CRÍA CUERVOS Y ESCRIBIRÁN DICCIONARIOS
Publicado en
febrero 26, 2012
¿Quién fue don Rufino José Cuervo, aquel sabio parecido a un
monje civil que escribió la más colosal obra lexicográfica de
la lengua española?
Por Daniel Samper PizanoCuando el sabio colombiano Rufino José Cuervo estaba dedicado a la recopilación y análisis de palabras castellanas, contrataba los servicios de estudiantes a los que llamaba "escribanos". Estos se encargaban de transcribir en tarjetas las notas que Cuervo glosaba al margen de libros clásicos y obras famosas en español. Su propósito era consultar la manera como los grandes escritores del pasado habían empleado voces, expresiones y regímenes gramaticales, para extraer de allí una gran suma de nuestra lengua.
Entre los escribanos que en una época presentaron su ayuda a Cuervo había un joven antioqueño llamado Marco Fidel Suárez. Ninguno de los dos soñaba que el aprendiz llegaría a ser famoso gramático y presidente de Colombia. Recuerda Sánchez que un día Cuervo le entregó un libro que había leído y anotado al margen. Sorprendido por el grosor del libro y la profusión de los escolios, el discípulo preguntó al maestro cuánto tiempo le había tomado leer y comentar la obra de marras.–Lo leí el año pasado, durante los minutos que aguardaba diariamente para cambiar de abrigo al entrar de la calle- respondió con toda naturalidad Cuervo.Es posible que no haya ninguna exageración en la respuesta. Sólo un tipo absorbido por el trabajo incluso mientras se cambiaba de ropa, como Cuervo, habría sido capaz de investigar lo que él investigó, estudiar las lenguas que él aprendió, escribir los libros que escribió e iniciar esa muralla china de la gramática, obra monumental y mítica, que es el Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana (DCR).Uno de los requisitos que se recomiendan a quien quiera consagrar la vida a la gramática es que sea bogotano. A los bogotanos les atrae la gramática como a los escoceses el whisky. Cuervo era bogotanísimo. Había nacido en la capital el primero de septiembre de 1844. Los responsables de haberle inculcado la goma de la gramática fueron sus profesores de infancia y juventud, los jesuitas, que han sido viejos aficionados a la filología.El padre de Rufino José no quería para él vida urbana y, muchísimo menos, de gramático. Le habría gustado verlo en el campo, cabalgando, arando, cosechando. Pero sus gustos le reservaban otro tipo de vida monopolizada por la investigación académica, no el ordeño. Pese a todo, Rufino no era propiamente un niño prodigio que soñara con gerundios e hipérboles, sino con cosas mucho más terrenales. En una de sus cartas recuerda: "Teniendo ocho o diez años, era mi ilusión suprema comerme entero un rostro de cordero; lo logré, y quedé curado de esas ilusiones". Supongo que el hígado fue la mayor razón para curarse. Sin embargo, siguió siendo bastante goloso durante su juventud. Sus recuerdos infantiles están casi todos relacionados con platos, hojaldres, masatos y buñuelos.Su mejor amigo, y más tarde su mejor colaborador, fue su hermano Angel, seis años mayor que él. Para hacer diccionarios, Rufino José era el hombre clave. Pero a la hora de las fiestas el Cuervo importante era Angel. Más simpático, más despejado y mejor plantado que su hermano menor, Angel era tumbalocas y bohemio. Las veladas en casa de los hermanos cambiaban de tono según quien las presidiera. "El temperamento de la conversación cambia desde que el filólogo se retira a hora temprana -relata Eduardo Guzmán Esponda, dejando a su hermano de dueño de casa, a sus anchas, suelta la lengua picaresca y mordicante".Después de algunas tribulaciones económicas, los Cuervo consolidaron suficientes bienes como para llevar una vida que les permitiera dedicarse a sus aficiones intelectuales. "Contaban con un buen caudal, adquirido honrosamente", señala uno de sus biógrafos, Manuel Antonio Bonilla. Su familia era propietaria de una empresa cervecera sin la cual no habrían podido consagrarse a las palabras sino a las letras de cambio. Gracias a la buena marcha de la cervecería los dos hermanos pudieron viajar a París entre 1878 y 1879, cuando Rufino José tenía ya 34 años, y quedaron fascinados con el ambiente intelectual francés. Allí regresarían en 1882 hasta su muerte: la del hermano mayor, en 1896, y la del menor en 1911.Su amigo Miguel Antonio Caro -que también llegaría a ser presidente de la república- lo describe físicamente así: "Rufino José Cuervo es de regular estatura, bien proporcionados miembros, varonil y agradable aspecto. Muy cortés y complaciente, aunque algo encogido en sus maneras, y nada amigo de reuniones, huye de la ostentación, gózase en atender y servir a sus amigos". Antonio Gómez Restrepo complementa el retrato: "De mediana estatura, endeble, algo cargado de espaldas, tez pálida, calva prematura, voz de poco volumen".Tenía un temperamento más bien tímido y retraído, que fue decisivo para que terminara convertido en un monje sin sotana cuyo convento era el estudio y cuya religión era la filología. Sobre todo, tenía el complejo de fealdad, que tanto ayuda a la hora de encerrarse a trabajar en casa. Alguna vez que un amigo suyo le pidió un retrato para su biblioteca, se negó a enviárselo "porque me estoy poniendo muy feo". Es lástima que semejante sabio ignorase aquello de que el hombre, como el oso, etcétera. El caso es que, a fuerza de sentirse feo, ni siquiera intentó una aproximación seria a las señoras, y murió sin pasar por el altar y probablemente sin compartir su lecho. No sólo fue solterón, sino que era también misógino. Su amigo Ezequiel Uricochea le recriminaba en una carta: "A usted lo que le hace falta es confianza en sí mismo y roce con las mujeres". Rufino José rozó poco. Sin embargo, no se arrepentía. En otra carta que transcribe uno de sus más fieles estudiosos, monseñor Mario Germán Romero, comenta Cuervo a Rafael Pombo, poeta y solterón empedernido: "¿Qué sería del mundo si todos fueran como nosotros dos, árboles estériles? Pero, ¿quién nos asegura que, si nos hubiéramos casado, no estuviéramos como ahora, después de enviudar y no tener hijos?". Nadie lo asegura, por supuesto, pero el argumento es bastante rebuscado.A pesar de su timidez, Cuervo cargaba pulgas bastante malas. En un par de ocasiones estuvo a punto de dejar tirado su sillón de académico de la lengua por controversias administrativas, y devolvió condecoraciones eximias a Francia y Venezuela cuando consideró que estos países cometieron algún gesto inamistoso contra Colombia. Sin embargo, no era vanidoso. Le resultaba fácil reconocer errores, y lo hizo muchas veces en sus trabajos. Por ejemplo, en sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano censuró que se dijera "donde Juan" en vez de "en casa de Juan". Unos años después de haber consignado este pequeño regaño, descubrió, no obstante, en alguna obra de Cervantes, el uso que consideraba erróneo, y rectificó. Lo mismo sucedió con "pararse", en el sentido de "ponerse de pie", que es una expresión americana transmitida desde An dalucía oriental. Primero la condenó y, al hallarla en autores respetables, cambió de opinión.Suárez dice que Cuervo estaba "dotado de sobresalientes facultades de análisis y observación, así como de portentosa memoria, finísima sagacidad y sin par constancia".Tenía, además, una biblioteca copiosa. En el año 1900 el catálogo dice que son 4.771 libros empastados; a su muerte eran ya 5.721, se gún el inventario que recogió, por legado de Cuervo, la Biblioteca Nacional de Colombia. Eran ellos la principal fuente de su trabajo académico, que cubría, de acuerdo con una de sus cartas, cerca de 18 horas diarias: se levantaba a las cinco y media de la madrugada y se acostaba a la medianoche. Había menguado su voracidad infantil. Entre comidas se ajustaba tan sólo una copita de vino con una tajada de pan y unas onces modestas que no pasaban de una taza de leche.No descansaba el séptimo día, aunque cada año, especialmente a medida que envejecía, se tomaba unas semanas de vacaciones en algún balneario francés. Lo necesitaba, porque su salud se deterioraba poco a poco. Sufría de reumatismo, estaba cada vez más jorobado, le molestaban los ojos y se le había exacerbado la neurastenia. Creía en la homeopatía, y no en la medicina tradicional, a la que llamaba "asesinopatía". Y seguía confiado también en Dios, la Virgen y los santos, y rezándoles con devoción.La vida de los hermanos en Europa era de ermitaños. Poco salían a la calle y sus compatriotas los tenían por locos, en lo cual no les faltaban argumentos: aunque sea admirable, no es completamente normal pasar una vida en París casi sin salir de casa por anotar tarjetas donde consta el uso del lenguaje en los grandes autores castellanos. "Mi vida -explicaba Cuervo- es, como siempre, sacando de un libro para meter en otro".No solamente eso. También estudiaba otras lenguas. Llegó a ser ducho en latín, hebreo, vasco, árabe, gallego, catalán, mallorquín, quechua, chibcha, francés y dialecto gitano caló. Es posible que también dominara el inglés, aunque en esa época este idioma carecía de la importancia que hoy tiene. Fue también prolífico escritor de cartas a sus amigos, y corrector escrupuloso de pruebas de imprenta. Llegó a revisar algunos libros hasta doce veces.En París seguía siendo un fervoroso colombiano. Aunque conservador de partido, solamente votó una vez en la vida y observaba una actitud política moderada. Sus gustos no iban por el lado de la Regeneración nuñista sino de un republicanismo anti-sectario.Cuervo es autor de varias obras famosas, incluida una gramática latina y un tratado sobre el español de América. Fue excelente lingüista pero mal profeta: predijo que el español se atomizaría en varias lenguas, pero lo que ha ocurrido es que cada vez es más fuerte y unitario en medio de su diversidad. Es explicable. Mal podía imaginar el pobre don Rufino el surgimiento de la radio y la televisión y la función unificadora de la lengua que estos medios han tenido.Su gran obra, sin duda, es el DCR. Consta el día que comenzó su trabajo en él. Era en Bogotá el 29 de junio de 1872, fiesta de San Pedro y San Pablo. En una libreta que monseñor Romero describe como "larga y angosta" pergeña las primeras palabras del catedralicio trabajo. Se trata de una frase en latín, que Romero traduce de la siguiente manera: "Implorando la luz de la sabiduría eterna, y bajo los auspicios de los apóstoles Pedro y Pablo, comienzo esta obra. Si con la voluntad de Dios la llevare a feliz término, no sea para mí la gloria, Señor, no sea para mí, sino para tu nombre".Casi treinta años después, el Diccionario quedaba suspendido por ausencia definitiva de su autor. Cuervo logró escribir y editar las cuatro primeras letras (ABCD), recogidas en dos tomos. El 16 de julio de 1911 se sintió más enfermo que de costumbre y pensó que podía estarle llegando su última hora. Entonces preparó el altar de su casa de París con cirios y flores y se vistió de gala para recibir a la muerte. La invitada no se hizo esperar: a las 6 a.m. del día golpeó a la puerta del señor Cuervo. En algunos círculos de colombianos en París se escucharon rumores en el sentido de que no había muerto por enfermedad sino por su propia mano, pero no hay nada confirmado al respecto.Al morir dejaba don Rufino José cerca de 20.000 fichas y anotaciones correspondientes a las demás letras del alfabeto. También un cuaderno con apuntes cifrados, un poco al estilo de Leonardo Da Vinci, que los especialistas tardaron casi cuatro años en despejar. Allí descubrieron otras 15.000 fichas. ¿Se imaginan lo que habría logrado este monstruo con un computador?La continuación de la obra de Cuervo quedó en el limbo hasta 1942. Al crearse el Instituto Caro y Cuervo se planteó la posibilidad de proseguirla. Problemas teóricos y metodológicos aplazaron durante otros 44 años el proyecto. Pero en 1986 el nuevo director del Instituto, Ignacio Chaves, se propuso rematar la faena histórica que había iniciado Cuervo, y contrató a un sabio silencioso y persistente llamado Edilberto Cruz Espejo. Este, con el apoyo de Chaves y la ayuda de un equipo de veinte personas, recuperó el oficio agotador que habían empezado los dos hermanos Cuervo un siglo y pico antes. Contaron con un aporte económico para arrancar de nuevo, el de la Fundación Mario Santo Domingo, cuyo patrimonio, como el de Cuervo, procede de la fabricación de cerveza. Esta coincidencia permitió el empujón financiero necesario.Al cabo de ocho años de trabajo, el Diccionario estuvo actualizado, completo y listo para servir a la imprenta. Son ocho tomos empastados artesanalmente, que pesan 18 kilos y cuestan 480.000 pesos.Se trata, por supuesto, de una obra especializada, no de un diccionario escolar. Contiene las 9.500 palabras que, según explica Chaves, "desde la perspectiva de Cuervo y de los profesores del Instituto, funcionan como elementos estructurales sintácticos y gramaticales de nuestra lengua". Menos técnico, pero más emocionado, Gabriel García Márquez dice que se trata de uno de los trabajos más importantes sobre el idioma emprendidos jamás. "Es la gran novela de las palabras", dice. Y el ex presidente Alfonso López Michelsen agrega que "otros idiomas, propios de países muchas veces más ricos que el nuestro y que disponen de medios a la altura del siglo XX, no cuentan con nada semejante en cuanto al estudio de su estructura".No todo el mundo entiende que esa pirámide egipcia de la lengua es un tratado sobre las reglas de juego de las palabras, su interrelación y su significado, según la han usado los autores famosos. Por ejemplo, cuando se informó en la prensa que el Caro y Cuervo estaba publicando el Diccionario de Construcción y Régimen, un conocido urbanizador llamó a Chaves y le dijo:–Estoy feliz con la noticia. Ya era hora de que la industria de la construcción tuviera un buen diccionario. Quiero comprar cincuenta ejemplares para repartirlos entre mis ingenieros.Si lo hubiera escuchado, Cuervo habría muerto en el acto. Pero lo que ocurrió fue lo contrario: don Rufino José resucitó en Bogotá el 3 de julio de 1995, cuando, 123 años después de haber escrito aquella inscripción latina en su libreta larga y angosta, se presentó al público el colosal Diccionario, completamente terminado.