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octubre 23, 2011
Correspondiente a la edición de Febrero de 1997Woody Allen no existe; Lenin no armaba revoluciones; Pelé no anotó ningún gol; el escritor francés George Sand no era hombre sino mujer; y la poetisa colombiana Edda tenía bigote y chivera.
Todos los nombres anteriores son apenas producto de una de las más curiosas tendencias del ser humano: modificar su nombre de pila. Unos lo hacen por eufonía: es mucho más fácil recordar y anunciar a "Woody Allen" que a Allen Stewart Koenisberg. No falta el que firma con dos alias para cobrar dos nóminas. Otros por razones de seguridad, como lo pretendía Vladimir Illich Ulianov al firmar como N. Lenin. Muchos por despistar, como ocurre con Armandine Aurore Dupin y Rafael Pombo, que se cambiaron el nombre y el sexo por los de George Sand y Edda, respectivamente.Pombo es apenas uno de los muchos escritores que en algún momento se escondieron tras un nombre con faldas. El francés Próspero Merimée, el estadounidense Benjamín Franklin y el inglés William M. Thackeray también lo hicieron. Este último firmó como Dorothea Julia Ramsbotton, nombre que en sí mismo habría justificado otro apodo.Seudónimo, según el Diccionario de la Real Academia, es el "nombre empleado por un autor en vez del suyo verdadero". No aclara que se trate de un nombre inventado con propósitos artísticos, ni tampoco especifica de qué obras ha de ser autor el personaje de marras. Por lo tanto, un apodo vulgar se convierte en elegantísimo seudónimo apenas el autor lo acoge como suyo, y ese autor puede serlo de goles, como es el caso de Edson Arantes do Nascimento con el mote de "Pelé".La moda de multiplicar los nombres y los peces es tan antigua como la Biblia. Recordemos que, cuando fundó su iglesia, Cristo le adjudicó un seudónimo a aquel discípulo suyo que llegó hacer el primer Papa: "Tú eres Simón, el hijo de Juan, y serás llamado Kefas, que quiere decir Pedro (Piedra)" . Lo curioso es que Cristo tampoco era un nombre, sino un apodo de Jesús, que significa "El ungido de Dios".Desde entonces viene la manía de que los Papas pontifiquen con un nombre supuesto, pues sobra decir que ni Juan XXIII se llamaba Juan, ni Pío XI se llamaba Pío y, en cuanto al popular León XIII, llevaba desde el bautismo el prosaico nombre de Vicenzo Gioachino Pecci.Muchos autores no se contentan con un solo seudónimo y deciden acumular una manotada de ellos. Porfirio Barba Jacob, quizás el más famoso seudónimo colombiano, se firmaba también Main Ximénez, Ricardo Arenales, Juan Azteca, Juan sin Miedo y de otras maneras. Sin embargo, en el pasaporte aparecía su verdadero nombre: Miguel Ángel Osorio, Alvaro Mutis, a su turno, se transubstancia en Maqroll el Gaviero y Alvar de Mattos. Y el poeta León de Greiff tuvo también numerosos voceros literarios. Entre ellos, Leo le Gris, Sergio Stepansky, Beremundo el Lelo, Gaspar de la Nuit, Baruch, Gaspar von der Nacht, Matías Aldecoa, Sirg-el-Oel...El récord mundial de heteronimia -que es como se llama técnicamente la profusión de alias- está en manos del escritor francés Henri Beyle, más conocido por el seudónimo de Stendhal, que llegó a sumar 171. Lenin podría ser un buen subcampeón. Entre otros "nombres de pluma" empleó los de Pe-trov, Karpov, Meyer, Frey, Atarik, V. Ilyin, Vladimir Ilyin y K. Tulin: el fundador de la Rusia socialista parecía un torneo de simultáneas de ajedrez en Moscú...¿QUE HAY DEL APELLIDO?
Muchas veces los seudónimos son, más que nombres falsos, síntesis onomásticas: alusiones a un segundo apellido si el primero es muy común, o a un nombre raro si este es el que permite identificar al individuo. Llega uno a preguntar por los poemas de García, y nadie sabe que se refiere a Federico: es preciso indagar por Lorca. En cambio, de aludir a José Asunción Silva por su segundo apellido -Gómez-, a ninguno se le ocurriría pensar en el famoso autor del más nocturno de los Nocturnos. Don Francisco de Quevedo y Villegas se llamó así tras barajar y volver a repartir su ristra genuina de apelativos familiares, que era Francisco Gómez y Gómez de Santibáñez Quevedo Espinosa y Villegas.
El caso es que varios de los más famosos poetas latinoamericanos no se llaman como la gente los conoce. El nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento pasó a la historia como Rubén Darío, y dos chilenos -Lucila Godoy y Ricardo Neftalí Reyes- recogieron sendos premios Nobeles de literatura ganados por sus fantasmas: "Gabriela Mistral" y "Pablo Neruda".La cosa se complica en el mundo de la farándula, pues allí el nombre no sólo debe "sonar" sino que debe "vender". Ana Belén fue bautizada en Madrid como Pilar Cuesta, y el puertorriqueño Bobby Capó como Félix Manuel Rodríguez, aunque algunos habrían podido pensar que es una traducción al inglés de Roberto Castro.En el planeta de los toros casi todo es sobrenombre. Desde los banderilleros -Minuto, Conejo, Pericia, Monaguillo- hasta, por su puesto, los matadores: Pétete, Litri (tres de ellos por lo menos) Chachava, Chirringa, Desperdicios, Chicuelo, Espartero, Niño de la Capea... Es difícil ignorar que Manolete era el nombre taurino de Manuel Rodríguez Sánchez, naturalmente. Pero, ¿quién recuerda que Rafael Molina era Lagartijo, o que Frascuelo se llamó alguna vez Salvador Sánchez? Es tan grande la Babel Taurina, que la historia registra un Islero y un Isleño. El primero, que era una miura, mato a Manolete. Al segundo, que era un gaditano, lo mató en 1901 el toro Sanjuanero.HOLLYWOOD BAUTIZA DE NUEVO
El cine también depara un universo de falsos nombres. Se atribuye a Theodosia Goodman, exótica y desconocida actriz de Cincinatti (Estados Unidos), el haber sido la primera en ingeniarse un nombre artístico en 1914. De la mezcla de las palabras inglesas Arab (árabe) y death (muerte) salió el nuevo nombre de la inquietante Theda Bara.
Muchos la imitaron y generalmente con razón. Es difícil pensar que Rodolfo Valentino se llamaba Rodolpho d’Antonguolla, que Kirk Douglas corresponde a Issur Danielovitch Demsky, Tony Curtís a Bernard Schwarz y Cyd Charryse a Tula Ellice Finklea. Así como el celuloide es una ilusión óptica, sus estrellas son una ilusión onomástica.De hecho, ninguna de las cinco más famosas diosas del sexo cinematográfico fue bautizada como aparece en las marquesinas: Jean Harlow se llamaba Harlean Carpenter; Marylin Monroe era conocida como unos amigos como Norma Jean Baker, pero en realidad el apellido de su padre (era hija natural) fue Mortenson; en la cédula de Brigitte Bardot se descubre que se trata de Camille Javal, nombre con el cual bautizó el director Jean-Luc Godard a un personaje de la película "Desprecio". Lo encarnó, sobre decirlo, la propia B.B. Tampoco Sofía Loren se apellidaba así, sino Scicolone. Ni Demi lleva el Moore desde la cuna, sino un apellido Guynes que ella creyó menos atractivo para la pantalla.En las siguientes listas, el lector encontrará varias categorías de seudónimos. Los nombres verdaderos se encuentran en la columna de enfrente aunque en desorden. Están invitados a establecer las correspondencias debidas: