EL ENIGMA DE LOS NIÑOS PRODIGIO DE LA MÚSICA
Publicado en
agosto 05, 2012

¿Nacen, o se hacen, estos asombrosos Intérpretes?
Por George LangYO TENÍA ocho años de edad cuando fui de visita al pueblo natal de mi madre, en Hungría, y un primo me llevó a un destartalado taller de reparación de calzado que servía también como vivienda del remendón. De pie, en mitad del cuarto, un pálido pequeño ensayaba el Concierto para violin de Félix Mendelssohn. Comó yo era un violinista en cierne, pude apreciar los sonidos electrizantes que el niño lograba con el instrumento. Recuerdo haber pensado con envidia cuán asombroso resultaba que un chico de mi edad tocara con la destreza de un adulto.
La historia no refiere lo que fue de aquel chico, pero su recuerdo me vino a la mente no hace mucho, cuando vi por televisión a una encantadora jovencita de unos 12 años tocando el violín. Se llamaba Sarah Chang, y tocaba como los propios ángeles. Tanto me impresionó que quise indagar cuanto pudiera sobre ella... y sobre otros pequeños músicos superdotados.Averigüé que Sarah Chang vive en Nueva Jersey con sus padres, quienes emigraron de Corea del Sur en 1979. Estudia en la Escuela Germantown Friends, en la vecina ciudad de Filadelfia, pero también asiste a la afamada Escuela de Música Juilliard, en la Ciudad de Nueva York. Con todo, eso no basta para explicarme su extraordinario talento: el vigoroso timbre que obtiene de su instrumento, la diáfana brillantez de las notas que produce, la manera en que hace suya cada composición que interpreta.Llamé por teléfono a mi amigo Janos Starker, el prestigioso violonchelista y maestro. Casualmente, él había visto el mismo programa que yo, y me comentó: "Sí, parece que es auténtica". Se refería a que Sarah era, en efecto, una niña prodigio de la música, es decir, una pequeña cuya interpretación está al mismo nivel que la de un aclamado músico adulto. Me pregunté entonces si estos prodigios musicales nacen o se hacen.Se ha dicho que los niños prodigio son como las focas amaestradas, que imitan los difíciles trucos que sus entrenadores les enseñan. Se les mira con una mezcla de asombro y escepticismo. El mismo Leopold Auer, uno de los más eminentes maestros de violín de este siglo, observó con nerviosismo al escuchar a Jascha Heifetz, de niño, tocar el Movimiento perpetuo de Paganini: "¡No se da cuenta de que es imposible tocarlo con esa rapidez!"Me enteré también de que los violinistas prodigio han aparecido en oleadas bien definidas, y provienen de lugares muy precisos del mundo. La mayoría de los grandes ejecutantes de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX eran oriundos de Rusia y Europa Oriental. Le pregunté a Isaac Stern, uno de los violinistas más grandes del mundo, el porqué de este fenómeno. "Es muy sencillo", me contestó. "Todos eran judíos, raza que por entonces era víctima de crueles persecuciones en esa región. No se les admitía en ningún campo profesional, pero sí se les permitía destacar en las salas de conciertos".Es difícil creer que la represión propiciara el genio musical, pero, de acuerdo con Josef Gingold, el legendario maestro de violín, octogenario ya, de la Universidad de Indiana, lo anterior es cierto en más de un sentido. "Hacia el año de 1862, cuando sé fundó el Conservatorio de Música de San Petersburgo, los judíos no tenían libertad de tránsito en Rusia. Todo el que fuese sorprendido después de las 6 de la tarde fuera de las zonas designadas para ello, sin un permiso especial, era arrestado y encarcelado por la policía del zar. Pero los estudiantes del conservatorio eran svoboda, o artistas libres, que gozaban de la protección de la zarina y podían ir de un lugar a otro a sus anchas. Por consiguiente, todas las madres metían un violín bajo la barbilla de sus pequeños en cuanto estos podían sostener el instrumento. El sueño de todo padre judío era tener un hijo en el conservatorio, porque era como un pasaporte al mundo libre".Otro factor que determina el surgimiento de prodigios, según descubrí, es una sociedad que valore la excelencia en determinado campo y sea capaz de fomentar el talento. Hoy en día, las comunidades que parecen cumplir mejor con estos requisitos son las del Lejano Oriente. "En Japón, una sociedad sumamente competitiva con una disciplina más estricta que la nuestra", señala Isaac Stern, "los niños están preparados para poner a prueba sus capacidades todos los días en muchos campos, incluyendo el de la música. Cuando la música occidental llegó a Japón, después de la Segunda Guerra Mundial, no solamente se convirtió en parte de la vida cotidiana, sino en una disciplina". Por cierto, los coreanos y los chinos parecen tener el mismo tesón y empuje que los japoneses cuando se trata de alcanzar metas.Eso es bueno, porque hasta los prodigios tienen que trabajar duro.Le pregunté a Dorothy DeLay, la maestra de Sarah Chang en Juilliard, cuántas horas al día tienen que practicar sus alumnos. Después de todo, son muchas las habilidades que un violinista debe dominar para tener éxito. Una de ellas es el staccato, equivalente musical de los disparos de una ametralladora. Por regla general, este efecto se consigue con movimientos ascendentes del arco, pero los instrumentistas destacados también pueden hacerlo con movimientos descendentes. Los cadenciosos arpegios son otra prueba del talento de un violinista. Creados mediante un ligero roce del arco con cada una de las cuatro cuerdas del instrumento, su sonido se parece un poco al del arpa. Cambiar el sentido del arco durante una nota prolongada sin que el oído perciba interrupción alguna sigue siendo una hazaña endemoniadamente difícil."Los estudiantes mayores practican un mínimo de cinco horas", me dijo la maestra DeLay. "Y hay días en que, además, deben ensayar ciertas composiciones por lo menos tres horas. Por tanto, el instrumento llega a estar en sus manos de ocho a diez horas".Junto con el trabajo arduo, los genes desempeñan un papel importante en la creación de un prodigio. Juan Sebastián Bach, por ejemplo, fue la culminación de varias generaciones de músicos, y cuatro de sus hijos trascendieron en esta actividad. Mi amigo Gerald Edelman, del Instituto de Investigación Scripps, en La Jolla, California, ganador del premio Nobel de fisiología o medicina en 1972, y violinista hábil, cuenta lo siguiente: "Nathan Milstein [uno de los grandes violinistas de este siglo] y Albert Meiff, mi maestro de violín, asistieron a un concierto que Jascha Heifetz dio de joven en Nueva York. Al salir, Milstein le preguntó a Meiff: 'Albert, ¿cómo lo hace?' 'Es muy simple', respondió mi maestro. `Heredó de sus padres el defecto de que todo lo que toca tiene un sonido noble'".Aparte de su aportación genética, los progenitores contribuyen de manera decisiva al desarrollo de un prodigio. Los padres de Yehudi Menuhin, uno de los más reconocidos portentos del violín de este siglo, no podían darse el lujo de pagar niñeras, de modo que llevaban al niño consigo a los conciertos, haciéndolo participar de su deleite con la música. A la edad de cuatro años, Yehudi recibió un violín de juguete, pero se decepcionó al ver que no se podía afinar Entonces sus padres le compraron uno de verdad, y el resto es historia.El papel de los padres puede variar desde la dedicación inteligente hasta la obsesión patológica. Janos Starker me contó que su madre le preparaba sándwiches, los partía en trocitos y se los ponía junto a su atril, a fin de que él no tuviera pretexto para levantarse y dejar de practicar. "Incluso cuando estaba por irme de casa", recuerda, "a los 20 años, me compró un periquito al que le enseñó a decir tan sólo una frase: `¡Practica, Johnny! ¡Practica, Johnny!'" A juzgar por los resultados, el método quizá debiera patentarse.Menos graciosa es la historia de Ruth Slenczynska, que hizo su presentación como pianista en 1929, a los cuatro años de edad. Después de ese primer concierto, en Nueva York, un crítico la describió como "algo que la naturaleza produjo en uno de sus momentos de mayor generosidad". Nadie supo cómo había adquirido su destreza sino décadas después, cuando escribió sus memorias: "La razón es muy sencilla. Papá me hacía practicar nueve horas al día. Si me equivocaba en una nota, recibía una bofetada. Y si el error era grave, salía materialmente despedida del piano". Sin embargo, nada de eso le impidió hacer una distinguida carrera compuesta de miles de conciertos por todo el mundo."Con frecuencia, el ser niño prodigio trae como consecuencia una actitud desequilibrada hacia la vida", escribió Harold Schonberg, quien fuera crítico musical del Times de Nueva York. "Los prodigios, sobre todo los de la música, comienzan a cultivar sus dotes cuando son poco más que infantes, y consagran el resto de su vida a una disciplina férrea, con exclusión de casi cualquier otra cosa. El resultado puede ser una niñez deformada y una falta de preparación general".Cuando Yehudi Menuhin debutó en Berlín, a la edad de 12 años, despertó tal entusiasmo en el público que fue necesario llamar a la policía para restablecer el orden. Pero antes de los 19 decidió retirarse temporalmente de los conciertos, encantado de tener un año "de libertad, de despreocupación, de dejar a un lado los deberes". Por fortuna para el mundo, luego de ese respiro reanudó su carrera.Pocos prodigios tienen recuerdos felices de su infancia. Uno de los directores de orquesta más distinguidos de nuestros días, Lorin Maazel, que hizo su primera aparición al frente de una orquesta sinfónica a los nueve años, en la Feria Mundial de 1939, en Nueva York, comentó en una conversación reciente: "Muchas veces, los prodigios musicales me recuerdan a los jóvenes artistas de circo por la manera en que los tratan sus padres, maestros y administradores. A algunos quizá hasta les den una alimentación especial para que no crezcan. Yo, en cambio, tuve la gran fortuna de contar con padres responsables, que pusieron límites al número de conciertos que podía yo dirigir, y que me dieron la oportunidad de ser un niño normal".Itzhak Perlman, un prodigio que no sólo sobrevivió al temible proceso, sino que heredó el esplendor de Heifetz, afirma que el niño prodigio debe tener un maestro tan sensible como experto. "El maestro es necesario como pilar de la vocación del niño. Pero tal vez su función más importante sea la de refrenarlo un poco. Es muy duro llegar a la edad adulta sabiendo que ya se ha hecho todo de niño y no queda nada a qué aspirar".Dorothy DeLay es una maestra así. Resulta asombroso pensar en los muchos prodigios del violín a quienes ha enseñado: Midori, Shlomo Mintz, Itzhak Perlman, Sarah Changy otros. Tiene la afabilidad de una tía entrañable, un aire delicado y ojos siempre atentos.Cuando le pregunté acerca de Sarah Chang, me dijo:—Llegó aquí cuando tenía cinco años, y tocó el concierto de Mendelssohn con tanto sentimiento que me hizo pensar: ¡En mi vida he visto ni oído nada semejante! He comparado su interpretación con grabaciones de otros niños prodigio, pero ella es única.—¿Cómo es Sarah como ser humano? —le pregunté.—¡Ah, Sarah es una persona maravillosa que, como cualquier jovencita de su edad, todavía disfruta cuando la invitan a dormir en casa de sus amigas!Supe que también le gusta patinar e ir de compras. DeLay y sus padres se encargan de que no toque en público más que una o dos veces al mes durante el año lectivo.Unos días después de visitar a DeLay, fui a escuchar a Sarah tocar el Concierto para violín de Chaikovski con la Orquesta Filarmónica de Nueva York. La pequeña solista entró en el escenario luciendo un bonito vestido amarillo dorado. Saludó al público con una leve inclinación y procedió a afinar su instrumento. Mientras la orquesta tocaba los primeros compases del concierto, ella se balanceaba casi imperceptiblemente de una pierna a otra.Cuando su violín dio la primera nota, el aterciopelado sonido envolvió y acarició a todos los asistentes. Durante los siguientes 33 minutos, etéreas armonías alternaron con danzas de la campiña rusa; el violín solista sostuvo un animado diálogo con la orquesta; las notas surcaron el aire con tonos tan precisos que despertaban sensaciones físicas. Al final, la audiencia entera se desbordó y ovacionó a Sarah de pie.La reseña de la mañana siguiente coincidía, estoy seguro, con la opinión de cuantos presenciamos el concierto: "Sin duda", escribió James Oestreich, "la señorita Chang es un fenómeno. Hasta los músicos más veteranos la describen con palabras de admiración, y 'pasmosa' es la que usan con más frecuencia. Como ocurre con la mayoría de los prodigios, su técnica denota una seguridad sorprendente, pero a diferencia de muchos, ella no se conforma con lo meramente inmaculado".Y ese es quizá el secreto de ser un verdadero prodigio.© 1994 POR GEORGE LANG. CONDENSADO DE "TOWN & COUNTRY" (ABRIL DE 1994), DE NUEVA YORK.
FOTO: © JOHN O'DONNELL.