LA ORIGINALIDAD EN FOTOGRAFÍAS
Publicado en
noviembre 15, 2021
Después de su fracaso como escritora, mi tía Eulogia decidió ser fotógrafa. Y para sorpresa de Roberto, de la flaca y de la Domitila, demostró que tenía un talento innato y donde ponía el ojo, aparecía una obra de arte... El problema comenzó cuando tuvo que fotografiar a los ministros y se empeñó en tomar fotos "completamente naturales".
Por Elizabeth Subercaseaux.
La aventura de mi tía Eulogia y la flaca escribiendo la biografía no autorizada de Roberto resultó un perfecto desastre. Yo nunca he entendido cómo se las arreglaba mi tía Eulogia para arruinar todas sus iniciativas que, mal que mal, no eran tan malas. Solía tener buenas ideas, pero al final ¡zas! la embarraba. En el caso de la biografía, el escándalo se armó en grande, pues ya en la presentación del libro, Roberto dijo a la prensa que él no tenía nada que ver con ese personaje, que todo aquello era una sarta de mentiras, que la flaca y su mujer se estaban aprovechando de su buena voluntad, etc. Entonces los críticos de literatura leyeron el libro como una ficción ¡y lo destrozaron! Que el argumento era malísimo, que el personaje no se sostenía, que la novela, además, era sosa y light, y que mi tía y la flaca debían dedicarse a cualquier cosa, menos a escribir.
—Por ejemplo —dijo un crítico, famoso por lo antipático—, ¿por qué esta señora no se dedica mejor a la fotografía?
Y como mi tía jamás se daba por vencida, dio un salto y exclamó:
—¡Estupendo! Es lo que haré de ahora en adelante. Voy a ser fotógrafa. Se trata de una linda profesión, tranquila, sin estrés, no se requiere escribir ni una letra ni inventar nada, porque ya está todo ahí, listo para ser fotografiado.
—Pero si usted no tiene ni cámara —dijo la Domitila, que la escuchaba con esa cara de "pobre señora, qué lástima me da", que ponía cada vez que mi tía inventaba una nueva profesión.
—¿Y qué cuesta comprar una cámara?
—¿Tú crees que es cosa de poner el ojo y disparar, y que te salga una obra de arte? —dijo el plomo de Robertó, que había quedado amargo después de la biografía no autorizada. La flaca no le habló más y mi tía lo echó de la pieza.
—Es cosa de talento, algo que yo tengo a raudales y que un perejiliento como tú, por supuesto no entendería.
El próximo paso para "su nueva carrera" fue ir a la tienda de cámaras.
—Necesito la más profesional que tenga —solicitó mi tía.
Le mostraron una cámara que lo hacía todo sola, hasta decir thank you después de cada toma.
—¿No tiene una que no hable?
—Entonces lleve esta —dijo el dependiente, y le alcanzó una automática un poco menos revolucionaria, pero tan buena como la otra.
Nunca entendimos cómo fue que mi tía consiguió el puesto en esa revista. Se trataba de una estupenda revista femenina que, en cada número, llevaba una entrevista a un personaje, ya fuera un ministro, el decano de una facultad, un médico famoso, una directora de alguna empresa estatal, etc. Y necesitaban un fotógrafo para esas entrevistas.
Mi tía Eulogia tiene que haberle caído muy bien a la directora de la revista. De otra manera no me explico cómo fue que la contrató. Mi tía llegó con su vestidito de niña de las monjas y su cara de luna llena, casi sin maquillaje, toda sencilla y bonita —siempre se veía bonita—, y se sentó frente a la directora que la observaba con curiosidad.
—¿Cuál fue su último trabajo?
—Escribir la biografía de Roberto con la flaca, señora.
—¿Y quién es la flaca?
—La flaca de la esquina. Es la amante de Roberto.
—¡Ah! ¿Y Roberto es su hermano?
—No, qué va a ser mi hermano. Ojalá. Es mi marido.
—Mmmm —la directora se acercó a ella sin despintarle los ojos de encima—. Así que es escritora.
—De biografías no autorizadas, sí.
—¿Y dónde aprendió fotografía?
Fue entonces cuando mi tía le dijo que todavía no aprendía, que tenía las mejores intenciones del mundo, que a ella todo en la vida le había ocurrido así, que por favor le diera una oportunidad. Y la directora la contrató.
Para sorpresa de la directora, del editor, de Roberto, de la flaca, de la Domitila y de toda nuestra familia, mi tía resultó tener un talento innato para la fotografía. Donde ponía el ojo aparecía una obra de arte, las luces se le daban a la perfección, dominaba los ángulos, componía muy bien sus escenarios.
Hubo algunos problemas, para qué estamos con cuentos, no todo fue perfecto. A la ministra de Defensa la fotografió en un tanque y la revista tuvo que pagar una serie de daños y perjuicios porque, en su afán de hacer fotos "completamente naturales", mi tía obligó a la Ministra a subirse al tanque, echarlo a andar y lanzarlo contra un muro. Disparó su cámara justo cuando el tanque atravesaba para el otro lado y la Ministra se partía la ceja con un ladrillo. Fue un escándalo, pero la foto resultó excelente, todo un golpe periodístico. La directora pagó los costos, incluido el médico que le zurció la ceja a la Ministra, le mandaron chocolates a la clínica y el asunto se solucionó.
Al ministro de Educación lo fotografió sentado en un pupitre de niños, con pantalones cortos, luego de depilarle las piernas con cera (algo que al Ministro simplemente le cargó); la foto resultó tan encantadora, que el hombre, emocionado, le mandó a mi tía un ramo de flores y a la directora una bandeja de pasteles.
Al Canciller lo fotografió lanzándose en paracaídas mientras gritaba "¡por la patria!". Lo malo fue que el paracaídas era de la Segunda Guerra Mundial y el pobre hombre quedó colgando de un sauce con un brazo roto y la cadera trizada. Si no fuera porque la foto causó tal sensación, que al Canciller lo nominaron candidato a la presidencia, mi tía habría caído en la cárcel.
Las cosas se pusieron color de hormiga cuando tocó entrevistar al ministro de Salud, un flaco malacatoso, que estaba enfermo de casi todo y tenía una terrible pinta de listo para el otro lado. Había que fotografiarlo de manera tal, que diera la impresión de máxima sanidad. Entre mi tía y la Domi estuvieron toda una tarde pensando, hasta que se les iluminó la cabeza y dieron con una idea genial. Iban a meterlo dentro de una manzana gigantesca
—¿De una manzana? —preguntó la directora—. ¿Te has vuelto loca? ¿De dónde vamos a sacar una manzana de ese porte?
—No tiene para qué ser una manzana de verdad, con que sea de plástico basta y sobra —argumentó mi tía.
Y la directora, confiada en la genialidad de su fotógrafa, le hizo caso. Hicieron fabricar una manzana de plástico que se abría por detrás con una cremallera. Instalaron al Ministro dentro de la fruta con órdenes de salir por la parte superior en cuanto mi tía dijera "¡ya!".
Comenzó la sesión. Mi tía acomodó su trípode, instaló sus focos, colocó la bella manzana sobre una mesa y dijo: "¡Ya!". Pero la manzana no se abrió. "¡Ya!", repitió, y nada. "¡Ya, pues, Ministro, salga por la parte superior de la manzana, tal como acordamos!", lo instó. Silencio.
Mi tía entonces, presintiendo que algo no muy bueno estaba ocurriendo, llamó a la directora por teléfono.
—Es mejor que venga. El Ministro no sale de la manzana.
Al otro lado de la línea la mujer sintió venir un infarto.
—¿Cómo que no sale de la manzana?
—Lo que oye. Le he dicho ¡ya! tres veces seguidas y no sale.
—¡Acércate a la manzana para ver si está vivo, y dime lo que pasa, bruta! —chilló la otra descompuesta.
—No me atrevo —dijo mi tía.
—Llama al 911 —dijo la directora—mientras voy en camino a tu estudio.
Al poco rato llegó la ambulancia seguida de la directora y se acercaron a la manzana:
—¿Ministro? ¿Está ahí?...
Nada. El de la ambulancia comenzó a abrir la manzana por la cremallera, y al llegar al fondo se encontró con el Ministro lívido, desmayado por la falta de aire.
—¿Por qué no le pusiste una ventana a la manzana? —chilló la directora.
—¡Las manzanas nunca han tenido ventanas! —gritó mi tía, mientras el de la ambulancia le daba una copita de coñac al Ministro, que en ese momento abrió un ojo.
Le pidieron toda clase de disculpas, le regalaron una corbata italiana, y mi tía le tomó una foto sentadito en su escritorio, con un lapicero en una mano y un estetoscopio en la otra, la cosa más obvia y sin gracia del mundo, pero también la más segura.
Lo más sorprendente es que, pese a lo estrafalarias que eran las ideas de fotos de mi tía, los personeros comenzaron a pedirla; si no era ella quien sacaba la foto de la entrevista, preferían no ser entrevistados.
—Pero te suplico, Eulogia, ten cuidado, no sigas inventando locuras, ¿no podrías tomarles unas fotos comunes y corrientes, con la señora y los niños o jugando con su perrito? —le suplicaba la directora, que ya había entrado en una especie de pánico perpetuo, siempre a la espera del próximo escándalo.
El temido momento llegó cuando mi tía Eulogia tuvo que ir a fotografiar al Presidente del país.
—Póngase el pijama, para que hagamos una foto original, algo familiar, más liviano, más informal, estilo americano, a lo Lewinsky —le dijo, y el Presidente, que era el hombre más serio del mundo, se quedó mirándola espantado.
Esa misma tarde, el Presidente habló con la directora, y la directora tuvo una seria y franca conversación con mi tía.
—Entre tú y la revista, me quedo con la revista —le dijo, y la despidió.
Al regresar a su casa, como un perro con la cola entre las piernas, fracasada una vez más, el desatinado de Roberto la estaba esperando con una sartén envuelta en papel de regalo.
—Te compré esto, para que no vuelvas a abandonar la cocina de tu casa, que es donde una mujer decente debe estar —le dijo.
Y mi tía agarró la sartén y se la partió en la cabeza.
—¡Bien merecido!
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, FEBRERO 18 DEL 2003