Publicado en
febrero 20, 2017
Uno de los responsables de la política exterior de Estados Unidos opina acerca de los problemas más urgentes que enfrenta su país más allá de sus fronteras, entre ellos, las relaciones con América Latina.
Entrevista con Zbigniew Brzezinski, asesor del presidente Jimmy Carter en Asuntos de Seguridad Nacional).
Por James Reston (vive en Washington, D.C. y es columnista en esa ciudad del Times de Nueva York).
Pregunta. Señor Brzezinski, Estados Unidos enfrenta nuevas relaciones con China, problemas con la Unión Soviética, el Oriente Medio y Europa. ¿Es usted optimista o pesimista?
Respuesta. Optimista, fundamentalmente. Comprendo las enormes dificultades que enfrentamos, pero pienso que estamos creando una verdadera estructura cooperativa en un mundo que, por primera vez en su historia, se ha vuelto políticamente activo y despierto.
Hace pocos decenios, la mayoría del mundo estaba organizado sobre la base de imperios coloniales que dominaban a gran parte de Asia y África, o de sistemas políticos en los cuales era muy limitada la participación popular. Pero esos imperios se desmoronaron, aumentó el número de Estados-nacionales, el alfabetismo se extendió y, al haberse concentrado en ciudades, la gente es más susceptible a la movilización política masiva y a los medios sociales de comunicación. Existe una nueva conciencia social y política internacional, que antes no existía.
P. ¿Qué significa todo esto en términos de seguridad nacional?
R. Hubo una época, en los comienzos del siglo, durante la cual bastaba pensar en términos de salvaguardar los límites geográficos de Estados Unidos, hacer impenetrables sus fronteras y tal vez tener algunos aliados que contribuyeran a conservar el equilibrio del poder. Actualmente, la seguridad nacional significa la positiva dedicación de Estados Unidos para impulsar un mundo que cambia rápidamente hacia formas que coincidan con nuestros intereses y nuestros valores.
P. ¿Tiene Estados Unidos la voluntad y el poder para lograrlo?
R. Creo que contamos con suficiente poder, aunque en términos relativos no sea tanto como el que poseíamos después de la Segunda Guerra Mundial. Nuestra voluntad se vio fragmentada últimamente por la guerra de Vietnam, pero estamos saliendo de ese período de división.
P. ¿Podría definir algunas de las fuerzas fundamentales de cambio en el mundo actual?
R. Entre 1950 y el año 2000 la población aumentará en 3500 millones, la mayoría de los cuales vivirá en el Tercer Mundo. Por otra parte, en el año 2000 el mundo occidental tendrá sólo alrededor del 20 por ciento de la población mundial. A fines del presente siglo, la mayoría de la gente será joven, pobre, políticamente consciente, se concentrará en zonas urbanas y será susceptible a la movilización masiva. Estas son fuerzas de cambio fundamentales muy importantes y Estados Unidos tiene que responder a ellas.
Existe también en el mundo una redistribución tanto del poder político como del económico. Surge una nueva zona industrial: Corea, la Asociación de Naciones Asiáticas del Sudeste, Brasil y otras naciones se están transformando en nuevos focos de rápido crecimiento industrial. Esto significa que los países industriales más antiguos dependen cada vez más de la evolución tecnológica para conservar su lugar en el mundo.
El hecho de que un grupo de naciones, como las que integran la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), puedan establecer acuerdos y ejercer presión, significa también que se resquebraja la combinación previa de poderío político y económico. Occidente, que en 1939 tenía el poder político absoluto, poseía entonces también el financiero y el económico.
Ahora, el poder militar se divide entre Occidente y la Unión Soviética. El económico se está dispersando. Existen nuevas zonas de riqueza e influencia financiera que imponen enormes cargas al sistema monetario existente. Todo esto me retrotrae al concepto central de mi idea. La política fundamental de Estados Unidos respecto a su seguridad nacional debe ser la de una participación activa en la combinación de esas fuerzas diversas, para convertirlas en una estructura cooperativa. Si no lo hacemos, nos volveremos muy vulnerables.
P. ¿Cuáles son los problemas de seguridad nacional más urgentes de Estados Unidos?
R. El Tratado de Limitación de Armas Estratégicas (SALT, por sus siglas en inglés), la doctrina y actitud estratégica y China.
Durante mucho tiempo las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética serán mixtas. Aun en el caso de que lleguemos a un acuerdo en el SALT, seguiremos con desacuerdos y fricciones. Lo importante es que no nos volvamos paranoicos al respecto. Nosotros y los soviéticos tendremos que adaptarnos a la situación, porque es un hecho que el ambiente estratégico del próximo decenio será diferente al de los años 60, durante los cuales delineamos casi todos nuestros conceptos actuales y la mayoría de los armamentos con que contamos hoy.
Deberemos transigir en forma muy amplia con la República Popular de China. Representa la cuarta parte de la humanidad y es un segmento extremadamente bien dotado y creador, con el que tenemos, muchos intereses en común. Estos son a largo plazo, y no tácticamente antisoviéticos. Se enlazan con nuestro punto de vista fundamental de un mundo pluralístico y no dominado por esta o aquella potencia.
P. ¿Se ha exagerado mucho la amenaza mundial de los soviéticos?
R. En el pasado, cuando les temíamos, nos inclinábamos a sobrestimar su poderío militar, el cual era bastante insignificante, y a subestimar su gravitación ideológica, que en algunos aspectos era bastante considerable. En la actualidad, la gravitación ideológica soviética es casi nula; no hay en el mundo un solo revolucionario que al pensar en un modelo para el futuro vuelva sus ojos hacia la Unión Soviética. Su poderío militar, aunque aumentó sustancialmente, no basta para dominar a Estados Unidos o al mundo, pero es suficiente para hacer más difícil la solución de conflictos regionales. Por ejemplo, ahora la zona de crisis es un grupo de Estados en el océano Índico: literalmente un arco de inestabilidad desde Chittagong, en Bangladesh, a lo largo de Islamabad, hasta Adén. Su fragilidad social y política podría ejercer acción recíproca con la proyección del poderío soviético y crear un grave problema, especialmente a causa del petróleo.
P. ¿Qué puede hacer Estados Unidos para influir en el mundo moderno?
R. Por ser precisamente un país unido no por un pasado orgánico sino por un futuro compartido, Estados Unidos es un microcosmos del mundo. El mundo no está unido por un pasado común, pero cada vez más tiene un futuro común. Estados Unidos prueba que la gente puede cooperar en favor de ideas centrales. Juntos, los norteamericanos hemos creado una sociedad que fue realmente la estructura de 200 años de esfuerzos constantes para plasmar el concepto de la libertad humana.
Ahora, el mundo necesita esa estructura para la concreción de las ideas de libertad humana y de justicia. Podemos contribuir, no por el dominio sino a través de una red de relaciones cooperativas, no sólo con nuestros amigos tradicionales sino también con los países nuevos y con nuestros adversarios.
Hablo de colaborar en un mosaico global en el cual haya una participación más genuina de más socios y una mayor distribución del poder económico y político; la clase de cambio experimentado en Estados Unidos en los últimos 20 años. Hoy, en este país, la distribución del poder político es significativamente distinta de la que existía hace dos decenios, en términos de razas, sexos y regiones.
P. ¿Qué puede usted decir acerca de la situación del hemisferio occidental?
R. Nosotros y los latinoamericanos tenemos un punto de vista divergente respecto a nuestro pasado común. Los estadounidenses nos inclinamos a sentirnos orgullosos de la Doctrina Monroe. Para la mayoría de los latinoamericanos, esa doctrina es un documento que expresa el dominio de Estados Unidos.
El presente gobierno alivió parte de la tensión con los nuevos tratados sobre el Canal de Panamá. Seguimos la política de tratar a los países latinoamericanos como socios maduros, sobre bases bilaterales en la mayoría de los casos, como lo hacemos con Europa y Asia; sobre una base regional cuando es necesario; y sobre una base global respecto a aquellos problemas que Latinoamérica comparte con otros países en desarrollo.
Necesitamos mejorar nuestras relaciones con México, pues de lo contrario a fines del presente siglo tendremos en el sur de nuestro territorio 120 millones de habitantes que no serán nuestros amigos. Tenemos mucho en común con México y podríamos establecer una relación creadora si somos previsores y si trabajamos estrechamente con los propios mexicanos en forjar una política común en problemas como migración, comercio y recursos naturales.
P. ¿Existe inestabilidad dentro de Estados Unidos?
R. De tanto en tanto surgen áreas o disposiciones anímicas de inestabilidad. Pero lo que es singular de esta nación, es su capacidad de absorber y asimilar el cambio. Esa es nuestra mayor fuerza. En cierto modo, inventamos el cambio, porque nos unimos para construir una sociedad, en lugar de haber nacido ya en una sociedad.
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