Publicado en
septiembre 25, 2020
Informe de SELECCIONES al consumidor.
Esta exquisita gema de los mares se da en todos tamaños, formas y colores. He aquí lo que usted debe saber.
Por Etsuko Kihara
LA PERLA es la princesa de las joyas. Su esplendor elegante, su redondez refinada y sutil suavidad no se encuentran en las piedras naturales. Bella, adaptable y familiar, la perla goza de popularidad en el mundo entero. Más aún: considerando que la contaminación de los mares está limitando la producción de perlas, esta gema ha aumentado considerablemente su valor como inversión.
A pesar de todo, comprar una perla no es tarea fácil. El comprador de perlas debe enfrentarse a una multitud de consideraciones que incluyen forma, lustre, color y engarce. Si el lector piensa adquirir una perla, ya sea para regalo o como inversión, deberá tener ciertos conocimientos de la joya como mercancía.
La perla tiene un largo historial entre las joyas. Por ejemplo, consta en el Shu-jing (el más antiguo libro chino de historia) que ya en el año 2500 a. de J. C., se entregó una perla como tributo a un rey. Y, según la leyenda, Cleopatra disolvió una en su copa de vino, en un banquete, para demostrar a Marco Antonio cuán grande era su riqueza.
Se trataba entonces de perlas naturales, especie tan valiosa actualmente que, en su mayoría, son piezas de museo o se guardan en las cajas fuertes de las familias reales. Las que hoy vemos en exhibición en tiendas y joyerías son, por lo general, perlas cultivadas, réplicas biológicamente reproducidas de la gema natural. Unas y otras se forman de la misma manera. En cada caso, se introduce una partícula extraña en la ostra comúnmente conocida como concha madre. En el caso de la perla natural, entra por accidente una partícula de arena o polvo en la ostra posada en el fondo del océano. En el de la perla cultivada, se inserta intencionalmente en la ostra un núcleo redondo (hecho de concha), procedimiento inventado por Kokichi Mikimoto en 1893. Entonces la ostra irritada secreta nácar para protegerse de la materia intrusa. Las capas de nácar envuelven al núcleo y van formando una perla.
Como la parte esencial de la gema es la capa de nácar, y en esta capa no hay diferencias fundamentales, tanto la perla natural como la cultivada son "genuinas". Sin embargo, hay perlas de diferentes tipos y tamaños. Existe, por ejemplo, la llamada perla japonesa, que se forma dentro de la ostra Akoya (Pinctada fucata). Y tiene de dos a 10 milímetros de diámetro, aunque en su mayoría miden entre seis y ocho.
Una gema de mayor tamaño es la perla de los mares del Sur. Cultivadas principalmente en Australia dentro de la ostra Mariposa blanca (Pinctada maxima), estas perlas son de más de 10 milímetros de diámetro, y en algunos casos llegan a tener hasta 17. Las de los mares del Sur son escasas y más costosas que las de la ostra Akoya.
También existe la perla de agua dulce, bastante rara, que se cultiva principalmente en el lago Biwa, dentro de la ostra Mariposa del estanque (Hyriopsis). A diferencia de la japonesa y de la de los mares del Sur, esta perla, también llamada del arroz a causa de su figura, se forma insertando un fragmento de corteza de la ostra Akoya (no un núcleo redondo) dentro de la concha madre.
Las semiesféricas, o medias perlas, son conocidas como perlas Mabe. Cultivadas mediante la inserción de un núcleo en forma de semicírculo, varían de 12 a 13 milímetros en tamaño y algunas llegan a medir más de 20. No tan caras como las redondas, son muy apropiadas para la fabricación de pendientes, collares y broches.
Entre otras formas están la Lágrima y la irregular Barroca. La primera, cuya forma se originó por mera coincidencia, puede hacer un precioso pendiente; la Barroca, que se genera alrededor de un núcleo redondo, pero que la enfermedad o las malas condiciones del medio han desfigurado, sirve para hacer hermosos anillos.
El tamaño o el tipo de la perla que se compre dependerá del uso que se piense darle. Para un anillo, la más apropiada será de unos ocho milímetros; para pendientes, de siete u ocho; y para un broche, de cinco o seis. El precio lo determinan el tamaño, el color, el brillo y la redondez. Si no hay diferencias cualitativas, generalmente las perlas no son muy distintas de los diamantes y de otras joyas: cuanto mayor la perla, más alto su valor. Pero si es de siete, 7,5 o 7,9 milímetros una perla, se la considerará como de siete. Por tanto, cómprese la mayor dentro de la gama de siete milímetros en vez de adquirirla de ocho. Si el lector proyecta comprar un collar, deberá pensar en perlas de menor tamaño, pero de mejor calidad. Como el precio tiende a aumentar en progresión geométrica, las de medida menor costarán alrededor de la mitad del precio, y la diferencia podrá ser considerable cuando se trate de un collar (por ejemplo de 50 centímetros) que requiera un gran número de ellas.
Habiendo decidido el tamaño, obsérvese el oriente o brillo de la perla. Cuanto más gruesa sea la capa de nácar, mejor será su oriente. El lustre de las capas de nácar es el alma de la perla. Hasta las grandes valen poco como joyas si carecen de brillo. Las capas de nácar gruesas aseguran también una calidad duradera.
Después, considérese el color. Hay perlas rosadas, blancas, plateadas, azules, de color de crema y amarillas. Generalmente la más cara es la rosada, seguida por la blanca y la amarilla. Pero desconfíese de la perla rosada de color demasiado intenso. Quizá fuese tratada mal durante el proceso químico de limpieza; tales piezas pierden gradualmente su color. Lo mismo puede decirse de las azules o azuladas-grisáceas que se exhiben como "perlas negras". La verdadera perla negra se cultiva en Okinawa, en la ostra Mariposa negra (Pinctada margaritifera). Muy pocas son las que se producen, por lo cual resultan tremendamente costosas.
Trátese de examinar el color y el brillo a la luz del día, cerca de una ventana que dé al norte. Si hay que elegir con luz artificial entre varias perlas, compárense unas con otras. Los conocedores dicen que la perla de capas gruesas tendrá un oriente más profundo y suave, que "se siente en ella algo que le da dignidad".
En cuanto a los defectos, cuanto menos tenga, mejor, claro. Para un anillo, sobre todo, deberá contarse con una perla sin tacha, aunque resulta perfectamente aceptable la que muestre un defecto en su parte inferior, que podría disimularse en el engarce. Para los collares, es importante el brillo de la gema, y son tolerables las fallas leves.
El precio de las joyas hechas con perlas revela el valor de la gema, del engarce y el trabajo del orfebre. Los precios de anillos y broches varían según la clase de metal utilizado para montarlos, el dibujo y las otras piedras empleadas como adorno. Pero el costo del trabajo del orfebre sobrepasa a menudo al de la perla.
Cuidadas como es debido, las perlas duran para siempre. Como están integradas principalmente por carbonato de calcio, las atacan los ácidos. Si entran en contacto con el sudor, se opacará su brillo; por tanto, después de ponerse un collar de perlas hay que limpiarlo cuidadosamente con un paño suave y seco. Trátense las perlas delicadamente y, al guardarlas, procúrese protegerlas de la luz del sol y del calor seco. Como precaución contra la rotura del hilo (y contra la posible pérdida de perlas) se deberá renovar al menos dos veces al año el hilo del collar que se luzca con frecuencia, e incluso al que se lleve en raras ocasiones será necesario cambiarle el hilo anualmente.
Esta gloriosa gema de los mares es única y adaptable. Está aceptada generalmente como única joya que se puede llevar con ropa de luto. La reina Isabel II lució un hermoso collar de perlas en el funeral de sir Winston Churchill. Según el dicho, el collar "de un hilo es para la mañana, de dos para la tarde y de tres para la noche". En suma, la perla puede ser sencilla o puede ser esplendorosa. Es, sin duda alguna, la princesa de las joyas.