Publicado en
noviembre 10, 2013
Correspondiente a la edición de Enero de 1998
Los primeros indígenas americanos que se quedaron a vivir en España fueron acogidos por el rey en Palacio. Uno de los que regresó fue famoso intérprete. Y el primero que murió en Europa sigue despertando polémicas.
Por Daniel Samper.
Al regresar de América, Colón se encontró con Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en la actual la plaza del Rey, barrio gótico de Barcelona, hacia el 17 de abril de 1493. Una multitud llenaba las calles de acceso y el marco de la plaza, como lo hace ahora durante los conciertos de verano. El almirante —dice el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo— "fue muy benigna y graciosamente recibido por el rey y la reina". Ante ellos depositó las muestras de oro, los frutos de la tierra y los animales raros que traía de América. Pero les advirtió enseguida:
—El más preciado tesoro que os traigo, majestades, no es el oro sino la multitud y simplicidad, mansedumbre y desnudez de aquellas gentes.
De "aquellas gentes" había logrado llegar hasta allí media docena de representantes: seis indígenas taínos que aguantaron bien el viaje de tres meses entre el Caribe y Barcelona. Los reyes saludaron efusivamente a estos primeros inmigrantes latinoamericanos, que venían adornados con collares de perlas y brazaletes y narigueras de oro para que despertaran aún mayor entusiasmo en los anfitriones.
Terminada la presentación, todos los presentes se arrodillaron para dar gracias a la Providencia. Un inevitable Te Deum interpretado por el coro de la capilla real cerró el histórico acto.
Conocemos los nombres de por lo menos la mitad de los nuevos súbditos de Isabel y Fernando ya que, pocos días después de este encuentro, los seis aborígenes hicieron en Barcelona su solemne ingreso al cristianismo. No les fue mal en materia de padrinos, pues estuvieron a su lado en la pila bautismal don Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla. También estuvo el príncipe don Juan de Castilla, primogénito de los reyes católicos, que les tomó especial cariño a esos curiosos especímenes humanos llegados del Nuevo Mundo.
Los reyes y su hijo no sólo le dieron el padrinazgo a los indios, sino que tres de ellos recibieron sus nombres. Uno de los taínos fue llamado Fernando de Aragón. No extraña en él la proximidad con la realeza, pues se trataba de un pariente del cacique Guacanagari. Otro recibió el nombre de Diego Colón, por el hijo del almirante. Un tercero llevó como apelativo el de Juan de Castilla. Los demás también cambiaron su nombre original por alguno cristiano.
VIDA Y MUERTE CORTESANAS
El ahijado del príncipe llegó a ser un personaje popular en la corte, donde fue consentido y mimado por todos. El aspirante a monarca lo tomó como mascota suya, lo alojó en sus habitaciones del Palacio Real, le confirió nivel de caballero principal y encomendó su educación a Patiño, su mayordomo personal. Este se encargó de adoctrinar al indígena —cuya edad no se conoce— en cuestiones de la fe católica contrató maestros de castellano que le enseñasen la lengua.
Pero la proximidad de la molicie y la lejanía de los suyos fueron demasiado para el pobre aborigen convertido en caballero. Escribe Fernández de Oviedo sobre el desenlace de su aventura española: "Al cual indio yo vi en estado que hablaba ya bien la lengua castellana, y después de dos años murió".
Si el relato es correcto, Juan de Castilla debió fallecer en 1495 y seguramente ya en Madrid. Dos años después siguió su camino el amo —que lo era, por más cariño que le pusiera al asunto—, el príncipe Juan, candidato a heredar el imperio más grande del mundo. Ante la inesperada y calamitosa muerte de don Juan y la de otros de sus hermanos acabó por subir al trono Juana la loca.
(A propósito, la muerte del mayor de los hijos de Fernando e Isabel se atribuye a un exceso de pasión sexual. "Amaba tan profundamente a su mujer pelirroja —dice el historiador norteamericano Mark Williams que los doctores sugirieron a los recién casados que durmieran por un tiempo en habitaciones distintas". Isabel se opuso, aduciendo el argumento de que no le correspondía a ella separar lo que Dios había unido. Con lo cual le tocó a Dios hacerlo, y llamó a su lado al fogoso Juan cuando había cumplido pocos meses de matrimonio y menos de treinta años).
LA BABEL DE AMERICA
Se sabe que también permaneció en España y en la corte el indio Fernando de Aragón, aunque no se conocen los detalles de la suerte que corrió.
Los otros cuatro, en cambio, recibieron lecciones de castellano por espacio de cinco meses y regresaron a América con Colón en noviembre, al cabo de seis semanas de travesía. En esta segunda expedición viajaban otros individuos aún más infortunados que ellos: los primeros esclavos africanos que llegaban a América a bordo de naves españolas.
El problema de la comunicación entre europeos y americanos era endiablado, como lo enseñan los estudios del historiador alemán Günther Haensch. En algunas regiones abundaban las lenguas y dialectos, ya para entenderse era necesario establecer una cadena de traductores. El alemán Nicolás de Federman, que conquistó parte del oriente colombiano, refiere en su Historia indiana que en algunos lugares necesitó hasta de cinco intérpretes distintos, circunstancia que se agravaba porque también requería una versión final del español al alemán.
La Nueva Granada —actual Colombia—era particularmente abigarrada en materia de lenguas. Sebastián de Belalcázar recorrió media Suramérica —de Chile hasta Pasto— sin oír otra cosa que el quechua. Pero apenas entró a lo que hoy es el Cauca y se dirigió hacia Bogotá, topó con una docena de dialectos. Tuvo que acudir a muchos indios para que le ayudaran a traducir la palabra clave: "oro".
Las cuentas de los primeros nativos americanos en Europa son hasta ese momento las siguientes: de los indios que lleva Pinzón, sólo se sabe que uno murió y fue enterrado en Bayona La Real. En cuanto a los de Colón, diez se embarcan; uno muere en altamar; tres más quedan enfermos en Palos de la Frontera; otros dos permanecen en la corte con los reyes católicos. En teoría, son siete los de Colón que habrían regresado al Nuevo Continente.
Es posible, sin embargo, que murieran también varios de los que nunca pudieron trasladarse a Barcelona desde Palos, o incluso uno o más de los que llegaron a saludar a Isabel y Fernando. Ello se deduce de un relato del cronista Hernán Pérez de Oliva según el cual, al retornar Colón al Caribe, lo acompañan unos pocos indígenas: "los otros eran ya muertos con la mudanza de aire y viandas".
UN POLIGLOTA DICHARACHERO
El más famoso de esos americanos repatriados tras una temporada en España es Diego Colón, natural de la isla de Guanahaní (hoy Witlin). Se ignora su edad, pero resulta evidente que era un individuo inteligente y vivo, pues en pocos meses no sólo aprendió a hablar español sino que era capaz de traducir conversaciones abstractas. Así consta en las memorias de fray Bartolomé de Las Casas, quien señala de qué manera, durante este segundo viaje de exploración, Colón y un cacique caribe sostuvieron una compleja conversación teológica—filosófica. "Todo esto entendió el Almirante —dice Las Casas— según le pudieron interpretar los indios que desta isla llevaba, mayormente Diego Colón, que había llevado y tomado de Castilla".
Peréz de Oliva menciona también a este primer traductor español—taíno taíno—español. Por él sabemos que Diego era dicharachero y murió ya viejo. "Vivió en esta isla (La Española) muchos años conversando con nosotros".
A pesar de las imprecisiones y la falta de datos más completos, es posible asegurar que muchos de los indígenas que fueron alejados de su comarca, generalmente contra su voluntad, para ser adiestrados en lenguas y devueltos a su tierra, huían tan pronto como regresaban y no se volvía a saber de ellos.
Fue lo que ocurrió con un indio de Yucatán (México) llamado Melchor, a quien Hernán Cortés condujo a Cuba para que aprendiera español. Versado ya en lenguas, Melchor retornó a México, pero desapareció de la vista de los conquistadores no bien pisó de nuevo sus playas nativas. En la arena quedaron tiradas las asfixiantes prendas europeas que durante un tiempo habían reemplazado al cómodo taparrabos.
En su tercer viaje (1498—1500), Colón reclutó otros seis indígenas para llevar a España. Esta vez se trataba de nativos venezolanos, pues fue al alborear el siglo XVI cuando por primera vez el almirante alcanzó tierra firme americana. Lo mismo volvió a hacer en su cuarta y última expedición (1502).
Francisco Pizarro y sus hombres intentaron montar su propia escuela forzosa de intérpretes cuando conquistaron el Perú. Cinco jóvenes incas de la región de Tumbes fueron conducidos a España para que aprendieran español, y permanecieron en Madrid una larga temporada que les permitió conocer los rudimentos de su nuevo oficio. Pero al volver escaparon casi todos: lo suyo no era la interpretación simultánea sino la agricultura y el pastoreo.
EL MUERTO INAUGURAL
Del primer indígena muerto en el Viejo Mundo sólo se sabe que llegó enfermo en La Pinta y falleció en Bayona la Real.
El tema sirvió para que, cinco siglos después, se hablara mucho en Galicia y en España acerca de la posibilidad de levantar un monumento al indígena desconocido. Las autoridades gallegas aseguraron en noviembre de 1990 que los huesos del taíno reposaban al pie de la muralla del Monte Boi. Sin embargo, la iniciativa del homenaje enfrentó la tajante oposición de la comisión regional que organizó los actos del Quinto Centenario. Según la comisión, era un despropósito montar un acto celebratorio en torno al conquistador Pinzón y el indio conquistado. Este último habría quedado convertido "en souvenir exótico", a manera de víctima de una reconcialiación "entre el asesino y la víctima".
Todo indica que las críticas al posible monumento desinflaron aquel homenaje doloroso. Si uno visita hoy la hermosa ciudad de Bayona, situada casi en la frontera entre norte España y Portugal, podrá conocer la fortaleza cuyas murallas, puertas, bastiones y atalayas se extienden a lo largo de tres kilómetros y abarcan 18 hectáreas sobre el Monte Boi. Pero no aparece memoria alguna sobre la tumba del indio americano. Tal vez el hecho se consideró demasiado fúnebre o peligrosamente simbólico.
La única escultura visible está enjaulada tras una malla de gallinero. Son dos figuras construídas con chatarra que representan a un cazador y su perro. El cazador empuña una amenazante lanza y padece atroz y evidente ataque de priapismo. No se ve que este horror escultórico pueda evocar a un modesto aborígen del Caribe que sólo conoció a los perros cuando los conquistadores los llevaron para soltarlos contra los indígenas.
En cuanto al cementerio de Bayona, nada hay allí que recuerde al difunto. La única placa advierte que las visitas están limitadas a sábados y festivos de 9 a 1 y de 3 a 6, y que se prohíbe la entrada de animales.
Sin ir muy lejos, una prohibición.parecida rige ahora en los puestos de inmigración españoles en relación con los descendientes de aquellos primeros americanos que fueron aplaudidos, tocados y mimados en la corte. Mientras más semejante física tengan con sus tatarabuelos, más problemas parecen afrontar en las aduanas.
Es que ya los indios llegan sin brazaletes de oro, y así a los europeos les parecen mucho menos graciosos.