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septiembre 26, 2010
Si hay un personaje en la literatura universal que haya perdurado en la memoria colectiva a pesar de los años, y que incluso haya sido tenido como real por parte de mucha gente, es el famoso detective inglés Sherlock Holmes. Aquí nos aproximamos a uno de los más grandes mitos literarios de todos los tiempos.
Por Agenor MartíHace 107 años debutó en la escena literaria mundial el personaje más popular de todos los tiempos. Un hombre al que varias generaciones de lectores de todas las latitudes han admirado con fervor, grande entre los grandes, encantador pese a su pedantísima arrogancia, preciso en sus asombrosos razonamientos y al que nadie, aun con su humana falibilidad, sorprendió nunca en un fallo.
Alto, atlético, de nariz ganchuda y penetrantes ojos que le imprimían a su rostro un vago aire de halcón, "egocéntricamente orgulloso de sus vastos campos de ignorancia", virtuoso del violín, boxeador aventajado, contemplativo sistemático, fumador a toda hora, Sherlock Holmes hizo cuajar una larga tradición de rasgos de inducción que hasta entonces estaban dispersos y tenían manifestaciones aisladas en la literatura universal.Si poco más de cuarenta años antes el detective Auguste Dupin, de Edgar Allan Poe, abrió el camino de la literatura policíaca, e inauguró así un género que hasta ese momento era sólo incipiente, y le imprimió coherencia a esa nueva forma literaria; si el Lecoqc, de Emile Gaboriau, aportó al género ese ingrediente esencial que es la persecución y la peripecia, con Sherlock Holmes ese tipo de literatura cristalizó de manera rotunda y adquirió fisonomía definitiva.Este detective agudo, quizás demasiado agudo, acaso demasiado altanero y pagado de sí mismo, pero aun así indiscutiblemente simpático y atractivo, al concretar el género ensanchó el cauce que había cavado Poe, le dio forma y zafó la válvula por la que circularía ese torrente arrasador que fue luego la literatura policíaca, y permitió que ésta alcanzara ese álgido punto al que arribó en 1931, con la constitución del Detection Club de Londres y la llamada novela problema.Cuando en 1887 Arthur Conan Doyle (1859-1930) publicó “Estudio en escarlata”, obra con la que estrenó su apasionante personaje, no vislumbró el arraigo que éste conseguiría entre los lectores. En realidad, lo creó con cierto desgano, con un vago sentimiento deportivo y para ganar dinero. Escrito el año anterior, Estudio... fue rechazado por varios editores hasta que Ward y Lock le ofrecieron veinticinco libras -una verdadera miseria- por los derechos de autor. Sin embargo, dejaron aclarado que no podían publicarlo ese año "porque el mercado está en este momento inundado de literatura barata". Conan Doyle atrevesaba una difícil situación económica y se vió obligado a aceptar la oferta. Así, la narración apareció en el Beeton's Christmas Annual.No tuvo una buena acogida. Pero al año siguiente se publicó en forma de libro y la revista norteamericana Lippincott's Magazine se interesó por la obra y le pidió a su autor que se entrevistara con un representante de la empresa, que estaba de visita en Londres. En la cena que los reunió también estaba presente Oscar Wilde. El editor le pidió un texto a cada uno. Wilde entregaría después “El retrato de Dorian Gray”; Conan Doyle, “El signo de los cuatro”, que fue publicado en el número de febrero de 1890.Aunque no puede decirse que “Estudio en escarlata” y “El signo de los cuatro” eran muy originales -ésta última, por ejemplo, le debe mucho a “La piedra lunar”, de Collins-, lo cierto es que el personaje prendió con rapidez. Pero Conan Doyle aspiraba a escribir "cosas más elevadas". Por eso se sintió tan complacido cuando en 1889 apareció su novela histórica “Micah Clarke”, y al año siguiente “La compañía blanca”. Ya había renunciado al ejercicio de la medicina, carrera que había cursado en la Universidad de Edimburgo, su ciudad natal, y empleaba todo su tiempo en escribir. Y empujado por la estrechez económica, tuvo que echar mano de su personaje. De manera que desde 1891, excepto las novelas “El sabueso de los Baskerville” (1902) y “El valle del terror” (1915), sólo escribió relatos no episódicos, que se cerraban en sí mismos, para el Strand Magazine, donde apareció la mayor parte de las historias que le permitieron -es verdad que a pesar suyo- acceder a la fama. Esas historias fueron ilustradas por el dibujante Sidney Paget, quien contribuyó de manera considerable a su popularidad por la altísima calidad de sus dibujos, además de que en buena medida dio pie a que incluso Conan Doyle perfilara aún más su personaje y a que, años después, el cine tomara como base esas ilustraciones para llevar a la pantalla al inmortal detective.Originalmente Conan Doyle pretendió cerrar el círculo de narraciones después de publicar las seis primeras -la cifra total ascendió a sesenta-, para dedicarse luego a lo que verdaderamente le interesaba: las novelas históricas. Pero después del insólito éxito de la primera serie, los editores le pidieron más y no vacilaron en pagar lo que el autor, con la esperanza de que se negaran, les pidió: cincuenta libras por cada una. Y otros siete relatos, publicados entre julio de 1891 y diciembre 1892 en el Strand Magazine, completaron lo que al otro año se publicó bajo el título de “Las aventuras de Sherlock Holmes”, entre las cuales merecen citarse “Escándalo en Bohemia”, “La liga de los pelirrojos”, “La aventura del carbunclo azul”, “La aventura del noble bachiller” y “La aventura de la banda de lunares”, entre otras.Cuando en 1893 apareció “Las memorias de Skerlock Holmes”, Conan Doyle no pudo más. Había llegado a odiar a su personaje. Años después le escribiría a un amigo que "me había hartado tanto de él que me inspiraba la misma sensación que el paté de foie gras, del que en cierta ocasión comí en demasía y todavía hoy sólo su nombre me inspira náuseas".
Así que lo mató. En “La aventura del problema final” Sherlock Holmes lucha contra el diabólico Moriarty y se despeña por las cataratas suizas de Reichenbach. El gran detective había muerto. Y el público, indignado, clamó por su resurrección. De manera que su autor no tuvo más remedio que volverlo a la vida. El escándalo fue mayúsculo. Cartas injuriosas no sólo de Inglaterra, sino también de Francia y Estados Unidos, lo reclamaban.Cuando en “El sabueso de los Baskerville” intentó encontrar otro protagonista, tuvo que recurrir a su detective. La resurrección oficial tuvo lugar en 1903 con El regreso de Sherlock Holmes. En el primer relato de la serie -La casa vacía-, Conan Doyle explicó, de modo más o menos convincente, cómo Holmes no había muerto junto con Moriarty. Y los lectores lo recibieron con redoblada pasión. Entonces Holmes continuó viviendo por espacio de varios años, hasta 1927, fecha en que apareció “El archivo de Sherlock Holmes”.Su autor también escribió otras obras - incluso un tratado sobre el espiritismo-, pero la fama se la proporcionó el detective de los detectives, y a él permanece ligado en la literatura universal.Después de Sherlock Holmes -quien según se afirma nació el 6 de marzo de 1845-, innumerables ensayos, trabajos críticos, películas, series radiales y televisivas, novelas, cuentos y hasta biografías se han escrito abordando su legendaria figura. El cine, a través de la magistral actuación de William Gillette y Basil Rathbone, contribuyó de manera decisiva y contundente. H.F. Heard, August Derleth, Vincent Starret, Maurice Leblanc, O'Henry, Robert L. Fish y Ellery Queen, entre otros muchos autores, han tomado su aura y su misterio y lo han abordado, directa o tangencialmente, pero no han podido sustraerse a su influjo, a su hechizo vertiginoso. Se han creado asociaciones - los Baker Street Irregulars es la más famosa-; incluso se han escrito biografías del detective en las que se especula acerca de Holmes y su destino y, por supuesto, alrededor de esa también apasionante contrafigura, llamada por algunos "el primer personaje de segunda fila", que es el Doctor Watson.Uno de sus biógrafos, el norteamericano Rex Stout, afirmó una vez, con inaudita extravagancia, que Watson era... una mujer disfrazada. William S. Baring-Gould sostiene que Holmes tuvo por cliente a Eduardo VII, que se encontró una vez con Lewis Caroll -el enigmático autor del inquietante “Alicia en el país de las maravillas”- y dedujo que éste era aficionado a la fotografía, que visitó el Tibet, invitado por el Dalai Lama, para solucionar el misterio del abominable hombre de las nieves, y que fue iniciado en el budismo y en la meditación interior. Otros sostienen que Watson murió en 1928, mientras que Holmes vivió hasta 1957 -tendría 103 años- porque había descubierto el secreto de la jalea real.El crítico y novelista inglés Julián Symons, con sobria y mesurada precisión, asegura que "si hubiera que escoger las veinte mejores historias detectivescas escritas en todos los tiempos, media docena como mínimo serían de Sherlock Holmes".Cuando un personaje se convierte en leyenda, es signo inequívoco de que ha echado raíces profundas y de que su permanencia está garantizada. Las que echó Sherlock Holmes, contra el viento y la marea de su propio creador, son ya centenarias y están afianzadas para siempre.