SOY CATÓLICA Y DEFIENDO EL CONTROL DE LA NATALIDAD
Publicado en
febrero 14, 2017
Razonada petición de que se deje a la conciencia de cada persona una decisión de singular importancia en el matrimonio.
Por Rosemary Ruether.
COMO CATÓLICA, como mujer casada y como madre, considero que la Iglesia coloca a las parejas católicas en una situación imposible. Por una parte, nos enseña que el matrimonio es un Sacramento; por otra, nos impone una doctrina de control natal, que pareciera lastimar el matrimonio.
Años de lucha por apegarme a la norma de la Iglesia, me han convencido de que las reglas que rigen el control de la natalidad se basan en conceptos inadecuados e inexactos, tanto de la relación sexual en el matrimonio como de la vida familiar. He llegado a darme cuenta de que al amor marital tiene otros objetivos tan importantes como la concepción de los hijos.
Los católicos han discutido ampliamente el tema del control de la natalidad, y mucho de lo que aquí expongo, lo dicen gran número de padres católicos. Creo que el tema merece una atención más amplia.
La Iglesia declara que el único método normal para prevenir la concepción es el llamado "natural" o del ritmo, según el cual marido y mujer se abstienen de tener relaciones sexuales en los intervalos del mes en que la mujer es fértil. Para mi esposo y para mí, al igual que para muchas parejas católicas que conozco, el método del ritmo no parece tener ningún significado teológico. Lo que es peor, tiende a hacer que se pierda la alegría y la espontaneidad de la vida conyugal. Cuando, por cualquier razón buena y aceptable, un matrimonio católico considera que ya no debe procrear, el contacto sexual llega a significar miedo en vez de amor, a causa de la falibilidad del método del ritmo.
Muchos médicos sostienen que la teoría del ritmo tiene defectos. No existe lapso alguno en el mes en que pueda predecirse que la mujer es estéril. Lo que sí existe es un período en el que disminuye la probabilidad del embarazo, pero este puede producirse y de hecho se produce en cualquier instante del mes. Una pareja podrá observar todos los métodos que existen en la actualidad para predecir el momento de la ovulación; podrá abstenerse con tenacidad durante ese período y podrá comprobar, de todos modos, que el método ha fallado. Esta fue nuestra experiencia y la de muchos de mis amigos católicos.
El método acarrea problemas insolubles aun a quienes lo han hecho funcionar (y por "funcionar" me refiero sólo a lapsos de dos o tres años entre un hijo y otro). El cálculo continuo del "período seguro" ( ¡cómo se llega a detestar ese término!) tiende a minar la serenidad de la pareja ("¿Habré calculado bien?") y a producir graves repercusiones en toda la familia.
Siempre que el período se atrasa o no aparecen a tiempo los indicios por los que la mujer puede pronosticar su ciclo, sobreviene el pánico. Sé de maridos que han explotado de rabia y de mujeres que se han puesto histéricas en tales circunstancias. Muchas veces he visto a padres de familia descargar en los hijos su miedo y su resentimiento. No tengo la más mínima duda que la práctica prolongada del método del ritmo causa graves daños sicológicos a muchas personas.
Hay sacerdotes que dicen a los fieles que la única dificultad del uso del método del ritmo está en el autocontrol. Lo que no alcanzan a comprender es que el método en sí propicia una relación innatural y distorsionada. La mujer tiene que asumir, literalmente, el papel de policía del lecho conyugal y el marido esforzarse en responder a los signos del ciclo menstrual. Toda la relación se torna forzada. Después de forcejear algunos años con semejante sistema, tanto el hombre como la mujer comienzan a tener la impresión de que su matrimonio se ha trastornado. Algunas mujeres llegan incluso a aborrecer el acto sexual que se realiza bajo semejantes presiones.
El pensamiento tradicional católico distingue entre cuestiones de fe, basadas en la autoridad de las Escrituras, y cuestiones de razón, que se apoyan en la filosofía natural. Es evidente que las enseñanzas de la Iglesia en lo relativo al control de la natalidad pertenecen a esta última categoría. Sin embargo, tal distinción se borra en la práctica y hoy en día, al laico católico se le hace sentir que debe aceptar la posición de la Iglesia por insostenible que le parezca y que poner en duda tal enseñanza es dudar de la autoridad total de la Iglesia. ¿Qué puede hacer una persona cuando virtualmente se le pide que escoja entre la salvación de su alma y la salvación de su familia?
¿Por qué se ha llevado a los católicos a este problema de fe? Los argumentos que se esgrimen contra la anticoncepción se han expresado siempre en términos de derecho natural. De acuerdo con este criterio, la "naturaleza" del acto sexual es procrear; utilizar el sexo evitando la procreación es violar la naturaleza del acto y, por lo tanto, intrínsecamente inmoral. Se permite el método del ritmo porque, según se dice, el coito que se efectúa en períodos de esterilidad natural conserva su carácter de procreación, mientras que el realizado con anticonceptivos convencionales, carece de él.
Para mí, esta es una distinción arbitraria. La palabra "naturaleza" se emplea para designar al mismo tiempo el vínculo natutal entre el acto sexual y la concepción en el concepto biológico y también la naturaleza ideal del coito, es decir lo que ese acto debiera significar como parte de una relación amorosa entre dos seres humanos. La doctrina de la Iglesia simplemente une ambos significados y prohíbe que se les separe.
Pero es obvio para la persona casada, que el deseo de procrear y el deseo de amar son dos cosas distintas, que sólo ocasionalmente coinciden. El hombre no hace el amor exclusivamente —ni primordialmente— con una finalidad biológica. Lo hace como expresión del vínculo que lo une con la persona que ama. Cuanto más feliz es una pareja, más arraigada está en ella la conciencia que la relación sexual goza de validez y significado propios, muy al margen de su capacidad procreativa. El hombre y la mujer son dos aspectos complementarios de la humanidad y en la unión matrimonial, entrelazados por el amor, descubren un sentido más rico y un cumplimiento más cabal de su naturaleza humana. Los frutos de esta unión son tan reales en el matrimonio estéril como en el fértil.
No hay duda sobre lo que pretende decir la Iglesia cuando afirma que la pareja que ya no desee más hijos debe sacrificar, en parte o por completo, su vida sexual. Quiere decir que el único propósito cabalmente legítimo del sexo es la procreación, y que el amor, aunque agradable, puede ser prescindible.
No es raro encontrar todavía clérigos católicos que aconsejen a matrimonios jóvenes que se abstengan por completo de las relaciones sexuales si no quieren tener otro hijo. Una amiga mía tuvo cinco seguidos. Su marido aún era estudiante y habían llegado al borde de la desesperación. Cuando trató el problema con su párroco, recibió esta brusca respuesta: "No hay nada que discutir". El mensaje implícito era que, si no querían más hijos, tendrían que suspender sus relaciones conyugales.
Esta actitud me parece equivocada, y no sólo porque complica la existencia. No se trata de un simple "controlar las pasiones", sino de destruir elementos positivos de la relación matrimonial, algo más esencial a su naturaleza que el vínculo, supuestamente indestructible, entre cópula y procreación.
Cuando joven todavía y madre de tres hijos, me encontraba, plena de aspiraciones, a un paso de obtener un doctorado, decidí que no podía confiar mi destino a la mera casualidad biológica. Como mujer que trata de producir un equilibrio feliz entre el trabajo y la familia, sé qué es una planeación familiar efectiva. La mujer que no está en condiciones de controlar su propia fertilidad y que debe permanecer vulnerable a la posibilidad de un embarazo imprevisto, no puede aspirar a ser algo más que una mera máquina productora de hijos.
El hombre, al fin y al cabo, no sólo pide la vida; pide una vida satisfactoria, plena de realizaciones intelectuales y espirituales. No es posible tratar a la familia en términos numéricos. Es, ante todo, una unidad cualitativa.
¿No acarreará esa perversión de la naturaleza sicológica del matrimonio consecuencias mucho más perniciosas que la regulación de su naturaleza biológica? ¿No sería más honesto, por parte de la Iglesia, adoptar una actitud abierta que permita a los católicos analizar las diferentes posibilidades del problema, una actitud que considere la decisión de elegir el método más apropiado en cada caso particular como una cuestión esencialmente de conciencia?
CONDENSADO DE "THE SATURDAY EVENING POST" (4-IV-1964) © 1964 POR THE CURTIS PUB. CO., INDEPENDENCE SQUARE, FILADELFIA (PENSILVANIA) 19105.