Publicado en
octubre 27, 2013
Cada pueblo y cada ciudad tiene sus propios ejemplos de valor, bondad y decencia. A continuación presentamos al lector a tres...
VALEROSO DESCONOCIDO
BARBARA RAMSEY conducía por la carretera federal 1, cerca de Ashland, Virginia, cuando otro vehículo le pegó por detrás. El auto de Barbara empezó a incendiarse. Desesperada, la mujer arrancó a su hijo Zachary; de dos años, de su asiento infantil, e intentó salir del auto. No pudo abrir la portezuela ni las ventanillas, así que trató de romper el vidrio a patadas. No lo logró. Su pequeño y ella estaban atrapados.
Pat Wallace y su esposa, Cary, iban en dirección de Barbara en el momento del choque. Vieron llamas anaranjadas que abarcaban casi cuatro carriles, y se detuvieron. Wallace corrió a ayudar, pero a unos tres metros del automóvil las llamas le cerraron el paso. "El calor me golpeaba la cara y las piernas", recuerda. "Quise dar otro paso, y no pude".
Su sensación de impotencia creció cuando se dio cuenta de que quizá fuera demasiado tarde. "No veía más que humo negro, y no oía más que la crepitación del coche que ardía", cuenta. "De pronto distinguí unos pies con calcetas blancas que golpeaban una ventanilla". Comprendió entonces que tenía que romper el vidrio.
Dentro del coche, Barbara había perdido la esperanza. Tanto ella como Zachary habían sufrido quemaduras. Tomó al pequeño en sus brazos y le dijo que iban a morir.
Pat encontró un tronco de más de cuatro metros de largo. Lo metió por una ventanilla parcialmente abierta, con la intención de desprender el vidrio, pero el tronco se rompió. Entonces Pat blandió el pedazo de tronco como si fuera un bate de beisbol, y el vidrio se hizo añicos.
La señora Ramsey puso a Zachary en las manos de Pat, y después salió. "Cuando la ayudé a levantarse del pavimento, la piel se le desprendía de los brazos", comenta Pat.
Barbara sufrió quemaduras de tercer grado en el brazo izquierdo y en la pierna derecha. A su hijito se le quemaron la cara, el brazo izquierdo y las dos manos. El conductor del otro auto fue hallado culpable de conducir en forma imprudente.
Pat explica que la idea de quedarse ahí sin hacer nada le chocó más que la de arriesgar su vida. "Si no hubiese visto los pies de Barbara golpeando la ventanilla, no sé si habría hecho lo que hice. Alguien debe de haber estado cuidando a esas personas"
—Sarah McLeod, en el Herald-Progress de Hanover
HONRADEZ RECOMPENSADA
PAULINE NICHTER, de 46 años, y su esposo, Tom, de 44, habían perdido sus respectivos empleos. Ella había sido supervisora de bodega, y él, bodeguero. Vivían precariamente en un motel tras otro, con Jason, su hijo de 11 años, y estaban a punto de perder su coche porque no podían pagar las mensualidades.
Un día, en el invierno de 1992, Pauline se encontró en un centro comercial una billetera que contenía una tarjeta de crédito, un boleto de avión a Nueva Zelanda y 2394 dólares en efectivo.
"Por un momento pensé en quedarme con el dinero", contó ella después. Pero lo que hizo fue entregar la billetera en la estación de policía más cercana, a donde fue a reclamarla su dueño. Pronto se corrió la voz sobre su honradez, y la comunidad respondió con la misma moneda.
Los Nichter recibieron más de diez ofertas de trabajo, y alguien puso a su disposición un apartamento por el cual no tendrían que pagar renta durante seis meses. Un benefactor anónimo efectuó los pagos atrasados del automóvil, y otros contribuyeron con dinero en efectivo. Un matrimonio mayor entró en la estación de policía y preguntó cuánto dinero había contenido la billetera. Al enterarse de la cantidad, el hombre dijo:
—Entonces eso es lo que se merecen —y giró un cheque por 2400 dólares.
En una conferencia de prensa, Pauline, con lágrimas en los ojos, declaró: "Jamás me habría imaginado que esto pudiera pasarnos a nosotros. Hemos recibido mucho más de lo que había en esa billetera".
—Reuters
DEFENSORA DE LOS DELFINES DEL AMAZONAS
EN UNO DE LOS TRIBUTARIOS del río Amazonas, a unos 150 kilómetros de Iquitos, Perú, la naturalista estado-unidense Roxanne Kremer vio seis delfines rosados que iban nadando junto a su barco. Eran bufeos, o delfines del Amazonas. Estos mamíferos de agua dulce, a diferencia de los muy conocidos delfines nariz de botella, tienen una vértebra cervical no soldada que les permite girar la cabeza, como los seres humanos. "Parecían sirenas", dice Roxanne.
Los cetáceos siguieron el barco hasta la orilla del río, y se quedaron frente a la ribera toda la noche. El ruido que hacían por su abertura respiratoria mantuvo a Roxanne despierta y absolutamente fascinada. Días después, en un pueblo cercano al río Yarapa, Roxanne se enteró de que en la cuenca del Amazonas cientos de bufeos morían cada año en las redes de los pescadores, y que otros a menudo eran baleados porque se consideraba que mermaban la pesca, o eran sacrificados para obtener algunas partes de su cuerpo, a las que se atribuyen poderes mágicos. Parecía que en aquellas latitudes el animal estaba condenado a la extinción.
De regreso en California, Roxanne fundó la Asociación para la Preservación del Delfín del Amazonas, entidad no lucrativa. Además, distribuyó información acerca de la situación del bufeo, y recaudó fondos.
Tiempo después Roxanne volvió a Perú y, junto con los indígenas, realizó algunas gestiones para convencer a los gobernadores de las localidades afectadas de que prohibieran la pesca comercial en el río Yarapa. Los indígenas la ayudaron también a crear la primera reserva de delfines rosados del Amazonas, y se pusieron a hacer tallas de esos animales en madera de balsa, que ella llevó a vender a las ferias artesanales de Estados Unidos. Poco después, la naturalista organizó expediciones de conservacionistas interesados en investigar el asunto.
Roxanne también creó una organización para ayudar a los empobrecidos agricultores y pescadores indígenas de la región. En 1991, el organismo abrió una clínica de 140 hectáreas, atendida por médicos de la armada peruana, a donde cada año llegan en busca de ayuda cientos de aldeanos. Las cosas parecen haber mejorado tanto para los lugareños como para los bufeos.
Por su labor, Roxanne Kremer recibió la Insignia Institucional y el Diploma de Honor de la Asociación Pro Marina de Perú. Y los delfines le han demostrado su agradecimiento a su estilo. Un día, mientras Roxanne nadaba en el río Yarapa, la atacó un tiburón de dos metros de largo. Entonces aparecieron como por arte de magia unos bufeos. Algunos ahuyentaron al tiburón mientras los otros acercaban a Roxanne a su bote empujándola con el hocico. Así, le salvaron la vida. "Quizá querían darme las gracias", concluye.
—Randall Johnson