LOS INDIOS TABAJARAS, GENIOS MUSICALES DE LA SELVA
Publicado en
julio 28, 2013
Salieron de la maleza brasileña para ver las maravillas del mundo civilizado... y se quedaron en él.
Por Edwin McDowell.
UNA NOCHE de 1978, millones de telespectadores norteamericanos siguieron un programa en el que dos guitarristas brasileños de poncho y penacho interpretaron varias piezas del folklore sudamericano.
En determinado momento y ante las carcajadas del auditorio, los artistas mudaron por esmoquin su traje indígena para en seguida ejecutar magistralmente el contrapunto de una fuga de Bach. El público escuchó embelesado hasta el final y entonces aplaudió largamente.
El cambio del traje nativo al formal, del folklore al clásico, es una de las características de Natalicio y Antenor Moreira Lima, mejor conocidos en todo el mundo como "Los Indios Tabajaras". Rara vez deja de gustar este detalle, y hasta es una de las razones de su éxito.
En una actuación digna de evocar, 5.000 japoneses los vitorearon olvidando su tradicional reserva, y en Estados Unidos los aclamó tanto la muchedumbre, que la Orquesta de Conciertos de Memphis canceló una de sus representaciones y les cedió el tiempo. Reacciones como esta son comunes entre quienes ven a Los Indios Tabajaras. "Mucha gente recorre de buen grado hasta 300 kilómetros con tal de verlos actuar", comenta Julia Switzer, su patrocinadora en Canadá.
SIMPLEMENTE OVACIONADOS
Contribuye asimismo a su popularidad la amena charla que ofrecen en la primera mitad de cada actuación. Cuando el auditorio es angloparlante, por ejemplo, Natalicio, el más alto y delgado de los dos, interrumpe una canción paraguaya para explicar: "Mi inglés no es bueno, pero a los japoneses les gusta".
Si el público aprecia la magia musical de los hermanos Moreira Lima, los críticos no se quedan atrás. En París los llamaron "virtuosos notables"; en Tokio dijeron que habían hecho cosas maravillosas con Chopin, Liszt y Brahms, y calificaron de asombroso su virtuosismo; The New Y orkTimes alabó su "fascinante mezcla de raíces y estilos musicales". Aun en España, donde juzgan a los guitarristas a la luz de unos patrones musicales bien rígidos, Los Indios Tabajaras triunfaron.
Con todo, su mayor satisfacción profesional ha sido tocar durante cuatro horas (en Nueva York en el año de 1958) ante una sola persona: Andrés Segovia, ese incomparable artista español que dio valor a la guitarra como instrumento de concierto. "Mientras viva, nunca me pasará la emoción de que él nos haya escuchado", confesó Antenor.
Cierto que la capacidad de asombro no es lo que uno espera encontrar en los artistas de renombre, mas los Tabajaras jamás han dejado de admirar las bellezas que a cada paso encuentran desde que dejaron la selva, hace 47 años.
Natalicio y Antenor pertenecían a la tribu tabajara en la sierra de Ibiapaba, en el estado de Ceará. Su padre era un guerrero intrépido y hábil para nadar grandes distancias bajo el agua. Tuvieron una infancia feliz, pero con poca música. "No teníamos más que unos tamborcillos, y nuestras canciones eran muy primitivas", relata Natalicio.
Su camino hacia la música empezó en 1932, al encontrar en la selva una guitarra. No supieron lo que era hasta que un destacamento de soldados que acamparon cerca de la aldea les enseñaron a tocar. Indígenas y militares hicieron buenas migas. "Eramos adolescentes. Por primera vez veíamos hombres blancos", recuerda Natalicio. "Fue también la primera vez que vimos tanta comida", agrega Antenor.
SALIDA AL MUNDO
Seis meses después partieron los soldados y, tras ellos, Antenor, Natalicio, sus padres y sus doce hermanos. Fueron hacia el norte, al océano Atlántico y otra vez tierra adentro.
En aquel deambular falleció la madre, pero en general el viaje les ofreció mil descubrimientos y encantos. Con el tiempo desistieron de seguir a los soldados porque adondequiera que iban encontraban cosas nuevas. Por ejemplo, el mar. "Las olas me impresionaron tanto", refiere Antenor, "que pensé: ¿dónde se forman?, ¿quién las hace?, ¿el Dios de los soldados?"
Cierta vez que pasaron frente a una ventana y oyeron un disco, Natalicio se asomó para ver al cantante que se escondía en aquella caja tan extraña. Como desconocían las lámparas de queroseno y con mayor razón la electricidad, tomaban por estrellas las casas alumbradas. En otra ocasión la familia entera se metió a la cocina de una granja provocando la estampida de los ocupantes; luego aprenderían que no se entra a un lugar sin ser invitado.
PERSEVERANCIA E INTUICION
En 1933 se unió la destartalada familia a una caravana que iba rumbo al sur, hacia Rio de Janeiro y Sáo Paulo. Los mayores trabajaban en el camino cuando conseguían labor. Natalicio y Antenor tuvieron que cambiar la guitarra por cuatro kilos de frijoles.
En Rio Grande do Norte se toparon con unos guitarristas callejeros y los escucharon durante horas. Pronto les consiguió su padre una maltrecha guitarra.
En adelante Natalicio y Antenor aporrearon por turnos las cuerdas, acompañando simples canciones tribales. Lentamente reunieron valor y actuaron en ferias; la gente les daba una que otra moneda más por lástima que por admiración.
Cuando llegaron a Rio de Janeiro, en 1936, su repertorio ya incluía algunas canciones brasileñas, y hasta habían mejorado en su forma de tocar. Actuaron entonces en circos de pueblo y bares de segunda clase de los alrededores de Rio.
Se ataviaron con coloridos trajes tejidos por Antenor y se hicieron llamar "Indios Tabajaras". A fuerza de perseverancia, imaginación e intuición musical se convirtieron en músicos sin que hasta hoy logren explicárselo.
Con el tiempo tocaron en pueblos más grandes y clubes mejores. Cuando aparecieron en periódicos y revistas, ya habían aprendido a leer. En 1945 actuaron en varias estaciones de radio, teatros y centros nocturnos de Sudamérica.
Durante este largo período de aprendizaje, Natalicio adquirió confianza en sí mismo y refinó su sentido del humor, pues cabe señalar que en un principio echaban mano de bromas y chistes para distraer al público y evitar así que notara su ineficacia como músicos.
De noche trabajaban, y en las tardes veían películas, ya que el cine los tenía como hechizados. Y fue precisamente en una película norteamericana sobre la vida de Chopin donde conocieron la música clásica. Cautivados, compraron ese mismo día discos y dieron en imitar las notas. "Aprendimos a tocar música clásica de la misma manera en que los loros aprenden a hablar", dice Natalicio. Y aquí divergieron las opiniones del público y las de algunos músicos.
Hubieran seguido con su charada musical si un maestro de ceremonias no los hubiera presentado como "indios ignorantes de la música, pero con una técnica maravillosa". Aunque cierta, la observación molestó tanto a Natalicio, que decidió aprender música. Años después un canadiense crítico de música escribiría: "Infunde respeto y temor la disciplina requerida para adaptar a la guitarra el Nocturno Op. 9 No. 2 para piano de Chopin, y la Ronde des Lutins para violín de Bazzini". Con el fin de poder interpretar la música clásica Natalicio mismo diseñó sus guitarras. Sus 26 trastes (las ordinarias tienen 19) dan tonos más altos que los normales; una de las cuerdas de la guitarra de Antenor, más gruesa que lo usual, permite tonos más bajos. Los dos instrumentos juntos tienen el alcance de un piano.
Recién llegados a Estados Unidos, en 1957, grabaron un disco de canciones populares, aparecieron en varios espectáculos de televisión y los contrataron por tres meses, pero la suerte los abandonó. El álbum no consiguió éxito y con el correr del tiempo los contratos se agotaron. Decidieron, pues, regresar a Brasil.
Durante varios años actuaron esporádicamente. Parecía terminada su carrera. Los Indios Tabajaras pertenecían ya al pasado.
REAPARICION Y FAMA
En 1963, el productor de un programa de radio de Nueva York trasmitió una olvidada canción del álbum. De inmediato empezaron los radioescuchas a telefonear preguntando dónde podían comprar el disco.
En poco tiempo María Elena se oía en todas partes. La compañía de discos puso de nuevo en producción el álbum y se buscaron a Los Indios Tabajaras en Brasil. Ellos aceptaron volver a Nueva York, donde realizaron varios conciertos y actuaciones en televisión.
Hoy en día actúan en casi 65 conciertos y graban por lo menos un álbum de discos por año, siendo María Elena y Casualmente clásicos los más conocidos.
Aún estos famosos indígenas se fascinan por aquello que para el resto de la civilización pasa desapercibido.