EL PRECIO DE UN ERROR DE LA JUSTICIA
Publicado en
julio 15, 2012
Lazo familiar- Robert Clark había solicitado la placa 545.
Foto: Cortesía de Cathy Clark.El policía y el chico de la calle murieron juntos. Si el sistema judicial hubiera funcionado, ambos seguirían con vida.
Por Jeffrey RobinsonCORREY MAJOR, de Fort Myers, estado de Florida, era un joven callejero de 19 años. Robert Clark, de 36, era policía de Cleveland.
Sus caminos se cruzaron una sola vez.Clark nunca supo que, a los 8 años, Major ya había sido arrestado por delitos menores. Ni que a los 11 cometió delitos mayores. Ni que, siendo aún menor, se le había acusado de cerca de 150 delitos.Major núnca supo que el sueño de Clark era ser policía, como lo fue en Pittsburgh su bisabuelo, a quien un criminal acribilló a balazos en un pasillo. Tampoco supo que, cuando Clark se graduó en la academia de policía, se le permitió usar el número de placa de su bisabuelo, el 545.El policía y el joven no tenían por qué haberse encontrado. Pero una noche del verano de 1998, sus vidas quedaron entrelazadas para siempre.EL JOVEN MAJOR no tuvo figura paterna y despreciaba a los hombres que entraban y salían de la vida de su madre. De niño, con frecuencia la encontraba drogada al llegar a casa, a pesar de lo cual no la abandonó.
Madre e hijo se fueron a vivir a Cleveland y posteriormente regresaron a Fort Myers. Correy ya no regresó a la escuela después del noveno grado y empezó a consumir drogas también. A menudo lo arrestaban por robar coches, asaltar a transeúntes y allanar casas.A Los 20 AÑOS, Robert Clark conoció a Catherine Cooper, de 17, que trabajaba en un restaurante. Robert empezó a ir allí a comer papas fritas. Ella tenía un mal de la vista y temía que Robert se alejara si le confesaba lo grave que era. Pero él no se alejó, y después de que la operaron la llamó por teléfono al hospital. Aturdida por los medicamentos, se quedó dormida en el teléfono... y él esperó en la línea hasta que ella despertó.Se casaron y tuvieron tres hijos. Aquella noche de julio de 1998, Melissa tenía siete años, Alaina cinco y Robby dos.CERCA DE OCHO SEMANAS después de cumplir 18 años, y tras cinco días drogado y sin dormir, Correy Major quiso arrebatarle el bolso a una anciana de 88 años. Como ésta no lo soltaba, la derribó y le pisó la cara.
Perseguido por la policía de Fort Myers, huyó en un auto robado, chocó contra un poste y echó a correr. Dos policías lo siguieron hasta una zanja; Major la cruzó abriéndose paso entre el lodo.El sargento Andy Rudolph lo esperaba, pistola en mano.—¡Alto! ¡Tírate boca abajo!Major alzó las manos y se acuclilló lentamente. De pronto embistió a Rudolph y lo tiró de espaldas. Éste asió a Major de la garganta. Forcejearon y rodaron hasta que el maleante quedó encima. Le dio un codazo a Rudolph en el pecho y cogió el cañón de su arma.El sargento logró quitar el cargador y lanzarlo lejos para que el arma no pudiera dispararse. Luego golpeó a Major en la frente con su garrote, haciéndole una gran herida que comenzó a sangrar. Esto no detuvo al malhechor. Major le dio un rodillazo en el pecho a Rudolph y corrió al auto patrulla.El policía saltó hacia el asiento delantero derecho y, con medio cuerpo fuera del coche, intentó coger la llave de encendido. Major lo sujetó del cuello con fuerza y echó a andar el vehículo.Con todo, Rudolph por fin logró arrancar la llave. Dos civiles sacaron a Major, y otros dos policías arribaron al lugar.La anciana había sido trasladada al hospital. Cuando llegó, los médicos creyeron que iba muerta.A Major le imputaron nueve delitos graves, entre ellos, robo de auto, asalto con violencia, resistencia violenta al arresto, agresión a un policía y despojo de su arma. Aunque un juez ordenó que se le encarcelara sin derecho a fianza, al final se le fijó una de 55.500 dólares.Para evitar que se metiera en más problemas, un abogado le aconsejó a Major no pagarla, pero el 15 de noviembre la abuela de éste cedió su casa a un fiador. Major quedó libre.CUANDO NO ESTABA DIBUJANDO caricaturas de todo el mundo en la jefatura de policía del centro de la ciudad, Rob Clark rompía la tensión de vigilar las calles haciendo bromas a costa de sus colegas.En las horas de descanso, su lugar favorito era la casa. Allí se encargaba de hacer inolvidables las celebraciones o sucesos especiales de la familia. En los cumpleaños de sus hijos decoraba la casa, horneaba el pastel y se desvivía por darles lo que querían.En Nochebuena despertaba a Cathy, se ponía un traje rojo y le pedía que lo filmara mientras colocaba los regalos bajo el árbol para que los niños pensaran que era Santa Claus.NO OBSTANTE LOS 62 CARGOS que se le achacaban a Major desde diciembre de 1995, él sabía que, ahora sí, estaba en dificultades. Lo acusaron como mayor de edad y le dijeron que, si se declaraba inocente y perdía —que era lo más probable—, pasaría 24 años en prisión; en cambio, si se declaraba culpable, se le condenaría a 14, y quizá saldría en 12.
—Quieren pescarme otra vez —le comentó a su madre—. Pero prefiero la muerte a ir a prisión por algo que no hice.La mañana del 6 de mayo de 1998, el secretario del tribunal de circuito del condado de Lee, Florida, pronunció en voz alta el nombre de Correy Major. Nadie respondió.Ese mismo día, la jefatura de policía del condado recibió una orden para arrestar a Major a fin de juzgarlo. Pero, en vez de especificar los nueve cargos graves en su contra, la mujer que transcribió la información en la computadora sólo anotó, siguiendo la costumbre poco atinada de la jefatura: "No compareció".Para aligerar la carga administrativa de las corporaciones policiacas, muchos estados, como Florida, limitan la búsqueda de acusados de delitos menores a un área relativamente pequeña. El error de la empleada limitó el ámbito de traslado de Major al sureste de Estados Unidos, es decir, Florida y los estados aledaños. Si lo aprehendían fuera de dicha área, el condado de Lee no lo reclamaría.Los cazadores de recompensas espulgaron Fort Myers en busca de Major, quien iba de un sitio a otro, refugiándose en casas de amigos.El 12 de mayo se escabulló en un autobús con destino a Cleveland.EN LA CALLE, Rob Clark tomaba las cosas en serio. A los jóvenes con quienes lidiaba no les parecía nada gracioso el robusto policía.En cierta ocasión, unos pandilleros mataron a un chico de 17 años. Clark y uno de sus compañeros, Zarlenga, vieron a los sospechosos en una camioneta. Subieron al auto patrulla y les cerraron el paso en un puente; capturaron a cuatro rufianes sin disparar un solo tiro.EL 1 DE JULIO DE 1998, a las 2:18 de la mañana, sonó el teléfono en la jefatura de policía de Brook Park, suburbio de Cleveland. Un joven se había apoderado de un camión estacionado fuera de un antro. Según los testigos, se había dirigido luego a otro bar, a medio kilómetro de allí.
Al lugar acudieron seis policías, quienes a duras penas lograron someterlo y capturarlo. Dado que no proporcionó su verdadero nombre, lo registraron como John Doe y lo detuvieron toda la noche.Era obvio que se trataba de un chico que conocía las calles, así que la policía envió sus huellas dactilares a la FBI. Cuando amaneció ya sabían que era Correy Major, que tenía un largo historial delictivo y que se le buscaba en Florida.La policía de Brook Park avisó a las autoridades del condado de Lee que tenían a su prófugo. Una secretaria de la jefatura de policía de Fort Myers revisó su base de datos, y leyó: "Sólo el sureste de Estados Unidos". A las 11:57 de la mañana respondió: "No solicitaremos su traslado".Tom Dease, jefe de policía de Brook Park, se quedó atónito y le pidió a un operador que verificara la información. La secretaria de Florida confirmó lo que había leído antes en la pantalla de su computadora.Correy Major hizo una llamada para conseguir la fianza. Luego le leyeron las multas por cada uno de sus delitos menores: daños y perjuicios, resistencia al arresto, hurto y dar un nombre falso. En total fueron 900 dólares; un fiador aportó diez por ciento.Por 90 dólares, Correy Major estaba otra vez en la calle. Eran las 3:35 de la tarde.EN ESOS MOMENTOS, Rob Clark estaba en casa cuidando de sus hijos. Más tarde, los niños le ayudaron a preparar la cena. Luego llegó Cathy. Como a las 6:30, Rob se despidió de sus hijos y de Cathy y se fue a trabajar.MAJOR FUE PRESA del terror el resto del día. Llamó a su novia, que estaba en Florida, y preguntó desesperado:
—¡¿Por qué me dejaron libre?! ¿Acaso planean matarme?Estaba convencido de que la policía iba a ajustarle las cuentas.A ESO DE LAS 10:30 de la noche, Clark y dos agentes vestidos de civiles, Keith Haven y Ray Díaz, iban a vigilar un bar. En el camino vieron a tres tipos agazapados en la esquina de la Avenida Madison y West Boulevard. Clark supuso que eran traficantes de drogas.—Vamos a arrestarlos —dijo.Major vio que los tres hombres, obviamente policías, se dirigían hacia él, y corrió a la entrada de una construcción de dos pisos en el 10010 de la Avenida Madison.—¡Espera fuera! —le gritó Clark a Haven en tanto él y Díaz subían por las estrechas y oscuras escaleras.Major intentó entrar en una vivienda del piso superior, pero Clark lo inmovilizó contra la pared mientras Díaz, que estaba un escalón más abajo, lo cacheaba. El maleante no dejaba de vociferar.Díaz le sacó crack del bolsillo; Major lo empujó y lo hizo caer. Clark se abalanzó a ayudarlo, y ambos rodaron por las escaleras.Entonces Major sacó de debajo de su cinturón una pistola de 9 mm y comenzó a disparar.Haven llegó corriendo. Clark yacía en los peldaños, y Díaz, lastimado por la caída, al pie de la escalera. Major golpeaba la puerta, gritando que lo dejaran entrar.Haven disparó.Los agentes hallaron en el cubo de la escalera la billetera de Clark, en un charco de su propia sangre.
Enfrentando lo irremediable- Cathy Clark y sus hijos mantienen viva la memoria de Robert en todas las actividades de la familia.EL FUNERAL de Correy Major fue en el Centro Renacimiento Apostólico, en Fort Myers. Asistieron cerca de 150 personas.
El funeral de Robert Clark se celebró en la iglesia católica de Nuestra Señora de los Ángeles, en Cleveland. En el camino al cementerio, miles de personas, en silencio, agitaban las manos, lloraban y despedían a un hombre al que no conocieron.DESPUÉS DE QUE SE CRUZARON esos dos caminos...La madre de Rob Clark va al cementerio dos veces al día. La jefatura de policía del condado de Lee reconoció sus errores, y asegura que desde entonces ha mejorado sus procedimientos de traslado de fugitivos.Tom Dease sigue furioso porque el condado de Lee decidió no pedir el traslado de Correy Major.El día en que Robert Clark habría cumplido años, Cathy llegó al cementerio con los niños y 20 globos de helio. Ante su tumba, le desearon feliz cumpleaños y vieron los globos ascender hacia el cielo.