LA RISA, REMEDIO INFALIBLE
Publicado en
abril 23, 2021
CIERTA señora estaba tratando de inculcar las primeras nociones de aritmética a su hijo:
—Pon atención, si vas a un almuerzo campestre con el abuelo, la abuela, Ruth y María, ¿cuántas Coca-Colas debes llevar?
Después de pensarlo un rato, el muchacho contestó:
—Cuatro.
—No, cinco —corrigió la madre.
—Cuatro —insistió—: yo tomo Pepsi-Cola.
—A.S.
ESTA CASA tiene sus ventajas y desventajas —explicaba el vendedor—. Y para demostrarles mi sinceridad y honradez, comenzaré por señalar las segundas. A menos de un kilómetro hacia el occidente queda el matadero; al norte, una fábrica de caucho; dos calles hacia el oriente, una planta de purificación de aguas negras; y hacia el sur, una fábrica de vinagre.
—Bueno, ¿cuáles son las ventajas? —balbució el presunto comprador.
—Uno siempre puede saber de qué lado sopla el vienyo.
—L.A.T.S.
UNA DAMA fue a comprar un perfume. Le explicó a la dependienta que deseaba despertar el interés de cierto joven que recientemente había conocido, y pensaba que alguna fragancia delicada la ayudaría.
—Pero no deseo nada muy costoso —explicó—. Quiero que sea una pelea justa.
—J.R.
DOS CHIQUILLOS discutían el tema obligado de cada Navidad.
—¡Que no hay ningún Santa Claus! Son los papás.
—No, no es cierto. También hay un Santa Claus. Mis padres solos no hubieran podido comprarme tantos cachivaches.
—J.D.
EN CIERTA revista apareció el siguiente anuncio: ¡FELIZ VASECTOMIA, ERIC! Tu amante esposa y tus hijos Cristina, Jorge, Aída, Carolina, Yolanda, Juana, Flor, Susana, Anita, Patricia, Ramón, Laura, Antonio, Sergio, Francisco, Luisa y Olivia.
—R.S.
UN SEÑOR pasaba por una pescadería frente a la cual había dos barriles de langostas. En uno cobraban tres dólares por pieza, y en el otro, cuatro. Mientras él los contemplaba, una de las langostas de tres dólares se pasó al barril de los crustáceos más finos, subiendo por el costado y cayendo entre sus congéneres más aristocráticos.
"Ah", suspiró el caballero, "esto sólo se ve en América".
—P.S.
CIERTA joven se encontraba en el banquillo de los testigos en un caso de accidente. El abogado de la compañía de seguros, con ánimo de confundirla o enfadarla para que incurriera en alguna declaración contradictoria, le preguntó con ironía:
—Y al comenzar a caer el ascensor, ¿supongo que pasaron ante su mente todos los pecados de su juventud?
—No sea absurdo, el ascensor sólo cayó nueve pisos.
—Q.M.
—ESTOY sumamente avergonzada de cómo vivimos —se quejaba una esposa ante su marido—: Mamá nos paga el arrendamiento, mi tía nos compra la ropa y mi hermana nos manda dinero para el mercado. Me avergüenza que nosotros no aportemos más.
—Sí —dijo el esposo—, debes avergonzarte, ya que tienes dos tíos que no te mandan ni un céntimo.
—W.K.P.
UNA DAMA que regresaba a casa después de un viaje tenía que trasbordar en Atlanta. Mientras esperaba en el aeropuerto visitó el salón de señoras. Al momento de salir se abrió repentinamente la puerta y entró un borracho.
—Un momento, señor —dijo indignada la mujer— ¿a dónde cree que va?
Abriéndose paso zigzagueante hacia los servicios, le respondió el beodo:
—A Pittsburgo, señora... A Pittsburgo.
—J.D.
EXAMEN de historia en bachillerato:
—¡A ver, aquel que está cerca de la puerta! ¿Cuándo ocurrió la batalla de Trafalgar?
—No lo sé.
—Pero sabrá la fecha de la de Waterloo.
—¿Waterloo? Ni idea.
—Veremos, ¿quién incendió Roma?
—No sé nada de eso.
—Entonces, ¿qué hizo usted anoche en vez de repasar los libros?
—Estuve jugando al tute.
—¡Muy bonito, hombre! ¡No sé a qué viene usted aquí, entonces!
—He venido a poner una bombilla. Soy el electricista.
—Augusto Cuartas, en Curiosidades del Lenguaye, Editorial Paraninfo, de Madrid (España)