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agosto 05, 2012

Jackie Robinson salió airoso de su primera temporada como beisbolista de Ligas Mayores, y Estados Unidos no volvió a ser el mismo.
Por William EcenbargerTODO COMENZÓ en secreto el 28 de agosto de 1945, en la oficina de Branch Rickey, en el distrito neoyorquino de Brooklyn. Este hombre de 64 años, asiduo lector de la Biblia y miembro de la iglesia metodista que jamás iba a ver un partido de beisbol en domingo, era presidente de los Dodgers de Brooklyn.
Frente a su enorme escritorio de caoba estaba Jack Roosevelt Robinson, de 26 años, ex oficial del ejército con estudios universitarios y feligrés puntual que no fumaba ni bebía; también era jugador de beisbol, y se ufanaba de ser negro. Al comenzar la entrevista, que duró tres horas, se sentía muy nervioso, pero se calmó al mirar un retrato de Abraham Lincoln que había en la pared.Rickey pensaba que el joven era el candidato perfecto para acabar con la segregación racial en el beisbol de las Ligas Mayores, pues era un deportista excepcional, dotado de inteligencia, honestidad y arrojo. Además, Rickey tenía la convicción de que la mayoría de los estadounidenses blancos no odiaban a los negros, sino que no se atrevían a desafiar a las fuerzas institucionales que habían marginado de la vida nacional a la gente de color. Apostaba a que casi todos estarían de su parte.Pero quería cerciorarse de que Robinson entendiera a qué se iba a exponer como beisbolista de Ligas Mayores. Le advirtió que le arrojarían objetos, lo harían blanco de agresiones físicas y lo insultarían, y aunque detestaba las palabras soeces, le soltó una veintena de las que se proferían contra los negros en aquel país.—Esto es lo que vas a estar oyendo en los próximos años —le dijo, y luego le preguntó si estaba dispuesto a soportar las vejaciones sin perder los estribos.—Señor Rickey —repuso Robinson—, ¿acaso está buscando un negro que tenga miedo de devolver los golpes?—No. Estoy buscando un beisbolista que tenga las agallas necesarias para no devolverlos.El corpulento empresario se levantó, rodeó el escritorio y se acercó a Robinson con semblante ceñudo. Primero representó el papel de un empleado de hotel que le negaba alojamiento; luego, el del dueño de un restaurante que lo echaba a la calle, y finalmente el de un jugador rival que le hacía ver su suerte con un aluvión de improperios racistas.Luego volvió a sentarse y le leyó un pasaje bíblico: "Habéis oído que se dijo: 'Ojo por ojo, y diente por diente'. Pero yo os digo que no resistáis al malo; al contrario, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, preséntale también la otra".Rickey obtuvo de Robinson la solemne promesa de que, durante tres años, no respondería a los insultos, por ofensivos que fueran. El jugador se obligó a guardar silencio, y no pasó mucho tiempo antes de que tuviera que presentar la mejilla a los provocadores.EL 23 DE OCTUBRE de 1945 se hizo el histórico anuncio: Jackie Robinson, un negro, había firmado un contrato para jugar con los Royals de Montreal, el principal equipo de las Ligas Menores entonces afiliado a los Dodgers.Hoy, a 50 años de distancia, no es fácil apreciar la magnitud del suceso. Aún faltaban nueve años para que la Suprema Corte de Estados Unidos ordenara la integración racial en las escuelas públicas, y diez para que la ciudadana negra Rosa Parks se negara a viajar en la parte trasera de un autobús. En todos los deportes profesionales, los equipos de grandes ligas estaban formados casi exclusivamente por jugadores blancos.En la primavera del año siguiente, en Daytona Beach, Florida, un muchacho negro llamado Ed Charles, que llegaría a ser jugador de tercera base de los Mets de Nueva York, se acomodó en las gradas del estadio reservadas para negros. "Toda la gente de nuestro sector de la ciudad quería ver a Jackie", le contó años después al cronista de deportes Maury Allen. "Lo mismo grandes que chicos, inválidos y borrachines. Tuvimos que verlo jugar para creer lo que habían anunciado los periódicos: que uno de los nuestros había pisado el campo de juego. Cuando el partido terminó, los chicos seguimos a Jackie y a sus compañeros hasta la estación de ferrocarril, y una vez que el tren arrancó, corrimos tras él por las vías hasta perderlo de vista. Cuando dejamos de oírlo, pegamos las orejas a los rieles para sentir las vibraciones del vehículo que llevaba a Jackie Robinson. Queríamos mantener el contacto con él el mayor tiempo posible".En la temporada de 1946, Robinson hizo trizas a los lanzadores de la Liga Internacional, con un promedio de bateo de .349, y condujo a la victoria a los Royals en la "Miniserie Mundial" de las Ligas Menores. Al término del partido decisivo, celebrado en Montreal, sus alborozados admiradores lo levantaron en hombros, y él no pudo contener las lágrimas.A fin de no infringir las leyes de segregación racial, en 1947 los Dodgers viajaron a La Habana para su entrenamiento de primavera. Siendo aún jugador de los Royals de Montreal, Robinson se enfrentó a los Dodgers en varios partidos de exhibición. Branch Rickey pensó que, si estos últimos advertían las enormes cualidades de Jackie, no objetarían su ingreso en el equipo. Pero estaba equivocado.Durante una gira de exhibición por Panamá, Harold Parrott, ayudante de Rickey, se encontró en un bar con Kirby Higbe, lanzador de los Dodgers, quien, al calor de unas copas de más, comentó:—Yo no lo haré. No voy a firmar ningún escrito para impedir el ingreso de nadie.Parrott le comunicó la noticia a Rickey, que se quedó atónito.—¿Y qué van a hacer? ¡No pensarán declararse en huelga!Ese era precisamente el plan. Se había redactado un escrito en el que los firmantes declaraban que no jugarían en el mismo equipo que Robinson. Uno de los proponentes era el popular jardinero derecho Dixie Walker, residente de Birmingham, Alabama, donde aún era mal visto que un negro y un blanco jugaran siquiera una partida de damas. A Walker le preocupaba perder clientes en su ferretería si jugaba al beisbol con un hombre de color.Algunos de los Dodgers signaron el escrito, pero el proyecto se vino abajo cuando PeeWee Reese, parador en corto oriundo de Kentucky, se negó de plano a firmar. El manager, Leo Durocher, les dijo a los jugadores:—No quiero saber nada de ese escrito, ni oír más del asunto.El 10 de abril de 1947, uno de los ayudantes de Rickey entró en la cabina de prensa del estadio Ebbets de Brooklyn con un boletín en la mano: "Brooklyn anuncia que ha comprado a Montreal el contrato de Jack Roosevelt Robinson. El jugador se integrará al equipo de inmediato".En su primer turno al bate para los Dodgers, a Robinson le marcaron out en una dudosa jugada en primera base. Tuvo el impulso de dar media vuelta para protestar contra la decisión, pero se contuvo y regresó a la banca de los jugadores.El hecho de que Robinson estuviese jugando en las Ligas Mayores causó conmoción en la comunidad negra. En Mobile, Alabama, los siete hijos de Herbert y Estella Aaron no se perdían las emisiones radiofónicas de los partidos en que jugaba Jackie. Una vez, luego de oírlo pronunciar un discurso en la ciudad, Henry, hijo adolescente de la pareja, le aseguró a su padre que estaría jugando en las grandes ligas antes de que Jackie se jubilara.En Collinston, Louisiana, el hijo de ocho años de un aparcero vio unas fotos de Robinson, vestido con el uniforme de los Dodgers. "Nos cayó como una bomba", recuerda Lou Brock, que llegaría a ser estrella de los Cardenales de Saint Louis. El ejemplo de Jackie significaba que podía soñar con ser beisbolista y jugar en grandes estadios, en vez de quedar condenado a labrar la tierra.LOS PRIMEROS JUEGOS de Robinson en temporada regular transcurrieron sin contratiempos. Luego, el 22 de abril, los Filis de Filadelfia visitaron a los Dodgers.Ese día fue tan frío y ventoso, que no llegaban a 10,000 los aficionados que se reunieron en el estadio Ebbets. Y lo que presenciaron fue el linchamiento verbal de Jackie Robinson, orquestado por el manager de los Filis, Ben Chapman.Este comenzó a alborotar desde la primera entrada, y al poco rato sus jugadores le hicieron coro con una andanada de violentas mofas contra Jackie. De la banca de los Filis no dejaron de salir insultos: hablaron de "jetas" y "cabezas huecas"; a los Dodgers les dijeron que Robinson les contagiaría enfermedades, y a él lo invitaron a que volviera al sur a recoger algodón.Los compañeros de Jackie estaban consternados. Eddie Stanky, jugador de segunda base, llamó cobardes a Chapman y a sus jugadores.—¿Por qué no se meten con alguien que pueda responderles? —dijo, desafiante.Robinson, que jugaba en primera base, estaba tenso, como una bomba de tiempo a punto de estallar. Años después recordó: "Cuando las cosas llegaron al colmo, me dije: Al diablo con el 'noble experimento' del señor Rickey. No va a dar resultado. Y pensé en el gran alivio que sería dar rienda suelta a la indignación". Estuvo muy cerca de perder los estribos, pero logró contenerse.Las quejas de los espectadores y periodistas por lo sucedido motivaron a la Liga Nacional a ordenar que se pusiera fin al hostigamiento. Los Filis alegaron, sin convencer a nadie, que sólo habían querido hacerle la novatada a Jackie.Al cabo de dos semanas, poco antes de que los Dodgers tomaran el tren a Filadelfia para pagar la visita en una serie de partidos, el director general de los Filis, Herb Pennock, telefoneó a Rickey:—No puedes mandarnos a ese negro, Branch. Aún no estamos preparados para eso. No saldremos al campo si el tal Robinson se encuentra entre tus jugadores.—Como quieras, Herbert —replicó Rickey—. Pero si tenemos que reclamar una victoria de nueve a cero, ten la seguridad de que lo haremos.Se refería al marcador reglamentario en caso de inasistencia de uno de los dos equipos. Pennock colgó.Como la prensa publicó que Robinson había recibido anónimos con amenazas de muerte, una vez que los Dodgers llegaron a Filadelfia los jugadores locales que estaban en la banca se divirtieron apuntando con sus bates hacia Jackie y haciendo ruidos como de disparos.Mayo fue un mes difícil para Robinson y sus compañeros. En Cincinnati, los jugadores del equipo local le gritaron a Reese:—Oye, PeeWee, ¿qué se siente jugar con un negro?Reese no les hizo caso, y al ver que los comentarios persistían, se acercó a Robinson y le puso un brazo sobre los hombros.A fines de ese mes, los Dodgers viajaron a Saint Louis, la ciudad donde la segregación racial era más inflexible, entre aquellas que tenían equipo de beisbol en las Ligas Mayores. Hacía varias semanas que se rumoreaba que los Cardenales se declararían en huelga. Se decía que tenían pensado abandonar el campo si Robinson se presentaba a jugar. Se esperaba incluso que otros equipos de la Liga Nacional se sumaran a la protesta y que la huelga se volviera general.Los rumores llegaron a oídos de Ford Frick, presidente de la Liga Nacional, quien envió un mensaje a los Cardenales: "Si hacen lo que se proponen, serán suspendidos. No me importa si la mitad de los equipos se declaran en huelga y la liga se queda arruinada cinco años. Estamos en Estados Unidos de América, y un ciudadano negro tiene tanto derecho a jugar como cualquier otro".Los jugadores de Saint Louis negaron haber tenido intención de provocar un paro general. Aunque aún se discute el alcance que una huelga así habría tenido, la trascendencia del proyecto es innegable, pues obligó a los jerarcas del beisbol a pronunciarse resueltamente en favor de Jackie Robinson.Sin embargo, el acoso persistió en la temporada de 1947. Los lanzadores le arrojaban la pelota a Robinson a la cabeza y a las costillas con más frecuencia que a cualquier otro jugador de la liga. Muchas veces sus contrincantes le hincaban los tacos de los zapatos en las espinillas cuando se barrían al cojín de primera base. Recibía cartas plagadas de injurias y amenazas: "Si no sales ahora mismo del campo, eres hombre muerto"; "Vete, o tu esposa pagará las consecuencias"; "Secuestraremos a tu bebé si no te largas".Robinson no sólo siguió jugando, sino que llegó a ser el beisbolista más electrizante de la temporada. Haciendo unas fintas que desconcertaban a los lanzadores, logró 29 robos de base, más que todo el equipo de los Cardenales. Además, era un maestro para el bateo de "toque", en el que alcanzó un asombroso promedio. A nadie sorprendió, pues, que fuese nombrado Novato del Año. También se ganó el respeto de sus compañeros de equipo. "Al final de la temporada", recuerda Bobby Bragan, que al principio se había negado a jugar con él, "todos estábamos convencidos de que Jackie nos había llevado a la Serie Mundial".Robinson había hecho añicos la vergonzosa falacia de que los negros no eran capaces de competir en los deportes profesionales. Años después, un hombre negro llamado Henry Aaron rompería la marca de home runs alcanzada por Babe Ruth, y otro beisbolista de color, Lou Brock, superaría el récord de bases robadas impuesto por Ty Cobb.Para que eso fuese posible, Jack Roosevelt Robinson, nieto de un esclavo, tuvo que aguantar la temporada de novato más dolorosa que ha sufrido un deportista profesional, antes y después de él. La sobrellevó con una paciencia ejemplar, y cuando las aguas volvieron a su cauce, se dio cuenta de que había abierto una enorme brecha en la barrera segregacionista de la vida estadounidense. Este fue, sin lugar a dudas, el paso más importante de los afroamericanos hacia la integración racial desde la Guerra Civil.Estados Unidos puso a prueba a Jackie Robinson, y Jackie Robinson hizo conocer a su país el color del triunfo.©1995 POR WILLIAM ECENBARGER. CONDENSADO DE "PHILADELPHIA INQUIRER MAGAZINE" (19-11-1995), DE FILADELFIA, PENSILVANIA.
FOTOS: (ROBINSON BARRIÉNDOSE A HOME) NATIONAL BASEBALL LIBRARY AND ARCHIVE; (ROBINSON CON BRANCH RICKEY) © AP/WIDE WORLD PHOTO.