JUVENTUD EUROPEA EN CONCIERTO
Publicado en
noviembre 10, 2013
Fascinados, los músicos de la Orquesta Juvenil de la Comunidad Europea siguen a Carlo Maria Giulini, uno de los directores huéspedes de 1992.
Jóvenes procedentes de todo el Viejo Continente integran una de las más importantes orquestas del mundo
Por Priscilla Buckley.
CUANDO SE PRESENTARON en el prestigioso Festival de Salzburgo, la concurrencia fue tan nutrida que, por primera vez en la historia de esta fiesta musical, los organizadores tuvieron que colocar bocinas fuera del auditorio. En Cantón, China, eran tantos los admiradores que deseaban oírlos que, al finalizar cada movimiento, la audiencia entera se levantaba voluntariamente de sus asientos para que los ocupara la multitud que esperaba fuera. En diciembre de 1991, el concierto que ofrecieron en San Petersburgo estuvo a punto de provocar una revuelta: el gentío, en su afán de conseguir asientos en la sala, casi atropelló a los policías que se hallaban en la entrada.
No se trata de un grupo de música pop ni de la Filarmónica de Berlín. Es una orquesta sin sede. Ninguno de sus integrantes puede ser mayor de 24 años, y todos tocan por placer, no por lucro. Es la Orquesta Juvenil de la Comunidad Europea (OJCE).
Desde su primera gira, hace 16 años, este conjunto de aficionados se ha forjado una fama que la mayoría de las orquestas profesionales envidiarían. Millones de personas lo escuchan a través de la cadena televisiva Eurovisión, y todos los años declina invitaciones procedentes de todo el mundo. Su director musical es Claudio Abbado, director titular de la prestigiosa Orquesta Filarmónica de Berlín, y entre los directores huéspedes que ha tenido figura la crema del mundo de la música: Herbert von Karajan, Zubin Mehta, Leonard Bernstein, Bernard Haitink y Sir Georg Solti. "No es difícil conseguir a los mejores", asegura el director artístico de la OJCE, James Judd. "Todos reconocen que es una de las grandes orquestas del mundo".
Para sus jóvenes músicos, de los cuales 95 por ciento pasan a ser después profesionales, la OJCE es un sueño hecho realidad. "Cuando uno es estudiante, parece inimaginable el privilegio de tocar bajo la batuta de directores como Abbado o Haitink", comenta el inglés Wissam Boustany, ex flautista de la OJCE, que actualmente tiene una brillante carrera de solista. "Es una experiencia muy enriquecedora. Se conservan los recuerdos toda la vida".
Cada año, alrededor de 4000 candidatos de todos los rincones de la Comunidad Europea presentan su solicitud para ocupar 140 puestos; hasta los veteranos de años anteriores tienen que volver a tocar en audiciones. Después de las primeras eliminatorias quedan 800 aspirantes. Entonces, el director de estudios de la OJCE, Lutz Kóhler, que además es vicepresidente y director musical de la Hochschule für Musik und Theater, de Hannover, y David Strange, profesor de violonchelo en la Real Academia de Música de Londres, viajan por toda Europa para escuchar a cada uno durante 15 minutos.
El percusionista danés Thomas Sondergard, de 24 años, dice que fue el cuarto de hora más emocionante de su vida. "Allí estaba yo, en el Musikkonservatorium de Copenhague, ante dos jueces que estaban escuchando a los mejores percusionistas jóvenes de Europa. Tenía que tocar mejor que todos ellos".
Igual que a los demás músicos, se le permitió comenzar con una pieza de su elección —Perpetuum Mobile, de Carl Maria von Weber—. Después interpretó una serie de fragmentos orquestales, seleccionados por Kóhler y Strange para evaluar aspectos musicales y técnicos específicos. "No podía yo cometer el menor error", dice Sóndergárd. Además del talento musical, para ser admitido en la OJCE hay que tener una personalidad sana. "Si los músicos se llevan bien unos con otros, ello se refleja en sus ejecuciones", afirma David Strange.
Los pocos escogidos reciben la noticia en Pascua y se reúnen para ensayar por primera vez en julio, generalmente en algún punto de Europa, con todos los gastos pagados. El año pasado fue en Bolzano, Italia. Esas reuniones son como una Torre de Babel musical; los veteranos se saludan con gritos y expresiones en una multitud de idiomas.
Como la mayoría de los músicos de la OJCE son estudiantes aún, sólo pueden tocar juntos durante las vacaciones escolares. Pero, a diferencia de la mayor parte de las orquestas profesionales, que ensayan sólo una o dos veces antes de los conciertos, la OJCE practica seis horas diarias durante unas dos semanas. Aparte de los ensayos generales, los músicos trabajan también por secciones: los metales, las cuerdas y las maderas tocan por separado, repasando cada nota bajo la dirección de expertos procedentes de las orquestas más importantes de Europa. En estos ratos se resuelve el problema de los diferentes estilos nacionales de interpretación. "Hay, desde luego, muchas formas de tocar los instrumentos", señala Robert Teutsch, cornista alemán de 23 años. "En la sección de cornos, por ejemplo, los ingleses tocan con mayor riqueza y profundidad, y los alemanes más ligera y claramente. Pero los músicos son tan buenos que rápidamente armonizan sus estilos".
Incluso después del ensayo final, los instrumentos no necesariamente se retiran a descansar. Durante la cena, un violinista va de mesa en mesa, inclinándose para decir algo al oído a varios de sus compañeros. Transcurrida media hora, él y otros cinco jóvenes están en el vestíbulo de su hotel, sentados en bancos y con sus atriles enfrente, repentizando música de cámara. Uno de estos grupos fue el origen de la Orquesta de Cámara de Europa, considerada una de las mejores de este tipo en el continente. Más tarde, los músicos se van a escuchar jazz o a divertirse a algún centro nocturno y, muchachos al fin, hacen de las suyas: se van a bailar o a nadar en la piscina del hotel a altas horas de la noche.
Cuando llega el director huésped, ya que han pasado cerca de dos terceras partes del periodo de ensayos, la orquesta está lista. "La primera vez que los dirigí, no sabía qué esperar", dice Vladimir Ashkenazy, quien ha estado al frente de la OJCE en tres ocasiones. "Pero me conquistaron por completo. No sólo tocaban con excepcional perfección, sino que respondían a mis exigencias". Y Mstislav Rostropovich quedó asombrado después de su primer ensayo. "Hasta las orquestas más famosas tienen sus secciones débiles", comenta; "pero esta no".
Durante las semanas siguientes, los directores huéspedes prácticamente viven con la orquesta. Leonard Bernstein llegó con su motocicleta Harley Davidson; Ashkenazy, con toda su familia. Además de dirigir los ensayos y los conciertos, durante los descansos juegan al tenis de mesa y al futbol con los músicos, y charlan de música con ellos. También, son objeto de bromas. Un verano, cuando Claudio Abbado, que tiene fama de ser muy serio durante los ensayos, levantó la batuta para dar inicio al primer ensayo general, la orquesta empezó a tocar una sinfonía que no estaba en el programa. Abbado, creyendo que lo habían informado mal, por cortesía dirigió de memoria, hasta que los músicos soltaron la carcajada. El mismísimo Abbado tuvo que sonreír.
ESTA ASOMBROSA maquinaria musical fue idea, por increíble que parezca, de un dentista sudafricano radicado en Londres, Lionel Bryer, y de su esposa, Joy, originaria de Boston. Ambos habían creado en 1968 la Fundación Internacional de la Juventud, de Gran Bretaña. En 1973, cuando el Reino Unido anunció su intención de ingresar en la Comunidad Europea, el matrimonio Bryer propuso la idea de una orquesta juvenil de la CE. "Los pueblos no se unen sólo por lazos económicos", sostiene Joy Bryer. "Deben establecerse vínculos culturales, y la música, desde luego, es la lengua internacional".
Aprobada por el Parlamento Europeo en 1976, la orquesta se convirtió en uno de los proyectos culturales más importantes de ese cuerpo. Los Bryer pidieron al ex primer ministro británico Edward Heath, que también es director de orquesta y a la sazón presidía la Fundación Internacional de la Juventud, que fuera el primer presidente de la nueva institución musical. Y Claudio Abbado, quien había apoyado el proyecto, fue designado director titular de la orquesta. Joy Bryer, embajadora de esta, viajó incansablemente por Europa en busca de fondos.
En la primavera de 1978, la primera Orquesta Juvenil de la Comunidad Europea debutó en las capitales de la CE, deslumbrando a los críticos y atrayendo los aplausos del público. Al término de la gira la invitaron a presentarse el siguiente verano en el Festival de Salzburgo. Nunca antes había recibido semejante honor una orquesta juvenil.
La segunda gira de la OJCE tuvo tanto éxito, que volvieron a invitarla a Salzburgo. En esta ocasión, Herbert von Karajan, el "rey sin corona de Salzburgo", rompió una regla de toda su vida profesional que consistía en no dirigir jamás ninguna orquesta que no fuera la Filarmónica de Berlín o la de Viena, y se puso al frente de la OJCE para interpretar a Mozart y a Beethoven. Se había iniciado la deslumbrante trayectoria de la OJCE, aclamada por los críticos año con año.
Hoy, los conciertos de la OJCE son a menudo funciones de beneficencia y, por lo general, importantes acontecimientos sociales, pero muchas veces la buena voluntad de la orquesta es la que decide su programa de trabajo. En 1981, a raíz de que un terremoto asoló los alrededores de Nápoles, la OJCE ofreció un concierto gratuito para los habitantes de la región, y después otro, para recaudar fondos. En 1989 se fue de gira por la India y reunió dinero para el Fondo de Asistencia Pública del Primer Ministro de ese país. En diciembre de 1991 viajó a Rusia cargada de paquetes de alimentos, y con sus presentaciones recaudó fondos para los conservatorios de Moscú y de San Petersburgo.
Las giras resultan agotadoras. Ha habido ocasiones en que la orquesta ha ofrecido 11 conciertos en 15 días, cada uno en una ciudad distinta, donde se queda a veces el tiempo suficiente para que los músicos desempaquen sus trajes de gala, toquen en un concierto y se levanten a las 6 de la mañana siguiente para tomar un avión. "Terminamos arrastrando los pies", dice Shirly Laub, joven belga de 20 años. "Pero siempre estamos listos para continuar".
Los integrantes de la OJCE no recuerdan ni la fatiga ni el estrés de sus viajes. Para algunos, el momento culminante de las giras fue la interpretación de la famosa Obertura 1812 de Tchaikovsky, en Bombay, para celebrar el centésimo aniversario del nacimiento de Nehru, ante 15,000 espectadores y un fondo de fuegos artificiales. Los nostálgicos italianos recuerdan las salidas con Abbado a comer pasta, y los violonchelistas recuerdan que Ashkenazy, en un concierto que tuvo lugar en Londres, aplaudió dando golpecitos en el suelo con los pies, pero sin dejar de dirigir, después de que terminaron un pasaje sólo para chelos. A otros más se les quedó grabada una ovación de 25 minutos que el público les tributó de pie en Berlín, en 1988, después de que tocaron el magno oratorio Gurrelieder, de Schónberg.
La última noche de cada gira suele ser melancólica. "La OJCE nos da tanta felicidad que nos duele tener que marcharnos", dice Thomas Sondergárd, que ha estado con ella desde hace cuatro años. En un banquete de despedida, Abbado, con la voz quebrada, trató de expresar cuánto significaba la orquesta para él, pero era tanta su emoción que embrolló las palabras y dijo: "Cuanto más los quiero, mejor tocan...", antes de que las ruidosas expresiones de afecto apagaran su voz.
La última noche, nadie duerme. El director huésped festeja con todos y, por la mañana, antes de subir a los autobuses con destino al aeropuerto, los músicos se despiden con fuertes abrazos y lágrimas. Ya no volverán a ser los mismos. Tampoco la OJCE. En 1993, la orquesta ofreció su experiencia a un nuevo grupo de jóvenes que hablaban español, holandés y griego; jóvenes enamorados de la música, ansiosos de dar lo mejor de sí, y que apenas podían creer en su buena fortuna.
FOTO: SIMON GROSSET/SYNDICATION INTERNATIONAL