JUGUETÓN GENIO DE LOS MARES
Publicado en
noviembre 18, 2019
Los delfines se relacionan con nosotros de maneras asombrosas. ¿Cómo sería el mundo sin ellos?
Por Per Ola y Emily D'Aulaire.
EN EL LABORATORIO de Mamíferos Marinos de la Cuenca de Kewalo, en Hawai, el psicólogo y director de la institución, Louis Herman, incita a un delfín a demostrar sus habilidades. Mediante señales de manos y brazos, Herman le pregunta: "¿Está la pelota en el agua?" El delfín presiona correctamente una tablilla que significa "sí".
El psicólogo le pide que empuje la pelota hacia un aro. El animal obedece. Luego, el hombre le ordena que vuelva a hacerlo, pero esta vez quita el aro.
Herman espera que el delfín se muestre confundido o que, a lo sumo, presione la tablilla que significa "no". Sin embargo, el animal lleva el balón hasta la tablilla "no" y se detiene allí. De hecho, está diciendo: "Puedo realizar la primera parte, pero no la segunda. porque el aro no se encuentra aquí".
Hernian se queda pasmado. "Es una respuesta no aprendida, ideada por el delfín", afirma. "Jamás nos hubiéramos imaginado que el animal pensaría el problema en esos términos".
A unos 8000 kilómetros de distanda, en las cálidas aguas de las Bahamas, el biólogo marino Steve Leatherwood observa a un delfín hembra que se aproxima a su goleta de investigación, la Jennifer Marie, fletada por Expediciones de la Sociedad Oceánica. Uno de los tantos que han estado regresando al mismo sitio durante años, el delfín nada lentamente alrededor del barco y se detiene donde Leatherwood y un asistente suyo flotan en el agua.
Ante la atónita mirada de los dos biólogos marinos, el delfín empuja con suavidad hacia ellos a una cría recién nacida; luego se aleja unos cuantos metros y espera. Más tarde, Leatherwood comenta: "Fue como si el animal hubiera dicho: Personas, este es mi cachorro. Cachorro, estas son las personas. Cuanto más tiempo pasamos con estas criaturas, más aumenta nuestra impresión de que tienen una afinidad natural con el hombre".
Al otro lado de la corriente del Golfo, en el Centro de Investigación de Delfines de Cayo Grassy, Florida, el psicólogo David Nathanson se mete en el agua, llevando en brazos a Billy Rainer, de cinco años, que nació con síndrome de Down. Al sonar el silbato de un entrenador, un delfín llamado Aleta se aproxima batiendo el agua.
Nathanson enseña al niño el dibujo de un tobogán en un campo de juegos.
—¿Qué es esto? —pregunta. Billy se revuelve en los brazos de Nathanson—. Si quieres jugar con Aleta, debes decir la palabra— insiste el psicólogo.
—Tobogán —dice finalmente el muchacho.
Por encima de ellos, en el muelle, la madre de Billy aplaude encantada. Es la primera vez que el niño identifica sin ayuda el objeto dibujado.
Como recompensa, Nathanson coloca a Billy sobre la aleta dorsal del delfín para que ambos den un breve paseo por el estanque. "Se ha entablado entre ellos una relación de armonía que no puedo explicar", comenta Nathanson. "Los animales lo tratan con gentileza, como si comprendieran que es diferente. A su vez, Billy se siente motivado a aprender".
En estudio tras estudio, los científicos están descubriendo información nueva y sorprendente acerca de estos misteriosos mamíferos. Han confirmado que los delfines realmente "hablan" entre ellos, que silban sus propios "nombres" y los de otros integrantes de su manada. Se auxilian mutuamente cuando se hallan en problemas. Como los murciélagos, emplean ondas de sonido para "ver" y, por el eco, pueden localizar un objeto del tamaño de un puño en aguas oscuras a cien metros de distancia. Debido a estos y otros incontables hallazgos, muchos científicos clasifican ahora a los delfines entre los animales más inteligentes de la Tierra.
Bocanada de humo. Para observar más de cerca a estas asombrosas criaturas, pasamos una semana a bordo de la Jennifer Marie, con Leatherwood y la bióloga marina Pamela Byrnes. Una de nuestras tareas consistía en entretener a los delfines que se acercaban, a fin de que se detuvieran el tiempo suficiente para que los fotografiaran y catalogaran. Siempre que oíamos el grito: "Delfines!", tomábamos las máscaras, los tubos de respiración y las aletas y nos zambullíamos en el agua. Los animales se nos aproximaban, mostrando tanta curiosidad por nosotros como nosotros por ellos, y emitían unos chasquidos agudos, que sonaban como dos globos mojados que se frotaran entre sí. Con un peso de hasta 140 kilos y una longitud que alcanza los dos metros, los animales nadaban tranquilamente en círculos, a unos centímetros de nuestras máscaras, mientras nos observaban con sus ojos oscuros y acuosos.
Como submarinos provistos de sonar, lanzaban sonidos contra nuestros cuerpos para examinarnos. Sus frentes, llamadas melones, contienen tejido adiposo que concentra las ondas de sonido en finos rayos. El ruido resultante puede llegar a los 230 decibeles, suficiente para aturdir a los peces.
A los delfines les encanta imitar, y los animales que encontramos no tardaron en adoptar esta conducta. Si nadábamos de espaldas, también lo hacían ellos. Si buceábamos, nos seguían. Este talento puede alcanzar límites extraordinarios. Cierta vez, un entrenador arrojó una bocanada de humo de su cigarrillo contra la ventana de un tanque de observación. Un joven delfín se apresuró a acercarse a su madre, estuvo mamando unos instantes y escupió un chorro de leche contra el vidrio. Estaba copiando la "bocanada de humo".
Aun más sorprendente es la facultad de los delfines para comprender el lenguaje mímico. Uno de los ejemplares de Herman domina más de 50 palabras por gestos, e incluso algo de gramática y sintaxis. Por ejemplo, entiende la diferencia entre "lleva la tabla de surf a la persona" y "lleva a la persona a la tabla de surf". Herman comenta: "Apenas estamos dando los primeros pasos para conocer la inteligencia de estos animales y nuestra capacidad para comunicarnos con ellos".
En un experimento, dos colegas de Herman mostraron un Frisbee (disco que se lanza y se atrapa), una pelota y otros objetos a un delfín, acompañando a cada uno con un tono específico. El animal no tardó en aprender a imitar los sonidos y a asociarlos con el objeto correspondiente. Más adelante, los investigadores mostraron el Frisbee o la pelota sin emitir los sonidos, y el animal respondía silbando el tono correcto.
Los científicos estudian cómo utilizan los delfines esta capacidad para "hablar" en su medio natural. "Cada delfín", explica Peter Tyack, científico del Instituto Oceanográfico de Woods Hole, Massachusetts, "posee su propio silbido de identificación". Entre las más de 30 especies de delfines de todo el mundo, las manadas pueden contar con más de 1000 individuos, y estos "nombres" permiten que un miembro del grupo comunique a los demás quién es y dónde se encuentra.
Los delfines también son capaces de imitar las identificaciones de otros. Al combinar su propio silbido con el de otro animal, un delfín puede, en efecto, decir: "Oye, Juan, soy yo, Pedro, y estoy acá". La duración o el tono del silbido puede añadir más información: "Pedro, soy yo, Juan, estoy acá y tengo problemas". Observa Tyack: "Hasta donde sabemos, los seres humanos y los mamíferos marinos como los delfines son los únicos animales que modifican lo que dicen en respuesta a lo que escuchan".
Buenas niñeras. Los problemas de "Juan" pueden ser tiburones, orcas o, peor aún, un barco pesquero. En realidad, en los últimos tres decenios, la pesca comercial ha mermado en gran medida la población mundial de delfines. Cuando los pescadores descubrieron que los cardúmenes de atún de aleta amarilla nadaban debajo de las manadas de delfines, los buques pesqueros comenzaron a usar a estos últimos como indicadores para lanzar sus enormes redes circulares. Con este procedimiento, atrapaban también a los delfines, y para 1990 habían ya perecido millones de ellos.
Cuando se difundió la noticia del desastre, la indignación del público obligó a la industria alimentaria estadunidense a tomar medidas. En 1990, las principales procesadoras de atún anunciaron que ya no comprarían a las flotas que "arrojaran redes sobre los delfines". Aunque las flotas atuneras de algunos otros países continúan con esa práctica, más del 90 por ciento del mercado de Estados Unidos ha cerrado sus puertas al atún así conseguido.
No obstante, aún subsiste otra gran amenaza: la red rastrera. Todas las noches, en el Pacífico Norte, cientos de buques pesqueros asiáticos tienden estas "cortinas de muerte", que miden hasta 80 kilómetros de largo. Mientras flotan a la deriva en las corrientes, barren toda la vida marina que encuentran en su camino. Hay una resolución de la Organización de las Naciones Unidas que busca suprimir por completo la pesca con redes rastreras para finales de 1992.
A pesar de la carnicería, los delfines siguen sintiéndose atraídos por los seres humanos. Abundan las anécdotas acerca de delfines que empujan a tierra a los marinos sobrevivientes de algún naufragio. Sin embargo, la mayoría de los investigadores se muestran escépticos con respecto a estas versiones.
"Lo cierto es", afirma Leatherwood, "que a los delfines les gusta jugar con cualquier cosa que flote en el agua. Puesto que viven en el mar, no es posible que comprendan que los seres humanos necesitan regresar a tierra. Además, sólo nos enteramos de las historias con final feliz. ¿Quién sabe cuánta gente se vio empujada en dirección errónea?"
Sin embargo, no hay duda de que los delfines se socorren mutuamente. Cuando se produce un nacimiento, las hembras se apiñan alrededor para alejar a los tiburones. Más tarde, cuando la madre sale en busca de alimento, cuidan a la cría nadando en una formación que asemeja un corral, de suerte que adentro el cachorro puede jugar a salvo.
Incluso estos animales tratan, generalmente sin éxito, de rescatar a un cachorro atrapado en la red de algún pescador. También trabajan juntos para conseguir comida, rodeando un cardumen y obligándolo a salir a la superficie, donde la manada pueda alimentarse a placer.
"Los delfines deben cooperar entré sí porque son animales de sangre caliente que respiran y viven en un medio que para ellos es básicamente hostil", explica Peter Tyack. "Hay que tomar en cuenta que ni siquiera respiran automáticamente. Necesitan subir a la superficie y realizar un esfuerzo consciente por cada aspira-ción y espiración".
Despertar de una mente. La inteligencia de los delfines y su afinidad con los seres humanos inspiró el innovador proyecto de Nathanson en el Centro de Investigación de Delfines. Allí, con la ayuda de 15 delfines, el psicólogo trabaja con niños y adultos que padecen síndrome de Down, hidrocefalia, parálisis cerebral, distrofia muscular y lesiones en el cerebro o en la columna vertebral.
Cuando Deane-Paul Anderson, de seis años, llegó por primera vez con Nathanson en 1989, no podía pronunciar ni una palabra. Nacido con síndrome de Down, era un niño tímido y solitario. Hoy, gracias a sus sesiones semanales con Nathanson y los delfines, es parlanchín y extravertido. "Los delfines abrieron una puerta a su mente, y Deane-Paul salió por ella con alegría", recuerda su madre.
Mientras tanto, entre quienes siguen explorando los misterios del extraordinario delfín aumenta la preocupación por su futuro. Ya ha desaparecido el 80 por ciento de los delfines giradores, una especie notable por sus espectaculares saltos y giros. Otras especies de delfines po-drían sufrir el mismo destino, lo cual sería una tragedia.
Confirmamos esto hace unos pocos años, mientras buceábamos con tubo de respiración junto a un pequeño barco en los cayos de Florida. Habíamos trepado a bordo para descansar cuando, repentinamente, a nuestro alrededor el mar se llenó de delfines. Varios de ellos brincaban y giraban, rociándonos de agua. Eran tan fuertes y gráciles y exudaban tal alegría, que reímos felices. Durante unos 20 minutos estuvieron tejiendo su magia a nuestro alrededor. Y luego, tan súbitamente como habían llegado, se marcharon. El mar parecía ahora vacío y sin vida. Incluso las chispas del sol entre las olas se antojaban apagadas. ¿Así será el mundo, nos preguntamos, si algún día desaparecen los delfines?
FOTO: © STEPHEN FRINK / WATERHOUSE