Publicado en
febrero 10, 2013
EN 1948 el novelista norteamericano William Faulkner garrapateó la siguiente respuesta al pie de la carta de un viejo amigo que deseaba hacer una semblanza del autor para la revista The New Yorker: "¡No, por favor! Ven a visitarme cuando gustes, pero nada de artículos acerca de mí, porque estoy haciendo lo imposible por realizar la ambición de mi vida: ser el último individuo en la Tierra que hace su vida en privado; y espero verme coronado con el éxito, pues no parece existir competidor para ese puesto".
—Cartas selectas de William Faulkner, publicadas por Joseph Blotner
MIENTRAS duró su reclusión en el Hotel Desert Inn, de Las Vegas (Nevada), el multimillonario Howard Hughes solía pedir los mismos platillos durante temporadas largas. En cierta época, según Gordon Margulis, su ayudante de confianza, dio por tomar helado de plátano con nueces en cada comida, por lo que sus empleados procuraban tenerlo siempre a mano.
Cierto día, cuando estaba por agotarse la golosina, se percataron de que la fábrica había dejado de elaborar ese sabor. Sudaron la gota gorda, hasta que consiguieron que los fabricantes hicieran un lote especial del helado en cuestión: 1325 litros, la cantidad mínima que podían surtir. "Con aquel pedido", cuenta Margulis, "había ya suficiente para el resto de la vida de Hughes".
Sin embargo, al día siguiente, tras tomar el helado, el multimillonario declaró: "Este sabor es magnífico, pero ya es tiempo de probar otro. En adelante, quiero de vainilla francesa".
—J.P.
DESPUÉS que se sometió, en el otoño de 1976, a cirugía por cáncer de la vejiga, el senador estadounidense Hubert Humphrey no se sintió contento con su aspecto. "He perdido peso y cabello. Parezco otro", comentó algunos meses después. "A veces, durante unos diez segundos, o, a lo máximo, un minuto, me repito frente al espejo que parezco un borrachín. Pero en seguida me reprendo severamente, y me recuerdo que no tengo tiempo para esas necedades".
—D.Z.
HENRY EPHRON, escritor de Hollywood, relata la siguiente anécdota acerca de Katharine Hepburn, quien en cierta ocasión tuvo que aguardar en Gander (Terranova) a causa de una demora en la salida de su avión. Ephron escribe:
Lo más lógico, en esos casos, es dedicarse a comprar whisky y chaquetas escocesas libres de impuestos, o jugar a las cartas. Pero la Hepburn prefirió alquilar una bicicleta y salir a conocer el lugar. Recorría un camino, cuando un campesino la llamó desde lejos. La actriz se paró. "No la he detenido por ser usted Katharine Hepburn", le dijo aquel hombre una vez que estuvo cerca, "sino porque tengo un recado para su padre. Él me operó hace 20 años, y quisiera informarle que desde entonces no me he sentido enfermo un soló día".
A la Hepburn las cosas no le suceden porque sí: son obra suya. ¿A quién más se le hubiera ocurrido alquilar una bicicleta en Gander?
—We Thought We Could Do Anything
EN LA televisión preguntaron cierto día a Francesco Carnelutti, uno de los más eminentes abogados de Italia, el secreto de su éxito. "Mi esposa", respondió. Al observar la sorpresa de su interlocutor, agregó: "Ella nunca estudió derecho. Jamás se entremete en mi trabajo, ni me pide ni me da consejos, pero llena mi vida con su presencia. Se anticipa a mis deseos, adivina mi estado de ánimo, atiende a mis arrebatos siempre encuentra la palabra adecuada. Por la noche, mientras consulto mis papeles, mi mujer se sienta a tejer a mi lado sin decir palabra. El rumor de sus agujas es el mejor tranquilizante que conozco; rompí la tensión y me comunica una infinita sensación de estabilidad. Sin mi esposa, estaría perdido. Con ella me siento capaz de todo".
—O.I.
DURANTE el rodaje de la película The Producers, el voluble Mel Brooks se puso a vociferarle a Zero Mostel, protagonista de la obra. Este, para interrumpirlo, respondió con voz serena y resonante:
—Me retiro a mi camerín. Cuando se le haya pasado la rabieta podrá usted llamar a mi puerta, y entonces volveré al foro.
—¡De manera que se retira a su camarín! —exclamó el otro—¿Quiere decir que se quedará alli mientras se desperdician miles de dólares, y que no volverá hasta que se me haya pasado el berrinche y haya yo tocado a su puerta?
Mostel asintió.
Entonces, Brooks, repentinamente sosegado, levantó una mano, y anunció:
—Ya me pasó la rabieta.
—L.M.
CARICATURA DE AL HIRSCHFELD