Publicado en
octubre 23, 2011
© 1989 POR KENT W. PERRY. CONDENSADO DE "NEWSWEEK" (13-111-1989), DE NUEVA YORK, NUEVA YORK. FOTO: © 0&A PHOTOS / SUPERSTOCK.¿De verdad queremos ganar la guerra contra el crimen? Olvidémonos entonces de la rehabilitación y comencemos a impartir justicia.
Por Kent Perry (ha trabajado desde 1971 en la policía de Portland, Oregon. Actualmente es detective del departamento de homicidios)HE SIDO policía desde hace 19 años. En todo ese tiempo he recibido balazos, golpes, patadas, escupitajos y maldiciones. La escueta y descorazonante realidad es que, para la mayoría de los policías, todo esto es el pan de cada día.
Aunque tengo mucho qué agradecer en mi trabajo de policía, las recompensas intangibles —la satisfacción del empleo, la sensación de logro, el ser valorado por los demás— han brillado por su ausencia. Ante un índice de criminalidad de dimensiones pasmosas y en constante aumento, pero maniatada por una insuficiencia crónica de elementos humanos y de financiamiento, la policía debe hacer cada vez más cosas con menos recursos. La consecuencia es que, si bien esporádicamente ganamos alguna batalla, estamos perdiendo la guerra.Y se trata de una guerra que sostenemos de día en día. Su costo, tanto en dinero como en vidas humanas, es incalculable. Y aun más penoso es, probablemente, el desgaste espiritual que la acompaña. La gente ya no se siente segura y, en realidad, no lo está.Los medios noticiosos nos bombardean con una letanía de violencia y actos ilícitos. Nos hemos acostumbrado tanto al crimen, que hasta los asesinatos más irracionales nos causan cuando mucho una indignación meramente formal. Apoyamos de dientes para fuera la idea de que hay que hacer "algo"; pero, mientras tanto, vemos con desconfianza a todos los desconocidos.Nuestro sistema correccional se basa, en parte, en el concepto de rehabilitación. Es evidente que esta no funciona. Muestra de ello es el índice de reincidencia, los miles de millones de dólares desperdiciados y el fracaso de incontables programas de capacitación para el empleo en las cárceles. Es hora de cambiar el principio rector del sistema correccional: de la rehabilitación, al castigo puro y llano.La sentencia del juez, a menudo, tiene escasa relación con el tiempo real que el condenado pasa en prisión. En muchos estados de la Unión Americana, un ladrón convicto y sentenciado a cinco años de cárcel puede regresar a las calles antes de 90 días. ¿Y hay alguien que todavía crea que una condena a cadena perpetua significa siempre para toda la vida?En cierta ocasión, alguien le preguntó al ex gobernador de Alabama George Wallace, quien en 1972 recibió un balazo que le causó parálisis irreversible, si pensaba que su atacante debería quedar en libertad condicional. "Él va a salir de la cárcel, y yo seguiré confinado a esta silla de ruedas", contestó Wallace. No es justo. En nuestra preocupación por salvaguardar los derechos de los criminales, hemos mandado a la justicia a un segundo plano. El problema central ya no es el bien contra el mal.Quienes se oponen a la pena capital arguyen que no es un factor de disuasión. Se equivocan. Aunque no sirva para otra cosa, sí evita que el criminal que reciba ese castigo reincida. ¿Y quién sabe cuántas personas se abstendrían de cometer actos de violencia por temor a ser ejecutadas? Esta gente rara vez manifiesta su cambio de opinión.Si nos oponemos a la pena de muerte, al menos debemos estar dispuestos a dictar sentencias de cárcel que sean algo más que amenazas vacuas. Cuando un individuo perpetra un acto tan repugnante moralmente que se le condena a cadena perpetua, ¿por qué no dejarlo allí hasta que llegue a la vejez? Si ello significa que hay que construir más prisiones de mayor tamaño para albergar a los inadaptados de la sociedad, que así sea.EN 1999 ESTARÉ en edad de jubilarme. Proyecto cobrar mi pensión y trabajar en algo que sea menos frustrante. No me arrepiento de haber elegido la carrera de policía. Pero me gustaría pensar que mis esfuerzos han servido para algo.