WITTGENSTEIN (Perry Anderson)
Publicado en
marzo 27, 2010
La filosofía inglesa ha sido dominada por Wittgenstein desde la década de 1930. En su juventud Wittgenstein fue un filósofo que buscó un ajuste de uno a uno entre un lenguaje reductible y una realidad fragmentaria: las proposiciones básicas reflejaban hechos atómicos.
Esa era en esencia una teoría monista del lenguaje, que excluía implícitamente afirmaciones "metafísicas" del reino de lo inteligible porque carecían de correspondencia con entidades moleculares verificables.
Después del Tractatus el Círculo de Viena se dedicó a un ataque mucho más audaz y vasto a todas las formas de raciocinio que no se conformaran al modelo prescriptivo de la ciencia física o matemática.
Se desechaba toda proposición —que no pudiera verificarse mediante sus procedimientos— no por equivocada, sino por falta de sentido. La distancia del Atomismo Lógico al Positivismo Lógico era corta; a pesar del abandono de la idea de Wittgenstein de los “hechos” granulares.
Las inferencias nihilistas de ésta eran, sin embargo, demasiado amplias para resultarle aceptables a cualquier sociedad burguesa occidental, con su necesidad funcional de una moral consagrada y de una macroideología.
Esa antinomia social refleja otra epistemológica. El empirismo empujado a ese extremo era subversivo para la misma experiencia que debería haber apuntalado; el criterio de la verificabilidad era en sí notablemente inverificable.
Las Philosophical Investigations de Wittgenstein suministraron una solución elegante y délfica para esos problemas. En su filosofía posterior Wittgenstein afirmó permanentemente que el lenguaje es una colección heteróclita de juegos con reglas diferentes que los rigen. No era concebible ningún punto de vista "absoluto" fuera de ellos. Cada juego era independiente y válido por sí; el gran error intelectual de los filósofos era confundirlos, usando las reglas de uno en el contexto de otro. El sentido de un concepto era su use convencional y el verdadero filósofo custodia de la convenciones.
Formalmente esa doctrina concedía la posibilidad de la "metafísica" (es decir, las preocupaciones tradicionales de la filosofía) como un juego entre otros —aunque esotérico. Es significativo que en la práctica se le concedía, sustancialmente ese status únicamente a la religión.
El efecto principal de la filosofía posterior de Wittgenstein fue simplemente el de consagrar las banalidades del lengua je cotidiano.
La afirmación anodina de que no es posible lograr un punto de apoyo externo respecto del lenguaje existente (ataque a los lenguajes tipo) iba unida al supuesto implícito de que el lenguaje existente era efectivamente una suma total de usos en el que cualquier eliminación interna o adición, de un juego por otro, quedaba excluida. E1 deber del filósofo era, por el contrario, asegurar la identidad y la estabilidad del sistema, impidiendo pasos no ortodoxos dentro de él.
La extraña idea importaba una declaración, jurada masiva no diferenciada a favor del status quo.
Su producto lógico fue una mística del sentido común y del lenguaje ordinario que lo reflejaba. Wittgenstein, un pensador de gran —aunque estrechas— integridad, y originalidad despreciaba la “impotencia y la bancarrota de la Mente" y acusaba a Oxford de "desierto filosófico". Pero Oxford habría de ser el hogar de la escuela filosófica inspirada por él.
La filosofía lingüística de las décadas del cuarenta y el cincuenta representaba una renuncia de la vocación tradicional de la filosofía de Occidente. Las ideas generales sobre el hombre y la sociedad habían sido el sello de todos los grandes filósofos del pasado, de toda orientación. Hume tanto como Kant, Locke tanto como Spinoza, Descartes tanto como Leibniz, Mill tanto como Hegel, escribieron obras sociales, éticas y políticas así como tratados epistemológicos y lógicos, como parte de una empresa integral.
La filosofía inglesa posterior a la segunda guerra mundial rechazó sistemáticamente la idea misma de la innovación intelectual.
Wittgenstein había escrito: "La filosofía no puede interferir de ninguna manera en el uso real del lenguaje, al cabo no puede más que describirlo. Ya que tampoco puede fundamentarlo. Deja todo como está". Los resultados finales de ese credo estuvieron en la exquisita y obsesiva clasificación de la sintaxis que hizo Austin. Su famoso discurso de la Sociedad Aristotélica, Recurso para las excusas, presenta su justificativo:
Nuestro abastecimiento común de palabras incluye todas las diferencias que los hombres encontraron convenientes establecer, y las relaciones que encontraron convenientes señalar, a lo largo de muchas generaciones; las que por cierto habrán de ser más numerosas, más precisas, ya que soportaron la prueba larga de la supervivencia de los más aptos, y las más sutiles, por lo menos respecto de cualquier cuestión práctica ordinaria y razonable, que las que ustedes o yo podríamos idear a lo largo de una tarde sentados en nuestros sillones...
El significado social de una doctrina así es bastante obvio.
Gramsci escribió una vez que el sentido común es la sabiduría práctica de la clase dominante. El culto del sentido común señala acertadamente el papel de la filosofía lingüística en Inglaterra.
Funciona como una ideología cloroformadora, empeñando la memoria misma de un orden de ideas de alternativa. "La filosofía empieza y termina en perogrulladas" escribió Wisdom, alumno de Wittgenstein.
Es difícil concebir una adhesion más explícita y general a las categorías de la sociedad corriente. La intelligentsia principal practicante de la nueva "terapia" fue bien situada por Gellner:
Tenemos aquí un subgrupo consistente en gente que pertenece, o emula, a la clase alta en forma; que se distingue del resto más vivo de la clase alta por una especie de sensibilidad y preciosismo exacerbados, y, al mismo tiempo, de la clase de intelligentsia que noes-como-uno por una falta de interés en ideas, argumentaciones, fundamentos o reformas. Ambas differentia son esenciales en un grupo así, y ambas están presentes de manera conspicua.
La alabanza asidua del lenguaje ordinario y la adversión por los conceptos técnicos produjeron paradójicamente una filosofía puramente técnica, completamente disociada de las preocupaciones ordinarias de la vida social.
El tecnicismo de la filosofía inglesa contemporánea ha sido entonces necesariamente un filisteísmo. Su característica general más notable es, al respecto, un analfabetismo complaciente.
Wittgenstein no sabía prácticamente nada de la historia de la filosofía, carecía de toda cultura sociológica o económica, y tenía solamente un repertorio limitado de referencias literarias. Una vaga religiosidad y un moralismo inocente forman el respaldo árido de su obra, como lo muestran sus memorialistas: anhelos de Tolstoi mezclados con ecos de Schopenhauer. Esa cultura personal empobrecida determinó bien directamente su pensamiento, como se verá.
La vida intelectual del siglo veinte dejó de lado con mucho a Wittgenstein. Su criterio lo resumió bien su amigo Paul Engelmann, quien escribe de "su lealtad para con toda autoridad legítima, ya fuera religiosa o social. Esa actitud respecto de toda autoridad legítima era tanto una segunda naturaleza en él que las convicciones revolucionarias de cualquier clase le parecieron inmorales durante toda la vida". Ese conformismo patético recuerda a un campesino idiotizado de Europa Central, no a un filósofo crítico.
Los sucesores de Wittgenstein estaban en general mejor equipados. Nada revela tanto el vacío intelectual en el que se ha desarrollado la filosofía inglesa como su premisa fundamental de intemporalidad. Toda la teoría wittgeinsteiniana del lenguaje presupone, en efecto, un cuerpo de conceptos que no cambian y un esquema inalterable de los contextos que los gobiernan. Unicamente una amnesia histórica total podía producir una idea así.
Toda la evolución intelectual de Occidente ha sido un proceso de formación y rechazo de conceptos. No hace falta ningún punto de vista extraterreno absoluto para establecer la contingencia intemporal del lenguaje. Lo opuesto es lo cierto. Fue Wittgenstein quien evacuó el tiempo del lenguaje y lo convirtió así en un absoluto ahistórico.
Pudo hacerlo porque carecía de toda noción de contradicción. La idea de que el cambio lingüístico se produce mediante una dialéctica interna producida por incompatibilidades de diferentes sistemas dominantes del mismo, que dio pie a conceptos radicalmente nuevos en determinados momentos históricos, estaba más allá de su horizonte. Presuponía una idea del lenguaje, no como una unidad monista (Tractatus) ni una pluralidad heteróclita (Investigations); sino como una totalidad compleja, necesariamente habitada por diferentes contradicciones.
Resulta notable que hoy la filosofía francesa se concentre en buena parte en el problema de las condiciones de la aparición de conceptos nuevos; precisamente el problema que la filosofía inglesa está destinada a evitar. La obra de Canguillhem y Bachelard es un estudio prolijo de la aparición histórica de los conceptos científicos del siglo dieciocho, que revolucionaron la biología. Una indagación así es diametralmente opuesta a toda la corriente de la filosofía de Wittgenstein y señala su parroquialismo. Insistir en la naturaleza social del lenguaje, como lo hizo, no basta: el lenguaje es una estructura con una historia, y tiene una historia porque sus mismas contradicciones y discrepancias están determinadas por otros niveles de la práctica social. La armonía mágica del lenguaje afirmada por la filosofía inglesa era en sí solamente un trasunto de una sociedad históricamente sosegada.—
Esta nota de Perry Anderson es un fragmento del extenso ensayo, 'La
cultura británica", aparecido en la New Left Review en 1968.
(Traducción castellana Ed. Nueva Era, Venezuela)
FIN