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En Navarra aún quedan zonas que nunca han sido explotadas forestalmente.
Alguien dijo una vez que si ya era un milagro que Irati existiese, más lo era todavía que haya llegado hasta nosotros. Y tenía razón. Situado en Navarra, es el segundo mayor hayedo de Europa, con una extensión total de 17.165 hectáreas, de las cuales 10.000 son de arbolado, unas cifras tan sólo superadas por la Selva Negra.
Al noreste de Navarra, en el Pirineo, cuatro valles se dividen el territorio de Irati: los valles navarros de Salazar y Aezkoa y los franceses de Larrau y Cize. Podemos acceder en vehículo hasta el corazón del bosque desde cualquiera de los valles, por ejemplo, en la parte navarra, es posible hacerlo desde Ochagavía, en el valle de Salazar, y desde Orbaitzeta, en el valle de Aezkoa. Pero no podremos cruzar de un valle a otro a través de este núcleo central de la selva que contiene el embalse de Irabia, ya que se trata de un entorno natural de especial valor que hay que conservar lo mejor posible. Concretamente, son tres las zonas de alta protección que albergan las joyas y gran parte del valor de la selva de Irati. La primera corresponde a la Reseña Integral de Lizardoia, que guarda los restos del primitivo bosque que cubrió la zona desde el cuaternario. La conforman un total de 64 hectáreas, con un núcleo central virgen de 20 hectáreas que jamás han sido explotadas forestalmente y donde los abetos alcanzan 40 metros de altura y un metro de diámetro. Un capricho de los dioses que debemos preservar a toda costa para las futuras generaciones. Las otras dos reservas son la de Mendilatz, en la que se conserva en muy buen estado un hayedo sobre suelo kárstico, y la de Tristuibartea, que alberga el mejor bosque de roble albar de la Península.
Además de paisaje, Irati es historia por su especial relación con el ser humano. Durante siglos, permaneció intacto debido a su situación alejada e inaccesible, pero con el paso del tiempo, al tratarse de un territorio fronterizo, acabó convirtiéndose en una fuente de conflictos entre leñadores, carboneros, pastores y ferrones de los dos lados de la frontera. Estas luchas por el aprovechamiento y propiedad de bosque se intensificaron, sobre todo, a partir del siglo XVIII, cuando se agudizó su explotación por parte de Francia y España para usar su gran calidad forestal en las construcciones navales. En esta época crecieron los talleres, las serrerías, las pequeñas presas y, debido a lo problemático de la zona, también unas instalaciones de defensa llamadas Casas del Rey que hace unos años se convirtieron en la casa del guarda de Irati, pero que en estos momentos se encuentran en ruinas. Así llegamos al año 1856, cuando se firma el Tratado de Límites, según el cual se concede a España cuatro quintas partes de los terrenos y la restante, al país vecino. Años después también se otorga al Gobierno el derecho de tala gratuita con el fin de que la Marina Real se arme para hacer frente a la guerra contra Inglaterra.
Debido a su extensión, Irati contiene una gran riqueza faunística. La relación de mamíferos es abundante: ciervo, corzo, jabalí, tejón, marta, gato montés, zorro, liebre, ardilla y el escaso desmán del Pirineo. Por otra parte, la frescura de sus bosques cobija a ranas bermejas, salamandras, al tritón pirenaico, al sapo partero y la rana pirenaica. Y en cuanto a las aves, basta destacar tan sólo las especies protegidas, como son el pito real, el reyezuelo sencillo, el piquituerto y el alcaudón dorsirrojo. Además, sus cielos son cruzados a menudo por el quebrantahuesos, el buitre leonado y el alimoche. Pero especialmente, Irati es el último refugio para dos aves: el pico dorsiblanco—el mayor picatroncos blanquinegro de Navarra, con una población de 15 parejas-, y el pito negro, que en Navarra cuenta con escasos ejemplares. Por desgracia, el turismo, la caza y la explotación maderera han mermado año tras año las poblaciones de estas especies que marchan en busca de entornos más tranquilos.