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octubre 28, 2012
SE DECIDIÓ mi esposa a encargar, a prueba por 30 días, un aparato para hacer ejercicio que vio anunciado en la televisión. Lo recibió y, a la vuelta de dos semanas, optó por devolverlo, así que telefoneó a un servicio de paquetería para que lo recogieran. Al día siguiente, en cuanto llegó, el chofer de la mencionada empresa dijo en tono desconsolado:
—¡Ay, no! ¡Otro de esos aparatos! Ya no hago más que entregar y recoger estas máquinas. ¡El único que hace ejercicio con ellas soy yo!
—J.M.R.
UN JUEVES por la noche llegó una pareja joven a la sección de maletas de la tienda donde trabajo. No se ponían de acuerdo sobre si querían una valija grande o dos pequeñas. Su desacuerdo fue subiendo de tono hasta que, tras gritarse los dos, la mujer se marchó furiosa. El joven, todavía bufando, se acercó a mi caja y me dijo:
—Queremos la maleta grande.
—¿Por qué no espera usted hasta la semana próxima, cuando la pondremos en oferta? —propuse, deseoso de aliviar un poco la tensión .
—No podemos esperar —contestó—. El domingo nos vamos de luna de miel.
—R C.
UNA MUJER con cara de cansancio entró en mi tienda y me preguntó si le podía cambiar las pilas al aparato de control remoto de su televisor, pues se habían agotado tres días antes.
—Claro —repuse—. Así es más cómodo encender la televisión, ¿no es cierto?
—¡Yo lo único que quiero es apagar el maldito aparato —exclamó ella.
—J.A.C.
UNA AMIGA MÍA llegó puntual a la una de la tarde a su cita con el médico. En seguida la condujeron a una sala de exploración, y allí se quedó dormida.
Una hora después entró el médico y dijo con aspereza:
—¡Qué diera por poder dormir una siesta yo también!
—Sí puede —contestó mi amiga, entreabriendo un ojo—. Sólo pida una cita con un médico.
—W.A.F.
CON EL NUEVO sistema de cómputo del trabajo nos pusieron correo electrónico. Poco después de su instalación, mi jefe me vio durante el almuerzo y me pidió unos reportes, añadiendo:
—Acabo de dejarle un mensaje en la computadora.
Cuando regresé a mi escritorio no pude menos de echarme a reír. Encontré el mensaje... ¡pegado con cinta adhesiva a la pantalla!
—J.W.
DESPUÉS DE VARIOS AÑOS de trabajar de 9 a 5, me estaba resultando difícil acostumbrarme a entrar a las 8 de la mañana cuando la empresa donde laboro se mudó a otro estado. Aunque mi jefe no se había quejado, yo me sentía avergonzada por mi impuntualidad y decidí ponerle remedio.
Un día me desperté más temprano que de costumbre, hice un magnífico tiempo en la autopista y llegué a la oficina con cinco minutos de adelanto.
—¡Buenos días! —saludé alegremente al cruzar la puerta.
—¡Caramba! —exclamó el jefe, sorprendido—. ¿Sufrió usted de insomnio anoche?
—P.P.
MIENTRAS mi compañera y yo les cortábamos el cabello a nuestros clientes, ella me comentó que era muy difícil encontrar un mecánico de autos confiable.
—Los mecánicos son como los médicos —le dije—. Les pagas para que reparen algo, pero luego no hay garantía de que lo hayan hecho.
Me percaté de que mi comentario podía haber ofendido a alguien, así que le pregunté al cliente de mi compañera:
—No es usted mecánico, ¿o sí?
—No —respondió indignado—. Soy médico.
—J.V.
EL DÍA EN QUE me ordenaron ministro de la Iglesia Anglicana, mis feligreses ofrecieron una cena en mi honor. Mientras departíamos, escuché que un nuevo miembro de la congregación le preguntaba a una de las veteranas:
—¿Y cómo debo referirme ahora a Tom?
—Cuando hables con él —lo instruyó—, dile "reverendo señor Miller", y cuando te refieras a él, "el reverendo señor Miller".
En eso, la mujer me vio parado allí cerca y gritó:
—¡Oye, Tom! Hazme el favor de llevarte esta basura de la mesa.
—T.M.M.
COMO POLICÍA, pensaba que ya conocía todas las respuestas imaginables de los automovilistas por exceder el límite de velocidad. Me di cuenta de mi error cuando una señora me reprendió.
—¡Tenga! —dijo enfadada mientras me extendía su teléfono celular—. ¡Mi madre quiere hablar con usted!
—G.R.H.
SOY PROFESOR de ciencias, y siempre procuro conducirme con dignidad en mis clases. Como suelo impartir cátedra en espacios amplios, llevo un pequeño micrófono sujeto a la camisa. Cierto día tuve que hacer una pausa para ir al baño. Al regresar, les pregunté en broma a mis alumnos si me habían extrañado, y una mujer respondió:
—En absoluto. Dejó el micrófono abierto todo el tiempo.
—R W.E.
FUI AL HOSPITAL a hacerme unos análisis, y la enfermera me preguntó si no me importaría que una estudiante de enfermería me insertara la aguja para tomar la muestra de sangre. Accedí cuando la joven me aseguró que lo había hecho antes. La muchacha introdujo la aguja correctamente, y luego dijo con alivio:
—Qué bueno que ya pasó. Es la primera vez que esto me sale bien.
—B. R.
ILUSTRACIÓN: © HARLEY SCHWADRON