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enero 16, 2011
Unidas— "Durante años, mi hermana fue una desconocida", dice Rachel Simón. Eso se acabó.Pese a su discapacidad, mi hermana me dio una gran lección acerca de la vida.
CONDENSADO DE "RIDING THE BUS WITH MY SISTER". © 2002 POR RACHEL SIMON. PUBLICADO POR HOUGHTON MIFFLIN CO., DE NUEVA YORK. UNA VERSIÓN DE ESTE ARTÍCULO APARECIÓ EN EL PHILADELPHIA INQUIRER (1 4-XII-1998)Por Rachel SimonAlgunos nombres se cambiaron para proteger la vida privada de las personasDespierta! —dice Beth—, o perderemos el primer autobús. Son las 6 de la mañana y mi hermana ya está vestida. Se puso una camiseta de color lila y pantalón corto verde pistache. Amodorrada, me levanto y me pongo mi ropa de "escritora y maestra en día de asueto": suéter negro y pantalón ajustado.
Beth y yo frisamos los 40 (soy mayor que ella por sólo 11 meses), pero, a diferencia de mí, mi rolliza hermana tiene un guardarropa de colores chillones y suele saltar de la cama antes de que amanezca. Hay algo más que la distingue: tiene retraso mental. Durante seis años ha vivido sola en un apartamento subsidiado, en una ciudad mediana de Pensilvania. Despedida del empleo que tenía en un local de comida rápida, ahora le sobra el tiempo y, como recibe ayuda económica del gobierno por su discapacidad, dispone de lo necesario para vivir.Además, es ingeniosa, cualidad que normalmente no se reconoce en las personas que viven en la periferia de la visión de la sociedad. Así que toma autobuses; no para ir de un lugar a otro, sino para pasearse a su manera. Mientras da vueltas por la ciudad desde el alba hasta que anochece, hace migas con los conductores y los pasajeros. Así es como se entera de cumpleaños, aniversarios, dónde hace sus compras la gente y ló que desayuna. Ayuda a otros a llegar a su destino y carga con bolsas de comestibles; a cambio, recibe amistad.De esa forma ha descubierto una comunidad viajera, que ahora me dispongo a conocer también. A partir de este año le haré visitas periódicas y tomaré autobuses con ella; será la primera vez en mi vida de adulta que le dedique todo mi tiempo y atención.Echamos a andar por una avenida hasta un restaurante de comida rápida, donde Beth compra un vaso de café, pero no lo destapa. Luego nos dirigimos a la parada de autobuses. Al llegar el nuestro, Claude, el conductor, se apresura a abrir la puerta como si nos estuviera recibiendo en su casa. Mi hermana sube y le da el café; él lo toma y pone unas monedas en la mano de ella.—Es nuestro trato —me explica Claude.Beth ocupa entonces "su" asiento: el único en diagonal junto al conductor. Me acomodo a su lado y, cuando el autobús arranca, mi hermana anuncia que Claude tiene 42 años y pronto cumplirá uno más; luego menciona la fecha exacta y él se ríe.—Nada se le olvida —me dice el hombre.Beth lo hace reír todo el tiempo.De hecho, a lo largo del día y conforme cambiamos de autobús, un conductor tras otro —primero Jacob, luego Estella y más tarde Rodolpho— recibe a mi hermana con regocijo. Ella los ayuda: les recuerda dónde dar vuelta en rutas que no han recorrido por algún tiempo; los entera de los cambios de horario y de personal, y les enseña las canciones de moda.Cuando Beth era más joven, las miradas curiosas y burlonas de la gente la destrozaban. Ahora, esas pequeñeces la tienen sin cuidado; al parecer, disfruta andar por el mundo a su propio ritmo. ¡Ésa es mi hermana!, me digo. Es muy sociable y segura de sí misma, muy diferente de mí, que por ser adicta al trabajo me he privado de mucho de lo bueno que ofrece la vida.Mientras beth tomaba autobuses, yo hacía viajes frecuentes en coche, tren y avión, pensando que iba a llegar muy alto. Además de haber publicado varios libros, colaboraba con un periódico, daba clases de creación literaria y era presentadora de novedades en una librería. Trabajaba los siete días de la semana, desde que me quitaba las sábanas de encima, a las 7, hasta que volvía a meterme debajo de ellas rendida de cansancio, a la una de la madrugada. Me volví una mujer terriblemente ocupada, crítica y explosiva.Tanto consumía el trabajo mi vida, que me quedé sin amigos. Pero quizá mi pérdida más grande fue la del amor. Cuando, unos años atrás, mi novio de mucho tiempo, Sam, me propuso casarnos, no me atreví a asumir ese compromiso, de modo que, aunque con renuencia y dolor, terminamos. Entonces me dediqué con tal obsesión al trabajo, que casi me olvidé de que estaba sola.Ir a visitar a Beth me pareció una forma de volver a congraciarme con la gente. Jamás imaginé que mi hermana tuviera amigos que fueran conductores de autobús, ni que ellos pudieran ser tan bondadosos. Para Beth vinieron luego problemas con los ojos, y para su hermana mayor, otra serie de lecciones.
Compañeros de asiento— "A Beth le encantan los niños", dice Rachel. "Y para ellos es una aliada".EL OFTALMOLOGO me da el diagnóstico por teléfono: queratitis intersticial. Beth tiene las córneas insensibles y rasguñadas.
—Hay otro problema —prosigue el médico—: las pestañas le están creciendo hacia los ojos. —Necesita una operación—. Por supuesto que la decisión es de ella. Si le pide que la acompañe, espero que lo haga y la ayude.Si bien mi hermana me invita a pasear en autobuses, no estoy segura de haberme ganado su corazón. Es tan orgullosa. ¿Me dejará que la ayude?Le explico que, si no se opera, los ojos se le podrían dañar más. Refunfuñando acepta, pero me advierte que no se quedará en casa esperando a que las suturas sanen: en cuanto pase el efecto de la anestesia, irá derecho a tomar un autobús.—Tengo un deseo —le digo de repente.—¿Cuál?—El de encontrar un libro sobre cómo ayudar a cualquier persona que lo necesite.Lo que quiero es una guía para ser una buena hermana, para hacer algo positivo por Beth. Un libro que me enseñe a moderar mi tendencia a controlarla, a doblegar su naturaleza autosuficiente; que me muestre cómo distinguir entre cuidar y dominar. En vez de eso, le digo:—Quisiera un libro que me ayudara a encontrarte un nuevo par de ojos.—Eso estaría bien —conviene, y medio en broma añade—: ¿Me conseguirías unos de color violeta?—Tengo miedo —me dice en la mañana de la operación.Estoy sorprendida e impresionada: Beth me está confesando lo que siente, algo que jamás había hecho. Le aseguro que va a salir bien, que estaré con ella todo el tiempo. Y resulta que también nos acompañará su amigo Jacob, el conductor de autobús.Guando él llega en su coche para llevarnos al hospital, mi hermana parece más tranquila. Jacob sintoniza en la radio la canción She Loves You, de los Beades, y desde el asiento trasero Beth canturrea el estribillo: "¡Yeah, yeah, yeah!"En la sala de espera del hospital llenamos juntos los formularios. Mi hermana comenta que está nerviosa.—Estaré contigo —le repito—, no te preocupes.—Todo tu séquito esperará aquí —añade Jacob, animadamente.Beth se relaja. Luego me pide que entre con ella a un cuarto, donde la interrogan sobre su salud general, le miden la presión arterial y le dan una bata de hospital. Me pregunta si me quedaré con ella mientras se desviste.La ayudo a ponerse la bata y unas pantuflas. Luego nos dirigimos a la unidad de cirugía, donde Jacob aguarda junto a una camilla rodante.—Me siento rara con esta ropa —dice Beth—. No estoy acostumbrada a estos zapatos.Cuando nos avisan que ha llegado la hora, le pido en tono suave que se tienda en la camilla.—Sí —contesta, mas no se mueve.—¡Anda! —la apremio—, debes hacerlo ahora.—Necesito tomarme mi tiempo.Entonces me subo a la camilla, me acuesto y le indico:—Haz lo mismo que yo.Ante los ruegos de Jacob y míos, por fin se tiende.Una enfermera se acerca con la temible jeringa de la anestesia. Le digo a Beth que se ponga de lado.—No quiero —responde.Con una mirada su amigo y yo nos ponemos de acuerdo. Entre los dos la volteamos, y ella se ríe, feliz de ser el centro de atención. Una vez que la enfermera la inyecta, la colocamos de nuevo boca arriba, y el forcejeo se acaba.Se deja llevar dócilmente hasta el quirófano. Me siento en un banco junto a ella en el recinto de espera, donde la anestesia empieza a surtir efecto, y le acaricio el brazo.Observo sus ojos, desprovistos ahora de su mirada traviesa y desafiante. Noto algo más: mi hermana me mira con absoluta confianza, como pocas veces.
Amigos— Beth con su amigo Jacob "Pase lo que pase", dice él, "ella lo va a superar"..JACOB PERMANECE con nosotras hasta que cae la noche. Después de la operación nos lleva al apartamento de Beth; compra algo para cenar y se queda un rato haciéndonos compañía mientras mi hermana reposa con los ojos cerrados. Al día siguiente viene a visitarla otro de los conductores de autobús, Rodolpho, y más tarde un tercero, Rick, quien le trae un batido de chocolate. Y una despachadora llamada Betty le envía un ramo de flores en nombre de los demás conductores.
Durante 48 horas Beth acata las indicaciones del médico: dejarse aplicar compresas frías sobre los párpados y un ungüento en los ojos. Luego, para sorpresa mía, Jacob invita a mi hermana a su casa. Como necesito regresar a la mía por un tiempo, Jacob y su esposa, Carol, se han ofrecido a cuidar a Beth hasta que sane. ¿Así que ésta es la vida de mi hermana?, pienso.—Esos conductores parecen demasiado buenos para ser reales —le comento un día—. ¿Cómo encontraste en un solo sitio a tanta gente agradable y sabia?—Ocurrió así, sin más —responde—. Me subía a los autobuses... y ahí estaban.Miro su rostro, desbordante de vida, y me doy cuenta de que nada ocurre "así, sin más". Beth ha encontrado amigos donde cualquier otra persona no buscaría. Ha aprendido a distinguir a los conductores buenos y decentes de los que son indiferentes u hostiles. Comprendo también que invitarme a pasear en autobuses tampoco ocurrió "así, sin más": probablemente mi hermana quería que conociera a sus amigos porque pensaba que a mí también me hacían falta.Cerca del final de mis paseos con Beth decidí llevar una vida diferente de la que tenía, y al cabo de un mes telefoneé a Sam, mi ex novio. Conversamos durante un largo rato y ya no me sentí asustada. Iniciamos una sorprendente y maravillosa relación que culminó con nuestra boda, en mayo de 2001.Cuando le conté a mi hermana que me iba a casar, se tomó la molestia de enviarme una tarjeta llena de estrellitas y signos de exclamación fosforescentes:"Querida Rachel", decía.
"¡Bien hecho! ¡Me siento tan feliz por ti! Beth".
Estaba escrita con tinta violeta, y la firmaban también varios de sus amigos conductores: Len, Jack, Melanie, Henry, Lisa, Jerry y —al final, aunque no por eso el menos importante— Jacob. El hombre que tanto me había ayudado a cuidar a mi hermana me escribió: "¡Que tengan siempre mucha dicha y prosperidad! Con cariño, Jacob".