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Se yerguen en la campiña bretona como visitantes de otro planeta. ¿Quién las colocó ahí? ¿Con qué propósito? ¿Por qué dejaron de erigirlas de pronto?
Nacido en Quito en 1968, Antonio Romoleroux es todavía un pintor joven, con una carrera artística aún corta pero que, sin embargo, deja entrever su afán de búsqueda y gradual consolidación de su necesidad de expresión individual, conjugada con su inmensa capacidad de experimentación material y formal.
1992 parece ser un año marcado por la confrontación con diversas culturas amazónicas. Elabora la portada del libro Mundos Amazónicos, que le abre de par en par las puertas del universo de los signos. Investiga la complejidad de los símbolos ancestrales amazónicos y su inserción en el contexto cultural y natural de la selva tropical. Comienza entonces un proceso coherente e intuitivo de búsqueda de medios formales que expresen su intencionalidad expresiva. En un comienzo los signos se asumen sin mayor transformación, para después ir cobrando mayor libertad y con ella, mayor capacidad sugestiva. De ellos se deriva una abstracción ornamental, muchas veces caligráfica, de la línea. El soporte se torna en elemento activo, primero creando una superficie irregular y de relieve a través de técnicas del grabado, y luego cobrando mayor importancia dentro de su materialidad y como elemento maleable creado también por el artista.
Pero más sugerente que las implicaciones simbólicas del origen y la evolución del papel como transmisor de conocimiento, es la evocación que generan las fibras naturales y el evidente proceso manual de elaboración. Inmediatamente nos remiten a la naturaleza, a culturas primitivas, generan reminiscencias ancestrales y producen una valorización de lo primario, que con la producción masiva del papel y su uso tan cotidiano y generalizado, ha perdido significado. Sería aventurarse en una lectura demasiado instrumentalista si pretendemos una denuncia ecológica. Romoleroux no crea papel a través del reciclaje de otros papeles, sino a partir de fibras como la cabuya, otras tan finas como el abacá o tan vulgares como residuos madereros. ¿No sería un mero esteticismo de la tala indiscriminada de bosques y del abuso contra la naturaleza? Sí logra, empero, una mayor sensibilización frente a los orígenes orgánicos del papel y un distanciamiento con respecto al proceso tecnológico de fabricación industrial del mismo.
La mayoría de obras de Romoleroux presentan más o menos las mismas estructuras de concepto; los signos y las formas van, sin embargo, variando y buscando armonía en sus imágenes. La composición obedece a principios estéticos convencionales, el espacio se divide en grandes superficies equilibradas, en tanto la estructura interior se caracteriza por la riqueza de sus configuraciones orgánicas y ornamentales.