Publicado en
mayo 22, 2017
Correspondiente a la edición de Mayo del 2008
La imaginación se toma el poder, deslumbra al mundo y reclama: "Todo e inmediatamente".
Por Jorge Ortiz. Fotos por Corbis.
"Francia no es Francia sin grandeza", proclamaba, desde la enormidad de sus 202 centímetros y de su orgullo galo, el general Charles de Gaulle. Revisando la historia, también podría decirse que "Francia no es Francia sin comunas, tumultos e inestabilidad". No es ninguna exageración: desde 1789, el año de la revolución de la libertad, la igualdad y la fraternidad, Francia ha sido regida por tres monarquías, dos imperios, cinco repúblicas, un Estado fascista y varios gobiernos provisionales. En promedio, entonces, un cambio completo de orden constitucional cada quince años.
En mayo de 1968, hace exactamente cuarenta años, lo que en marzo había empezado en París como una protesta estudiantil pequeña y aparentemente sin rumbo ni destino llegó a ser una rebelión masiva, encabezada por Daniel Cohn-Bendit ("hijo de judíos emigrados, ni francés ni alemán, soy, como suele decirse, un bastardo"), un estudiante de 23 años, pelirrojo, rebelde, contestatario, inconformista, que cuando la insurrección llegó a la cresta de la ola anunció, con la audacia de su juventud y de su carisma, que su movimiento exigía "todo e inmediatamente".
Sí, todo e inmediatamente, "el poder con fusiles o sin fusiles", pues, al fin y al cabo, la consigna de ese mayo tumultuoso y feliz era "seamos realistas: pidamos lo imposible". Y, en efecto, durante unos pocos días (mientras el gobierno del presidente De Gaulle trataba de entender qué estaba pasando y los comunistas maniobraban para apoderarse de un movimiento que no les pertenecía), los jóvenes llevaron la imaginación al poder, pintaron algunos de los lemas más maravillosos que alguna vez hayan sido pensados y obligaron al gobierno a llamar a elecciones y, sobre todo, a replantear los valores y los procederes de la Quinta República Francesa.
Eran, claro, tiempos de agitación y cambio en el mundo entero. En este lado del mundo, las protestas contra la guerra de Vietnam crecían cada día en número e indignación, mientras el por entonces jamás vencido ejército de los Estados Unidos empezaba a vislumbrar su primera derrota, después de la irresistible Ofensiva del Tét. En el otro lado del mundo, el pueblo checo intentaba crear un socialismo con rostro humano, en una Primavera de Praga que, en agosto, los tanques soviéticos se encargarían de enfriar a cañonazo limpio.
Grupos de extrema izquierda, unos manejados desde Moscú, otros inspirados por Mao y todos dispuestos a llegar al poder por las armas, habían surgido en varios de los países capitalistas más prósperos de Europa, e incluso en el Japón. En los Estados Unidos, mientras tanto, el movimiento por los derechos civiles se había radicalizado tras los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King y, en vez de luchar por la igualdad de oportunidades, sus activistas proclamaban ya el Poder Negro. América Latina estaba cruzada por dictaduras militares. La Indochina vivía sumida en la guerra y los conflictos tribales desangraban el África. Pero en la Francia del general De Gaulle todo parecía estar en calma.
Dany el Rojo, París, 1968.
De pronto, el 22 de marzo, ocho estudiantes de la universidad de Nanterre, encabezados por Daniel Cohn-Bendit, "Dany el Rojo", convocaron a una protesta estudiantil por la detención de ocho compañeros revoltosos y, en seis semanas, un minúsculo movimiento se convirtió en una movilización estudiantil masiva, con una huelga de apoyo acatada por nueve millones de obreros, la mayor en la historia de Francia. Y, así, en mayo de 1968, una comuna de París volvía a soñar con tomar el poder. Como se había tomado la Bastilla en 1789. O como la Revolución Soviética de 1917, o la Revolución Alemana de 1918, o la "Cataluña Libre" de 1936, o los consejos húngaros de autogestión obrera de 1956.
"We want the world and we want it now", cantaba por entonces Jim Morrison. "Queremos el mundo y lo queremos ahora". Los jóvenes de París se lo tomaron en serio y decidieron exigirlo "todo e inmediatamente". Pero, según Cohn-Bendit reconocería años más tarde, "no supimos integrar idealismo y democracia". Y, después de haber paralizado Francia, cerrando puertos, aeropuertos, estaciones de trenes y carreteras, el movimiento de París se disolvió. El régimen se afianzó y, desde entonces (y ya son cuarenta años), Francia ha vivido una era de estabilidad como pocas veces tuvo en su historia.
"¿Qué quieren los pobres?", se preguntaba Cohn-Bendit un cuarto de siglo después de aquel deslumbrante mayo de 1968, en una serie de entrevistas que hizo para la televisión a los líderes de los movimientos insurgentes de los años sesenta y setenta. Y se respondía a sí mismo, explicándose que el movimiento estudiantil de París se hubiera quedado en una serie de lemas inolvidables, pero sin consecuencia política: "Los pobres quieren triunfar, quieren el éxito, no la revolución".
El afiche político ha sido históricamente una fuerte herramienta de comunicación directa e inmediata. Cuando los acontecimientos se desarrollan vertiginosamente los códigos visuales utilizados reflejan esas urgencias, esas inmediateces. Un buen ejemplo de esto son los afiches de lo sucedido en París en 1968 y que se conoce con el nombre de Mayo Francés o Mayo del 68.
Ahora, Dany el Rojo es diputado del Parlamento Europeo por el partido Verde, es un defensor sin tregua de la democracia y un luchador resuelto por la conservación ambiental. Es, además, un pacifista firme. "Y soy un anticomunista visceral, por lo que todos los 'progresistas' me aburren. Y, aunque profundamente convencido de la legitimidad de las tesis ecologistas, me gusta la agresividad de la jungla metropolitana. En resumen, sigo siendo un contestatario de la 'promoción del 68' y me considero el prudente compañero de viaje de un partido, los Verdes alemanes, que acepta tímidamente la idea de gobernar".
Muchos de los líderes juveniles de esa época hoy están plenamente integrados a la sociedad. La mayoría dejó la política. Los que perseveraron están en partidos de diferentes tendencias, pero todos en una línea inequívoca de respeto a los principios básicos de la democracia liberal. En la izquierda está Joschka Fischer, que fue ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno social demócrata alemán del canciller Gerhard Schróder, mientras en la derecha está Bernard Kouchner, que es el ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno conservador francés del presidente Nicolas Sarkozy. Pero, ¿por qué fueron tan radicales hace cuarenta años?
"En 1968 el planeta se inflamó", explica Cohn-Bendit. "Parecía surgir una consigna universal y, tanto en París como en Berlín, en Roma o en Turín, la calle y los adoquines se convirtieron en símbolos de una generación rebelde". Pero, una vez más, ¿por qué ocurrió todo eso? "Fuimos la primera generación que vivió, a través de una oleada de imágenes y sonidos, la presencia física y cotidiana de la totalidad del mundo: los Beatles adorados por los jóvenes de todas partes, los tanques rusos entrando en Praga, Carlos y Smith levantando sus puños con guantes negros en el podio de los Juegos Olímpicos de México, la foto del Che Guevara...".
¿No quedó nada de esos sueños? Según Dany el Rojo, quedó el idealismo, pero los tiempos cambiaron. Y lanza la pregunta: "¿por qué hay que ser pro cubano para querer cambiar el mundo? Lo que debemos inventar es la filosofía del éxito, que integre nuestro idealismo con la democracia". Y es que, según afirma, "en los años sesenta la izquierda tenía todas las ideas y en el interior de la izquierda se debatían todos los temas importantes: la familia, el sexo, el arte, la política, la economía, las relaciones internacionales. La derecha no tenía ni una sola idea. Pero desde los años setenta eso cambió: la izquierda quebró y es la derecha la que desarrolla las ideas interesantes, porque el éxito se convirtió en un valor de la derecha".
En realidad, a pesar de que sus líderes se declaraban hombres y mujeres de izquierda, el movimiento estudiantil de mayo de 1968 no tuvo un rotundo y definido color político: tan rechazados fueron el gobierno de De Gaulle ("la voluntad general contra la voluntad del general"), como los comunistas de Jean-Paul Sartre y Louis Aragon, que quisieron copar las protestas y ponerles bandera roja, después de haberlas repudiado al principio por creerlas "manifestaciones de burguesitos".
Caroline de Bendern, París, 1968.
El viernes 10 de mayo, cuando levantaban una barricada en la rue Gay-Lussac, los estudiantes se encontraron con la sorpresa de que, bajo los adoquines, había una gruesa capa de arena. Y ahí mismo pintaron: "Bajo la civilización, la playa". Y ésa fue, tal vez, la frase más emblemática de mayo del 68, pues demostró que, más allá de la coyuntura política, de conservadores y comunistas, de empresarios y obreros, el movimiento implicaba una crítica a todo lo establecido, a la civilización en su conjunto, como la entendían los jóvenes de París.
Hoy, cuarenta años después de ese mayo idealista, imaginativo y soñador, los jóvenes de París, ya sesentones y casi olvidados, siguen enfrentando y confrontando al poder, pero desde distintas trincheras. El ecologismo, por ejemplo. O una militancia política que, en todos los casos, quiere cambiar el mundo, aunque cada uno discrepe profundamente del cambio que pueden plantear los demás. Dice Dany Cohn-Bendit: "Estoy convencido de que somos nosotros, los antiguos izquierdistas, quienes debemos obligar a la guerrilla, a los terroristas, a disolverse y a participar en un replanteamiento colectivo de nuestras estrategias para enfrentar al poder. Eso es lo urgente. Y es lo realista. Y es lo inevitable, también".