¿POR QUÉ NO DIALOGAR EN VEZ DE DISCUTIR?
Publicado en
septiembre 26, 2010
Impregnarse del otro, incluso con las personas que nos parecen más distantes, podemos lograr la empatía. La clave está en entender su Situación
Evitar las críticas abiertas o buscar el momento oportuno de decir las cosas son sólo algunas de las tácticas que filósofos y comunicólogos aconsejan para entendernos con los demás.
Por Francesc Miralles
Un estudio reciente ha revelado que la mayoría de rupturas sentimentales no obedecen a grandes diferencias de fondo, sino que son producto de un cúmulo de pequeñas discusiones diarias. Al parecer, aunque una pareja tenga un fértil territorio común, no resiste el desgaste de las fricciones cotidianas.
Tanto en el ámbito familiar como en el laboral, el éxito depende en buena parte de hallar un canal por el que fluya agradablemente la comunicación sin dejar sedimentos de rencor. Pero, ¿por qué nos resulta tan difícil?
Los comunicólogos coinciden en que la respuesta está en la falta de empatía. Cuando alguien es incapaz de ponerse en el lugar del otro y entender su situación, su propia rigidez hace que se convierta en un muro para el verdadero intercambio. En el fondo de estos caracteres rígidos, que parecen estar siempre en guerra contra el mundo, suele haber un sustrato de gran inseguridad. Al dudar de sus propios valores y metas, se aferran a su identidad y no dejan que otros puedan introducir matices en su visión de las cosas.
Lo que nos permite la empatía es justamente viajar fuera de nuestras fronteras para impregnarnos del otro y, curiosamente, cuando lo hacemos, sucede algo casi mágico. Todo el mundo lo ha experimentado alguna vez: un vecino o un compañero de trabajo con el que hemos mantenido una relación gélida se convierte en alguien muy próximo cuando logramos hablar de tú a tú. El motivo es que las personas, incluso las que se muestran más distantes, somos mucho más parecidas de lo que estamos dispuestos a admitir. En esencia, todos necesitamos las mismas cosas, aunque podamos diferir en el modo de buscarlas.
CONVENCER SIN IMPONER
No deja de ser chocante que, en un mundo donde la tecnología de la comunicación está tan presente, haya tantas personas que no encuentren un modo eficaz de expresar sus necesidades. Algunos expertos achacan esta carencia a la desaparición de la oratoria en los planes de estudios, puesto que aprender a vehicular las propias ideas es un primer paso para el entendimiento.
Sócrates logró enseñar este arte mientras paseaba por las calles y plazas de Atenas. Se presentaba ante la gente haciendo preguntas que daban a suponer que no sabía nada y, en el curso de la conversación, lograba que su interlocutor viera los fallos de su propio modo de pensar. De esta manera, sin imponer su autoridad, conseguía que el otro se diera cuenta de sus propios aciertos y errores.
Al igual que la comadrona no pare al niño sino que sólo lo ayuda a nacer, Sócrates consideraba que su misión era ayudar a las personas a parir la comprensión, ya que el conocimiento verdadero sólo puede salir del interior de uno mismo, no ser impuesto por otros. Por eso, con el fin de que su interlocutor lograra entrar en juicio y recoger su propia sabiduría, se hacía el ignorante. De esta forma se igualaba al otro y podía fluir una comunicación aparentemente sin jerarquías.
EL VALOR DEL SILENCIO
El coreógrafo Ed Cunningham afirmaba que "los amigos son esas raras personas que nos preguntan cómo estamos y se esperan a oír la contestación". Y es que sucede muy a menudo que, inmediatamente después de preguntar algo a alguien, desconectamos para pensar en lo que vamos a decir a continuación sin reparar en la respuesta.
Conversar saludablemente requiere un equilibrio entre las palabras y el silencio porque las preguntas pueden ayudarnos a profundizar en el otro, pero aún más nos ayudan las respuestas.
En el otro extremo, hay personas que temen preguntar por miedo a ser indiscretas o inoportunas. Pero toda exploración implica un riesgo, y una conversación profunda es un viaje doble en el que cada uno de los interlocutores se interna un poco en el mundo del otro. La clave está en encontrar la medida adecuada para no violentar a la otra persona, pues todos queremos preservar nuestro reducto de intimidad. Lo importante es no confundir una charla con un interrogatorio.
El novelista James Redfield plantea que en muchas conversaciones humanas existe, de manera socavada, una pugna por apoderarse de la energía de los demás. Para conseguirlo, los interlocutores pueden adoptar cuatro papeles distintos, entre los cuales se encuentra el de interrogador. Según el escritor, éste "hace preguntas y sondea el mundo de otra persona con la intención específica de encontrar algo censurable y, una vez lo ha encontrado, critica este aspecto de la vida del otro. Luego, de repente, dicha persona se siente cohibida, tímida. Entonces comienza a moverse en torno al interrogador y a prestar atención a todo aquello que éste hace y piensa con el fin de no hacer ella algo malo que el interrogador pueda notar. Esta deferencia psíquica proporciona al interrogador la energía que desea."
A diferencia del método socrático, que busca, sobre todo, despertar la propia sabiduría, las preguntas demasiado directas e íntimas lo único que generan es incomodidad y desconfianza. Por esa razón, al discutir sobre un tema delicado, tenemos que valorar lo que esa persona puede contarnos en aquel momento sin sentirse desnuda y no forzarla nunca a ir más allá de esos límites.
EQUILIBRIO ENTRE DAR Y RECIBIR
Si los antiguos griegos nos educaron en el arte de preguntar, los actuales gurús de la comunicación han indagado sobre las actitudes que favorecen o entorpecen el diálogo. La semiótica nos aporta un interesante punto de partida: más allá de nuestro discurso, a través de la postura corporal, el lenguaje no verbal y el tono de voz, contagiamos un determinado clima emocional. Así, por ejemplo, la persona que se muestra relajada en su asiento provoca inconscientemente en su interlocutor una reacción de comodidad. En cambio, alguien que nos habla desde una distancia demasiado corta y con un contacto visual persistente hará que nos pongamos en guardia.
En cuanto al contenido de la conversación, se aconseja evitar en lo posible las críticas abiertas, ya que sólo sirven para crear resentimiento y obligan al interlocutor a justificarse. Si es inevitable criticar alguna actitud en el otro, debe equilibrarse elogiando al mismo tiempo aquellos valores que posee la persona para compensar. Es fundamental dejar claro que no se condena al sujeto en conjunto, sino sólo un determinado acto o costumbre.
Según Dale Carnegie, que impartió durante casi medio siglo seminarios de comunicación, en lugar de censurar a los demás, es mucho más útil intentar comprenderles y averiguar por qué actúan de una determinada manera. De ese modo, podremos llegar al fondo del problema y lograr el cambio a través de un diálogo libre de reproches.
En sus cursos insistía en que las personas que mejor comunican son las que saben hacer hablar a los demás. "Un sarpullido en el cuello significa más para quien lo padece que 40 terremotos en Africa. Piense en eso la próxima vez que inicie una conversación."
Ahora bien, todo lo dicho hasta ahora no implica que debamos ponernos siempre al servicio de nuestro interlocutor. De lo que se trata es de tenerlo en cuenta para hallar un equilibrio entre lo que damos y recibimos, pues, al final, todo acto de comunicación es un intercambio en el que los participantes deben sentir que se han enriquecido.
Aunque estemos convencidos de que llevamos la razón, cuando los nervios están a flor de piel, es mejor resistirse a la tentación de decir lo que pensamos y esperar a que se produzca el clima adecuado para el diálogo.
Vivir en armonía es adaptarse a los demás sin dejar de ser uno mismo. Saber cuál es el momento oportuno de esclarecer un asunto delicado y en cuál es mejor para derivar la conversación hacia temas que no desaten conflictos.
Si tenemos que compartir nuestro espacio y nuestro tiempo con alguien que tiene dificultad para controlar su temperamento, lo que debemos hacer es ayudarle a través de la amabilidad a cambiar su clima emocional. Eso no significa que carezcamos de personalidad, sino más bien todo lo contrario. Como dijo Oscar Wilde, "una persona con verdadera personalidad crece de manera simple y natural, como crece una flor o un árbol. Nunca entra en discordias. Nunca discute o pelea. No necesita demostrar nada. No tiene nada y al mismo tiempo lo tiene todo. Por mucho que se tome de esa persona, su riqueza no se ve menguada. No se entromete en la vida de otros, ni les pide que sean como ella. Ama a los demás porque son diferentes y aunque no se entrometa en su vida, nunca niega su ayuda a alguien. Como todo lo que es bello, ayuda sólo con ser como es".
Quien ama la diferencia sin renunciar a aquello que le define como ser humano se convierte en un constructor de puentes. Para tenderlos, sólo es necesario librarse al viejo arte de la conversación y dejar que ríos distintos fluyan apacibles hacia un mar común.
EL ARTE DE CONVERSAR, AL ALCANCE DE TODOS
Los maestros en el viejo arte de conversar y los modernos gurús de la comunicación ofrecen estos consejos para que el diálogo sea un puente de unión y no un pozo de malentendidos:
ESCUCHA ACTIVAMENTE. Los buenos conversadores se distinguen por saber escuchar sin interrumpir a sus interlocutores. Una buena escucha exige dejarse llevar por el discurso del otro sin juzgarlo antes de que termine ni interrumpirlo.
OPINA SÓLO SI TE LO PIDEN. Un factor de fricción, sobre todo en personas que no se conocen lo suficiente, es decirle al otro lo que debe hacer, un juicio sobre asuntos personales sólo es apropiado si la persona nos lo pide expresamente.
DESVÍA EL TEMA. En conversaciones de cariz ideológico, hay puntos sensibles que pueden degenerar en una polémica. Antes de que eso ocurra, es preferible desviar el hilo del diálogo hacia un terreno en el que todos se sientan cómodos.
ALEJA LAS DISTRACCIONES. Nada resulta más desmotivador para alguien que se está sincerando que un móvil que suena en el momento menos oportuno. Muchos problemas interpersonales no se llegan a resolver porque uno de los interlocutores atiende a otros asuntos en medio de la conversación, lo que es visto por el otro como una falta de respeto.
PLANTEA PREGUNTAS. Cuando alguien nos explica una experiencia personal o expone su punto de vista, su discurso puede desembocar en un dique seco si sólo nos limitamos a escuchar. Preguntar por algunos aspectos de lo que nos están explicando es un modo excelente de ahondar en el diálogo.
Fuente:
REVISTA INTEGRAL - MARZO 2008