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junio 29, 2014
Kurt Hahn. Foto cortesía de la Escuela Gordonstoun"
Kurt Hahn, fundador de las escuelas "Outward Bound", pensaba que "en nuestros impedimentos está la oportunidad"
Por Joshua Miner (ayudó a fundar la primera escuela Outward Bound (o de vida rigurosa) establecida en los Estados Unidos, en 1962, y fue su presidente y, más tarde, presidente de la junta directiva de Outward Bound, Inc. Actualmente es director de admisiones en la Phillips Academy, de Andover (Massachusetts), y sigue trabajando activamente para Outward Bound en calidad de síndico fundador).
LA COMPETICIÓN de pista de la Escuela Gordonstoun estaba en su apogeo en el campo sur del centro docente. En mi calidad de entrenador de Gordonstoun recién llegado a Escocia, me complacía ver que mi equipo llevaba la delantera. Pero advertí con asombro que nuestros contrarios competían descalzos y parecían sentirse a sus anchas en aquel tupido césped.
De pronto divisé la alta y encorvada figura del director que salía bruscamente de la casa solariega de Gordonstoun, antiguo castillo que hacía de edificio principal de la escuela. Tocado con su habitual sombrero de fieltro gris, cuyas anchas alas le cubrían la enorme cabeza, llegó a zancadas hasta los corredores visitantes, habló brevemente con ellos y luego se acercó a mí. "Esos chicos no pueden comprarse zapatos de pista", me informó. "Ordene usted a los nuestros que se descalcen y empiecen otra vez la carrera".
Fue una resolución típica de Kurt Hahn. En su opinión, no bastaba que nuestros alumnos participaran descalzos en las demás pruebas; era necesario repetir todo desde el principio. Mis muchos años de amistad con el extraordinario educador me enseñarían que aquel incidente no había sido sino una manifestación de su voluntad inquebrantable de hacer siempre en el acto lo que era justo según su criterio.
Kurt Hahn fue uno de los grandes educadores de este siglo; inventor social cuyo campo de acción era la juventud. Las instituciones que fundó se extienden hoy por todo el mundo; como sus escuelas preparatorias internacionalmente famosas, en Salem (Alemania) y Gordonstoun (Escocia); como el movimiento mundial conocido por "Outward Bound", cuyas 32 escuelas abiertas en 17 naciones practican arduas pruebas en medios geográficos hostiles para fomentar el descubrimiento de uno mismo; como los avanzados Liceos del Mundo Unido, en Gales, Canadá y Singapur, que recurren a la educación, las prácticas de salvamento y el servicio a la comunidad para establecer lazos de unión entre las naciones.
Cuando me incorporé a la facultad de Gordonstoun en 1950, Hahn tenía 64 años de edad. Su energía era prodigiosa. Me confió en una ocasión: "Soy un anciano con prisa". Algunas actividades de la escuela eran totalmente distintas de cuanto había yo visto. El Servicio contra Incendios, por ejemplo, que servía de cuerpo de bomberos no sólo a la escuela, sino a toda la comarca, y el Servicio de Salvamento de Montaña, para el cual los estudiantes se adiestraban en escalar peñascos y en las técnicas de rescate en grandes alturas. O los Vigías del Servicio de Guardacostas. Desde una cabaña encaramada en la cima de los acantilados que se yerguen sobre la costa del estero de Moray, montaba guardia un grupo de alumnos de la Gordonstoun durante las 24 horas del día, cuando había niebla o soplaba el vendaval, en constante comunicación telefónica con las estaciones más próximas del Servicio de Guardacostas de Su Majestad. Durante los 18 meses que residí en Gordonstoun los Vigías salvaron a dos muchachos atrapados en un resalto de los acantilados y la pesca y equipo de una lancha que se estrellaba contra las rocas.
UNA ESCUELA LLAMADA SALEM
Kurt Hahn nació en el seno de una culta familia judía de Berlín, en 1886. En la Universidad de Gotinga el profesor de griego del joven y entusiasta estudiante le aconsejó que se fuera a la de Oxford (Inglaterra), y Hahn residió allí de 1910 a 1914. Cierto día que estuvo remando al ardoroso rayo de sol con la cabeza descubierta, sufrió una grave insolación que lo hipersensibilizó a la luz y al calor para toda su vida. Durante su convalecencia pasó un año recluido en una habitación oscurecida, y entonces se le ocurrió la máxima optimista que le inspiró sin cesar: "En nuestros impedimentos está la oportunidad".
Cautivado por la pedagogía, comenzó a proyectar una escuela que hermanara en un mismo programa los mundos del pensamiento y de la acción. Sin embargo, no tuvo tiempo para realizar este anhelo. El primero de agosto de 1914 se despidió de sus amigos ingleses para regresar a su patria, y tres días después Inglaterra entregaba a Alemania la declaración de guerra.
Durante la contienda Hahn desempeñó diversos cargos gubernamentales, y al terminar la conflagración era ayudante del príncipe Max de Baden, el último canciller imperial de Alemania. El príncipe compartía el entusiasmo de Hahn por la enseñanza; en 1920 fundó un internado coeducacional cuya dirección confió a su ayudante. El internado se llamó Salem (shalom, salaam, esto es, paz).
En Salem, el director trató de forjar un ambiente educativo en que florecieran las "inclinaciones saludables": el interés por la aventura, el gozo de la exploración, el entusiasmo constructor. Además de dar a sus alumnos la enseñanza tradicional basada en los textos y un programa de actividades atléticas ordinarias, les asignaba tareas agrícolas que debían cumplir diariamente en la granja donde la escuela cultivaba sus propios víveres. Cada estudiante emprendía algún programa a largo plazo que fomentaba el espíritu creador, y en arduas expediciones aprendía a fortalecerse y a trabajar en equipo. "Nos esforzábamos", comentó alguna vez, "en formar jóvenes capaces de poner por obra lo que juzgaran justo, a despecho de las penalidades, del escepticismo latente o de las emociones que privaran en el momento".
Era inevitable que tales ideas chocaran con el nazismo, y pocas semanas después de que Hitler fue nombrado canciller de Alemania encarcelaron al director de Salem. Las repercusiones de este acto llegaron hasta Inglaterra, donde los amigos de Hahn abrazaron su causa. Por último, Ramsay MacDonald, primer ministro inglés, envió una protesta oficial al gobierno alemán, y Hahn pudo salir a Inglaterra como desterrado.
"OUTWARD BOUND"
Aquella fue para el preceptor la hora más amarga de su vida. A los 48 años de edad se vio privado de su patria, de su escuela, de su lucha en favor de la juventud alemana. Volvió a Moray, en el norte de Escocia, donde había pasado los veranos de su convalecencia durante los años estudiantiles de Oxford, y entonces descubrió el ruinoso castillo de Gordonstoun. El panorama que ofrecía, el mar y las montañas lo embelesaron y Hahn sintió allí toda la fuerza del pensamiento concebido en una habitación en tinieblas: "En nuestros impedimentos está la oportunidad". Entonces resolvió comenzar de nuevo su empresa.
La Escuela de Gordonstoun abrió sus puertas en el otoño de 1934, con 21 alumnos, entre ellos un príncipe griego de nombre Felipe que andando el tiempo se casaría con la futura reina de Inglaterra. La escuela (versión inglesa de la de Salem) floreció, y en el curso de la segunda guerra mundial contribuyó a fundar la institución actualmente conocida en todo el mundo como "Outward Bound". Lawrence Holt, director de una importante compañía naviera y padre de familia establecido en Gordonstoun, había conferenciado con Hahn. Le preocupaba profundamente el gran número de marineros que, pudiendo salvarse, perecían al naufragar alguna nave mercante torpedeada por el enemigo. A diferencia de los marinos veteranos que se habían preparado a bordo de barcos de vela, decía a Hahn, aquellos jóvenes no sabían capear los vientos ni las borrascas, y en consecuencia no podían valerse por sí mismos.
Hahn propuso al naviero que unieran sus fuerzas para abrir una escuela diferente, que ofrecería un curso de un mes de manejo de botes pequeños, atletismo, orientación por mapas y brújulas, preparación para el salvamento y, por último, una expedición en alta mar. Holt aportó el personal y el financiamiento, y en 1941 se inauguró en Aberdovey (Gales) la primera escuela Outward Bound.
Outward Bound obtuvo desde el principio excelentes resultados. Como Hahn predijo, los aprendices de marino no tardaron en entusiasmarse por la difícil prueba que representaba el curso. El orgullo de la misión cumplida y el lazo que se establecía entre el hombre y el ambiente, habrían de ser los sellos distintivos del adiestramiento que proporciona la escuela Outward Bound.
VAGAR Y DARSE PRISA
Al colaborar con Hahn en Gordonstoun comprendí que en verdad el Viejo "tenía prisa". Subía los escalones de dos en dos o descendía todo un tramo de una zancada. Pero cualquiera que fuese el programa del día, siempre se daba tiempo para vagar por la escuela. "La tarea de un director", solía repetir, "consiste en recorrerla". Sus "antenas" estaban constantemente al acecho, finamente sintonizadas, vibrantes.
En cierta ocasión uno de los chicos fue sorprendido en el acto de cometer un robo. Hahn pasó buena parte de la noche hablando con él, tras de lo cual despertó a algunos funcionarios de la escuela. Nos comunicó los detalles y luego, clavándome sus ojos azules, me espetó: "Joshua! ¿Cuándo notó que este muchacho estaba en dificultades? ¿Y qué hizo usted al respecto ?" Aquella noche aprendí que, cuando uno de los alumnos corría peligro de ser expulsado de Gordonstoun, no era al colegial a quien sometía él a juicio, sino a los adultos. Si el joven roba es porque tiene algún conflicto íntimo. Si de verdad nos interesamos por él, descubriremos síntomas reveladores cuando aún es tiempo de remediar la situación.
Llevaba yo unos meses en Gordonstoun cuando me confiaron "El recreo", otro experimento que Hahn inició en Salem unos 30 años antes. Cuatro mañanas a la semana, durante el recreo de 50 minutos, cada estudiante practicaba dos de media docena de ejercicios: carrera corta, carrera de fondo, salto de altura y de longitud, y lanzamiento de disco y jabalina. El muchacho competía contra sí mismo, tratando de mejorar la puntuación más alta que hubiera logrado antes. Observando a algún chico torpe que descubría cómo, gracias al esfuerzo diario, lograba hacerlo mejor de lo que él mismo hubiera esperado, se le veía liberarse de lo que Hahn llamaba "el tormento de la insignificancia".
La única disputa que tuve con Hahn se relacionó con el salto de altura. Los escoceses que lo practicaban seguían empleando el antiguo método "de tijera", y cuando enseñé a mis muchachos el nuevo estilo de vuelco, comenzaron a romper en todas partes las marcas establecidas. Grandes muchedumbres venían a verlos saltar, y por tanto se me subió a la cabeza mi orgullo de entrenador.
Cierto día me llamó Hahn a su despacho y me reprendió severamente: "Josh, no creo que debamos concurrir a los juegos de Dufftown. Es espléndido que los chicos comprueben su capacidad de superarse, pero los estamos convirtiendo en acróbatas". Al ver mi desconcierto, suavizó la mirada. "Queremos formar el carácter de los muchachos por el salto", añadió, "no hacer meros saltadores de personas".
En tales palabras se encierra la esencia de la filosofía educativa de Kurt Hahn. Este principio, que todo educador puede aplicar de muchas maneras, constituye la lección más valiosa que recibí de él.
ADIOS AL AMIGO
En 1953, al cumplir los 67 años de edad, Hahn renunció a su cargo de director. Pero aún tenía promesas que cumplir, incluso algunas que ni siquiera había formulado. En 1955 el mariscal del aire sir Lawrence Darvall, comandante del Colegio de la Defensa de la OTAN, en París, le sugirió: "Los militares que asisten a nuestro Colegio logran un gran entendimiento internacional en nuestro curso de seis meses. Imagínese usted lo que se podría conseguir en una escuela civil para jóvenes de extracción internacional".
Hahn y Darvall integraron en varios países unas comisiones que apoyaran su plan para una escuela preuniversitaria que, con un programa de estudios de dos años, atrajera alumnos de todo el mundo. Pasaron siete años antes de que la idea se realizara, pero el Colegio Atlántico (que más tarde cambió este nombre por el de Colegio del Atlántico del Mundo Unido) abrió sus puertas en San Donato (Gales) en 1962. Actualmente existen ya el Colegio del Pacífico del Mundo Unido, en Columbia Británica, el del Sudeste de Asid en Singapur, el del Adriático (que se inaugurará en 1977) en Trieste (Italia), y ya se proyectan otros. En tales escuelas los estudiantes venidos de muchas naciones (a menudo países enemigos entre sí) estudian juntos, emprenden hombro con hombro aventuras y se preparan para seguir cursos universitarios.
En 1968 el pedagogo berlinés hizo lo que resultaría ser su último viaje a Estados Unidos. Muy preocupado ante la violencia surgida en todo el mundo por la rebelión juvenil y los conflictos raciales, visitó universidades y barrios bajos de todo aquel país. Como siempre, en busca de alguna fórmula para encauzar productivamente el ímpetu juvenil. En ese abrumador viaje se cebó en él su antiguo padecimiento causado por la insolación. Lo llevé al aeropuerto de Boston en un automóvil cuyas ventanillas cubrí con mantas. Llevaba gafas oscuras y su sombrero de anchas alas, y se cubría la nuca con un improvisado protector de fieltro verde. En la portezuela del avión levantó la mano con su familiar ademán de adiós, y entonces, como en tantas ocasiones anteriores, sentí un opresivo temor. ¿ Sería la última vez que nos viéramos?
Así fue, en efecto. Aquel mismo año lo atropelló un auto en Piccadilly Circus, en Londres, y ya no se recuperó. Falleció apaciblemente en diciembre de 1974, a los 88 años de edad. Su muerte es nuestro impedimento, y por tanto nuestra oportunidad: la de dar pábulo a su universal legado de energías curativas y reforzar las instituciones que edificó sobre los cimientos de su sólida confianza en la humanidad del hombre para con el hombre.