¿POR QUÉ FRACASAN LOS MATRIMONIOS FELICES?
Publicado en
agosto 18, 2015
"Cuanto más feliz es un matrimonio, más desdichados se sienten los cónyuges", comenta este notable especialista en ciencia de la conducta. He aquí una paradoja que es necesario aceptar.
Por Richard Farson (doctor en filosofía y sicología, es cofundador del Instituto de Ciencias Sociales de La Jolla (California).
POR INCREÍBLE que pueda parecer, los matrimonios felices tal vez fracasan más frecuentemente que los que no lo son. Y fallan, precisamente, porque son buenos.
¿Cómo puede zozobrar un hogar feliz? La respuesta más sencilla es que quizá presentaba un aspecto sólido, pero en el fondo algo andaba mal. Así solemos razonar cuando se trata del divorcio. ¿Y qué decir de esas parejas que desde cualquier punto de vista parecen superar a las demás? También pueden romper. Y debido a las grandes esperanzas que hacen concebir —esa conciencia de lo bien que vendría casarse— tales hogares suelen correr más riesgo que otros.
Los esposos felices pueden reñir porque su misma felicidad genera descontento. Este puede tener un sinfín de causas, algunas insospechadas. He aquí seis de ellas:
1. El descontento se debe a que las necesidades básicas de la unión ya han sido colmadas. Sin embargo, la gente jamás se siente conforme del todo. Tan pronto como satisface unas necesidades, desarrolla otras de orden superior.
Después de todo, el matrimonio no se creó para ser lo que es hoy. Fue instituido, primero, por razones de supervivencia; luego, de seguridad; y más tarde, de conveniencia. Ahora nosotros damos por sentado que satisfará no sólo esas necesidades fundamentales sino también otras de orden superior: camaradería intelectual, momentos de intimidad, armonización de gustos y valores, amor romántico y hondos placeres sexuales.
La dificultad estriba en que esas necesidades superiores son más complejas y por tanto más difíciles de satisfacer continuamente que, por ejemplo, las de carácter monetario, razón por la cual producen más desilusión y descontento cuando quedan insatisfechas.
2. El descontento se debe a que ambos cónyuges desempeñan con éxito su papel respectivo. Cabría esperar que el representar bien ante la sociedad sus respectivos papeles contribuiría al éxito del matrimonio. ¿Acaso no sería lógico esperar que una mujer toda feminidad, dulzura, gusto, sensibilidad, comprensión y docilidad fuera la compañera ideal para un hombre viril, fuerte, emprendedor, decidido, racional y dominante?
Lo más probable es que resulte exactamente lo contrario. Los dos papeles imponen tantas limitaciones y, al mismo tiempo, exigencias, que el resultado puede ser algo monstruoso. Como empezamos a percibir, el opresivo concepto del "papel de la mujer" ha llevado a muchas mujeres al paroxismo de la ira. Y el papel del hombre provoca tan recios sentimientos de presión, culpabilidad, impotencia y artificialidad que él también exige que se le aligere la carga.
¿No sería lo normal que en la intimidad y al amparo del hogar se aliviara la tensión creada por las exigencias del papel social? En la mayoría de los casos, la respuesta es negativa. A decir verdad, es notoria la forma en que hombres y mujeres insisten en que el cónyuge sea de estereotipada personalidad.
3. El descontento se debe a que hoy el matrimonio comprende un nuevo concepto de la satisfacción sexual. Ya no hay manera de escapar al alud de palabras e imágenes que dan una idea totalmente nueva de lo que podría ser el trato carnal. Ahora las parejas esperan que el goce sexual adopte una gran variedad de formas, y se sienten seriamente defraudadas cuando sus experimentos no tienen el éxito apetecido. Hay un ansia desesperada no sólo de orgasmos, sino hasta de superorgasmos, éxtasis y culminaciones imponderables. Y no de vez en cuando, sino cada vez. Y volvemos a lo mismo: si en otro tiempo las intimidades sexuales eran propias de un buen hogar, hoy se espera que sean bastante más que eso.
4. El descontento se debe a que los matrimonios se deterioran con las ganancias logradas en la "revolución de la conciencia". Las normas de vida que han surgido de esta revolución han hecho que muchas personas reconsideren su concepto del matrimonio. Por ejemplo, el valor concedido a la más absoluta sinceridad en nuestras relaciones con el prójimo produce una tensión excesiva en algunos casos. Siguiendo los consejos de los sacerdotes de la nueva conciencia, hombres y mujeres se colman de expresiones de la más genuina franqueza, en un esfuerzo aparente de enriquecer su vida matrimonial que, en realidad, la hace casi intolerable. Con demasiada frecuencia uno abusa de la sinceridad para exculparse y echar al otro la responsabilidad.
Pero, sobre todo, la nueva conciencia ha hecho nacer esperanzas de que exista en el hogar una intimidad superior, cosa bastante rara. Quizá la unión matrimonial sea algo demasiado importante para echarle a cuestas tales intimidades. Sencillamente, nadie quiere correr riesgos con una relación que tanto significa.
5. El descontento se debe a conjeturas sobre la vida de otros esposos. Así como cada persona considera necesario presentar al mundo su propia imagen, las parejas de casados creen que deben exhibir únicamente el mejor aspecto de su hogar. Todos estamos de acuerdo en que no hay un matrimonio perfecto, en que en todos hay disgustos y desilusiones. Sin embargo, cuántas veces no minamos nuestra felicidad conyugal pensando que otros, por equis circunstancias, son más felices. Si pudiéramos realmente saber más de las vidas ajenas, llegaríamos a la conclusión de que son más bien semejantes que diferentes de la nuestra, en una forma triste, risible y hasta reconfortante.
6. El descontento se debe al afán de comparar la condición marital consigo misma, en sus mejores momentos. El recuerdo que guardan las parejas de su noviazgo y de sus primeros tiempos de casados hace que la situación actual les parezca menos romántica, menos emocionante.
Esto es especialmente cierto cuando hay hijos. Para la mayoría de las personas, el máximo cambio en el matrimonio llega con el primogénito. Es en ese momento cuando surgen verdaderas limitaciones y la atención de la esposa se desplaza del marido al hijo. La disminución de la actividad carnal y la multiplicación de quehaceres domésticos, por apreciados y bellos que puedan ser, traen descontento cuando se compara la vida presente con la anterior.
Pero quizá la mayor causa de descontento sea la comparación, en el momento actual, de los malos y buenos ratos del matrimonio. Los esposos afortunados experimentan momentos verdaderamente celestiales, pero aquellos que son lo bastante afortunados para lograrlos se ven en la imposibilidad de sostenerlos y no se resignan a una rutina. Quieren que la vida sea una satisfacción constante. Pero si se desea una situación estable, constante, si se quiere evitar los valles, hay que eliminar las cimas, lo cual coloca al matrimonio dentro de límites muy estrechos. Los buenos hogares, los felices, no son así, pero quizá sea excesivo el precio que exigen.
ESE CONSTANTE hablar del matrimonio, en términos positivos o negativos, sólo ha servido para que se pongan en él mayores esperanzas. Lo que resulta difícil recordar es que ningún hogar, bueno o malo, puede soportar un exceso de esperanzas frustradas. Si fuéramos capaces siquiera de comprender que cuanto más feliz sea nuestra unión más ocasiones habrá en que peor nos sintamos, podríamos evitar que los incidentes que surgen en cualquier hogar nos llevaran a la separación y al divorcio. Esa comprensión nos daría la visión necesaria para prolongar la felicidad conyugal toda la vida.
Condensado de "McCalls" (Octubre '71), © por The McCall Publishing Co., 23o Park Ave., Nueva York, N.Y. 10017