ACELERADOS EN EL INSTITUTO FAIRMONT (Vernor Vinge)
Publicado en
mayo 22, 2017
JUAN GUARDABA LAS PILDORITAS AZULES EN un rincón escondido de su dormitorio. Eran verdaderamente diminutas, creadas a medida por un laboratorio que no veía la necesidad de utilizar excipientes inertes ni envases atractivos. Y Juan estaba bastante seguro de que eran azules, salvo que, por una cuestión de principios, trataba de no mirarlas, incluso cuando estaba offline. Una sola píldora por semana le daba la ventaja que necesitaba…
En el Instituto Fairmont, la semana de exámenes finales siempre era un caos. El lema de la escuela era “Intentamos con todas nuestras fuerzas no volvernos obsoletos”… y los chicos suponían que eso se aplicaba al cuerpo docente más que a cualquier otra cosa. Este semestre habían sobrevivido a la primera mañana —el examen de matemáticas de la Sra. Wilson— sin ningún obstáculo, pero ya por la tarde el personal estaba perfeccionando las cosas: el Director Alcalde programó una asamblea física para la hora en que los alumnos debían estar haciendo sus tareas.
Apilaron a casi todo el octavo grado en el desvencijado salón de reuniones de madera. Alguna vez, este sitio se había usado para exhibiciones ecuestres. Juan pensaba que todavía se podía sentir el olor de esa época. Unas diminutas ventanas asomaban a las colinas que rodeaban el predio. La luz del sol penetraba en haces a través de los respiraderos y claraboyas. En cierto sentido, el salón era extraño, incluso sin usar aditivos.
El Director Alcalde entró a paso de marcha, con el aspecto exasperado y apremiante de siempre. Hizo un gesto hacia los presentes, solicitando consenso visual. En los ojos de Juan, la iluminación del salón se hizo más tenue y desaparecieron las sombras más profundas.
—Apuesto a que Alcalde anulará el examen desnudo. —Bertie Todd sonreía como siempre lo hacía cuando otra persona tenía un problema—. Me enteré de que hay padres que tienen Grandes Objeciones.
—Perderás la apuesta —dijo Juan—. Ya sabes cómo es el Sr. Alcalde con eso del desnudo.
—Je. Cierto. —La imagen de Bertie se desparramó nuevamente en la silla, al lado de Juan.
El Director Alcalde estaba inmerso en un largo discurso sobre un mundo que cambiaba rápidamente y sobre la necesidad de que Fairmont se revolucionara de semestre en semestre. Al mismo tiempo, nunca debían olvidar el papel central de la educación moderna, que era el de enseñar a los chicos a aprender, a formular preguntas, a ser adaptables… todo ello sin perder el rumbo moral.
Eran cosas muy viejas. Juan escuchaba con una pequeña parte de su atención; principalmente, estaba mirando a la concurrencia. Se trataba de una asamblea física, de modo que casi todos, excepto Bertie Todd, estaban allí presentes. Bertie estaba en remoto, en Chicago; era uno de los pocos alumnos a distancia. Sus padres pagaban mucho más por la inscripción virtual, pero las Escuelas Fairmont tenían buena reputación. De los que estaban verdaderamente presentes… bueno, las frescas caras de trece años eran casi todas reales. La imaginería de consenso del Sr. Alcalde no permitía cosméticos ni ropas falsas. Y, sin embargo, tales reglas no podían imponerse a la perfección: Juan amplificó su visión, accediendo a las desviaciones y desfasajes del panorama. No podía haber demasiado de todo aquello pues al Alcalde le daría un ataque, pero aparecieron fantasmas y grafitis flotando por el salón. Los más asustadizos aparecían y desaparecían en una fracción de segundo, o eran perversiones supersutiles. Pero algunos —el fantasma de dos cabezas que bailaba detrás del podio del Director— duraban largos y gratificantes segundos. El Sr. Alcalde probablemente veía algunas de las burlas, pero al parecer su regla era que mientras los alumnos no aparentaran estar viendo esas faltas de respeto, él tampoco se daría por aludido.
Pues bien, después de encargarse de las obviedades, el Sr. Alcalde fue directo al grano.
—Esta mañana habéis hecho el examen de matemáticas. Casi todos vosotros ya habéis recibido vuestra calificación. La Sra. Wilson me dice que está muy satisfecha con vuestro trabajo; los resultados implican que habrá sólo unas pequeñas modificaciones en el cronograma del resto de la semana. Mañana por la mañana tendréis el examen vocacional. —Ah, sí. Preparaos para aprender algo aburrido, pero para aprenderlo muy, pero muy rápido. La mayoría de los chicos odiaba eso, pero Juan sabía que con las pildoritas azules podría tumbarlo de un solo golpe—. Muy pronto comenzaréis los dos exámenes en colaboración. Tendréis el resto de la semana final para trabajar en ellos. Daré a conocer los detalles más adelante, en esta misma asamblea. En términos generales: habrá un examen ilimitado, en el que podéis usar cualquier recurso legalmente disponible…
— ¡Qué bien! —La voz de Bertie sonó suave en el oído de Juan. En todo el salón se estaban expresando afirmaciones similares, una especie de suspiro comunitario.
La oscura fisonomía del Sr. Alcalde se partió con una sonrisa, cosa rara en él.
—Eso significa que esperamos resultados extraordinariamente buenos de vosotros. —Para aprobar el examen, un grupo debía aportar tres veces el valor de la matrícula por cada miembro del equipo. O sea que aunque pudieran usar cualquier ayuda que lograran incorporar, la mayoría de los alumnos no tenía el dinero suficiente para pagar la promoción de grado—. Los dos exámenes en colaboración se superpondrán con los exámenes habituales de comunicación visual, lengua y habilidades inasistidas. Algunos de vuestros padres han solicitado más actividades en grupo, pero los profesores piensan que cuando se tienen trece años lo mejor es concentrarse en hacer pocas cosas, pero hacerlas bien. Tendréis abundante tiempo para intercambiar sabiduría popular en el futuro. El otro examen en colaboración será… ¿Sí, Srta. Washington?
Patsy Washington se puso de pie y Juan advirtió que ella —igual que Bertie— sólo estaba presente en imagen. Patsy era una alumna de San Diego, por lo que no tenía motivos para estar virtual en una asamblea física. Mmm.
—Verá usted —dijo ella—, antes de que continúe con esto de los exámenes en colaboración, quiero preguntarle sobre el examen de destrezas desnudas.
Bertie le sonrió a Juan.
—Esto va a estar interesante —dijo.
El Alcalde tenía una mirada impasible.
—El examen de destrezas inasistidas, Srta. Washington. La desnudez no tiene absolutamente nada que ver aquí.
—Tal vez sí. —Ahora Patsy hablaba en inglés y sin el leve tono de burla que la había convertido en una reina menor dentro de su círculo. Era su imagen y su voz, pero las palabras y el lenguaje corporal eran muy anti-Patsy. Juan sondeó el tráfico de la red externa. Había mucho, pero constaba en su mayoría de simples consultas/respuestas, tal como podía esperarse. Había unas pocas sesiones circulando desde hacía decenas de segundos; el remoto de Bertie era una de las más antiguas. Otra pertenecía a Patsy Washington o al menos estaba marcada con su certificado personal. En Fairmont, el pirateo de identidades estaba severamente castigado, pero si había un padre detrás de esto, la escuela no podía hacer mucho. Y Juan conocía al padre de Patsy. Tal vez fuera conveniente que Alcalde no tuviera que hablarle en persona. La imagen de Patsy se inclinó torpemente, atravesando la silla que tenía delante—. En realidad —continuó— es peor que la desnudez. Ellos… nosotros… hemos estado rodeados de civilización toda la vida. Somos excelentes en el uso de esa civilización. Pero vuestros intelectuales de mentes teóricas suponen que es agradable quitárnosla de encima y ponernos en riesgo.
—No estamos poniendo en riesgo a nadie… Srta. Washington. —El Sr. Alcalde seguía hablando en español. En realidad, el castellano era el único idioma que le habían oído hablar al director; el Alcalde era un tío bastante extravagante—. Aquí en Fairmont consideramos que las destrezas inasistidas son la máxima protección contra los fallos del sistema. No somos Amish, pero creemos que todos los seres humanos deben ser capaces de sobrevivir en ambientes razonables: sin redes, incluso sin ordenadores.
— ¡Y a continuación nos enseñarán a picar piedra! —dijo Patsy.
Alcalde no hizo caso de la interrupción.
—Nuestros graduados deben ser capaces de apañárselas en caso de suspensión del servicio, de catástrofes incluso. ¡Si no pueden, no los habremos educado como es debido! —Hizo una pausa y miró a los presentes con ojos punzantes—. Pero esta no es una escuela de supervivencia. No os vamos a dejar abandonados en la jungla. Vuestro examen de destrezas inasistidas se llevará a cabo en un sitio seguro escogido por nuestros docentes… tal vez un pueblo Amish, tal vez un suburbio obsoleto. Sea como sea, estaréis bien, en un entorno seguro. Quizás os sorprendan las percepciones que podéis llegar a tener en un contexto de simplicidad completa, a la antigua.
Patsy había cruzado los brazos y estaba devolviéndole a Alcalde la mirada penetrante.
—Eso son tonterías, pero está bien. La cuestión sigue en pie. Los folletos de esta escuela alardean de la enseñanza de destrezas modernas y se supone que estos exámenes en colaboración son para demostrar que han cumplido. ¿Entonces, cómo puede usted decir que un examen es en colaboración, si parte del tiempo vuestros alumnos están privados de toda tecnología? ¿Eh?
El Sr. Alcalde miró fijamente a Patsy por un momento, golpeteando los dedos en el podio. Juan tuvo la sensación de que se estaba desarrollando una intensa discusión entre ellos. El padre de Patsy —suponiendo que fuera él— había traspasado considerablemente los límites de la conducta aceptable. Finalmente, el director meneó la cabeza.
—Malinterpreta usted nuestro uso de la palabra “colaboración”. No nos referimos a que todos los miembros del grupo trabajen al mismo tiempo todo el tiempo, sino a que intercalen el examen entre todas sus demás actividades… igual que lo hace la gente en la mayor parte de los trabajos del mundo real hoy en día. —Se encogió de hombros—. En todo caso, usted tiene la libertad de saltearse los exámenes finales y de llevar su expediente a otra parte.
La imagen de Patsy asintió con un leve movimiento de cabeza y se sentó abruptamente, con aspecto abochornado; era evidente que su papá le había devuelto el control… ahora que ya había usado su imagen y la había hecho quedar como una tonta. Joder.
Bertie parecía remotamente enfadado, aunque Juan dudaba que tal cosa tuviera algo que ver con que sintiera pena por Patsy.
Un momento después, el Sr. Alcalde continuó:
—Quizás este sea un buen momento para traer a colación el tema del piercing corporal y las drogas. —Recorrió el sitio con la mirada, largamente. A Juan le pareció que sus ojos se detenían un instante en él. ¡Caray1, sospecha lo de las píldoras!—. Como bien sabéis, en las Escuelas Fairmont, el piercing corporal está prohibido en todas sus formas. Cuando seáis mayores podréis decidir por vosotros mismos, pero mientras estéis aquí, nada de piercings; ni siquiera están permitidos los aretes en las orejas y las cejas. Y los piercings internos son motivo de expulsión inmediata. Y aunque le tengáis mucho miedo al examen de destrezas inasistidas, no tratéis de engañarnos con implantes ni con drogas.
Nadie salió a discutir esto, pero Juan vio el titilar de los láseres de comunicación que hizo centellear el polvo del aire, las conversaciones masculladas y el intercambio de imágenes privadas. Alcalde ignoró todo aquello.
—Dejad que os describa el segundo examen en colaboración y luego podréis marcharos. A este examen lo llamamos proyecto “local”. Podéis usar vuestros recursos informáticos propios e inclusive una red local. Sin embargo, los miembros de vuestro grupo deben trabajar juntos físicamente. No se permite la presencia remota. No se permite ninguna ayuda externa… ningún contacto con la red global.
—Maldita sea —dijo Bertie, totalmente abatido—. De todas las cosas artificiales, impracticables e idiotas que…
—Entonces no podremos trabajar juntos, Bertie.
— ¡Ya lo veremos! —Bertie se paró de golpe y agitó la mano para llamar la atención.
—Eh… ¿Sr. Todd?
—Sí, señor. —La voz pública de Bertie sonaba sumisa y encantadora—. Como usted sabe, soy un alumno a distancia. Tengo muchos amigos aquí y los conozco tan bien como cualquiera. Pero, por supuesto, casi nada de lo que hacemos es cara a cara, ya que vivo en Chicago. ¿Cómo se maneja mi situación? Detestaría tener que ser eximido de esta parte tan importante de los finales por carecer de presencia física aquí en San Diego. Con gusto aceptaría un enlace limitado y trataría de hacer lo mejor posible a pesar de dicho impedimento.
El Sr. Alcalde asintió.
—No habrá necesidad, Sr. Todd. Está usted en desventaja y lo tenemos en cuenta. Hemos negociado una colaboración con la Academia Andersen de Saint Charles. Ellos…
¿La Academia Andersen de Saint Charles? Oh, en Illinois; para Bertie, un corto viaje en automóvil. La gente de la Andersen tenía una amplia experiencia en proyectos grupales… allá en la prehistoria, claro, en el siglo veinte. En principio, eran muy superiores a Fairmont, pero en realidad su academia era más un bachillerato. Sus estudiantes tenían diecisiete, dieciocho años. Pobre Bertie.
Juan siguió el hilo del discurso del Sr. Alcalde.
—Estarán felices de recibirlo. —Esbozó de sonrisa—. De hecho, creo que les interesa mucho enterarse de lo que pueden lograr nuestros mejores alumnos.
El rostro de Bertie se retorció con una sonrisa tensa y su imagen volvió a desplomarse en la silla, junto a Juan. No hizo ningún comentario adicional, ni siquiera a Juan en privado…
El resto de la asamblea trató principalmente de las modificaciones en el contenido de los exámenes, debidas en su mayoría al estado actual de los recursos externos —los expertos y la tecnología— que la escuela estaba importando para los exámenes individuales. Todo ello podría haberse comunicado sin hacer esta asamblea, pero el Alcalde tenía una afición por las reuniones cara a cara. Juan archivó los anuncios y los cambios y se concentró en la desgraciada posibilidad que ahora se cernía sobre su semana. Bertie Todd había sido su primer amigo, y lo era desde hacía ya dos semestres. Por lo general era muy divertido y un increíble compañero de grupo. Pero a veces le daban ataques de furia de labios apretados, a menudo por cosas sobre las que Juan no tenía ningún control. Como ahora. Si este era uno de los Grandes Congelamientos de Bertie, quizás dejaría de hablar con Juan… durante días.
La chusma de octavo grado huyó de la asamblea poco antes de las 4:00 de la tarde, mucho más tarde que el horario normal de finalización de clases. Los chicos deambulaban por el parque, frente al salón de reuniones. Estaban muy cerca del cierre del semestre. Brillaba un cálido sol. El verano y la nueva temporada de películas-juegos comenzarían en pocos días. Pero, caray, todavía había que aprobar los finales y todos sabían eso también. Así que mientras bromeaban, chismorreaban y tonteaban por todas partes, también estaban leyendo las modificaciones a los exámenes y haciendo un pesado trabajo de planificación.
Juan caminaba tras la imagen de Bertie Todd mientras éste se movía a través de la gente. Bertie lanzaba indirectas a los cuatro vientos sobre el proyecto ilimitado que estaba planeando. El enlace de comunicación de Bertie a Juan estaba repleto de frío silencio, pero Bertie se comportaba de manera encantadora con chicos que nunca lo habían ayudado ni un décimo de lo que lo había ayudado Juan Orozco. Juan oía parte de lo que estaban diciendo; los demás chicos no le aplicaban el Congelamiento. Pensaban que Juan era parte del grupo. Y casi todos ellos estaban más que satisfechos con el interés que demostraba Bertie. Bertram Todd era el mejor que había en toda el Instituto Fairmont para el trabajo en colaboración irrestricta. Bertie se estaba jactando de sus contactos de alto nivel, quizás de la granja de ideas de Intel, quizás de las cooperativas de software de China. Tenía algo para cada quien y les insinuaba que podrían obtener algo muy superior a una buena calificación.
Algunos, incluso, le pedían a Juan que les diera detalles. Sencillamente, suponían que ya era parte del proyecto de Bertie para el ilimitado. Juan sonreía débilmente y trataba de aparentar sabiduría y discreción.
Bertie se detuvo en una esquina del césped, junto al sendero de entrada para los coches y la escuela primaria. Los de octavo se mantenían cuidadosamente alejados del territorio de los más pequeños: uno no se mezcla con los de quinto.
A lo largo del sendero estaban aparcando coches para los estudiantes. Junto al aparcamiento de bicicletas, otros alumnos estaban partiendo en bicicletas y uniciclos. Todos parecían estar riendo, hablando y planificando.
En la esquina del césped, Juan y Bertie se quedaron solos un momento. A decir verdad, Juan era el único que estaba allí. Por un instante consideró la posibilidad de apagar el consenso que hacía que Bertie fuera tan visible… Caray, ¿por qué no apagarlo del todo? Listo. El sol seguía brillante y cálido, el día seguía colmado de primavera. Bertie había desaparecido, pero todavía estaban los demás chicos, casi todos junto a las bicicletas. Desde luego, ahora las torres ornamentadas de la Escuela Fairmont no eran más que los edificios de madera comunes y corrientes de la vieja caballeriza; el plascreto marrón y gris de la parte nueva de la escuela se recortaba contra los tostados y verdes de las colinas circundantes.
Pero no se había molestado en apagar el enlace de audio y, de la nada, escuchó la voz de Bertie, que finalmente se hacía cargo de la presencia de Juan.
—Y entonces… ¿has decidido con quién vas a formar equipo para el proyecto local?
La pregunta conmocionó a Juan lo suficiente como para volver a activar la imagen completa. Bertie se había dado vuelta para encararlo y estaba sonriendo con buen humor… una expresión que podía engañar a cualquiera que no lo conociera de verdad.
—Mira, Bertie. Realmente siento mucho que no puedas estar aquí, en nuestro equipo local. El Sr. Alcalde es un hijode por meterte con los de Andersen. Pero… —y aquí, la inspiración— ¡podrías coger un avión y venir aquí para el examen! Podrías quedarte en mi casa. ¡Podríamos tumbar el examen local de un solo golpe! —De pronto, un gran problema se había convertido en una gran oportunidad. Si puedo convencer a mamá…
Pero Bertie desechó la idea con un movimiento de mano.
—Eh, no te preocupes por eso. Puedo soportar a los chavales de Andersen. Y mientras tanto, apuesto a que puedo ayudarte con el examen local. —Su rostro adoptó una expresión maliciosa—. Ya sabes lo que me he sacado en el examen de matemática de Wilson.
—S-si… un 10. Respondiste bien las diez preguntas.
Diez preguntas, la mayoría más difíciles de lo que jamás habían sido los problemas que ponía en los exámenes el viejo Putnam. Y en el examen de la Sra. Wilson no estaba permitido trabajar en equipo ni investigar fuera del aula. Juan se había sacado un 6’5, equivocándose en cuatro preguntas. Las pildoritas azules no servían de mucho para las matemáticas puras, pero era bastante satisfactorio comprobar que toda la perorata de la Sra. Wilson sobre la heurística y el software simbólico finalmente había rendido sus frutos. Esos problemas habrían confundido a algunos de los alumnos más inteligentes del siglo veinte, pero con la práctica adecuada y un buen software hasta los chicos del montón, como Juan Orozco, tenían una buena posibilidad de resolverlos. Sólo dos alumnos de Fairmont habían resuelto los diez problemas.
La sonrisa de Bertie se ensanchó, una metamorfosis que le estiró la cara hasta convertirla en una mueca de dibujo animado. Juan sabía que Bertie Todd era un fracaso a la hora de resolver problemas abstractos. Pero que era una estrella a la hora de sonsacarles las respuestas correctas a otros.
—Oh. Violaste el aislamiento. —No le sería difícil de hacer, considerando que Bertie, para empezar, no estaba en la escuela.
—Yo nunca diría eso, Juan, amigo mío. Pero si lo hiciera y no me atraparan… ¿acaso no quedaría demostrado que todo eso de las “destrezas aisladas” es pura cháchara académica?
—S-supongo —dijo Juan. En cierto modo, Bertie tenía una noción poco usual acerca de lo que estaba bien y mal—. Pero sería más divertido si pudieras venir aquí, a San Diego.
La sonrisa de Bertie se diluyó una fracción de segundo; el Gran Congelamiento podía reinstalarse en cualquier momento.
Juan se encogió de hombros y trató de fingir que nunca había formulado la invitación.
—Está bien, pero… ¿igual puedo estar en tu grupo ilimitado?
—Ah, ya veremos cómo se desarrollan las cosas. Tenemos al menos doce horas antes que las selecciones para el grupo ilimitado sean definitivas, ¿vale? Creo es más importante que… logres empezar bien el ejercicio con el equipo local.
Juan debía de haberlo previsto. Bertie era el Señor Toma y Daca, pero a veces tardabas un tiempo en darte cuenta de lo que estaba exigiendo.
— ¿Y con quién piensas que debo agruparme? —Ojalá que con algunos lo bastante tontos como para no adivinar la ventaja especial de Juan—. Los Rackham son buenos y tenemos destrezas complementarias.
Bertie lo miró, pensativo.
—Don y Brad están bien, pero ya has leído las especificaciones de la calificación. Parte de tu calificación del examen local depende de la cooperación cara a cara con alguien verdaderamente diferente. —Hizo como que recorría con la vista el césped del campus.
Juan se volvió y siguió su mirada. Más allá del salón de reuniones, estaban jugando una especie de variante del fútbol: eran estudiantes del bachillerato que no tendrían finales hasta dentro de dos semanas. Todavía había algunos grupos de chicos de secundaria, probablemente planificando los locales. Ninguno era gente que Juan conociera muy bien.
—Mira junto a la entrada principal —dijo Bertie—. Estoy pensando que deberías abandonar la estrechez de pensamiento. Estoy pensando que deberías preguntarle a Miriam Gu.
¡Ay, caray!
— ¿Gu? —La Señorita Engreída Perfección.
—Pues sí, vamos. Mira, ella ya ha reparado en ti.
—Pero…. —En efecto, Gu y sus amigas estaban mirando hacia ellos.
—Mira, Juan, yo he colaborado con toda clase de gente… desde ingenieros de Intel internados en geriátricos hasta miembros permanentes de los círculos Pratchett para la Fe. Si yo puedo hacerlo, tú…
—Pero todo eso es virtual. No puedo trabajar frente a frente con…
Bertie ya lo estaba apurando para que cruzara el parque.
—Considéralo una prueba para demostrarme que encajas en mi equipo ilimitado. Miri Gu no tiene tu… eh… rapidez con las interfaces —miró a Juan significativamente— pero la he estado observando. Obtuvo la máxima puntuación en el examen de la Sra. Wilson y creo que no hizo trampa. Es un genio con los idiomas. Sí, es casi tan mojigata como tú piensas. Je, ni siquiera a sus amigas les cae bien. Pero no tiene ningún motivo en especial para ser hostil, Juan. Después de todo, tú no eres ningún zoquete. Eres un alumno “bien socializado, con orientación profesional”, exactamente del tipo que ella sabe que le deberían gustar. Y mira, está viniendo hacia aquí.
Era cierto, aunque Gu y compañía estaban caminando aún más despacio que Juan.
—Sí, y no está muy feliz de hacerlo. ¿Qué está sucediendo?
—Je. ¿Ves esa pequeña vídeo-adicta que está detrás de ella? Ha desafiado a Miri Gu a que hable contigo.
Juan comenzaba a adivinarlo.
—Y tú la has desafiado a ella a desafiarla, ¿verdad?
—Claro. Pero Annette, la vídeo-adicta, no sabe que fui yo. Los dos trabajamos mucho juntos, pero ella piensa que soy una ancianita de Armonk… A Annette le gusta chismear sobre los chicos y mi personaje de “la ancianita” le sigue el juego. —La voz de Bertie se tornó más aguda y temblorosa—. Oh, ese chaval tan dulce, Orozco. Creo que a tu amiga Miriam le gustaría tanto…
— ¡Joder, Bertie!
Se fueron acercando uno al otro, con pasos lentos y dolorosos, hasta que estuvieron casi a punto de tocarse. Juan había apagado todas las imágenes por un momento. Despojados de fantasía, eran unos chicos bastante comunes: Annette, la vídeo-adicta, era baja, tenía la cara llena de granos y una cabellera que no había visto un peine en lo que iba del mes. Miriam Gu era unos ocho centímetros más alta que Juan. Demasiado alta. Su piel era tan oscura como la de Juan, pero con un tono dorado. Su cabellera negra, muy corta, enmarcaba un rostro ancho, de rasgos muy simétricos. Llevaba puesta una costosa blusa marca Epiphany. Los portales láser de alta calidad estaban perfectamente ocultos en el bordado. Los chicos ricos tenían ropa así, generalmente con anchos festones de juego aplicados. Esta blusa no tenía festones de juego; era ligera y sencilla, y probablemente tenía más poder computacional que toda la ropa que Juan poseía. Había que ser muy lúcido para ponerse una camisa así y llevarla adecuadamente.
En este momento, Miri tenía cara de estar saboreando algo podrido. ¿A ti tampoco te gusta lo que ves, eh? Pero Miri tuvo la primera palabra:
—Juan Orozco. Todos dicen que eres inteligente, rápido con las interfaces. —Hizo una pausa y se encogió de hombros ligeramente—. Entonces… ¿quieres colaborar conmigo en el examen local?
Bertie le hizo una mueca monstruosa y Juan advirtió que su amigo estaba emitiendo únicamente hacia él.
—Muy bien —le dijo Bertie—, sé amable, Juan. Dile que estabas pensando que ella y tú formarían un equipo que con buena puntuación inicial.
Las palabras se atoraron en la garganta de Juan. Miriam Gu era demasiado.
—Tal vez —le respondió a Miriam—. Depende de lo que tú puedas aportar. ¿Talentos? ¿Ideas?
Miriam entrecerró los ojos.
—Tengo las dos cosas. En particular, el concepto de mi proyecto es demoledor. Realmente podría convertir a las Escuelas Fairmont en “la rosa del Condado Norte”. —Era la frase que usaba el comité directivo de la escuela. Alcalde y el comité querían que los proyectos locales demostraran que Fairmont era una buena vecina, no como algunas de las escuelas del Centro y de El Cajón2.
Juan alzó los hombros.
—Bueno, emm… eso es bueno. Seríamos un grupo de alto contraste, de los que le gustan a Alcalde. —Realmente no quiero hacer esto—. Hablemos un poco más.
Annette, la vídeo-adicta, terció:
— ¡No servirá de nada! ¡Debéis formar el grupo lo antes posible! —Mientras hablaba, su imagen cambiaba rápidamente, transformándose en diversos iconos de la cultura pop; al fin, se quedó con la estudiante heroína de Spielberg/Rowling. Simultáneamente, puso las imágenes de fondo y las Escuelas Fairmont se transformaron en un castillo de cuento de hadas. Era el mismo escenario que habían usado para el concurso de belleza de Halloween el otoño pasado. La mayoría de los padres habían quedado fascinados, aunque para los chicos las Escuelas Fairmont habían rechazado a lo grande el examen de fantasía. Aquí, en la vida real del sur de California, los de fuera eran los dueños del espectáculo.
Echando fuego por los ojos, Miriam se volvió para mirar a su amiga, que ahora era una pequeña bruja inglesa de cabello castaño.
— ¿Quieres callarte, Annette? —Y luego a Juan—: Pero tiene razón, Orozco. Tenemos que decidirlo esta noche. Qué te parece esto: vienes a mi casa a las 6 de la tarde y hablamos.
Bertie sonreía con satisfacción.
—Bueno… eh… —dijo Juan—. Pero… ¿en persona?
—Por supuesto. Se trata de un proyecto de equipo local.
—Sí… muy bien, entonces. Iré. —Tiene que haber alguna manera de escapar de esto. ¿Qué estaba tramando Bertie?
Ella avanzó un paso y le tendió la mano.
—Chócala.
Juan extendió el brazo y le estrechó la mano. La pequeña descarga de electricidad que sintió seguramente fue su imaginación, pero la repentina explosión de información no lo fue: dos frases empáticas chispeando frente a sus ojos.
Miriam Gu y sus amigas se dieron la vuelta y se alejaron caminando por el sendero. Se escuchaban risitas ahogadas. Las miró un momento. La vídeo-adicta hacía gala de su máximo despliegue: imagen y sonido de un millón de películas viejas y de programas de noticias. Annette podía recuperar y organizar archivos de vídeo con tanta facilidad que las imágenes le brotaban tan naturalmente como la palabra. Annette era una variedad de genio. O tal vez hay otras variedades de pildoritas azules.
Estúpido. Juan dejó de mirarlas y comenzó a caminar hacia el aparcamiento de bicicletas.
— ¿Qué te dijo Miri Gu? —Cuando te estrechó la mano. Bertie usaba un tono despreocupado.
¿Cómo podía Juan responder a esa pregunta sin que Bertie se encerrara en sí mismo otra vez?
—Es extraño. Me dijo que si ella y yo formamos equipo no quiere que participe nadie en remoto.
—Claro. Es un examen local. Muéstrame el mensaje.
—Esa es la parte extraña. Se dio cuenta de que tú seguías aquí. Me dijo, específicamente, que si te mostraba el mensaje o te dejaba participar, ella lo descubriría y renunciaría al examen, aunque significara sacar un Suspenso. —Y de verdad ese era el contenido completo del mensaje. Tenía una especie de sabor a “no negociable” que Juan envidiaba.
Caminaron en silencio el resto del trayecto hasta la bicicleta de Juan. El rostro de Bertie miraba hacia abajo, con desaprobación. No era buena señal. Juan montó la bici y pedaleó por New Pala hasta la cima de los cerros y luego por la larga ladera que descendía hacia su casa. Bertie hizo aparecer una alfombra voladora; su imagen trepó desmañadamente a bordo y lo siguió como un fantasma. La alfombra estaba muy bien hecha; su sombra la seguía perfectamente, proyectada sobre la grava de la banquina. Por supuesto, la superposición del fantasma de Bertie bloqueaba una buena parte del campo visual de Juan, incluida la línea natural de los ojos que le permitía ver el tráfico real. ¿Por qué no podía flotar sobre el otro hombro de Juan, o ser simplemente una voz? Juan cambió la imagen a transparencia y esperó que Bertie no advirtiera la modificación.
—Vamos, Bertie. Hice lo que me pediste. Hablemos del examen ilimitado. Seguro que puedo serte de gran ayuda con eso. —Si es que me dejas entrar en tu equipo.
Bertie se quedó callado un segundo más, evaluándolo. Luego asintió y lanzó una carcajada ligera.
—Claro, Juan. Puedes ser útil en el equipo ilimitado. Serás una gran ayuda.
De pronto, la tarde se transformó en un lugar feliz.
Con la fuerza de la gravedad, Juan descendió por el camino cada vez más escarpado. El viento que soplaba a través de su pelo y sobre sus brazos era algo imposible de fabricar artificialmente, sin festones de juego al menos. Frente a él, se extendía ahora todo el valle, brumoso bajo un sol radiante. Faltaban casi tres kilómetros para la siguiente subida, la cuesta hasta Fallbrook. Y él estaba en el equipo ilimitado de Bertie.
— ¿Y cuál será nuestro proyecto ilimitado, Bertie?
—Je. ¿Qué te parece mi alfombra mágica, Juan? —Describió un lento círculo en el aire, alrededor de Juan—. ¿Qué es lo que la hace posible?
Juan entrecerró los ojos.
— ¿Mis lentes de contacto? ¿La ropa inteligente? —Ciertamente, las imágenes de las lentes serían inútiles si no llevara puesto un ordenador que se encargara de los gráficos.
—Esos no son más que los dispositivos de salida finales. ¿Pero cómo hace mi imagen para llegar a ti casi en cualquier sitio que estés? —Miró a Juan, expectante.
¡Vamos, Bertie! Pero en voz alta, Juan dijo:
—Bueno, es por la red mundial.
—Sí, esencialmente tienes razón, aunque las redes de largo alcance existen desde siempre. Lo que nos da flexibilidad son los nodos de red desperdigados por todo el medio ambiente. ¿Ves? ¡Mira a tu alrededor! —Bertie debió de enviar un ping a los sitios más cercanos a Juan: de repente, aparecieron decenas de destellos virtuales en las rocas junto al camino, en los coches que pasaban más cerca de él, en la propia ropa de Juan.
Bertie hizo otro ademán y las colinas se encendieron con miles de destellos, nodos que estaban más adelante, a dos o tres saltos de distancia.
— ¡Está bien, Bertie! Sí, las redes locales son importantes.
Pero Bertie estaba imparable.
—Y vaya si lo son. Aparatos del tamaño de un pulgar, con muy baja potencia inalámbrica, apenas la suficiente para establecer la ubicación, y láseres de corto alcance con aún menos potencia, apuntados exactamente hacia los receptores deseados. Hoy en día todo es tan sutil que, a menos que mires con cuidado o tengas un rastreador de red, casi ni ves lo que está ocurriendo. ¿Cuántos nodos libres crees que hay en las partes mejoradas de la ciudad, Juan?
Esa clase de pregunta sí tenía una respuesta concreta.
—Bueno, ahora el jardín delantero de las Escuelas Fairmont tiene… 247 nodos sueltos.
—Exacto —dijo Bertie—. ¿Y qué es lo más caro de todo eso?
Juan rio.
— ¡Limpiar la basura de la red, por supuesto! Los aparatos se rompen, o se gastan, o no reciben suficiente luz para mantener el funcionamiento de sus baterías. Son baratos; lo más fácil es instalar nuevos. Pero si haces solamente eso, al cabo de unos meses tendrás basura metálica, dura, fea y generalmente tóxica, diseminada por todas partes. —Abruptamente, Juan dejó de reírse—. Joder, Bertie… ¿Ese es el proyecto? ¿Nodos de red biodegradables? ¡Eso sí que está fuera de escala!
— ¡Sí! Cualquier avance que apunte a los nodos orgánicos merecería un 10. Y podríamos tener suerte. Estoy conectado con todos los grupos adecuados. Kistler del MIT; él no lo sabe, pero uno de sus estudiantes de postgrado en realidad es un comité… y yo estoy en ese comité.
La gente de Kistler estaba a la vanguardia de la investigación sobre sustitución orgánica, pero ahora se habían estancado. Las otras piezas relevantes incluían algunos mercados de ideas de la India y a unos tíos de Liberia que casi no hablaban con nadie.
Juan lo pensó un momento.
— ¡Eh, Bertie, seguro que ese trabajo de investigación bibliográfica que hice para ti el mes pasado puede servirnos para esto! —Bertie puso cara de póquer—. ¿Te acuerdas, todo mi análisis sobre la transferencia de electrones durante la descomposición orgánica? —Apenas un tonto rompecabezas propuesto por Bertie, pero para Juan había sido una manera de probar sus habilidades bajo condiciones de poco estrés.
— ¡Sí! —dijo Bertie, dándose una palmada en la frente—. ¡Por supuesto! No está relacionado directamente, pero podría darles ideas a los otros tíos.
Discutir los detalles les llevó todo el descenso hasta el valle, pasando las nuevas subdivisiones y luego bajando la rampa que conducía a los viejos casinos. Bertie y su alfombra mágica titilaron un segundo y luego, cuando el chico perdió la batalla por encontrar un enlace de transferencia, la superposición desapareció.
—No sé por qué tienes que vivir en una zona no mejorada de la ciudad —le gruñó Bertie al oído.
Juan se encogió de hombros.
—El barrio tiene láseres fijos e inalámbricos. —En realidad, el que la alfombra voladora hubiera desaparecido tenía algo de agradable. Dejó que el reciclador de la bicicleta lo lanzara hacia arriba por la colina y luego hacia Las Mesitas—. ¿Y cómo vamos a implementar el trabajo en colaboración del examen ilimitado?
—Fácil. Voy a chatear con los siberianos dentro de un par de horas y luego a repartir esa información entre todos mis demás grupos. No sé con qué rapidez se desarrollarán las cosas; puede que del lado de Fairmont sólo seamos tú y yo. Sincronízate conmigo después que termines con Miri Gu esta noche y veremos cómo usamos tu “memoria mágica”.
Juan frunció el entrecejo y pedaleó velozmente a lo largo de las aceras blancas y los condominios de principios de siglo. Su parte de la ciudad era lo bastante vieja como para verse atractiva, aun sin realces virtuales.
Bertie pareció advertir su falta de respuesta.
— ¿Hay algún problema?
¡Sí! No le gustaba la referencia poco sutil de Bertie a lo que las pildoritas azules hacían por él. Pero así era Bertie. En realidad, hoy todo se hacía a la manera de Bertie, tanto lo bueno como lo malo.
—Es que estoy un poco preocupado por el examen local. Sé que Miri tiene buenas calificaciones, y tú dices que es inteligente, pero ¿de verdad tiene tracción? —Lo que realmente quería preguntar era por qué Bertie lo había empujado a esto, pero sabía que cualquier tipo de pregunta directa de esa índole podría provocar un Congelamiento.
—No te preocupes, Juan. Ella haría un buen trabajo en cualquier grupo. La he estado observando.
Eso último era nuevo para Juan. En voz alta, dijo:
—Sé que tiene un hermano estúpido en el bachillerato.
—Je. ¿William, el Idiota? Es un imbécil, pero en realidad no es su hermano. No. Miri Gu es inteligente y tenaz. ¿Sabías que creció en Asilomar?
— ¿En un campo de detención?
—Sí. Bueno, era apenas un bebé. Pero sus padres sabían demasiado.
Era algo que les había ocurrido durante la guerra a muchos chino-americanos, a los que sabían más sobre tecnologías militares. Pero también era historia antigua. Bertie buscaba escandalizarlo más que informarlo.
—Bueno, está bien. —No tenía sentido insistir. Al menos Bertie me ha dejado estar en su grupo ilimitado.
Casi llegando, Juan bordeó una calle corta, entró en el sendero de su casa y se agachó por debajo de la crujiente puerta del garaje que se estaba abriendo para que pasara.
—Iré a lo de Miri esta noche y comenzaré con el asunto del equipo local mientas tú estás en Asia Oriental.
—Bien, bien —dijo Bertie.
Juan apoyó la bicicleta contra la basura de la familia y caminó hasta el fondo del garaje. Se detuvo en la puerta que daba a la cocina. Bertie había conseguido todas y cada una de las cosas que quería. O tal vez no. Seguro que también planea entrometerse con mi examen local.
—Pero una cosa más. El apretón de manos de Miri… fue muy definitorio, Bertie. No quiere que vengas, ni siquiera pasivamente. ¿Vale?
—Claro. Vale. Me voy a Asia. ¡Gracias! —Un clic exagerado puso fin a la voz de Bertie.
El padre de Juan estaba en casa, por supuesto. Luis Orozco se desplazaba sin ton ni son por la cocina. Cuando su hijo entró en la habitación, lo saludó vagamente con la mano. La casa tenía una buena red interna, alimentada por una estación fija instalada en el tejado. Juan ignoró las imágenes de fantasía casi automáticamente. No tenía ningún interés especial en saber lo que estaba viendo papá o dónde pensaba que estaba.
Juan esquivó a su padre y entró en la sala. Papá era bueno. El padre de Luis Orozco había sido un ilegal, allá en la década de 1980. El abuelo había vivido en el Condado Norte, pero en las casuchas de cartón y en los túneles sucios que se escondían entre los cañones en aquellos días. Los abuelos Orozco se habían sacrificado mucho por su único hijo y Luis Orozco se había sacrificado mucho para aprender a ser ingeniero de software. A veces, cuando bajaba a la tierra, papá se reía y decía que era uno de los mayores expertos en Regna 5 del mundo. Y tal vez, durante un año o dos, esa destreza habrá sido valiosa para conseguir un empleo. O sea que había invertido tres años de educación para obtener sólo dos años de salario. A mucha gente le habían ocurrido cosas así; papá era uno de los que, a partir de entonces, se habían dado por vencidos.
—Ma, ¿puedes hablar?
Parte de la pared y el techo se volvieron transparentes. Isabel Orozco estaba trabajando en el piso de arriba. Lo miró con curiosidad.
— ¡Eh, Juan! Pensé que ibas a estar en los finales hasta muy tarde.
Juan subió las escaleras a los saltos, hablando todo el tiempo.
—Sí. Tengo mucho que hacer.
—Ah, entonces vas a trabajar desde aquí.
Juan entró en la sala de trabajo de su madre y la abrazó brevemente.
—No, sólo iba a cenar algo y luego a visitar a la compañera con la que voy a hacer el proyecto local.
Ahora ella lo miraba a los ojos y Juan advirtió que ya había captado toda su atención.
—Acabo de ver lo del examen local; parece una excelente idea —dijo su madre.
Ma pensaba que era muy importante poner los pies sobre la tierra. Cuando Juan era más pequeño, ella siempre lo arrastraba consigo cuando salía de viaje de campo por todo el país.
—Ah, sí —dijo Juan—. Aprenderemos mucho.
La mirada de su madre se agudizó.
—Y Bertram no está metido en esto, ¿cierto?
—Eh… no, ma. —No había necesidad de mencionarle el examen ilimitado.
—No está aquí en la casa, ¿verdad?
— ¡Ma! Claro que no. —Cuando estaba en casa, Juan denegaba el acceso a los amigos que quisieran espiar. Mamá lo sabía—. Cuando está aquí lo ves, igual que cuando me visitan otros amigos.
—Está bien. —Parecía algo avergonzada, pero al menos no repitió su opinión de que “el pequeño Bertie es excesivamente ladino”. Su atención se dispersó un momento y sus dedos dibujaron un rápido tatuaje en la superficie de la mesa. Juan vio que estaba en Borrego Springs, arreando un grupo de gente de cine proveniente de Los Ángeles.
—De todos modos, quería saber si puedo llevarme el coche esta tarde. Mi compañera de equipo vive en Fallbrook.
—Un segundo. —Su madre terminó con el trabajo que estaba haciendo—. Está bien. ¿Quién es tu compañera de equipo?
—Una alumna muy buena. —Se la mostró.
Ma sonrió con incertidumbre, un poco sorprendida.
—Bien por ti… Sí, es una excelente alumna, fuerte donde tú eres débil y viceversa, claro. —Hizo una pausa mientras investigaba a los Gu—. Son una familia muy reservada, pero está bien.
—Y es una zona segura de la ciudad.
Ella soltó una risita.
—Sí, muy segura. —Respetaba las reglas de la escuela y por eso no le preguntó cuál era el proyecto del equipo. Lo cual estaba perfecto, ya que Juan todavía no tenía idea de lo que estaba planeando Miri Gu—. Pero no te acerques a Camp Pendleton, ¿me oyes?
—Sí, señora.
—Bien, puedes ir apenas termines de cenar. Tengo unos clientes de mucho dinero aquí y no puedo tomarme un descanso en este momento. Ve abajo y prepara algo de comer para ti y tu padre. Y aprende algo de ese proyecto local, ¿vale? Hay muchas carreras que puedes seguir sin tener que usar esas tonterías de los fantasmas del aire.
—Sí, señora. —Sonrió y le palmeó el hombro. Luego salió corriendo escaleras abajo. Después que la carrera de programador de papá se hiciera trizas, mamá había empezado a trabajar cada vez más con sus servicios de información 411. A estas alturas, ella conocía el condado de San Diego y sus datos mejor que nadie en el mundo. La mayoría de sus trabajos duraban apenas unos segundos o unos minutos, guiando a la gente, respondiendo preguntas difíciles. Algunos trabajos, como la parte histórica de la Migración3, eran continuos. Mamá siempre recalcaba que su ocupación, en realidad, comprendía cientos de pequeñas profesiones y que casi ninguna de ellas dependía de las altas tecnologías de moda. A Juan podía irle mucho peor: ese era su mensaje, tanto explícito como implícito.
Y, mirando a papá del otro lado de la mesa de la cocina, Juan comprendió la alternativa que su madre tenía en mente; Juan la había comprendido desde que tenía seis años. Luis Orozco comía con el aire ausente de un trabajador verdaderamente esforzado, pero las imágenes que flotaban por toda la habitación no eran más que culebrones pasivos. Más tarde, esa misma noche, podría gastar su dinero en el cine activo, pero ni siquiera eso tendría tracción. Papá vivía siempre en el pasado o en otro mundo. De modo que mamá tenía miedo de que Juan terminara igual. Pero no será así. Aprenderé todo lo mejor y lo aprenderé en días, no en años. Y cuando lo mejor de pronto se vuelva obsoleto, aprenderé cualquier cosa nueva que me arrojen a la cara.
Mamá trabajaba mucho y era una persona maravillosa, pero su negocio del 411 era un tremendo… callejón sin salida. Tal vez Dios era bueno con ella, porque ella nunca se daba cuenta. Y ciertamente, Juan jamás podría romperle el corazón diciéndole semejante cosa. Pero el mundo local era un asco. El condado de San Diego, a pesar de toda su historia, su industria y sus universidades, era apenas una mancha microscópica comparada con el mundo de la gente y las ideas que remolineaban a su alrededor minuto a minuto. Alguna vez, el padre de Juan había querido ser parte de ese mundo más amplio, pero no había sido lo bastante rápido o adaptable. Para mí será diferente. Las pildoritas azules marcarían la diferencia. El precio podía ser alto: a veces, la mente de Juan quedaba tan en blanco que no podía recordar su propio nombre. Era una especie de ataque de epilepsia, pero en un instante o dos siempre desaparecía. Siempre. Hasta ahora. Con las drogas callejeras personalizadas nunca se podía estar absolutamente seguro de tales cosas.
Juan había resuelto algo, con las mandíbulas apretadas: Yo seré adaptable. No fracasaría como había fracasado su padre.
Juan hizo que el auto lo dejara a un par de manzanas de la casa de los Gu. Se dijo que era para poder captar el espíritu del barrio; después de todo, no era un sitio muy público. Pero esa no era la verdadera razón. A decir verdad, el viaje había sido demasiado corto. No estaba listo para encarar a su compañera de equipo local.
El sector oeste de Fallbrook no era súper rico, pero era más rico y más moderno que Las Mesitas. La mayor parte del dinero provenía del hecho de que estaba al lado de la entrada oriental de Camp Pendleton. Juan caminó bajo la luz del crepúsculo, mirando a todas direcciones. Había algunas personas fuera… uno haciendo footing, algunos niños jugando un juego inescrutable.
Con todos los realces apagados, las casas se veían bajas y rocosas, muy alejadas de la calle. Algunos de los patios estaban hermosamente cuidados, con suculentas y pinos enanos distribuidos como bonsáis a gran escala. Otros lucían una pulcritud mantenida a diario, con árboles de sombra y parques de grava rastrillada o hierba auto-podadora.
Juan encendió la imaginería de consenso. Ninguna sorpresa: la calle estaba abundantemente preformada. El paisaje realzado era de una belleza sobria: el sol del atardecer centelleaba en las fuentes y en el césped exuberante. Ahora, las casas bajas y rocosas estaban llenas de ventanas y patios aireados, con algunas partes iluminadas por el brillante sol y otras medio escondidas en la penumbra. El barrio era perfectamente consistente, una única e inmensa obra de arte. Juan sintió un leve escalofrío. En casi todas las zonas de San Diego se podían encontrar propietarios de viviendas que preferían diferenciarse de la imagen de la comunidad… o que exigían ser incluidos, pero en grotesca contradicción con sus vecinos. El oeste de Fallbrook tenía un control más estricto que el de la mayoría de las comunidades en condominio. Daba la impresión de que aquí había un único interés que lo vigilaba todo, listo para actuar contra los intrusos. En realidad, las iniciales de ese único interés eran USMC 4.
Por encima de Juan brillaba la flecha guía. En ese momento, la flecha giró por una calle lateral y se precipitó hacia la tercera casa de la derecha. Caray. Quería aminorar la marcha, tal vez rodear la manzana. Ni siquiera he decidido cómo hablarles a sus padres. Los adultos chino-americanos eran gente rara, especialmente los que habían estado Detenidos. Después de ser liberados, algunos se habían marchado de los EE.UU., a México, Canadá o Europa. La mayoría de los demás habían vuelto a sus vidas, e incluso a sus empleos públicos, pero resentidos en distinto grado. Y algunos habían ayudado a terminar la guerra y, por eso mismo, habían hecho quedar al gobierno como un gran estúpido.
Juan se acercó al sendero de coches de los Gu, al tiempo que buscaba información sobre la familia de Miri por última vez… Entonces, si William el Idiota no era realmente el hermano de Miri, ¿quién era? William nunca había llamado mucho la atención; no había rumores disponibles. Y la seguridad de Fairmont en cuanto a los expedientes de los alumnos era muy fuerte. Juan curioseó un poco y encontró buenos datos de una cámara pública. Si le daban unos minutos, podría saberlo todo acerca de William…
Pero ahora ya estaba frente a la puerta de los Gu.
Miriam Gu estaba en la entrada. Por un momento, Juan pensó que iba a quejarse porque él llegaba tarde, pero sólo le hizo señas de que entrara.
Pasado el umbral, la imaginería callejera se cortó abruptamente. Estaban en un angosto corredor, con dos puertas cerradas en los extremos. Miri se detuvo en la puerta que daba al interior, mirándolo.
Se oyeron unos pequeños estallidos y Juan sintió que algo le quemaba el tobillo.
— ¡Eh, no me quemes el equipo! —Tenía más ropa, pero la familia Orozco no era lo bastante adinerada como para darse el lujo de echarla a perder.
Miri se lo quedó mirando.
— ¿No lo sabías?
— ¿Saber qué?
—Lo que destruí no fue tu equipo; tuve mucho cuidado. Traías autostopistas. —Abrió la puerta interior y sus modales de pronto se volvieron corteses y elegantes. Debía de haber adultos observándolos.
Mientras la seguía por el corredor, Juan reinició sus ropas informáticas. Las paredes se volvieron más bonitas, cubiertas con tapices de seda. Vio que tenía privilegios de visitante en el sistema hogareño de los Gu, pero no pudo descubrir ninguna otra vía de comunicación en el edificio. Todo su equipo funcionaba bien, incluidos los pequeños adicionales, como la visión periférica de 360º y la buena audición. ¿Y qué habían sido esos estallidos, ese calor? El equipo de otra persona. Como un estúpido, Juan había estado caminando por todos lados con un cartel de patéame en la espalda. En realidad, peor que eso. Recordó haberle asegurado a su madre que ella vería a cualquier amigo que él trajera a casa. Alguien había convertido esa afirmación en una mentira. Fairmont tenía su cuota de bromistas nada chistosos, pero esto ya era asqueroso. ¿Quién haría semejante cosa… sí, quién?
Juan salió del corredor e ingresó en una sala de techo alto. Junto a una chimenea genuina había un asiático regordete, de cabellera cortada a cepillo. Juan reconoció su rostro de una de las pocas fotos que tenía del sujeto. Era William Gu, el padre de Miriam, no el Idiota. Aparentemente, ambos tenían el mismo nombre de pila.
Miriam bailó delante de él. Ahora estaba sonriendo.
—Bill, me gustaría presentarte a Juan Orozco. Juan y yo haremos juntos el proyecto local. Juan, te presento a mi padre.
¿Bill? Juan no podía imaginarse llamando a su padre por su nombre. Esta gente era extraña.
—Encantado de conocerte, Juan. —El apretón de Gu era firme; su expresión, gentil e ilegible—. ¿Estás disfrutando de los exámenes finales hasta ahora?
¿Disfrutando?
—Sí, señor.
Miri ya les había dado la espalda.
— ¿Alice, tienes un minuto? Me gustaría presentarte a…
Una voz de mujer:
—Sí, querida. Un momento. —No pasaron más de dos segundos y entró una señora de agradable rostro redondo. Juan también la reconoció… salvo por la ropa: esta noche, Alice Gu llevaba el uniforme de Teniente Coronel de medio tiempo de los Marines de los EE.UU. Mientras Miri hacía las presentaciones, Juan advirtió que el Sr. Gu estaba tamborileando su cinturón con los dedos—. Oh, disculpen. —Abruptamente, el uniforme del Cuerpo de Marines de Alice Gu fue reemplazado por un traje de negocios—. Oh, Dios. —Y el traje de negocios se metamorfoseó en el vestido de matrona que Juan recordaba de las fotos. Cuando ella le estrechó la mano, se veía completamente inocente y maternal—. Me he enterado de que tú y Miriam tenéis un proyecto local muy interesante.
—Eso espero. —Principalmente, espero que Miriam se digne a decirme de qué se trata. Pero ya no dudaba de que Miriam Gu tuviera tracción.
—De verdad nos gustaría saber más de él.
Miri hizo una mueca.
— ¡Bill! Sabes que no debemos hablar de eso. Además, si nos sale bien, lo terminaremos esta misma noche.
¿Eh?
Pero el Sr. Gu estaba mirando a Juan.
—Conozco el reglamento de la escuela. No lo infringiría ni en sueños. —Una casi sonrisa—. Pero creo que, como padres, al menos debemos saber dónde pensáis estar físicamente. Si comprendo bien esto del examen local, no podéis hacerlo en remoto.
—Sí, señor —dijo Juan—. Es cierto. Nosotros…
Cuando Juan se quedó sin palabras, Miriam terminó la frase con naturalidad.
—Iremos al Parque Torrey Pines.
La Coronel Gu tamborileó su cinturón y por un momento se quedó callada.
—Bueno, parece un sitio seguro.
El Sr. Gu asintió.
—Pero se supone que debéis hacer el proyecto local sin conectividad con el exterior…
—Salvo que surja una emergencia.
El Sr. Gu tamborileó pensativamente. Juan apagó la imaginería de la casa y apuntó el zoom al padre de Miriam. Llevaba ropa informal, pero con mejor gusto para vestirse que la mayoría de los adultos. Con el realce de la casa, se lo veía suave y algo pesado. A ojo limpio, apenas era duro y sólido. Ahora que lo pensaba, el borde de su mano se sentía calloso al tacto, igual que en las películas.
La Coronel Gu miró a su marido y asintió ligeramente. Les dio la espalda a Juan y Miri.
—Creo que estaréis bien —dijo—. Pero sí os pedimos un par de cosas.
—Nada que vaya en contra del reglamento del examen —dijo Miri.
—Pienso que no. Primero, dado que ese parque no tiene infraestructura y no permite que los visitantes instalen redes de campamento, por favor, llevad algo del viejo equipo autónomo que tenemos en el sótano.
— ¡Eh, genial, Alice! Te iba a preguntar sobre eso.
Juan oyó que alguien estaba bajando las escaleras, detrás de él. Miró sin darse la vuelta, pero todavía no se veía a nadie y sus privilegios de visitante no le permitían mirar a través de las paredes.
—Y segundo —continuó la Coronel Gu—, creemos que William debe ir con vosotros.
¿El padre de Miri? No… el Idiota. Aj.
Esta vez, Miri Gu no discutió. Asintió y dijo suavemente:
—Vale… si pensáis que es lo mejor.
Juan habló sin pensar:
—Pero…. —Y luego, más apocado—: ¿Pero eso no viola las reglas del examen?
Se oyó una voz detrás de él.
—No. Lee el reglamento, Orozco. —Era William.
Juan se dio la vuelta para encarar al otro.
— ¿Quieres decir que no serás miembro del equipo?
—Claro. Sólo seré vuestro acompañante. —El Idiota tenía los mismos rasgos anchos, el mismo color que el resto de la familia. Era casi tan alto como Bill Gu, pero de complexión escuálida. Su cara estaba cubierta por una pátina de sudor, como tal vez… Oh. De pronto, Juan se dio cuenta de que Bill y William eran padre e hijo, pero no en el orden en que él había pensado.
—Es tu deber, papá —dijo el Sr. Gu.
William asintió.
—No me molesta. —Sonrió—. La chiquilla me ha estado contando lo extrañas que son las cosas en la preparatoria. Ahora podré ver con mis propios ojos a qué se refiere.
La sonrisa de Miri Gu era un poco débil.
—Bueno, estaremos felices de que nos acompañes. Juan y yo queremos echar un vistazo al equipo de Alice, pero en media hora o algo así estaremos listos.
—Me quedaré por aquí. —William los saludó con un espasmódico movimiento de mano y salió de la habitación.
—Ahora Alice y yo os dejaremos para que hagáis vuestros planes —dijo el Sr. Gu. Señaló a Juan con un movimiento de cabeza—. Ha sido un placer conocerte, Juan.
Juan masculló las formalidades apropiadas al Sr. y a la Coronel Gu, y dejó que Miri lo sacara de la habitación y lo llevara abajo por una empinada escalera.
—Eh —dijo, mirando por encima del hombro de ella—, en serio tenéis un sótano. —No era lo que Juan quería decir en realidad; llegaría a eso en un minuto.
—Ah, sí. Todas las casas más nuevas de Fallbrook Oeste tienen uno.
Juan advirtió que este hecho no figuraba en los permisos de construcción del condado.
Al final de la escalera había una habitación iluminada al máximo. La vista realzada mostraba unos cálidos paneles de madera y un techo imposiblemente alto. Sin realce, las paredes y el techo eran placas de plástico gris. De cualquiera de las dos maneras, la habitación estaba repleta de cajas de cartón llenas de viejos juguetes infantiles, equipo de deporte y basura imposible de identificar. Tal vez era uno de los pocos sótanos que existían en el sur de California, pero era evidente que lo utilizaban como la familia de Juan usaba el garaje.
—Es genial que podamos llevar equipo sensor excedente. El único problema serán las alcobs gastadas. —Miri ya estaba hurgando entre las cajas.
Juan se quedó en el umbral. De pie, con los brazos cruzados, miraba a la muchacha echando fuego por los ojos.
Ella lo miró y su rostro perdió algo de excitación.
— ¿Qué?
— ¡Te diré qué! —Las palabras explotaron, sarcásticas y en voz alta. Sofocó su enfado y le envió un mensaje punto a punto—. Te diré qué. Vine aquí esta noche porque tú ibas a proponerme un proyecto de equipo local.
Miri se encogió de hombros.
—Claro —replicó en voz alta, hablando con su tono normal—. ¡Pero si nos damos prisa podemos tener listo todo el proyecto esta misma noche! Será una tarea de fondo menos…
Todavía hablando en silencio, directamente, Juan dijo:
— ¡Eh! ¡Se supone que es un proyecto de equipo! Pero lo único que haces es darme órdenes.
Ahora Miri frunció el entrecejo. Apuntó un dedo hacia él y continuó hablando en voz alta.
—Mira. Tengo una idea grandiosa para el examen local. Eres ideal para ocupar el asiento del acompañante. Tú y yo somos más distintos en cuanto a antecedentes y actitud mental que todos los demás del octavo grado. A ellos les agradan los equipos así. Pero te necesito solamente para eso, para ocupar el asiento del acompañante. No tendrás que hacer nada, salvo seguirme.
Juan no le respondió por un instante.
—No soy tu felpudo.
— ¿Y por qué no? Eres el felpudo de Bertie Todd.
—Me marcho —Juan encaró las escaleras. Pero ahora estaban a oscuras. Tropezó con el primer escalón, pero entonces Miri Gu lo alcanzó y se encendieron las luces.
—Un minuto. No debí decir eso. Pero, de la manera que sea, ambos debemos superar la semana de finales.
Sí. Y a estas alturas era probable que la mayoría de los equipos locales ya estuvieran formados. Peor aún, era probable que ya estuvieran planeando sus proyectos. Si Juan no lograba salir bien de esta, tal vez tendría que despedirse del examen local completamente. ¡Felpudo!
—Muy bien —dijo Juan, regresando al sótano—. Pero quiero saberlo todo sobre tu “propuesta de proyecto” y quiero tener algún derecho a opinar.
—Sí. Por supuesto. —Ella inspiró profundamente y él se preparó para escuchar más ruido aleatorio—. Sentémonos… Bueno. Ya sabes que quiero ir al terreno, al Parque Torrey Pines.
—Sí. —En realidad, él había estado leyendo sobre el parque desde que ella se lo mencionara a sus padres—. También he notado que no hay rumores recientes sobre ese lugar… Si tú sabes que allí está ocurriendo algo, supongo que tendrás una ventaja.
Ella sonrió de un modo que parecía más satisfecho que contento.
—Es lo mismo que yo imagino. A propósito, está bien que hables en voz alta, Juan, incluso para discutir. Mientras no hagamos mucho escándalo, Bill y Alice no nos escucharán. Tiene que ver con el honor de la familia. —Vio la mirada escéptica de él y su tono se volvió un poco más filoso—. Eh, si ellos quisieran espiarnos, tu comunicador punto a punto no te daría ninguna protección. Ellos nunca lo dicen, pero apuesto a que dentro de esta casa hasta podrían escuchar un apretón de manos.
—De acuerdo. —Juan volvió a hablar en voz alta—. Sólo quiero algunas respuestas directas. ¿Qué es lo que has notado en el Torrey Pines?
—Cositas, pero todas se suman. Aquí están los días en que los guardabosques lo mantuvieron cerrado esta primavera. Aquí está el clima del mismo período. No tienen una explicación convincente que justifique todos esos cierres. Y mira: durante el cierre de enero dejaron pasar a ciertos turistas provenientes del puerto de Cold Spring.
Juan miró las estadísticas y las fotos que se sucedían en el espacio entre ambos.
—Sí, sí… sí. Pero los turistas eran principalmente tíos importantes que participaban de un simposio de fiscalidad en la UCSD 5.
—Pero el simposio se programó con menos de dieciocho horas de anticipación.
— ¿Y? Los científicos deben ser adaptables en estos tiempos modernos.
—Así no. He leído las actas de la reunión. Son cosas muy débiles. De hecho, eso fue lo que despertó mi interés. —Se inclinó hacia delante—. Escarbando aquí y allá, descubrí que la reunión no era más que una fachada… pagada por Foxwarner y GameHappenings.
Juan miró los resúmenes. Sería realmente agradable poder hablar con Bertie de esto; él siempre tenía opiniones o sabía a quién consultar. Juan tuvo que reprimir el impulso de llamarlo.
—Bueno, supongo. Yo, eh, pensé que en la UCSD eran más profesionales. —Sólo estaba escupiendo vapor—. ¿Supones que todo esto es una conspiración publicitaria?
—Sí. Y justo a tiempo para la temporada estival de películas. Piensa en lo callados que han estado los grandes estudios esta primavera. Ningún misterio. Ningún escándalo. Nada obvio que haya comenzado el primero de abril. Han engañado totalmente a los estudios de segunda línea, pero también están ajustando las tuercas de los jugadores más pequeños, porque ya sabemos que Foxwarner, Spielberg/Rowling, Sony, todos los grandes, deben de estar mordiéndose la cola mutuamente peor que el año pasado. Hace una semana o algo así, descubrí que Foxwarner tiene acuerdos de colaboración cinematográfica con Marco Feretti y Charles Voss. — ¿Quiénes? Ah, unos biotecnólogos de fama mundial que estaban en el puerto de Cold Spring. Ambos habían asistido al simposio—. Estoy rastreándolos intensamente desde entonces. Una vez que adivinas lo que debes buscar, es difícil esconder un secreto.
Y los avances de películas eran secretos que querían ser encontrados.
—Como sea —continuó Miri—, creo que Foxwarner basará su temporada estival en alguna fantasía biocientífica. Y el año pasado GameHappenings puso a casi todo Brasil de cabeza.
—Sí, los sitios de Dinosaurios. —Durante casi dos meses, el mundo había recorrido las ciudades brasileñas y los sitios de red sobre Brasil, reuniendo evidencias para su “Invasión del Cretáceo”. Los ecos de todo aquello seguían flotando por todas partes, una realidad secundaria que absorbía la atención creativa de millones. Durante los últimos veinte años, la red mundial había llegado a ser un basural de sitios espurios y fraudulencia recursiva. Hasta que caducaban los derechos de autor, y a menudo durante años después de eso, la presencia online de las películas crecía cada vez más, transformándose en algo más elaborado y consistente que las bases de datos serias. Con frecuencia, lo más difícil del uso de la red era diferenciar la verdad de la fantasía. El chiste típico era que si unos “monstruos del espacio” verdaderos algún día visitaban la Tierra y echaban un solo vistazo a las pesadillas documentadas en la red mundial, huirían a su planeta natal a grito pelado.
Juan miró la evidencia reunida por Miri y siguió algunos de los enlaces más importantes.
—Tienes mucha razón en que este verano será interesante, pero los del cine disponen de todo el espacio cislunar para ponerse a jugar. ¿Por qué pensar que una Película de Verano aparecerá en el condado de San Diego, y mucho menos en el Parque Torrey Pines?
—En realidad, ya han comenzado con la secuencia inicial. Sabes que eso atraerá participantes tempraneros muy pertinaces. En las últimas semanas, en el parque ha habido pequeños cambios ambientales y desplazamientos inusuales de animales.
La evidencia era muy endeble. El Parque Torrey Pines era un predio no mejorado. No había red local. Pero tal vez esa era la cuestión. Miri había alquilado puntos de vista de turistas que estaban en Del Mar Heights y luego había hecho mucho trabajo de análisis. De modo que, probablemente, era poseedora del artículo más improbable y más valioso: haberse enterado primero. O tal vez era pura espuma.
—De acuerdo, está ocurriendo algo en Torrey Pines y tú tienes evidencias de primera mano sobre el asunto. Sigue habiendo apenas una muy vaga conexión con la gente del cine.
—Hay más. Anoche mi teoría pasó de ser “tenue” a ser “plausible”, incluso hasta “indudable”. Me enteré de que Foxwarner ha traído a un equipo de avanzada a San Diego.
—Pero está lejos, en Borrego Springs, en el desierto.
— ¿Cómo lo supiste? Tuve que escarbar mucho para averiguarlo.
—Mi madre. Hace trabajo de 411 para ellos. —Oh. Ahora que lo pensaba, lo que había visto del trabajo de mamá esa tarde posiblemente era información privilegiada.
Miri lo observaba con genuino interés.
— ¿Trabaja con ellos? ¡Genial! Conocer la conexión nos haría adelantar mucho. Si pudieras preguntarle a tu madre…
—No lo sé. —Juan se reclinó en la silla y miró el cronograma que su madre había publicado en casa. Su trabajo del desierto estaba bajo una prohibición de acceso de diez días. Para los extraños, incluso esa misma información resultaba invisible. Juan verificó los certificados de privilegio. Conocía bastante bien a su madre. Probablemente podría adivinar cómo había encriptado los detalles. Y tal vez pueda conseguir alguna corroboración sólida. Realmente deseaba aprobar este examen, pero… Juan se encorvó hacia delante un poco—. Lo lamento. Está sellado.
—Oh. —Miri lo contempló especulativamente. Ser los primeros en descubrir un escenario cinematográfico de Foxwarner, una Película de Verano, le daría a Fairmont el derecho para participar en el guion. Significaría un 10 asegurado en el examen; la verdadera dimensión de un triunfo semejante no quedaría clara hasta bien entrada la temporada de estrenos, pero habría algunas ganancias monetarias durante por lo menos los cinco años de vigencia de los derechos de autor del film.
Si hubiera estado metido en este asunto con Bertie Todd, ahora él le estaría suplicando vivamente que pensara en su futuro y en el del equipo, y que hiciera lo que su mamá seguramente querría que él hiciera si supiera de qué se trataba, o sea, que violara su espacio de datos. Pero, un momento después, la chica se limitó a asentir.
—Está bien, Juan. Es bueno ser respetuoso. —Volvió a las cajas y continuó revolviendo—. Sigamos con lo que ya tenemos, es decir, que Foxwarner está llevando a cabo una operación en San Diego y que algunos de sus socios cinematográficos han estado dando vueltas por el parque Torrey Pines. —Sacó un paquete de… parecían cajas de leche… y lo colocó sobre otra caja—. Alcobs —explicó opacamente. Metió la mano más adentro de la caja abierta y extrajo un par de enormes gafas de plástico. Por un momento, Juan pensó que era equipo de buceo, pero no cubrían la nariz ni la boca. No respondían a los pings informativos; hizo una búsqueda basándose en su apariencia física—. En todo caso —continuó ella, al tiempo que sacaba dos pares más de gafas—, la investigación de fondo encajará con el trabajo de mi equipo ilimitado. Estamos tratando de desenterrar los grandes secretos de la temporada de cine. Hasta ahora, no nos estamos centrando en San Diego, pero Annette llegó casi a las mismas conclusiones que yo respecto a Foxwarner. ¿Quieres formar parte de mi ilimitado también? Si esto se resuelve esta noche, podemos combinar los resultados.
Oh. Era una oferta verdaderamente generosa. Juan no respondió de inmediato. Fingió estar totalmente distraído, mirando todos esos equipos extraños. En realidad, ahora reconocía los aparatos; había unos muy parecidos en la página Sensores de Jane 2005. Pero no pudo encontrar un manual del usuario. Levantó el primer par de gafas y lo giró hacia un lado y el otro. La superficie del plástico era de laca óptica pasiva, como el reverso de un papel de envolver barato de almacén; en lugar de reflejar brillantes colores irisados, los colores fluían a medida que él las giraba, siempre fundiéndose con el color real de las paredes de plástico gris que estaban detrás. Todo eso daba como resultado un crudo color camuflaje, bastante inútil en un ambiente inteligente como este. Finalmente respondió, como si fuese algo incidental:
—No puedo estar en tu equipo ilimitado. Ya estoy en el de Bertie. Puede que no tenga importancia. Sabes que Annette está trabajando con Bertie extraoficialmente.
— ¿Ah, en serio? —Su mirada se fijó en Juan por un momento. Luego—: Debí adivinarlo.; Annette sola no es tan brillante. Así que Bertie ha estado jugando con todos nosotros.
Sí. Juan se encogió de hombros y bajó la cabeza.
— ¿Y cómo funcionan estas gafas?
Miri pareció masticar su resentimiento hacia Annette unos segundos más. Después también se encogió de hombros.
—Recuérdalo: este equipo es viejo. —Levantó sus gafas y le mostró unos controles deslizables que estaban en la correa—. Hasta hay un botón físico, aquí.
—Muy bien. —Juan deslizó las gafas sobre su cabeza y ajustó la correa. Todo el equipo debía de pesar cincuenta o cien gramos. Comparado con las lentes de contacto, era un armatoste. Mirándolo desde fuera, Juan se veía totalmente grotesco. Toda la parte superior de su rostro parecía un tumor bulboso, de color gris amarronado. Se dio cuenta de que Miriam estaba tratando de no reírse—. Está bien, veamos lo que pueden hacer. —Oprimió el botón de encendido.
Nada. Su visión asistida era la misma de antes. Pero cuando apagó las lentes de contacto y miró con los ojos desnudos…
—Está oscuro como un pozo aquí dentro, no veo nada.
— ¡Oh! —Miri sonó algo avergonzada—. Disculpa. Quítate las gafas un minuto. Necesitamos un alcob. —Levantó una de las “cajas de leche”, que tenían el aspecto de ser pesadas.
— ¿O sea?
—ALC/B —deletreó la palabra.
—Ah. —Alimento Listo para Comer, con Batería.
—Sí, uno de los pequeños rezagos de la vida militar. —La retorció en el centro y la caja se partió en dos—. La mitad superior es comida para los Marines y la mitad inferior es energía para el equipo de los Marines. —En el recipiente de comida había letras físicas, hechas con esténcil; ponía algo como pollo con salsa y helado deshidratado—. Una vez traté de comerme uno. —Hizo una mueca—. Por fortuna, eso no será necesario esta noche. —Levantó la mitad inferior del alcob y extrajo un cable delgado—. Este es un punto débil de mi plan. Estas baterías hace tiempo que están agotadas.
—De todos modos, puede que las gafas estén muertas. —Las ropas de Juan a menudo se gastaban antes que le quedaran chicas. A veces, unos cuantos lavados bastaban para estropear los circuitos.
—Oh, no. Estas gafas militares de mierda estaban fabricadas para resistir. —Miri dejó el recipiente de la batería y dobló las gafas de Juan hasta encerrarlas en un puño—. Observa esto. —Se inclinó como un lanzador de softbol y arrojó las gafas contra la pared.
El aparato voló hacia arriba, se estrelló contra el muro, hizo una carambola y chocó ruidosamente contra el techo.
Miriam atravesó corriendo la habitación para recoger lo que quedaba.
La voz de la Coronel Gu descendió por el pozo de la escalera.
— ¡Eh! ¿Qué estáis haciendo allí abajo, chicos?
Miri se puso de pie y rio tapándose la boca con la mano. De pronto, parecía tener diez años de edad.
— ¡Todo está bien, Alice! —gritó—. Es que… eh… se me ha caído algo.
— ¿En el techo?
— ¡Perdón! Tendré más cuidado. —Regresó a Juan y le entregó las gafas—. Mira —dijo—. Ni un rasguño. Ahora les damos energía… —Enchufó el cable de la batería en la correa de las gafas— y tú vuelves a ponértelas.
Se colocó las gafas sobre los ojos y oprimió “encender”. Por un momento vio unos temblorosos rojos monocromáticos y luego apareció ante sus ojos una escena extraña, granulosa. La vista no era panorámica, apenas un ojo de pescado en el que el rostro de Miri se cernía enorme, escudriñándolo. Su piel era del color de un horno caliente y sus ojos y boca brillaban de un blanco azulado.
—Parece ser infrarrojo térmico. —Salvo que el esquema de colores no era el típico.
—Sí. Es el modo de inicio por defecto. ¿Te has fijado que la óptica está incorporada en el equipo? Es como la ropa de campamento: no tienes que depender de una red local. Será una ventaja cuando lleguemos a Torrey Pines. Prueba algunos otros sensores; puedes obtener ayuda deslizando el botón de encendido.
— ¡Eh, sí!
BAT: BAJA SENSORES BAT2: BAJA PASIVO ACTIVO
VIS AMP OK RPS6 NO
ACIR 7 OK SONO NO
IRT 8 OK X-ECO NO
SNIFF NO VIS ESTROB NO
AUDIO NO ACIR ESTROB NO
SEÑAL NO
El pequeño menú flotaba en una esquina del campo visual de su ojo derecho. El aviso de batería baja estaba titilando. Tanteó la correa de la cabeza hasta encontrar un dispositivo de puntero.
—Bien, ahora veo a colores, con luz normal. Aunque la resolución es horrenda. —Juan se dio la vuelta y volvió a mirar a Miri. Rio—. La ventana de menú es totalmente grotesca, ¿sabes? Se queda ahí colgada, en el borde de mi campo visual. ¿Cómo puedo adosarla a la pared o a un objeto fijo?
—No puedes. Te dije que este equipo era viejo. No puede orientarse a donde quieras. Y aunque pudiera, su cerebrito de guisante no es lo bastante rápido para hacer desplazamientos de imagen.
—Ah. —Juan conocía los sistemas obsoletos, pero no los usaba mucho. Con un equipo como este no podía haber superposición de imágenes fantasma. Hasta las cosas comunes y corrientes, como la decoración de interiores, tenían que ser reales.
Había muchas otras cajas, pero ningún dato de inventario. Algunas debían de haber pertenecido al Idiota; tenían etiquetas escritas a mano, como “Prof. William Gu y Sra., Depto. de Inglés, UC Davis” y “William Gu, Rainbow End, Irvine, CA”. Con cuidado, Miri las hizo a todas a un lado.
—Algún día William sabrá qué hacer con todo esto. O tal vez la abuela cambie de opinión y venga a visitarnos de nuevo.
Abrieron más cajas del USMC y curiosearon. Había unos aparatosos chalecos militares, con más bolsillos de los que jamás se veían en la escuela. Los chalecos no estaban documentados en ningún lado. Los bolsillos eran para guardar municiones, especuló Juan. Para los alcobs, afirmó Miri. Esta noche podrían necesitar muchas baterías, ya que hasta las que estaban mejor, al probarlas, arrojaron el resultado de: “atención: carga baja”. Desmembraron los alcobs y cargaron las baterías en dos de los chalecos más pequeños. También había unos teclados montados en cinturones para agregar al equipo.
—Ja. Antes que esto termine, estaremos golpeándolos con los dedos como los adultos.
Llegaron a las últimas cajas. Miri rompió la tapa de la primera. Estaba llena de decenas de objetos ovoides con pintura de camuflaje. De cada uno brotaba un trío de antenas cortas y puntiagudas.
—Bah. Nodos de red. Un millón de veces peores que los que tenemos nosotros y de uso igualmente ilegal en el parque Torrey Pines.
Miri empujó a un lado varias cajas que estaban impresas con el mismo código de producto que los nodos de red. Detrás de ellas había una última caja, más grande que las demás. Miri la abrió… y retrocedió con exagerada satisfacción.
—Ajá. Esperaba que Bill no hubiera tirado estos a la basura. —Sacó algo que tenía un cañón regordete y empuñadura de pistola.
— ¡Un revólver! —Pero no coincidía con nada de lo que había en Armas Livianas de Jane.
—No, mira lo que pone en “sistemas sensores”. —Cogió una batería suelta y la insertó debajo del cañón—. Incluso disparando a quemarropa, seguro que esto no podría matar ni una mosca. Es una sonda activa multifunción. Radar penetrante de tierra y sonografía. Análisis de superficies con rayos X. Láser estroboscópico. No podríamos conseguir esto en una tienda de artículos deportivos. Es demasiado perfecto para el espionaje ofensivo.
—También tiene accesorios.
Miri escudriñó el interior de la caja y extrajo una barra de metal con un extremo acampanado.
—Sí, es para el radar; calza justo aquí. Supuestamente, es excelente para investigar túneles. —Reparó en que Juan miraba fascinado su último hallazgo y sonrió burlonamente—. ¡Chicos…! Hay otra en la caja. Cógela. Pero no la pruebes aquí. Haría sonar todas las alarmas.
En pocos minutos, estaban cargados de baterías, enchufados al equipo de sondeo y mirándose el uno al otro a través de las gafas. Los dos comenzaron a reírse.
— ¡Pareces un insecto monstruoso! —dijo ella.
Con el infrarrojo, las gafas parecían ojos de insecto, grandes y negros, y los chalecos militares semejaban armaduras quitinosas que refulgían en los sitios donde había una batería cargada.
Juan agitó la pistola-sonda en el aire.
—Sí. Insectos asesinos. —Mmm—. ¿Sabes? Nos vemos tan ridículos… apuesto a que si encontramos a Foxwarner en Torrey Pines podríamos acabar formando parte del espectáculo. —Esas cosas ocurrían, pero la participación de los consumidores principalmente se limitaba a contribuciones al contenido e ideas para el argumento.
Miri rio.
—Te dije que era un buen proyecto.
Miri llamó un coche para que los llevara a Torrey Pines. Subieron ruidosamente las escaleras y encontraron al Sr. Gu parado junto a William el Idiota. Parecía que el Sr. Gu estaba intentando ocultar una sonrisa.
—Os veis encantadores. —Echó un vistazo a William—. ¿Estás listo para partir?
Puede que William también hubiera estado sonriendo.
—Cuando quieras, Bill.
El Sr. Gu los acompañó a los tres hasta la puerta principal. El coche de Miri ya estaba aparcando. El sol se había deslizado por detrás de una creciente pared de niebla proveniente de la costa y la tarde estaba refrescando.
Se quitaron las gafas y caminaron por el césped, con Juan delante. Detrás de él, Miri caminaba de la mano de William. Miriam Gu era respetuosa con sus padres, pero también impertinente. Con su abuelo era diferente, aunque Juan no sabía si su admiración por William era confiada o protectora. En cualquier caso, era insólita.
Los tres se apilaron en el coche; William ocupó el asiento que miraba a la parte trasera. Condujeron a través de Fallbrook Este. Los realces del barrio seguían siendo bonitos, aunque no tenían la estética coordinada de las casas que estaban al lado de Camp Pendleton. Aquí y allá, algunos propietarios tenían publicidad.
Miri echó un vistazo atrás, a la deshilachada línea de niebla costera, cuya silueta se recortaba contra un cielo de brillante azul pálido.
—Aquí la niebla es audaz —citó.
—Garras extendidas a lo ancho de nuestra tierra —dijo Juan.
—Punzante —completó ella, y ambos rieron. Era un texto del espectáculo de Halloween del año pasado, pero para los alumnos de Fairmont tenía un significado especial. No tenía nada que ver con ese miedo del siglo veinte por las “patitas de gato” de la niebla9. La niebla nocturna era común cerca de la costa y cuando aparecía, las comunicaciones por láser se caían… y El Mundo Cambiaba—. El clima dice que casi todo el parque Torrey Pines estará bajo la niebla dentro de una hora.
—Escalofriante.
—Será divertido. —Y ya que el parque no tenía realces, en todo caso no habría mucha diferencia.
El coche giró en la calle Reche y se dirigió al este, hacia la autopista. Muy pronto, la niebla era sólo un borde de nubes bajas bajo una tarde soleada.
William no había pronunciado palabra desde que subieran. Había aceptado un par de gafas y un par de baterías, pero no un chaleco. En su lugar, llevaba un viejo bolso de lona. Su piel se veía joven y tersa, pero cubierta con una pátina de sudor. La mirada de William saltaba de un lado a otro, un poco espasmódica. Juan se daba cuenta de que el hombre llevaba lentes de contacto y ropas informáticas, pero sus espasmos no eran como los de un adulto que trataba de ingresar información en la ropa inteligente. Era más como si tuviera alguna enfermedad.
Juan buscó los síntomas que estaba viendo relacionándolos con la gerontología. La piel de aspecto extraño era un recubrimiento regenerativo, algo bastante común. En cuanto a los temblores… ¿Parkinson? Tal vez, pero hoy en día esa enfermedad era poco frecuente. ¿Alzheimer? No, los síntomas no coincidían. Ajá: “Síndrome de Recuperación del Alzheimer”. Antes del tratamiento, el viejo William debía de haber sido un vegetal a tiempo completo. Ahora todo su sistema nervioso estaba volviendo a crecer. El resultado sería una persona bastante sana, aunque de personalidad azarosamente distinta de la de antes. Los espasmos se debían a la reconexión final con el sistema nervioso periférico. En esos días había alrededor de cincuenta mil pacientes de Alzheimer en recuperación. Bertie incluso había trabajado en colaboración con algunos de ellos. Pero de cerca y en persona… a Juan le provocaba náuseas. Estaba bien que William conviviera con chicos durante su recuperación. Pero haberlo apuntado en la Secundaria Fairmont ya era el colmo de lo desagradable. Su especialidad figuraba como “medios de copiado en papel; categoría: educación especial”; al menos eso lo mantenía apartado de la gente.
Miri estaba mirando por la ventanilla, aunque Juan no tenía idea de lo que estaba viendo. De pronto, ella dijo:
—Mira, este es tu amigo Bertie Vómito de Sapo. —Fabricó una mueca increíble: un sapo salpicado de hongos que babeaba una gelatina espesa, muy realista, que caía directamente en el asiento que estaba entre los dos.
— ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
—Ha estado encima de mí todo el semestre, maltratándome, esparciendo rumores sobre mí. Engañó a esa estúpida de Annette para que ella me empujara a formar equipo contigo… No es que me esté quejando de ti, Juan. Esto está funcionando bastante bien. —Parecía un poco avergonzada—. Pero Bertie es mandón a más no poder.
Juan, desde luego, no podía discutírselo. Pero entonces, de pronto, reparó en algo.
—Vosotros dos os parecéis en ciertos aspectos.
— ¡Qué!
—Bueno, los dos sois mandones a más no poder.
Miri se lo quedó mirando con la boca abierta y Juan esperó la explosión. Pero ella advirtió que William la estaba observando con una sonrisa extraña en la cara. Cerró la boca y lanzó a Juan una mirada penetrante.
—Sí. Vale. Tienes razón. Alice dice que ese debe ser mi talento más fuerte, si es que alguna vez logro ponerle un límite. Mientras tanto, creo que puedo ser bastante desagradable. —Apartó la mirada un momento—. Pero, además de que los dos seamos dictadores en ciernes, no veo ninguna otra similitud entre Bertie y yo. Yo soy extrovertida. Soy solitaria. Bertie Sapo es subrepticio y ruin. Mete sus verrugosas manos en todo. Y nadie sabe cómo es él en realidad.
—No es cierto. Conozco a Bertie desde sexto grado; lo conozco bien desde hace casi dos semestres. Es un alumno remoto, nada más. Vive en Evanston.
Ella vaciló, tal vez buscando “Evanston”.
— ¿Y tú has estado en Chicago alguna vez? ¿Conoces a Bertie en persona?
—Bueno, no exactamente. Pero el último día de Acción de Gracias lo visité durante casi una semana. —Había sido justo después que las píldoras hubieran comenzado a darle resultado—. Me llevó a conocer los museos, como en las excursiones de 411. También conocí a sus padres, vi su casa. Falsificar todo eso habría sido casi imposible. Bertie es un chaval como nosotros. —Aunque era cierto que Bertie no le había presentado a muchos de sus amigos. A veces, parecía que Bertie tenía miedo de que si sus amigos se conocían entre sí pudieran dejarlo de lado. El gran talento de Bertie era hacer contactos, pero al parecer pensaba que esos contactos eran propiedades que le podían robar. Era triste.
Miri no le creyó nada.
—Bertie no es como nosotros, Juan. Ya sabes lo de Annette. Sé que se ha inmiscuido en un montón de grupos de la escuela. Él es todo para todos, el típico Sr. Yo Te Lo Arreglo. —Su rostro adoptó una expresión de contemplación reflexiva y quedó en silencio un instante.
Ahora ya habían dejado la calle Reche y se dirigían al sur. El paisaje verdadero era de ondulantes colinas cubiertas por una interminable sucesión de calles, casas y centros comerciales. Si se aceptaban los realces gratuitos de la carretera, se veía un plácido paisaje silvestre salpicado de publicidad. Aquí y allá había sutiles desfasajes: las rocas más grandes se metamorfoseaban en trolls; era probablemente la obra de algún círculo Pratchett de la Fe. El coche pasó la cuesta de Pala y comenzó a ascender la primera de las diversas estribaciones de varias millas de largo que los separaban de Escondido y del atajo a la costa.
—El otoño pasado —dijo Miri—, Bertram Todd no era más que otro chico demasiado inteligente de mi clase de lengua. Pero este semestre me ha causado un montón de inconvenientes, un montón de pequeñas humillaciones. Ahora ha logrado Atraer Mi Atención. —No parecía algo saludable de hacer—. Voy a descubrir su secreto. Un desliz es todo lo que necesito.
Había un viejo dicho: una vez que tu secreto sale a la luz en cualquier sitio, aunque sea por un brevísimo tiempo, sale a la luz para siempre.
—Oh, no sé —dijo Juan—. La manera de disimular un desliz es adornarlo, ocultarlo en medio de toda clase de secretos falsos.
—Ja. Puede que él sea algo raro. Puede que esté en un equipo corporativo.
Juan rio.
— ¡O puede que sea algo raro de verdad!
Durante los kilómetros siguientes, Miri y él mencionaron todos los clichés del cine: quizás Bertie era un chico artificial, o un supercerebro atrapado en una botella debajo del Fuerte Meade. Quizás Bertie era un miembro de avanzada de los invasores extraterrestres que ahora mismo estaban apoderándose de la red mundial. Quizás era un viejo programa bélico chino que de pronto había adquirido conciencia; o la mismísima red mundial, que finalmente se había despertado, con poderes superhumanos… y ciertamente maléficos.
O quizás Bertie era la creación subconsciente de la imaginación de Juan, y Juan era —sin que nadie lo supiera— el verdadero monstruo. Esa fue idea de Miri. En cierta forma, era la más cómica de todas, aunque había algo perturbador en ella, al menos para Juan.
El coche había girado hacia la Autopista 56 y estaban regresando hacia la costa. Aquí había más espacio abierto y las colinas eran verdes, orladas de dorado por las flores de primavera. Las subdivisiones habían desaparecido, reemplazadas por kilómetros y kilómetros de predios industriales: los laboratorios automatizados de genómica y proteómica se expandían como lithops 10 verdegrisáceos, bañados en lo que quedaba de sol. La gente podía vivir y trabajar en cualquier parte del mundo. Pero algunas cosas tienen que instalarse en un solo lugar real, lo bastante cerca unas de otras como para que los enlaces de datos superveloces puedan conectar sus partes. Estos edificios bajos manejaban la economía física de San Diego; en su interior, el genio de los humanos, el de las máquinas y el de la naturaleza biológica colisionaban y fabricaban magia.
El sol se fue hundiendo detrás de la niebla conforme entraban en la zona de la laguna, al norte del parque Torrey Pines. Salieron de la autopista y giraron al sur, bordeando la playa. Frente a ellos se elevaban los pálidos acantilados de la parte principal del parque; las cimas de las colinas estaban envueltas en la creciente niebla.
El Idiota había permanecido en silencio durante las risas y las charlas tontas. Pero cuando Miri volvió a su especulación acerca de cómo todo esto encajaba con el hecho de que Bertie la estuviera fastidiando tanto, de pronto la interrumpió.
—Creo que en parte es muy sencillo. ¿Por qué Bertie te está fastidiando, Miriam? Me parece que hay una posibilidad tan fantástica que ninguno de vosotros dos la ha imaginado siquiera.
William comunicó su opinión con ese tono vagamente jocoso que usaban los adultos con los niños pequeños. Pero Miri no le respondió irrespetuosamente.
—Oh. —Lo miró como si William hubiera hecho un gran descubrimiento—. Lo pensaré un poco más.
La carretera ascendía tortuosamente a través de la niebla. Miri hizo que el coche los dejara en el extremo más alejado del sendero circular de la cima.
—Vayamos haciendo una evaluación mientras caminamos hacia la estación de los guardabosques.
Juan descendió al asfalto cubierto de malezas. El sol, final y verdaderamente, se había ocultado. Diablos, el aire estaba frío. Aleteó con los brazos, incómodo. Advirtió que William llevaba puesta una chaqueta.
—Vosotros dos tendríais que ser un poco más previsores —dijo el Idiota.
Juan hizo una mueca.
—Puedo soportar el fresco nocturno. —Mamá siempre le estaba encima con esas cosas también. Los aditivos de previsión eran baratos, pero él la había convencido de que cometían errores estúpidos. Sacó del auto su “pistola” sensora, la deslizó al interior del largo bolsillo de la espalda del chaleco… y trató de ignorar que estaba temblando.
—Toma, Miriam. —William le entregó a la muchacha una chaqueta de tamaño adulto, lo bastante grande para que se la calzara encima del chaleco militar.
— ¡Oh, gracias! —Se abrigó bien con ella, haciendo que Juan se sintiera aún más congelado y estúpido.
—Una para ti también, campeón. —William le arrojó otra chaqueta a Juan.
Era chocante sentirse tan irritado y a la vez tan agradecido. Extrajo la funda de la sonda y la guardó en la chaqueta. De pronto, la noche se sentía mucho más agradable. La chaqueta bloquearía alrededor de la mitad de sus portales de datos de alto rendimiento, pero, bah, de todos modos dentro de unos minutos estaremos otra vez en medio de la niebla.
El coche partió mientras ellos comenzaban a andar, rumbo a la estación de guardabosques. Y Juan se dio cuenta de que parte de la información que tenía sobre el parque estaba muy desactualizada. Los baños estaban detrás de él, pero el aparcamiento de las fotos había desaparecido completamente, salvo en los bordes, donde se había convertido en ese sendero circular. Buscó información más reciente.
Por supuesto, aquí arriba no había aparcado nadie. Tampoco había coches que trajeran gente. Los últimos días de abril no eran el punto más alto de la temporada de turismo físico… y para el parque Torrey Pines esa era la única temporada turística que existía.
Estaban apenas por encima de la capa de niebla. Debajo de ellos, hacia el oeste, veían la parte superior de unas nubes esponjosas. En un día claro, habrían podido ver directamente el océano. Ahora había apenas unas formas brumosas sobresalían de la niebla y, por encima, un cielo en penumbras, de un azul cada vez más profundo. Todavía se apreciaba un fulgor especial en el horizonte, donde el sol se había ocultado. Venus colgaba por encima de ese resplandor, junto con Sirio y las estrellas más brillantes de Orión.
Juan vaciló.
—Qué extraño.
— ¿Qué?
—He recibido correspondencia. —Puso un puntero en el cielo para que los demás lo vieran: un paquete balístico de FedEx, con remitente de Cambridge. Estaba descendiendo directamente hacia ellos, desde muy alto.
A unos trescientos metros, el paquete redujo la velocidad drásticamente y una voz seductora dijo en el oído de Juan:
— ¿Acepta el envío, Sr. Orozco?
—Sí, sí. —Indicó un punto en el terreno, allí cerca.
Durante todo ese rato, William había estado mirando el cielo. Entonces dio un pequeño respingo y Juan adivinó que el tío finalmente había visto el puntero. Un segundo después, el paquete ya se distinguía a simple vista: una mancha oscura con ocasionales fogonazos azulados, cayendo en silencio hacia ellos.
Cuando estaba a tres metros, desaceleró nuevamente y tuvieron un atisbo del origen de la luz: decenas de diminutos jets de aterrizaje alrededor del borde del paquete. Los que hacían campañas por los derechos de los animales afirmaban que las microturbinas eran dolorosamente ruidosas para ciertas clases de murciélagos, pero para los humanos, e incluso para los gatos y los perros, toda la operación era silenciosa… hasta el último momento. Cuando estaba a treinta centímetros del suelo, hubo una explosión ventosa y una dispersión de agujas de pino.
—Firme aquí, Sr. Orozco —dijo la voz.
Juan firmó y comenzó a caminar hacia el envío. William ya estaba allí, arrodillándose con torpeza. El Idiota tropezó justo en el instante equivocado y, con un sacudón, cayó hacia delante, apoyando la rodilla sobre el paquete y aplastándolo.
Miri se lanzó hacia él.
— ¡William! ¿Estás bien?
William rodó sobre sí mismo y se quedó sentado, masajeándose la rodilla.
—Sí, estoy bien, Miriam. Maldita sea. —Miró a Juan—. Lo lamento mucho, chaval. —Por una vez, no sonaba sarcástico.
Juan mantuvo la boca cerrada. Se agachó junto a la caja: era un envío estándar de quinientos gramos, ahora con una gran hendidura en el medio. La tapa estaba atorada, pero el material era apenas más resistente que el cartón y no tuvo problemas en romperla y abrirla. Dentro… sacó una bolsa transparente y la levantó para que todos la vieran.
William se inclinó hacia delante, entrecerrando los ojos. La bolsa estaba llena de decenas de bolitas pequeñas, irregulares.
—A mí me parece excremento de conejo.
—Sí. O comida sana —dijo Juan. Fueran lo que fueran, no parecía que el accidente de William las hubiera dañado en absoluto.
— ¡Vómito de Sapo! ¿Qué estás haciendo aquí? —La voz de Miriam sonó aguda y estridente.
Juan levantó la vista y vio una figura conocida, de pie junto al paquete. Bertie. Como de costumbre, su imagen iba perfectamente a juego con la iluminación ambiental. Su sonrisa destellaba tenuemente en la penumbra. Saludó a Juan con un pequeño movimiento de mano.
—Puedes agradecérmelo más tarde. Este enlace de cortesía de FedEx sólo es válido por dos minutos, o sea que tengo el tiempo justo y necesario para poneros al tanto. —Señaló la bolsa que Juan tenía en la mano—. Podrían serte de gran ayuda una vez que entres al parque.
—No tienes ningún tiempo. ¡Lárgate! —Miri.
—Estás echando a perder nuestro examen local por el solo hecho de estar aquí, Bertie — dijo Juan.
Bertie miró los rostros indignados de ambos. Le hizo a Miri una pequeña reverencia y le dijo:
— ¡Me has herido! —Luego se volvió hacia Juan—. Para nada, mi querido. Los supervisores del examen no os muestran como de acceso restringido. Técnicamente, aún no habéis comenzado el examen local. Y yo sólo estoy de visita, viendo cómo está un leal miembro de mi equipo ilimitado… o sea, tú.
Juan rechinó los dientes.
—Está bien. ¿Qué es lo que quieres?
La sonrisa de Bertie se ensanchó hasta un tamaño levemente mayor que el humanamente posible.
— ¡Hemos hecho grandes progresos, Juan! Tuve suerte con el grupo siberiano… tenían la idea que Kistler justamente estaba necesitando. ¡Hasta hemos construido prototipos de verdad! —Nuevamente, señaló la bolsa que Juan tenía en la mano—. Tú tienes el primer lote. —Su tono cambió a modo persuasivo—. No estoy en tu equipo local, pero nuestro examen ilimitado es en colaboración, ¿o no, Juan?
—Vale. —Esto era extremo, incluso para Bertie. ¡Seguro que ya tenía los prototipos listos desde esta misma tarde!
—Entonces necesitamos probar estas “migas de pan”, y como he notado que mi leal compañero de equipo incidentalmente está haciendo un viaje de campo al parque Torrey Pines, bueno, pensé que…
Miri estaba perforando la imagen del intruso con la mirada.
— ¿De modo que te nos has pegado? Yo tengo mis propios planes.
—Nodos de red totalmente orgánicos, lo bastante buenos para pasar una prueba de campo. Descartamos el láser de comunicaciones y la capacidad de recarga, pero estos pequeñuelos poseen todo el resto de las funciones estándar: sensores básicos, un direccionador, un localizador. Y no son más que proteínas y azúcares, nada de metales pesados. Cuando llegue la primera lluvia fuerte, serán fertilizantes.
Miri se acercó a Juan y abrió la bolsa de plástico. Olisqueó.
—Estas cosas huelen muy mal… seguro que son tóxicas.
—Oh, no —dijo Bertie—. Sacrificamos gran parte de la funcionalidad para que sean seguras. Probablemente, hasta podrías comerte a esas condenadas, Miri. —Bertie rio secamente al verle la cara—. Pero sugiero que no; están un poco cargadas de compuestos de nitrógeno…
Juan se quedó mirando las bolitas. ¿Compuestos de nitrógeno? ¡Sonaba al trabajo de investigación que Juan había hecho ese mismo semestre! Juan estaba ahogado de indignación, pero lo único que se le ocurrió decir fue:
—Esto… esto es lo que estábamos buscando, Bertie.
—Sí —se enorgulleció Bertie—. Aunque no tengan todo el conjunto de funciones estándar, nuestra parte de los derechos nos reportará buen dinero. —Y un 10 asegurado en el examen ilimitado—. Mira, Juan… éstas salieron de la organofábrica del MIT hace unas tres horas. En un bonito y limpio laboratorio funcionan muy bien. Ahora, ¿qué tal si las introduces en el parque a escondidas y les haces una verdadera prueba de campo? Serás útil a tu equipo ilimitado al mismo tiempo que trabajas en tu proyecto local. Bueno… eso es trabajo en colaboración.
—Lárgate, Bertie —dijo Miri.
Él la saludó con otra pequeña reverencia.
—De todos modos, mis dos minutos ya casi han terminado. Me marcho. —Su imagen se desvaneció.
Miri frunció el entrecejo, mirando el espacio vacío donde había estado Bertie.
—Haz lo que quieras con las bolitas de estiércol de Bertie, Juan. Pero, aunque sean totalmente orgánicas, seguro que igual están prohibidas por el reglamento del parque.
—Sí, pero sólo por un tecnicismo, ¿verdad? Estas cosas no dejan basura.
Ella se limitó a encogerse de hombros, enfadada.
William había recogido el paquete a medio aplastar.
— ¿Qué haremos con esto?
Juan le hizo señas de que lo apoyara en el suelo.
—Dejarlo aquí. En Jamul hay un mini-conector de FedEx. El paquete debe tener suficiente combustible para volar hasta allí. —Y luego reparó en el marcador de daños que flotaba junto a la caja—. Caray. Dice que no puede volar. —También había advertencias sobre los peligros del combustible inflamable y un recordatorio de que él, Juan Orozco, había firmado la recepción del paquete y era responsable de desecharlo apropiadamente.
William plegó la caja. Vacía, era principalmente espuma plástica y no pesaba más de un kilo o un kilo doscientos.
—Apuesto a que puedo doblarla hasta devolverle su forma original.
—Mmm. —dijo Juan.
Miri le tradujo al Idiota:
—Puede que no funcione, William. Aparte, no tenemos el manual. Si la rompemos y dejamos al descubierto el sistema de combustible…
—Buena observación —asintió William. Guardó la caja en su bolsa y luego meneó la cabeza reflexivamente—. Voló hasta aquí desde Cambridge.
Sí, sí.
Los tres reiniciaron la caminata hacia la estación del guardabosques, aunque ahora llevaban un poco más de equipaje, tanto mental como físico. Miri rezongaba, discutiendo consigo misma acerca de si debían usar el regalo de Bertie.
Incluso con niebla, las “migas de pan” de Bertie podían ser una verdadera ventaja a la hora de revisar el parque… si lograban entrar con ellas. La mente de Juan corría por esa línea, tratando de imaginar qué debía decir en la estación del guardabosques. Al mismo tiempo, observaba a William. El tío había traído una linterna. El círculo de luz saltaba de aquí para allá, haciendo resaltar las raíces de los árboles y los arbustos en duros relieves. Ahora que lo pensaba, si no hubieran tenido el equipo de los Marines de Miri, una linterna habría sido mucho más útil que las chaquetas. En ciertos aspectos, William no era un tonto consumado. En otros…
Juan estaba contento de que William no le hubiese devuelto el paquete de FedEx. Habría estado condenado a cargar con él toda la noche; además, la caja se consideraba desecho tóxico y si la abandonaba en cualquier bote de basura común seguramente ésta lo delataría. El viejo William estaba medianamente interesado en las migas de pan, pero el paquete en el que habían venido, por roto que estuviera, le fascinaba.
La zona de entrada al parque todavía poseía una conectividad bastante buena, pero la estación de guardabosques estaba escondida por la ladera de la colina y Juan no podía verla. Por desgracia, el sitio web de Parques Estatales estaba en construcción. Juan curioseó, pero lo único que encontró fueron más fotos desactualizadas. Quizás la estación estaba vacía. En una noche de lunes como esta, fuera de temporada, un solo operador de 411 podía ser suficiente para cubrir todos los parques estatales del sur de California.
Mientras abandonaban el sendero y comenzaban a ver directamente la estación, observaron que no era simplemente un punto de descanso o siquiera un quiosco. En realidad, era una oficina cerrada, con iluminación brillante, real, y un guardabosques físicamente presente… un hombre de mediana edad, tal vez de treinta y cinco años.
El guardabosques se puso de pie y dio un paso hasta quedar bajo el foco de luz.
—Buenas noches —le dijo a William; luego reparó en las formas pesadamente cargadas de Miriam y Juan—. Hola, chicos. ¿Qué puedo hacer por todos vosotros?
Miri miró significativamente a William. Algo parecido al pánico invadió los ojos de él.
—Perdona, chiquilla —masculló—. No recuerdo qué se hace en estos lugares.
—Está bien. —Miri encaró al guardabosques—. Sólo queremos comprar un pase nocturno, sin acampar. Para tres.
—Enseguida. —El guardabosques se sumergió en su oficina y salió con una especie de vara detectora; este escenario realmente era muy anticuado—. Debí hacer esto primero. —Se acercó a William, pero les habló a los tres, recalcando especialmente los puntos más importantes del reglamento del parque—. Seguid los letreros. No se permite escalar los acantilados. Si vais a la cara del acantilado que mira a la playa, nos enteraremos y os multaremos. ¿Estáis equipados visualmente?
—Sí, señor. —Miriam levantó las gafas para que les diera la luz. Juan abrió la chaqueta para que se viera el chaleco militar.
El guardabosques rio.
—Vaya. No he visto de estos desde hace bastante. No dejéis las baterías tiradas en el parque. Eso… —apartó la vista de William y sacudió la vara alrededor de Miriam y Juan—. Eso es muy importante aquí, amigos. Dejad el parque como lo habéis encontrado. Nada de basura y nada de redes. La basura suelta se va acumulando y no podemos limpiarla como se limpia en otros lugares.
La vara emitió un leve quejido cuando pasó sobre el bolsillo de la chaqueta de Juan. Joder. Debe haber recibido un ping de respuesta. Muy probablemente, los prototipos de Bertie no tenían estado inactivo.
El guardabosques también oyó el ruido. Apoyó la vara contra la chaqueta de Juan y se inclinó para escuchar.
—Una maldita falsa alarma, seguro. ¿Qué tienes ahí dentro, hijo? —Juan le entregó la bolsa de bolitas oscuras, amarronadas. El guardabosques la sostuvo a la luz—. ¿Qué son estas cosas?
—Alimento energizante —dijo William antes que la lengua de Juan pudiera trabarse siquiera.
—Ah, ¿en serio? ¿Puedo probar una? —Abrió la bolsa mientras Juan miraba en silencio, con los ojos abiertos como platos—. Parecen sabrosas y de chocolate. —Cogió una de la bolsa y la apretó evaluativamente. Luego sintió el olor—. ¡Dios!11 —Arrojó la bolita al suelo y miró la mancha marrón que le había quedado en los dedos—. Huele a… Huele horrible. —Puso la bolsa rápidamente en las manos de Juan—. No lo sé, chaval. Tienes gustos raros. —Pero no hizo más preguntas a la historia—. Bien, amigos. Creo que podéis iros. Os mostraré dónde comienza la senda y… —Calló, con la mirada vacía, por un segundo—. Oh. Veo unas personas que están llegando al parque Monte Cuyamaca y esta noche estoy al cargo allí también. ¿Queréis seguir adelante? —Señaló un sendero que conducía al norte de la estación—. No podéis perderos aunque la senda esté borrada; hay un gran letrero. —Les hizo ademán de que siguieran y luego les dio la espalda, para hablar con quienquiera que estuviera viendo en el parque de las montañas.
Pasando la senda, el parque carecía completamente de mejoras; era terreno salvaje. Durante treinta metros o algo así, Juan tuvo conectividad inalámbrica, pero hasta eso se estaba desvaneciendo. Miri envió una notificación al servicio supervisor del examen para certificar que su equipo comenzaba el examen local, ya que la espesura muy pronto los aislaría de la red mundial… ¡hasta podrían obtener un crédito oficial por ese hecho!
Pero… aj. El solo hecho de saber que no podían entrar en la red mundial para conseguir respuestas ya era doloroso. Era como tener picazón y no poder rascarse, o como tener un calcetín agujereado, pero mucho peor.
—He guardado en caché un montón de cosas sobre el parque, Miri… pero parte de todo eso es un poco viejo… —Lo cual no habría sido problema, pero ahora ya no podía ir a buscar información mejor.
—No te preocupes, Juan. La semana pasada gasté un poco de dinero y usé un servicio de 411. ¿Ves? —Unos pocos gigabytes de luz láser titilaron en el espacio que los separaba… Ella estaba preparada. Los mapas y fotos parecían muy actualizados.
Confiadamente, Miri escogió uno de los varios caminos y los llevó por un sendero que descendía en zigzag hacia el noroeste. Hasta convenció a William de usar un tercer par de gafas en vez de la linterna. El Idiota avanzaba torpemente. Parecía bastante ágil, pero cada cuatro o cinco pasos sufría un espasmo aleatorio.
Juan se sentía incómodo cuando lo miraba. Apartó la vista y jugó con el menú de sus gafas.
—Eh, Miri. Prueba “VIS AMP”. Es bonito.
Caminaron en silencio un rato. Juan nunca había visitado el parque Torrey Pines excepto con sus padres y cuando era pequeño. Y a la luz del día. Esta noche, con VIS AMP, la luz de Venus y Sirio y Betelgeuse descendía a través de las ramas de pino, proyectando sombras coloreadas hacia todos lados. La mayoría de las flores se habían cerrado, pero había destellos de amarillos y rojos balanceándose entre la manzanita y los cactus bajos y pálidos. El lugar era tranquilo, realmente hermoso. Y qué importaba si las imágenes de baja resolución de las gafas sólo mostraban lo que uno estaba mirando. Era parte del encanto. Estaban recibiendo esta imagen sin ayuda externa, un paso más cerca de la genuina realidad.
—Muy bien, Juan. Intenta distribuir algunas bolitas de estiércol de Bertie.
¿Las migas de pan?
—Claro. —Juan abrió la bolsa y arrojó una de las bolitas al costado del sendero… Nada. Hizo aparecer un diagnóstico inalámbrico de corto alcance. Vaya—. Qué sitio más silencioso.
— ¿Qué esperabas? —dijo Miri—. No hay redes, recuérdalo.
Juan se agachó para inspeccionar la miga de pan. El guardabosques había detectado una leve señal con la vara, pero ahora Juan quería una respuesta ping; no hubo ninguna. Y Bertie no les había hablado de un protocolo de habilitación. Bueno, tal vez no importa. Juan era una rata: tenía todos los habilitadores de uso común ocultos, almacenados en su ropa inteligente. Bombardeó la miga de pan con una orden de inicio tras otra. En la mitad de la secuencia, hubo una explosión de luz virtual en sus contactos.
—Ja. ¡Está viva! —Se dio vuelta y alcanzó a Miri y William.
—Bien hecho, Juan. —Por una vez, Miri Gu parecía satisfecha con él.
El sendero era ancho y arenoso; de los nudosos pinos colgaban puños de largas agujas, justo por encima de la cabeza de Juan y a la altura de la cara del Idiota. Entre los datos útiles del parque que Juan había bajado de la red, figuraba la aseveración de que este era el último lugar de la Tierra en donde existían estos pinos. Habían enraizado en las escarpadas laderas de los cerros y permanecido allí durante años y años, soportando la erosión y la sequía y las heladas brisas del océano. Juan miró atrás, a la figura desgarbada de William que arrastraba los pies detrás de ellos. Sí. El viejo William era una especie de pino humano.
Ahora estaban en la cima de la niebla. A ambos lados flotaban pilares de bruma, altos y silenciosos. La luz de las estrellas se hacía más difusa y más brillante.
Detrás, la transmisión de datos del nodo que Juan había dejado estaba disminuyendo hasta desaparecer. Escogió una segunda miga de pan, le dio la orden de inicio apropiada y la arrojó al costado del sendero. El diagnóstico de corto alcance le mostró su débil resplandor; pasado un segundo detectó otra vez al primer nodo, que ahora volvía a brillar.
—Establecieron el enlace… me están llegando datos enviados por el primer nodo.
Ja. Normalmente, uno no pensaba en estos detalles. Estos aparatos le recordaban a la red de juguete que le había comprado su padre cuando todavía tenía trabajo. Juan tenía apenas cinco años y los nodos de juguete eran unos trastos enormes, pero el padre y el hijo se habían entretenido acomodándolos por toda la casa durante varios días felices… y eso había permitido que Juan incorporara una comprensión de las redes aleatorias de la que algunos adultos todavía parecían carecer.
—Sí, los veo —dijo Miri—. No estamos recibiendo comunicaciones que no sean de las bolitas, ¿verdad? No quiero que se retransmita nada al mundo exterior.
Sí, sí. Es un examen local.
—Estamos aislados, a menos que transmitamos algo muy ruidoso. —Arrojó cinco o seis migas de pan más, suficientes para que pudieran establecer sus posiciones relativas con precisión; en la imagen de diagnóstico, los destellos del localizador se hicieron más nítidos: las borrosas estimaciones pasaron a ser a puntos de luz diáfanos como diamantes.
La niebla se enroscó sobre ellos, cada vez más espesa, y la luz de las estrellas se tornó borrosa. Delante de él, Miri tropezó.
—Cuidado dónde pisáis… ya sabéis, en realidad no hay suficiente luz.
Algunos parches de niebla eran tan densos que el VIS AMP sólo mostraba ruido de colores.
—Sí, supongo que deberíamos cambiar a IR térmico.
Se detuvieron y se quedaron parados como estúpidos, chapuceando con los controles manuales para hacer algo que tendría que haber sido completamente automático. El infrarrojo cercano era tan malo como visual: por un momento, Juan contempló los hilos de luz láser casi infrarrojo que titilaban esporádicamente entre los puertos de datos de sus ropas; con esta niebla, los pequeños láseres sólo iluminaban hasta una distancia de un metro y medio.
Miri estaba delante de él.
—Bueno, así está mucho mejor —dijo.
Juan finalmente logró volver a poner sus gafas en infrarrojo térmico por defecto. La cara de Miri refulgía al rojo vivo, salvo por la fresca negrura de las gafas. La mayoría de las plantas se veían vagamente rojizas. La madera de los escalones a sus pies tenía tres agujeros oscuros en la parte superior. Juan estiró la mano hacia abajo y descubrió que los agujeros se sentían fríos y metálicos al tacto. Clavos de metal que mantenían la madera en su lugar.
—Vamos —dijo Miri—. Quiero bajar hasta casi el fondo del cañón.
La escalinata era empinada, con una pesada barandilla de madera del lado del precipicio. La niebla seguía siendo un problema, pero con el IRT tenían una visibilidad de al menos diez metros. Unas tenues luces rojizas flotaban en la oscuridad, burbujas de aire ligeramente más cálido. El fondo estaba muy abajo, mucho más lejos de lo que habían sospechado. Juan arrojó unas cuantas migas de pan más y miró al sendero que quedaba atrás, a las luces localizadoras de los demás nodos. Qué paisaje singular. El diagnóstico de las migas aparecía en sus lentes de contacto, donde normalmente veía todos los realces. Pero eran las gafas del USMC las que proveían la mayor parte de la visión aumentada. ¿Y sin ellas? Se detuvo, apagó los aditivos de la ropa y se quitó las gafas de la cara por un momento. Oscuridad, oscuridad absoluta, y un aire helado y húmedo en su rostro. ¡Que me vengan a hablar de aislamiento!
Oyó que William se acercaba detrás de él. El tío se detuvo y por un momento se quedó callado, escuchando.
La voz de Miri llegó desde más abajo.
— ¿Estás bien, William?
—Claro, no hay problema.
—Bien. ¿Podrías acercaros junto a mí, tú y Juan? Tenemos que permanecer lo bastante cerca para mantener un buen intercambio de datos entre nosotros. ¿Estás recibiendo vídeo de las bolitas de estiércol, Juan? —Bertie había dicho que contenían sensores básicos.
—No —replicó Juan. Volvió a colocarse las gafas y descendió hasta donde estaba ella. Cualquier vídeo proveniente de las migas de pan habría aparecido en sus lentes de contacto, pero lo único que recibía eran diagnósticos. Cogió otra miga y la arrojó muy lejos, al vacío. Su ubicación apareció en las lentes. Cayó y cayó y cayó, hasta que Juan comenzó a ver su resplandor virtual “a través” de la roca sólida.
Estudió el diagnóstico un momento más.
— ¿Sabes? Creo que sí están enviando vídeo, pero a baja velocidad de transferencia…
—Magnífico. Me quedaré en velocidad inalámbrica. —Miri estaba inclinada por encima de la barandilla, mirando fijamente hacia abajo.
—…pero no en un formato que yo conozca. —Le mostró a Miri lo que tenía. Los amigos siberianos de Bertie debían de estar usando algo realmente secreto. Habitualmente, Juan podía hacer algunas consultas y obtener la definición del formato en unos segundos, pero aquí abajo, en la oscuridad, estaba atascado.
Miri hizo un gesto de enfado.
— ¿O sea que Bertie te ha dado algo que podría ser útil, pero sólo si emites una ruidosa llamada de auxilio? De ningún modo. ¡Bertie no va a poner sus inmundas manos en mi proyecto!
Eh, Miri, se supone que tú y yo somos un equipo. Sería agradable que ella dejara de tratarlo como una basura. Pero tenía razón respecto de la táctica de Bertie. Él les había dado algo maravilloso… y les había ocultado todas las pequeñas cosas que lo convertían en algo utilizable. Primero, el protocolo de habilitación; ahora, este estrafalario formato de vídeo. Bertie imaginaba que tarde o temprano ellos vendrían arrastrándose hasta él, rogándole que fuese un miembro fantasma del equipo. Podría llamarlo. Sus ropas tenían suficiente potencia y podía emitir fácilmente, en forma inalámbrica, hasta los nodos de Del Mar Heights, al menos por unos pocos minutos. Había un riesgo real de que los descubrieran; Fairmont empleaba un buen servicio de supervisión… pero era imposible que éste cubriera todos los senderos al mismo tiempo. Esa tarde, Bertie incluso se había jactado de que iba a hacer trampa de esa manera.
Maldito seas, Bertie. No voy a quebrar el aislamiento. Juan revisó los datos misteriosos provenientes de las migas de pan. Parecían tener un contenido real, o sea que, dada la oscuridad, las imágenes posiblemente estaban en infrarrojo térmico. ¡Y yo tengo un montón de vídeo conocido que puedo comparar con ellas, todo lo que he visto a través de las gafas durante los últimos minutos! Tal vez era hora de hacer magia con la memoria, con la ventaja que él tenía gracias a sus pildoritas azules: si podía recordar qué bloques de imágenes podían coincidir con lo que veían las migas y pasar eso a sus ropas, sería posible revertir la técnica convencional. La mente de Juan se puso en blanco unos segundos y hubo un momento de pánico sobrecogedor… pero entonces se acordó de sí mismo. Posicionó los punteros de imágenes de vuelta sobre sus ropas. Éstas comenzaron a rumiar soluciones casi de inmediato.
—Intenta esto, Miri. —Le mostró sus mejores imágenes posibles, que fueron haciéndose más nítidas durante los siguientes cinco segundos, conforme su ropa inteligente encontraba más picos de correlación.
— ¡Sí! —La imagen mostraba las raíces de un enorme pino, a diez metros detrás de ellos. Pasaron unos segundos y apareció otra imagen, cielo negro y ramas que refulgían vagamente. De hecho, cada miga de pan estaba generando una imagen IRT de baja resolución más o menos cada cinco segundos, aunque no podían transmitirlas tan rápido—. ¿Qué son todos esos números? —Números que se aglomeraban allí donde los detalles de la imagen eran más complejos.
Ay.
—Son sólo punteros gráficos jerárquicos. —Era cierto, pero Juan no quería explicar cómo era que los usaba exactamente. Tomó nota mental de acordarse de borrarlos de todas las imágenes futuras.
Miri se quedó callada varios segundos mientras observaba las imágenes que llegaban de las migas ubicadas en el sendero, por encima de ellos, y de la que Juan había arrojado hacia abajo. Juan estaba a punto de pedirle una retribución, por ejemplo una explicación directa de lo que estaban buscando exactamente. Pero entonces ella dijo:
—El formato de imagen es uno de esos rompecabezas siberianos, ¿verdad?
—Parece.
Esos formatos eran todos diferentes, creados por antisociales que parecían excitarse por el hecho de que no fuesen interoperativos.
— ¿Y tú lo descifraste en quince segundos?
A veces Juan no era previsor.
—Sí —dijo, felizmente orgulloso.
La parte no cubierta del rostro de Miri estaba roja.
— ¡Estás mintiendo, comadreja! ¡Estás hablando con el exterior!
Ahora la cara de Juan también estaba caliente.
— ¡No me digas mentiroso! Sabes que soy bueno con las interfaces.
—No. Tan. Bueno. —Su voz era mortal.
Caray. A Juan se le ocurrió la mentira adecuada unos segundos demasiado tarde. ¡Debería haberle dicho que había visto el formato de imagen siberiano en otra ocasión! Ahora lo único seguro que podía hacer era “confesar” que estaba hablando con Bertie. Pero Juan no soportaba decirle esa mentira, aunque significara que Miri se diera cuenta de lo que en verdad había hecho.
Miri se lo quedó mirando varios segundos.
El rostro de William, tapado con las gafas, se volvía hacia uno y otro como un espectador de un partido de tenis. Le habló al silencio, y por una vez sonó un poco sorprendido.
— ¿Y qué estás haciendo ahora, Miriam?
Juan ya lo había adivinado.
—Está observando la niebla y escuchando.
Miri asintió.
—Si Orozco está escabulléndose al exterior por el inalámbrico, lo escucharé. Si está usando algo direccional, veré la dispersión lateral en la niebla. Por ahora no veo nada.
—O sea que quizás estoy emitiendo micropulsos. —Las palabras de Juan salieron ahogadas, pero estaba tratando de ser sarcástico; cualquier láser lo bastante brillante para atravesar la niebla habría dejado una estela.
—Quizás. Y si lo estás haciendo, Juan Orozco, yo me daré cuenta… y te haré expulsar de la escuela. —Volvió a mirar al precipicio—. Continuemos.
Los escalones se hicieron aún más empinados; finalmente, llegaron a una curva y caminaron casi a nivel del suelo por unos veinte metros. El otro lado del barranco estaba a menos de cinco metros de distancia.
—Debemos de estar cerca del fondo —dijo William.
—No, William. Estos cañones son tremendamente profundos y estrechos. —Miri les hizo señas para que se detuvieran—. Mi maldita batería ha muerto. —Revolvió debajo de su chaqueta, reemplazando la batería agotada por una que estaba sólo a medio agotar. Ajustó las gafas y miró por encima de la barandilla—. Ah. Tenemos buena vista desde aquí. —Movió una mano hacia las profundidades—. Sabes, Orozco… puede que este sea un buen lugar para hacer un sondeo activo.
Juan sacó la pistola-sonda del estuche de la espalda. La enchufó al chaleco militar. Con la pistola ya conectada, se activaron casi todas las opciones.
BAT: BAJA SENSORES BAT2: BAJA
PASIVO ACTIVO
VIS AMP OK RPS OK
ACIR OK SONO OK
IRT OK XECO OK
SNIFF NO VIS ESTROB OK
AUDIO NO ACIR ESTROB OK
SEÑAL NO
— ¿Qué quieres intentar?
—El radar penetrante de suelo. —Miri apuntó la pistola a la pared del cañón—. Usa tu potencia y observemos los dos.
Juan manipuló los controles; la pistola hizo un ligero clic y emitió un pulso de radar hacia la pared de roca.
— ¡Ah!
Las gafas del USMC mostraban la retrodifusión del pulso como una sombra de color lavanda superpuesta al IR térmico. En las imágenes diurnas que Juan había bajado de la red, estas rocas eran de arenisca blanca, aflautadas y festoneadas, con formas que el agua o el viento no podían esculpir por sí solos. Las microondas revelaban lo que bajo la luz visible apenas se podía adivinar: que la humedad que carcomía y debilitaba la roca provenía del interior.
—Apunta más abajo.
—De acuerdo. —Juan volvió a disparar.
— ¿Los ves, bien abajo? Parecen pequeños túneles excavados en la roca.
Juan miró fijamente la red de vetas color lavanda. Se veían diferentes de las que estaban más arriba, pero…
—Creo que es porque la roca está empapada de humedad.
Miri ya estaba bajando los escalones apresuradamente.
—Arroja más bolitas de estiércol.
Unos diez metros más abajo, llegaron a un sitio donde el sendero no era más que un derrumbe de piedras enormes. El avance se hizo muy lento. William se detuvo y señaló la pared de roca más lejana.
—Mirad, un letrero.
Había una placa cuadrada de madera clavada en la arenisca. William encendió la linterna y se inclinó sin salir del sendero. Juan levantó las gafas un momento… y gozó del dudoso beneficio de la luz de William: todo lo que había a más de tres metros de distancia estaba oculto tras la perlada niebla blanca. Pero ahora se veían las letras desteñidas del cartel: “LA DESGRACIA DEL GORDO”.
William rio secamente… y casi pierde pie.
— ¿Lo habéis pensado? La escritura a la antigua es lo máximo en marcadores de contexto. Es pasiva, informativa y está presente exactamente donde uno la necesita.
—Sí, claro. ¿Pero puedo atravesarla con mi puntero y descubrir lo que ella misma piensa que significa?
William bajó la linterna.
—Supongo que ésta significa que más adelante el cañón se hace más estrecho.
Cosa que ya sabíamos gracias a los mapas de Miri. Al comienzo de la caminata, les había parecido que el valle tenía unos treinta metros de ancho. Se había vuelto cada vez más angosto, y ahora la pared del otro lado estaba a unos tres metros de distancia. Y desde aquí…
—Desparrama más estiércol —dijo Miri. Estaba señalando directamente abajo.
—Vale. —Todavía tenían muchas bolitas. Cuidadosamente, Juan arrojó seis migas de pan adonde Miri le había indicado. Se quedaron callados un momento, contemplando el diagnóstico de red: la posición estimada de una de las migas era de siete a nueve metros más abajo. Condenadamente cerca del verdadero fondo del cañón. Juan tomó aire—. Entonces… ¿alguna vez vas a decirnos qué es exactamente lo que estamos buscando, Miri?
—No lo sé exactamente.
— ¿Pero es aquí donde viste husmeando a la gente de la UCSD?
—A algunos, pero estaban más bien al sur de este valle.
—Joder, Miri. ¿Y nos trajiste aquí y no allá?
— ¡Eh, tú! ¡No estoy guardando secretos! Vi las colinas que están por encima de este cañón en las panorámicas turísticas de Del Mar Heights. En las semanas siguientes a que se marcharan los tíos de la UCSD, hubo unos pequeños cambios en la vegetación, principalmente sobre este valle. Por la noche, los murciélagos y las lechuzas al principio estaban más activos que antes, y luego menos activos… Y ahora, esta noche, hemos localizado una especie de túneles en las rocas.
— ¿Eso es todo, Miriam? —dijo William, perplejo.
Cuando era William el que preguntaba, la chica no explotaba. Por el contrario, parecía abochornada.
—Bueno… hay contexto. Feretti y Voss estaban detrás de los viajes al parque en enero. Uno se dedica a la etología sintética; el otro es un cerebrito de fama mundial, maniático de la proteómica. Ambos fueron convocados a San Diego al mismo tiempo, como es de esperar cuando se trata de un avance cinematográfico. Y estoy segura… casi segura… de que ambos están trabajando de consultores para Foxwarner.
Juan suspiró. No era mucho más de lo que ella ya le había dicho desde el principio. Tal vez el mayor problema de Miri no era que fuese mandona, sino que era demasiado buena proyectando certezas. Juan hizo un ruido de disgusto.
— ¿Y piensas que si hurgamos con el suficiente cuidado aparecerán unas pistas más sólidas? —Sean cuales sean…
— ¡Sí! Alguien tiene que ser el primero en enterarse. Usando nuestro equipo de sondeo y… sí… las bolitas de estiércol de Bertie, no vamos a perdernos mucho. Mi teoría es que Foxwarner está tratando de superar lo que hizo Spielberg/Rowling el año pasado con los monstruos de magma. Será algo que empezará en pequeña escala y que será abiertamente plausible. Con Feretti y Voss como asesores, apuesto a que lo plantearán como una fuga de un laboratorio de biociencia.
Lo que, por cierto, encajaría en la escena de San Diego.
Las nuevas migas de pan habían localizado a sus vecinas más cercanas. Ahora, la red extendida se veía como resplandores virtuales con nitidez de diamante esparcidos a través del espacio, tanto por encima como por debajo de ellos. En efecto, tenían veinte pequeños “ojos”, observando a lo ancho de todo el cañón. Las imágenes eran de baja resolución, pero todas juntas contenían demasiados datos para que la red de migas pudiera transmitirlos a sus ropas de una sola vez. Tendrían que escoger cuidadosamente los puntos de vista.
—Muy bien, pues —dijo Juan—. Sentémonos y observemos un poco.
El Idiota permaneció de pie. Parecía estar mirando hacia arriba. Juan supuso que tenía problemas con el vídeo que él le estaba enviando. Las cosas se iban a poner bastante aburridas para él. Abruptamente, William dijo:
— ¿Alguno de vosotros siente olor a quemado?
— ¿Fuego? —Juan sintió un chispazo de alarma. Olisqueó cuidadosamente el aire húmedo—. Tal vez… —O podía ser simplemente algo que florecía de noche. Los olores eran difíciles de investigar y de aprender.
—Yo también lo huelo, William —dijo Miri—. Pero creo que hay mucha humedad para que represente un peligro.
—Además —dijo Juan— si hubiera un incendio cerca veríamos el aire caliente en nuestras gafas. —Quizás alguien había encendido una fogata en la playa.
William se encogió de hombros y volvió a olisquear el aire. Confiemos en que el Idiota tenga al menos una sensibilidad superior… justamente la más inútil. Pasado un momento se sentó junto a ellos, pero, por lo que Juan veía, todavía no estaba prestando atención a las imágenes que le estaba enviando. William metió la mano en su bolsa y sacó la caja de FedEx; seguía fascinado con esa cosa. Dobló el cartón suavemente y luego apoyó la caja sobre sus rodillas. A pesar de todas las advertencias de Miri, parecía que el Idiota quería devolverle su forma original a los golpes. Colocaba cuidadosamente una mano encima de la parte media del cartón, como si se estuviera preparando para un preciso golpe con la punta del dedo… y entonces su mano comenzaba a temblar y debía empezar desde el principio otra vez.
Juan apartó la vista. Joder, el suelo está duro. Y frío. Se sentó contra la pared de roca e hizo ejecutar las imágenes que estaba recibiendo de las migas de pan. Eran bastante poco inspiradoras, pero aquí sentado, tranquilamente, sin hablar… se oían sonidos. Cosas que podían ser insectos. Y detrás de todo aquello, unas pulsaciones tenues, regulares. ¿Tráfico automotor? Tal vez. Luego advirtió que era el sonido del oleaje del océano, amortiguado por la niebla y las paredes zigzagueantes del cañón. Era bastante tranquilizador, por cierto.
Se oyó un chasquido, muy cerca. Juan miró hacia arriba y vio que William lo había hecho otra vez, había aplastado la caja. Sólo que ahora no se la veía tan abollada… una lucecilla verde había reemplazado al marcador de advertencia.
— ¡La has reparado, William! —dijo Miri.
William sonrió.
— ¡Je! Estoy mejorando cada vez más, todos los días, en todos los aspectos. —Calló por un instante y sus hombros cayeron un poco—. Bueno, estoy distinto, en cualquier caso.
Juan miró el espacio vacío contenido entre las paredes del cañón, por encima de ellos. Tenía que haber suficiente sitio.
—Ponla en el suelo y se irá volando sola a Jamul —dijo.
—No —dijo William. Volvió a guardar la caja en la bolsa.
Muuuy bien, así que la caja es encantadora. Que te aproveche, William.
Se quedaron sentados, escuchando el oleaje, visualizando los vídeos provenientes de las migas de pan. Había cambios ocasionales en las imágenes, rápidas manchas que podían ser mariposas nocturnas. Una vez, vieron algo más grande, un hocico resplandeciente y una pata borrosa.
—Seguro que era un zorro —dijo Miri—. Pero la imagen era de arriba. Tráenos más imágenes del fondo del cañón.
—De acuerdo. —Allí abajo había todavía menos actividad. Tal vez sus teorías acerca de las películas eran pura hojarasca, después de todo. Juan no le prestaba mucha atención al cine, como sí lo hacía la mayoría… y en este momento no podía llevar a cabo ninguna investigación a fondo. Tonto. Camino al parque había guardado en la caché toda clase de cosas, pero casi nada sobre los rumores cinematográficos.
—Eh, una serpiente —dijo Miri.
La imagen más reciente provenía de una miga que había aterrizado en un arbusto, a pocos centímetros por encima del verdadero fondo del cañón. Era un punto de vista muy bueno, pero Juan no veía ninguna serpiente. Había un cono de pino y, junto a él, un dibujo curvo en la arena oscura.
—Ah. Una serpiente muerta. —Vista con el IR térmico, el cuerpo apenas se percibía como un cambio de textura—. O tal vez sólo una piel descartada.
—Hay huellas por los alrededores —dijo Miri—. Creo que son huellas de ratón.
Juan pasó la imagen por varios filtros y detectó media docena de buenas huellas. En la caché tenía guardadas unas imágenes de ciencias naturales. Las miró atentamente, transformándolas y correlacionándolas.
—Son huellas de ratón, pero no son ratones del desierto ni los de patas blancas. Las huellas son demasiado grandes y el ángulo en que están ubicados los dedos está mal.
— ¿Cómo lo sabes? —dijo Miri, con desconfianza en la voz.
Juan no estaba dispuesto a repetir su reciente metida de pata.
—Bajé datos de ciencias naturales por anticipado —dijo con sinceridad— y algunos programas de análisis totalmente geniales —lo cual era mentira.
Llegó una nueva imagen de la miga en cuestión.
— ¡Oh! ¡Vaya!
— ¿Qué es? —dijo William—. Ahora veo la piel de víbora. —Aparentemente, estaba un par de imágenes más atrás que ellos.
— ¿Ves, William? ¡Un ratón, justo debajo de nuestro punto de vista…
—… mirándonos a los ojos!
Unos refulgentes ojos como cuentas de collar miraban directamente al generador de imágenes.
— ¡Estoy seguro de que los ratones no pueden ver en la oscuridad! —dijo Juan.
—Bueno, el realismo nunca ha sido el punto fuerte de Foxwarner.
Juan les adjudicó prioridad de reenvío a las imágenes de esa miga.
¡Vamos, vamos! Entre tanto, se quedó mirando la imagen que ya tenían, analizándola. Con el IR térmico, el pelaje del ratón era de un rojo apagado, adquiriendo una tonalidad anaranjada en los lugares donde los pelos eran más cortos. ¿Quién podía saber cómo se vería con luz natural? Ah, pero la forma de la cabeza parecía…
Entró una nueva imagen. Ahora había tres ratones que los miraban.
—Tal vez no están viendo la bolita de estiércol. ¡Tal vez sólo están oliendo el tufo!
— ¡Shhh! —susurró William.
Miri se inclinó hacia delante, escuchando. Juan incrementó su audición y también escuchó, con los puños cada vez más apretados. Puede que no fuera más que su imaginación: ¿había unos ruiditos como de rasqueteo que provenían de abajo? El fulgor del localizador de la miga estaba a casi diez metros más abajo de donde estaban sentados.
El fulgor de la miga de pan se movió.
Juan oyó la rápida inspiración de Miri.
—Creo que han comenzado a sacudir el arbusto —dijo ella suavemente.
Y la siguiente imagen que vieron parecía provenir de la derecha, del suelo. Había un borrón de patas y una muy buena toma de una cabeza.
Juan ajustó la nitidez de la imagen e hizo algunas comparaciones.
— ¿Sabes de qué color son esos ratones?
—Claro que no.
— ¿Blancos, tal vez? Es decir, sería muy conveniente que fuesen ratones de laboratorio.
De hecho, Juan acababa de salvarse a sí mismo. Había estado a punto de decir: “Blancos, por supuesto. La forma de sus cabezas coincide con la de los ratones de laboratorio Genéricos 513”. La conclusión se basaba en la aplicación de un software convencional a la información de ciencias naturales que tenía en la caché… pero ninguna persona normal habría podido establecer esas comparaciones tan rápido como él acababa de hacerlo.
Por fortuna, Miri tenía algunas distracciones. El destello del localizador de la miga se estaba moviendo horizontalmente, dando pequeñas sacudidas. Apareció una nueva imagen, pero estaba toda borrosa.
—La están haciendo rodar. Juegan con ella.
—O se la están llevando a alguna parte.
Los dos chicos se pusieron de pie de un salto y luego William también se levantó. Miri forzó la voz hasta convertirla en un susurro.
—Sí, los ratones de laboratorio serían muy convenientes. La fuga de los super-ratones… ¡Podría ser una remake de El Secreto de NIMH!
—Las de NIMH eran ratas.
—Detalles. —Ya estaba descendiendo por el sendero—. El momento sería perfecto. Los derechos del segundo remake acaban de caducar. ¿Y has visto qué reales se ven estas cosas? Hasta hace unos pocos meses no se podían hacer animatrónicos tan buenos.
— ¿Y si son reales? —dijo William.
— ¿Hablas de ratones adiestrados? Puede ser. Al menos para ciertas partes del espectáculo.
La última imagen sólo mostraba una fría oscuridad. El elemento generador de imágenes debía de estar apuntando al suelo.
Siguieron bajando y bajando, poniendo el mayor empeño en tratar de no hacer ruido. Quizás no importara; aquí el sonido del oleaje era mucho más fuerte. En todo caso, los ratones falsos seguían haciendo rodar la miga de pan robada.
Pero mientras los tres humanos se desplazaban principalmente hacia abajo, la miga se había movido horizontalmente casi cinco metros. Las imágenes llegaban cada vez con menos frecuencia.
—Caray. Se está saliendo de alcance.
Juan cogió tres migas más de la bolsa y las arrojó una por una, tan fuerte como pudo. Unos segundos después, las nuevas migas se registraron en la red. Una había aterrizado en una saliente, por delante y por encima de ellos. Otra había caído entre los humanos y los ratones. La tercera… el localizador brillaba en un lugar más alejado de donde estaban los ratones. Ahora había un montón de buenas posibilidades. Juan escogió una imagen de la miga más lejana. La imagen estaba enfocada en el sendero, hacia el punto desde donde se acercaban los ratones. Sin ningún sentido de la escala, parecía una fotografía de un valle Yosemite de fantasía.
Por fin habían llegado al fondo y podían ganar algo de velocidad. Desde detrás de ellos, William dijo:
—Cuidado con la cabeza, chiquilla.
—Epa —dijo Miri y se detuvo en seco—. Nos dejamos llevar. —Este valle podía ser grande para los ratones, pero inmediatamente delante las paredes se arqueaban hasta quedar a pocos centímetros una de otra. La chica se agachó—. En el fondo es más ancho. Seguro que podré colarme. Sé que tú podrás, Juan.
—Tal vez —dijo Juan bruscamente. Pasó junto ella, dándole un pequeño empujón, y se introdujo en la grieta. Sacó la sonda activa de su espalda y la sostuvo en una mano mientras se deslizaba al interior de la abertura. Si se ponía de costado e inclinaba la parte superior del cuerpo, podía caber. Ni siquiera tuvo que quitarse la chaqueta. Se desplazó de lado, avanzando cincuenta o sesenta centímetros y arrastrando la pistola-sonda tras él. Luego el pasadizo se ensanchó lo suficiente como para que girara y caminara de frente.
Miri lo siguió un momento después. Miró hacia arriba.
—Esto es casi una caverna con un agujero a lo largo del techo.
—No me gusta esto, Miriam —dijo William, que había quedado atrás; no había manera de que pudiera pasar por más que se apretujara.
—No te preocupes, William. Tendremos cuidado de no quedarnos atascados. —En caso de cualquier emergencia real podían hacer una llamada al 911.
Los chicos avanzaron otros cinco metros, hasta donde el pasadizo volvía a angostarse, todavía más que antes.
—Caray. La miga robada se desconectó de la red.
—Quizás debimos quedarnos arriba y observar.
¡Era un poco tarde para eso! Juan inspeccionó la red de migas. Ni siquiera había una remota estimación sobre el paradero del nodo perdido. Pero había varias imágenes de la miga que había arrojado más lejos: todas y cada una de ellas mostraban un sendero vacío.
— ¡Miri! Creo que los ratones nunca llegaron al siguiente punto de vista.
—Eh, ¿escuchaste eso, William? Los ratones han desaparecido por un agujero en alguna parte.
—Muy bien. Miraré por aquí.
Juan y Miri retrocedieron por el pasadizo, buscando hoyos. Por supuesto, no había sombras. La fina arena del sendero era casi negra; las agujas de pino caídas, apenas más brillantes. A ambos lados, las paredes de roca se veían de un rojo oscuro y manchado, según la arenisca se enfriaba con el aire nocturno.
—Es de suponer que la madriguera tendría que fulgurar.
—Entonces debe estar muy profunda. —Miri levantó la pistola-sonda y colocó el accesorio del radar nuevamente en el cañón—. El USMC al rescate.
Atravesaron la grieta de una estrechez a la otra. Cuando apoyaron la boquilla del RPS de las pistolas directamente sobre la roca aparecieron los ecogramas de color lavanda, pero ahora mucho más detallados que antes. En efecto, había túneles tamaño ratón que se extendían por el interior de la roca. Gastaron tres baterías en cinco minutos, pero…
— ¡Pero aún no hemos encontrado la entrada!
—Sigue mirando. Sabemos que la hay.
— ¡Caray, Miri! No está aquí.
—Tienes razón. —Ese era William. Había entrado parcialmente, a gatas, y los miraba—. Regresad aquí. Los bichos se salieron del sendero antes de la parte angosta.
— ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
William retrocedió y los chicos salieron retorciéndose tras él. El viejo William había estado ocupado. Había barrido los conos y las agujas de pino, apartándolos de los bordes del sendero. Su pequeña linterna estaba tirada en el suelo.
Pero no necesitaban una linterna para ver lo que William había descubierto. El borde del sendero, que tendría que haberse visto negro y frío, era de un rojo apagado, un rojo que se extendía por la pared de roca como sangre extraña, sangre que chorreaba hacia arriba.
Miri se echó al suelo y hurgó en el sitio donde el rojo térmico se veía más intenso.
—Ja. ¡Metí el dedo en algo! No encuentro el fondo. —Retrajo el brazo… y detrás de su mano salió un penacho anaranjado que luego se elevó, mientras su color viraba al rojo a medida que se dilataba y ascendía por encima de ellos.
Sintieron un tenue olor a madera quemada.
Por un momento, se quedaron mirándose el uno al otro; los grandes y negros ojos de las gafas eran el genuino reflejo de su conmoción interior.
No salió más aire caliente del agujero.
—Debemos de haber hallado una corriente de aire interna —dijo William.
Tanto Miri como Juan ahora estaban de rodillas. Observaron cuidadosamente, pero las gafas no tenían suficiente resolución para permitirles ver el hoyo con claridad… era simplemente un punto que refulgía con un tono rojo un poco más intenso que todo lo demás.
—Usa la pistola, Juan.
Juan sondeó la roca por encima del agujero y a ambos lados de éste. El diminuto pasaje se extendía hacia abajo, a cincuenta centímetros de la entrada, ramificándose varias veces antes de alcanzar la red principal de túneles y cámaras.
— ¿Y qué pasó con la bolita de estiércol que se llevaron? Sería bueno tener algunas imágenes de allí dentro.
Juan se encogió de hombros y cargó otra batería en la pistola-sonda.
—Deben de tenerla en una de las cámaras más alejadas, detrás de varios metros de roca. La miga no tiene potencia para atravesar eso.
Juan y Miri se miraron y rieron.
— ¡Pero tenemos muchas más migas de pan! —Juan palpó la roca, buscando la entrada del agujero e hizo rodar una miga en su interior. Se encendió unos quince centímetros más abajo, apenas pasó la primera ramificación del túnel.
—Intenta con otra.
Juan estudió la disposición del túnel por un momento.
—Si arrojo una en el sitio correcto, seguro que puedo hacer una carambola y avanzar medio metro. —La luz de la miga desapareció un instante… y luego comenzaron a llegar los datos a través de la primera—. ¡Sí!
—Pero nada de la que robaron —dijo Miri. Sólo veían los destellos de los dos localizadores, a unos quince centímetros y a un metro de profundidad, en sus respectivos túneles.
Juan apoyó la pistola en varios lugares de la pared de roca. Con el RPS en máximo, podía atravesar buena parte de la arenisca. ¿Cuánto podría deducir de lo que recibiera?
—Creo que puedo refinarlo todavía más —dijo. Aunque eso seguramente despertaría las sospechas de Miri—. Esa tercera bifurcación del túnel… algo… blando… la está bloqueando. —Una mancha que refulgía y que se acercaba a ellos con lentitud.
—Parece un ratón.
—Sí. Y se está moviendo entre las dos migas de pan. —Que efectivamente conformaban un tomógrafo inalámbrico de dos etapas. Tal vez pueda combinar todo. Por un momento, el único universo de Juan fue el problema de coordinar la “tomografía de las migas” con la retrodifusión del RPS. La imagen comenzó a mostrar cada vez más detalles. Juan quedó en blanco apenas un segundo, y después, por un instante, se olvidó de la cautela.
Definitivamente, era un ratón. Estaba de frente, encarando la salida del túnel, donde los tres humanos estaban observándolo. Hasta podían verle las tripas y las zonas más duras que eran el cráneo, las costillas y los miembros. Tenía algo atascado en la garra delantera.
Todo parecía un truco gráfico barato. Lástima que Miri no lo consideró así.
— ¡Muy bien! ¡Me has hartado, Juan! Una persona nunca podría trabajar tan rápido. ¡Felpudo! Has dejado que Bertie y su comité…
— ¡De verdad, Miri, lo hice yo solo! —dijo Juan, defendiéndose cuando no debía.
—Por culpa tuya vamos a suspender… ¡y Bertie se apropiará de todo esto!
William había estado contemplándolos con la misma apatía que había demostrado durante las anteriores acusaciones de Miri. Pero esta vez…
—Entiendo la situación, chiquilla, pero… creo que no te está mintiendo. Creo que lo hizo por sus propios medios.
—Pero…
William encaró a Juan.
—Estás drogado, ¿verdad, chaval? —dijo con benevolencia.
Una vez que tu secreto sale a la luz…
— ¡No! —Haz que la acusación parezca absurda. Pero Juan estaba desconcertado, sin saber qué decir.
Por un instante, Miri se lo quedó mirando con la boca abierta. Y luego hizo algo en lo que Juan pensó mucho en los tiempos que siguieron. Levantó las manos con las palmas hacia fuera, tratando de silenciarlos a ambos.
William sonrió amablemente.
—Miriam, no te preocupes. No creo que Foxwarner vaya a incluirnos en su lanzamiento de verano. No creo que nadie, salvo nosotros, sepa lo que estamos diciendo aquí, en el fondo de un cañón sumergido en esta niebla espesa.
Ella bajó las manos lentamente.
—Pero… William… —Hizo un gesto hacia el calor que se expandía por la superficie de la roca—. Nada de esto puede ser natural.
— ¿Pero qué clase de antinaturalidad es, chiquilla? Mira la imagen que acaba de montar tu amigo Juan. Se puede ver el interior del ratón. No es animatrónico. —William se pasó una mano espasmódica por el pelo—. Creo que alguien de los laboratorios de biociencia de los alrededores tuvo un verdadero accidente. Puede que estas criaturas no sean tan inteligentes como los humanos… pero fueron lo bastante listas como para escapar y para engañar a… ¿quiénes eran los que anduvieron husmeando por aquí en enero?
—Feretti y Voss —dijo Miri con una voz diminuta.
—Sí. Puede que esconderse aquí cuando el fondo estaba bajo el agua fuera suficiente para engañarlos. Apuesto a que estas criaturas tienen apenas una pequeña ventaja por encima de los ratones de laboratorio comunes. Pero esa pequeña ventaja puede bastar para cambiar el mundo.
Y Juan se dio cuenta de que William ya no estaba hablando solamente de los ratones.
—Yo no quiero cambiar el mundo —dijo con voz ahogada—. Sólo quiero tener una oportunidad en él.
William asintió.
—Bastante justo.
Miri posaba sus ojos alternadamente en uno y en otro. Lo que Juan podía ver de su expresión era muy solemne.
Juan alzó los hombros.
—Está bien Miri. Creo que William tiene razón. Estamos absolutamente solos aquí.
Ella se inclinó levemente hacia él.
— ¿Fue Bertie el que te metió en esto?
—Un poco. Mi madre puso a nuestra familia en uno de los framinghams descentralizados12. Le mostré mi parte a Bertie la primavera pasada, después de que suspendiera Adaptabilidad. Bertie lo ofreció en todos lados como un desafío anónimo. Volvió con una droga hecha a medida. Lo que me hace… —Juan trató de reír, pero le salió un sonido entrecortado—. La mayoría pensaría que lo que me hace es un chiste. Pues bien —se golpeteó un costado de la cabeza—, lo que hace es que mi memoria sea muy, pero muy buena. Todos piensan que la memoria humana ya no sirve de mucho. La gente dice: “No te hace falta la memoria eidética cuando la capacidad de almacenamiento de tu ropa es un billón de veces más grande”. Pero ese no es el punto. Ahora puedo recordar perfectamente enormes bloques de datos y hacer que mi ropa le ponga marcadores jerárquicos a todo lo que veo. Luego puedo transmitir los patrones nuevamente a mi ropa con sólo citar unos cuantos números. Me da una increíble ventaja a la hora de sistematizar problemas.
— ¿O sea que Bertie es tu gran amigo porque te utiliza de superherramienta? —La voz de Miri sonaba tranquila e indignada, pero el enfado ya no estaba dirigido a Juan.
— ¡No! He estudiado el efecto memoria. La idea misma surgió del análisis de mis propios datos médicos. Incluso ahora, aunque tengamos el artilugio, éste podría hacerle efecto solamente a una persona entre mil. No hay manera de que Bertie pudiera haber sabido de antemano que yo era especial.
—Ah. Por supuesto —dijo ella, y se quedó callada. Juan detestaba que las personas hicieran eso: coincidir con lo que uno decía y luego esperar a que uno se diera cuenta solo de por qué estaba haciendo el papel de tonto… Bertie es muy bueno para hacer contactos, nada más. Tenía contactos en todas partes, con grupos de investigación, con mercados de ideas, con comités de desafío. Pero tal vez Bertie había descubierto cómo hacer para que le fuera aún mejor. ¿Cuántos amigos casuales tenía Bertie? ¿A cuántos les ofrecía ayudarlos con mejoras basadas en drogas personalizadas? La mayoría resultaba ser de importancia menor, y tal vez esas amistades seguían siendo casuales. Pero a veces Bertie sacaba el premio mayor. Como le ocurrió conmigo.
— ¡Pero Bertie es mi mejor amigo! —No voy a lloriquear.
—Podrías buscarte otros amigos, hijo —dijo William. Se encogió de hombros—. Antes que yo perdiera la chaveta, tenía un don. Podía hacer cantar a las palabras. Daría cualquier cosa por recuperar eso. ¿Y tú? Bueno, sin importar cómo llegaste a él, el talento que tienes ahora es un don maravilloso. No le debes nada a nadie, excepto a ti mismo.
—No… no sé, Juan —dijo Miri con suavidad—. Los medicamentos a medida no son ilegales como las drogas del siglo veinte, pero están fuera de los límites por una razón. No hay forma de hacer un examen cabal bajo sus efectos. Esto que estás tomando podría…
—Lo sé. Podría quemarme el cerebro. —Juan se cubrió el rostro con las manos y se topó contra el frío plástico de las gafas. Por un momento, la mente de Juan se volvió hacia dentro. Todo el antiguo miedo y la vergüenza salieron a flote… y se equilibraron con la extraña sorpresa de que, de entre todas las personas del mundo, este anciano podía comprenderlo.
Pero aun aquí, aun con los ojos cerrados, sus contactos seguían encendidos y Juan veía el fulgor virtual de las migas de pan. Las contempló pasivamente unos segundos y luego el asombro comenzó carcomer su depresión.
—Miri… se están moviendo.
— ¿Eh? —Ella había estado prestando menos atención que él—. ¡Sí! Por los túneles, alejándose de nosotros.
William se acercó al hoyo de los ratones y apretó la oreja contra la pared de piedra.
—Apuesto a que nuestros amiguitos están llevando las bolitas de estiércol a donde sea que llevaron la primera.
— ¿Puedes conseguir imágenes de ellos, Juan?
—Sí… Aquí hay una. —Un vistazo térmico del refulgente suelo del túnel. Espumosas pilas de algo que parecía papel finamente picado. Pasaron los segundos y un fulgor virtual relumbró vagamente a través de la roca—. Allí está el localizador de la primera miga. —Estaba a un metro y medio de profundidad—. Ahora tiene un nodo por el que puede retransmitir.
—También podríamos perderlos.
Juan apartó a William, pasó y arrojó dos migas más por el hoyo. Una rodó alrededor de un metro. La otra se detuvo a quince centímetros… y luego comenzó a moverse “sola”.
— ¡Los ratones nos están ayudando a distribuir los nodos! —Todos los localizadores, menos el más alejado, refulgían con un brillo de máxima intensidad. Ahora había muchísimas imágenes, pero la calidad era mala. A medida que las migas se calentaban con el aire cálido de los túneles, las imágenes mostraban muy pocos detalles, excepto en los ratones en sí: garras y hocicos y ojos refulgentes—. Eh, ¿has visto la astilla que sobresale de la pata del pobrecito?
—Sí. Creo que es la que vi antes. Espera, estamos recibiendo una imagen de la miga que se llevaron primero. —Al principio, los datos eran un enredo. ¿Otro formato de imagen más? No exactamente—. ¡Esta imagen es de visión normal, Miri! —Terminó de hacer la transformación.
— ¿Cómo…? —Miri lanzó un pequeño jadeo.
No había marcador de escala, pero el hueco no podía tener más que unos sesenta centímetros de ancho. Para el ojo de la miga de pan, era una sala de reunión ancha, de techo alto, repleta de decenas de ratones de pelaje blanco, con sus ojos oscuros brillando a la luz de una… fogata… en medio del lugar.
—Creo que te has sacado un 10, Miriam —dijo William suavemente.
Miri no respondió.
Fila tras fila de ratones, acuclillados junto al fuego. Había tres ratones en el centro, en una ubicación más alta… ¿atendiendo las llamas? Ésta vacilaba y relumbraba, más como un cirio que como un fuego fatuo. Pero los ratones no parecían estar mirando la fogata tanto como miraban la miga de pan. La miguita de Bertie era el invitado mágico de la reunión.
— ¡Mirad! —Miri se encorvó hacia delante, con los codos sobre las rodillas—. Foxwarner ataca de nuevo. Una llama lenta en un espacio como ese… esos “ratones” deberían de estar todos muertos por intoxicación con monóxido de carbono.
Las migas no estaban enviando datos espectrales, así que… ¿cómo podrían saberlo? Juan visualizó el sistema de túneles. Había otros pasadizos un poco más arriba, y tenía datos de la capacidad de las entradas y salidas. Pensó unos segundos más y le entregó el problema a su ropa.
—No… en realidad, hay suficiente ventilación para que estén a salvo.
Miri lo miró.
—Vaya. Eres rápido.
—Tu ropa Epiphany podría hacerlo en un instante.
—Pero yo hubiera tardado cinco minutos en plantear el problema a mi Epiphany.
Llegó otra imagen: el techo iluminado por el fuego.
—Los ratones están acercándola a la fogata.
—Creo que sólo la están tanteando.
Otra imagen. La miga había vuelto a girar y ahora miraba hacia fuera, al sitio en donde había otros tres ratones que habían aparecido de una gran entrada lateral… haciendo rodar otra miga.
Pero la siguiente imagen fue un borrón de movimiento, un vistazo de una sala de reunión casi vacía, en colores térmicos. Habían apagado el fuego.
—Algo los ha inquietado —dijo William, escuchando otra vez la pared de piedra—. De verdad que los escucho chillar.
— ¡Las bolitas de estiércol vienen hacia aquí! —dijo Miri.
—Los ratones son lo bastante inteligentes como para entender la idea de la intoxicación —La voz de William era suave e inquisitiva—. Hasta cierto punto, se aferraron a nuestros regalos como niños pequeños. Luego advirtieron que las bolitas seguían llegando… y alguien dio la voz de alarma.
Había imágenes fijas, muchas, pero todas eran de IR térmico, borrones caóticos; los ratones estaban en pleno ajetreo. Los destellos de los localizadores se fueron acercando, algunos moviéndose hacia una entrada ubicada a un metro por encima del suelo. Los demás se estaban aproximando al primer agujero.
Juan apoyó la pistola-sonda contra la pared y estudió la roca en varios lugares. Estaba convirtiéndose en un experto en identificar los reflejos de carne y hueso.
—Casi todos los ratones se han alejado de nosotros. Es sólo una retaguardia la que está empujando las migas de pan. Detrás de las migas hay una multitud de ellos y están saliendo junto a tu cabeza, William.
— ¡William, rápido! La caja de FedEx. ¡Tal vez podamos atrapar algunos cuando salgan!
—Yo… ¡sí! —William se puso de pie y sacó la caja de FedEx de la bolsa. Inclinó la caja abierta hacia el agujero de los ratones.
Un segundo después se oyó un ligero sonido de rasqueteo y los brazos de William se movieron con esa espasmódica velocidad típica en él. Juan atisbó pelaje y migas de pan volando.
William cerró el contenedor de un golpe y luego trastabilló hacia atrás, mientras tres ratones más salían corriendo rápidamente del agujero inferior. Por un instante fugaz, sus refulgentes ojos azules se fijaron en los humanos. Miri se zambulló hacia ellos, pero ya habían huido por el sendero, hacia el océano. La chica se levantó y miró a William.
— ¿Cuántos atrapaste?
— ¡Cuatro! Estos muchachitos estaban tan apurados que simplemente saltaron hacia mí. —Sujetaba fuertemente la caja. Juan oía unos golpecitos sordos que provenían de su interior.
—Genial —dijo Miri—. ¡Evidencia física!
William no respondió. Se quedó parado ahí, con la vista clavada en la caja. Abruptamente, giró y caminó sendero arriba un poco, hasta donde éste se ensanchaba y los arbustos y los pinos no tapaban el cielo.
—Perdona, Miriam. —Arrojó la caja al aire, muy alto.
La caja fue casi invisible por un momento y luego se encendió su anillo de jets. Unas púas diminutas, blancas de tan calientes que estaban, trazaron la trayectoria de la caja mientras ésta se bamboleaba y descendía a treinta centímetros por encima de la pared de roca. Se recuperó y trepó lentamente, sin dejar de bambolearse. Juan imaginó a cuatro cargamentos muy vivos entrechocándose en su interior. Silenciosa para los oídos humanos, la caja se elevó y se elevó, y los jets se fueron perdiendo entre la niebla. Cuando desapareció de la vista detrás de la pared del barranco, su luz no era más que una pálida mancha.
Miri estaba de pie, con los brazos extendidos, como implorando.
—Abuelo… ¿por qué?
Por un momento, los hombros de William Gu se abatieron. Luego miró a Juan.
—Seguro que tú lo sabes, ¿verdad, chaval?
Juan tenía la vista fija en la dirección que había tomado la caja. Cuatro ratones, golpeándose entre sí, resbalando en una caja medio rota. No tenía idea de cómo era la seguridad del mini-distribuidor de FedEx, pero estaba en el linde una zona remota y no desarrollada, donde los lanzadores de correo no provocaban muchas quejas. Más allá de Jamul, los ratones podrían tener una oportunidad en este mundo. Miró a William y le hizo un único y rápido gesto de asentimiento con la cabeza.
Hablaron muy poco mientras volvían a ascender el cañón. Cerca de la cima, el sendero era ancho y amable. Miri y William caminaban de la mano. En la cara de ella había salpicaduras frías que podían ser lágrimas, pero no había temblor en su voz.
—Si son ratones de verdad, hemos hecho algo terrible, William.
—Tal vez. Lo lamento, Miriam.
—Pero no creo que sean de verdad, William.
William no respondió. Pasado un momento, Miri dijo:
— ¿Sabes por qué? Mira la primera imagen que recibimos de la sala de reunión de los ratones. Es de una teatralidad demasiado perfecta. La cámara no tiene muebles ni decoración en las paredes, pero claramente es una sala de reunión. Mira cómo están posicionados los ratones, como si fueran humanos en una antigua reunión municipal. Y luego, en el centro…
Mientras ella hablaba, los ojos de Juan recorrieron la imagen. Sí. Allí, en el centro —casi como si estuvieran en un escenario— había tres grandes ratones blancos. El más grande había retrocedido al mirar el generador de imágenes. Tenía una garra extendida… y la garra aferraba algo puntiagudo y largo. Habían visto cosas como esa en otras imágenes y no habían logrado deducir qué eran. En esta imagen con luz natural, la herramienta — ¿una lanza?— era inconfundible.
Miri continuó:
— ¿Lo ves? Esa es la pista, la bromita de Foxwarner. Una innovación genuina y natural en la inteligencia animal nunca sería un cartel de película tan perfecto. Así que… más tarde, Juan y yo entregaremos nuestro informe de equipo local y Foxwarner confesará. Para la hora de la cena, como muy tarde, seremos famosos.
Y mi pequeño secreto saldrá a la luz.
Miri debió de entender el silencio de Juan. Extendió la mano y cogió la de él, atrayendo hacia sí a los tres.
—Veréis —dijo suavemente—. No sabemos qué grabó de nosotros Foxwarner, si es que grabó algo. Incluso ahora estamos metidos en una niebla densa. Salvo por los ratones mismos, nuestro equipo no detectó sensores. Así que, o bien Foxwarner es imposiblemente buena, o bien no estaba ni cerca ni espiándonos. —Hizo un gesto hacia el sendero—. Ahora bien, en unos minutos más estaremos de regreso en el ancho mundo. Bertie y quizás Foxwarner estarán acechando. Pero sin importar qué penséis que ha ocurrido realmente esta noche… —Su voz se apagó.
Y Juan terminó la frase:
—… sin importar lo que realmente haya ocurrido, lo mejor es que mantengamos la boca cerrada respecto de ciertas cosas.
Miri asintió.
Bertie siguió a Juan desde la casa de Miri hasta la suya, discutiendo, adulándolo, exigiendo todo el trayecto. Quería saber qué había tramado Miri, qué habían hecho y visto todos ellos. Cuando Juan no quiso darle otra cosa que los datos de ingeniería de las bolitas de estiércol, Bertie adoptó su pose encorvada, echó a Juan de su equipo ilimitado y rechazó todas las conexiones. Era el Congelamiento total. Cuando Juan llegó a casa, a duras penas logró disimular ante su madre.
Pero, extrañamente, Juan durmió bien esa noche. Despertó y vio el sol de la mañana salpicado en toda la habitación. Luego recordó el Congelamiento total de Bertie. Debería sentirme frenético. Esto podía significar que suspendería el ilimitado y que perdería a su mejor amigo. En cambio, más que cualquier otra cosa, Juan sentía que… era libre.
Se puso la ropa y los contactos y fue al piso de abajo. Habitualmente, a estas alturas ya estaba conectado por toda la red, sincronizándose con el mundo, averiguando lo que sus amigos habían hecho mientras él perdía el tiempo durmiendo. En algún momento llegaría a eso y sería tan divertido como siempre. Pero ahora mismo el silencio era un placer. Había una decena de lucecillas rojas de “responde por favor” fulgurando frente a sus ojos… casi todas de Bertie. Los encabezados de los mensajes eran dardos al azar. Era la primera vez que un Congelamiento de Bertie no terminaba porque Juan se arrastraba ante él.
Mamá levantó la vista del desayuno.
—No estás online —dijo.
—No —Juan se sentó desgarbadamente en una silla y comenzó a comer cereal. Su padre le sonrió con aire ausente y siguió comiendo. Los ojos de papá siempre estaban muy lejos; su postura, algo abatida.
Mamá miró a uno y otro, y una sombra cruzó su rostro. Juan se enderezó un poco y se aseguró de que ella viera su sonrisa.
—Es que estoy cansado de tanto caminar. —De pronto, recordó algo—. Eh, gracias por los mapas, ma.
Ella quedó perpleja.
—Miri usó el 411 para extraer información reciente de Torrey Pines.
— ¡Ah! —La cara de mamá se iluminó. Había una cantidad de servicios de 411 en el condado de San Diego, pero esta era su especialidad—. ¿Han salido bien en el examen?
—Todavía no lo sé. —Comieron en silencio por un momento—. Espero enterarme hoy, más tarde. —La miró por encima de la mesa—. Eh, tú también estás desconectada.
Ella hizo una mueca y le lanzó una sonrisita.
—Vacaciones no planeadas. Los del cine cancelaron sus reservas de excursión.
—Oh… —Justo lo que uno esperaría que ocurriese si la operación en el Condado Este estuviera relacionada con lo que ellos habían encontrado en Torrey Pines. Miri habría considerado esa cancelación como una evidencia significativa. Tal vez lo era. Pero él y Miri habían entregado el informe del proyecto la noche anterior, el primer examen local en haberse completado. Si ella tenía razón con lo de los ratones, a estas alturas Foxwarner seguramente ya sabría que su proyecto había sido revelado y era de suponer que habrían lanzado la publicidad. Y sin embargo no había boletines; sólo Bertie y unos pocos estudiantes más enviándole pings.
Démosle tiempo hasta la cena. Ese era el lapso que Miri había dicho que tardaría una organización cinematográfica importante en ponerse en acción. Reales o de película, deberían saberlo para entonces. ¿Y su propio secreto? Saldría a la luz… o no.
Juan se sirvió otra ración de cereales.
Como tenía examen esa mañana, mamá lo dejó llevarse el coche a Fairmont. Llegó a la escuela con tiempo de sobra.
El examen vocacional era individual y no se permitía buscar fuera del aula. Igual que con el examen de matemática de la Sra. Wilson, el cuerpo docente había desenterrado una decrépita actividad con la que ninguna persona razonable se habría molestado jamás. Para el examen vocacional, el tema sería una especialidad laboral.
Y hoy era… el Regna 5.
Cuando el Regna estaba en su apogeo, allá en los días de papá, se necesitaban tres años de entrenamiento en una escuela técnica para convertirse en un practicante competente.
Era pan comido. Juan pasó un par de horas examinando los manuales, integrando las destrezas… y luego estuvo listo para el ejercicio de programación, una tontería sobre la integración corporativa cruzada.
Para el mediodía ya estaba fuera, con un 10.
Fin
1. En castellano en el original. (N. de la t.)
2. En castellano en el original. (N. de la t.)
3. En castellano en el original. (N. de la t.)
4. United States Marine Corps – Cuerpo de Marines de los EE.UU. (N. de la t.)
5. Universidad de San Diego, California. (N. de la t.)
6. Radar penetrante de suelo (N. de la t.)
7. Análisis cercano al infrarrojo (N. de la t.)
8. Infrarrojo térmico (N. de la t.)
9. Referencia al poema “Fog”, de Carl Sandburg.
10. Planta de origen africano de dos hojas y una sola flor, cuya forma de piedra la defiende de los depredadores. (N. de la t.)
11. En castellano en el original. (N. de la t.)
12. Framingham es una localidad de Massachussets donde se inició en 1948 un estudio clínico epidemiológico sobre los factores de riesgo de la enfermedad coronaria. El estudio ya se encuentra en su tercera generación de participantes. A partir de los datos obtenidos, se elaboraron los índices de Framingham, que permiten calcular en hombres y mujeres el riesgo de enfermedad coronaria en los 10 años siguientes. El autor emplea el término para referirse a otros estudios clínicos de las mismas características que el de Framingham. (N. de la t.)
El Autor
Vernor Vinge (1944 en Waukesha, Wisconsin), creció en Okemos (Michigan). Ha obtenido un doctorado en matemáticas por la Universidad de San Diego (California) y, en la actualidad, es profesor asociado del Departamento de Matemáticas de dicha universidad. Sus intereses académicos se centran en la informática y trabaja en lenguajes extensibles, el análisis numérico y la inteligencia artificial.
Viejo aficionado a la ciencia ficción, confiesa haber leído a Heinlein a los siete años y haber escrito como aficionado durante doce años hasta su primera venta, lograda cuando aún era estudiante en Michigan. Su primer relato, publicado en 1965, se titulaba Apartness y apareció en la revista inglesa New Worlds editada por Michael Moorcock. Bookworm Run apareció en marzo de 1966 en Analog, donde ha ido publicando la mayor parte de su obra.
Su actividad profesional como científico le deja escaso tiempo para escribir, pero su apellido es famoso gracias a su ex esposa, Joan D. Vinge, a quien él mismo inició en el género. Quizá por ello la obra propia de Vernor Vinge ha sido poco conocida hasta ahora pese a su indudable calidad e interés. Vernor utiliza la ciencia como base y soporte de su narrativa y por ello ha sido etiquetado como un autor de ciencia ficción «hard», aunque su obra se orienta más claramente a profundizar en el proceso mental de los seres humanos, estudiando lo que puede ocurrir cuando la gente se enfrenta a acontecimientos inusuales.
Pese a su escasa producción ha sido varias veces nominado para los premios mayores de la ciencia ficción tanto en novela como en relatos y novela corta. Sus novelas incluyen Grimm 's World (1969), The Witling (1976) y la serie de las «burbujas» iniciada con La guerra de la paz (1984), que fue finalista del premio Hugo de 1985, y su brillante secuela Náufragos del tiempo real (1986), que fue también finalista del premio Hugo de 1987 y al final se alzó con el Premio Prometheus otorgado por la CactusCon, la Convención Norteamericana de 1987. Dichas novelas aparecieron inicialmente en forma de serial en Analog a partir de mayo de 1984 y mayo de 1986 respectivamente.
La novela corta True Names (1981) fue nominada para los premios Hugo y Nébula y, más recientemente, también fue finalista del premio Hugo su relato The Barbarían Príncess (1986). La mayoría de sus relatos se han recogido finalmente en la antología True Ñames and Other Dangers (1987).