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septiembre 26, 2010
El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en la banca del patio, no se movía, solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos. Cuando me senté a su lado no se dio por enterado y entre más tiempo pasaba, me pregunté si estaba bien. Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.
Levantó su cabeza, me miró y sonrió. “Estoy bien, gracias por preguntar”, dijo con una fuerte y clara voz.― No quise molestarte abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien, ―le expliqué.El abuelo me preguntó:― ¿Has mirado alguna vez tus manos?... Quiero decir... ¿realmente has mirado tus manos?Lentamente solté mis manos de las de mi abuelo las abrí y me quedé contemplándolas. Las volteé, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que realmente nunca las había observado mientras intentaba averiguar qué quería decirme.El abuelo sonrió y me contó esta historia:― Detente y piensa por un momento acerca de tus manos, cómo te han servido a través de los años.― Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.― Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo.― Cuando niño, mi madre me enseñó a plegarlas en oración.― Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas.― Mis manos se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo.― Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien muy especial.― Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda. Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y limpiado el resto de mi cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas.― Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando para orar.― Estas manos son la marca de dónde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las suyas cuando me lleve a Su presencia.Desde entonces, nunca he podido ver mis manos de la misma manera.
Pero recuerdo cuando Dios estiró las Suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a Su presencia.Cada vez que voy a usar mis manos pienso en mi abuelo; de veras que nuestras manos son una bendición.Hoy me pregunto, ¿qué estoy haciendo con mis manos? ¿Las estaré usando para abrazar y expresar cariño o las estaré esgrimiendo para expresar ira y rechazo hacia los demás?Hoy demos gracias a Dios por nuestras manos, solo aquellos que no las tienen saben el valor que ellas representan en nuestras vidas.