luz amarillenta brotaba de aquel cubículo. Lentamente se alcanzaba a vislumbrar una sombra delgada y alargada; unos dedos esqueléticos se posaron en el marco de la puerta, las uñas eran negras. Rápidamente el hedor me invadió y sentí nauseas.
Antes de que pudiera percatarme, un cuerpo de mujer esbelta se hallaba frente a mí: era alta, de buen cuerpo, llevaba puesto un traje de bailarina en tono rosa pálido y un voluminoso tul con muchos holanes, el traje hacía juego con sus ballerinas rosadas. Al alzar más la vista pude notar que del cuello le brotaba sangre. Aquel ser, si es que se le puede llamar así, no disponía de cabeza, pero del hueco de su cuello sobresalía un espiral de dientes afilados.
Grité lo más fuerte que pude, pero nadie acudía a mi ayuda. Retrocedí unos cuantos pasos hasta que choqué con la puerta principal, intenté girar la perilla para lograr salir, fue en vano.
La bailarina se acercaba a mi dando giros y alguno que otro movimiento propio del ballet. Logró llegar hasta donde yo me encontraba, extendió sus manos y las colocó alrededor de mi cuello, asfixiándome. Del espiral de dientes se asomó una lengua larga, con ella recorrió mis brazos llenándolos de llagas muy dolorosas. Alguien golpeó la puerta y la criatura me dejó caer bruscamente contra el concreto. Tardé unos minutos en recuperar el aliento, cuando alcé la vista, la bailarina se había esfumado y el clima del baño regresó a la normalidad.
Una de las monjitas forzó la puerta hasta lograr entrar, al verme en el suelo, con las llagas en mis brazos y mi piel pálida, preguntó qué me había pasado. Yo traté de explicarle lo que me había ocurrido y sintiendo a la vez temor de que pensara que estaba drogada.
¡Ella no se inmutó! Tal parece que no era la primera vez que escuchaba esa historia. Me pidió que no le revelara a nadie lo que había sucedido. Días después me mandó a llamar a su oficina. Me mostró una serie de fotografías antiguas, en ellas se mostraban los actores de un circo un tanto extraño, justamente el nombre del mismo era: "Strange Circus". Los artistas eran los comunes: Payasos, mimos, traga fuegos, trapecistas, entre otros.
Todos compartían algo en común: les hacía falta alguna parte del cuerpo y cada uno tenía amputada una parte diferente. Una foto en particular le hizo dar un vuelco a mi estómago y recorrió un pesado escalofrío por todo mi ser: era la bailarina que le faltaba la cabeza.
Fuente del texto:
BookNet