EN BUSCA DE PAZ PARA UNA GENERACIÓN
Publicado en
agosto 17, 2015
En esta entrevista exclusiva, el Presidente de los Estados Unidos bosqueja los objetivos de su política exterior y propone la estrategia general para alcanzarlos.
Por Richard Nixon.
Pregunta. Señor Presidente, usted ha dicho muchas veces que su objetivo es "una generación de paz". ¿Qué probabilidad cree usted tener para alcanzarlo?
Respuesta. Muchos creen que peco de ingenuo al hablar de una generación de paz. Otros muchos opinan que buscamos efectos puramente políticos. Pero todos debemos proponernos grandes metas, para tratar después de conquistarlas. Woodrow Wilson dijo de la guerra que debía salvar al mundo para la democracia. H. G. Wells afirmó que la primera conflagración mundial era la guerra para acabar con las guerras. Ambas eran grandes metas. Ahora bien, hoy estimo que estamos entrando en un período en que se ha alejado mucho el peligro de un conflicto mundial, de una guerra general. Es, en efecto, muy probable que una generación de norteamericanos viva libre de alguna guerra. importante. No podemos, los norteamericanos, asumir la responsabilidad de conflagraciones repentinas, de guerras más o menos limitadas, sea en Asia, en África o en Iberoamérica. Probablemente seguirán estallando mientras vivamos. Por otra parte, los Estados Unidos pueden y están dispuestos a usar su enorme influencia para moderar los ánimos, como tratamos de hacer ahora entre la India y Paquistán, manteniendo buenas relaciones con ambos países.
P. ¿Qué beneficios prevé usted que traerá a los Estados Unidos y a la paz mundial su nueva política hacia la China continental? ¿No entraña peligros esa política?
R. No cabe duda que encierra peligros, lo mismo que beneficios en potencia. Entre nuestros amigos de Asia causa preocupación el que los Estados Unidos quieran establecer relaciones más normales con la China continental, teniendo en cuenta cuál fue el historial de ese país en Corea e Indonesia, y el apoyo que da a los norvietnamitas. En esas circunstancias nuestros amigos comienzan a preguntarse si los Estados Unidos, al acercarse a China —donde vive una cuarta parte de la población de la Tierra—, no perjudicarán a 300 millones de personas que habitan en la periferia de Asia, en países que no son comunistas. La respuesta es que no vamos a perjudicar a nadie, como tampoco los chinos comunistas van a romper sus compromisos con Corea del Norte, por ejemplo.
Esta iniciativa no se tomó precipitadamente. Escribí por primera vez acerca del asunto en el año 1967, en la revista Foreign Aflairs,* y puse en marcha una nueva política al respecto en febrero de 1969. Hemos de sopesar los peligros que el acercamiento entraña a corto plazo, comparándolos con el peligro a largo plazo de abstenerse de hacerlo. Hemos de pensar a la larga en que China, que hoy tiene 750 millones de habitantes, tendrá acaso mil millones dentro de 20 años, y que será una potencia económica muy importante. Será una superpotencia nuclear, si se propone serlo. Si se aísla del resto del mundo a China, situada en el corazón de Asia, con todo su poder y con ciudadanos tan capaces, surgirá un peligro de magnitud inaceptable no sólo para sus vecinos, sino también para el resto del mundo.
Es irónico que sean los Estados Unidos .y no la Unión Soviética quienes pueden tomar esta iniciativa. Pero al meditar en el asunto —y no para la próxima elección, ni siquiera para dentro de cinco o de 10 años, sino para 15 y 20—, me pareció que cualquiera en mi posición, con todo el poderío que reúnen los Estados Unidos, tendría la obligación de tratar de mitigar el peligro de una China aislada.
¿Cuáles son los beneficios? Los beneficios no serán inmediatos. En primer lugar, no habrá, por ejemplo, un aumento masivo del intercambio comercial. Otras naciones de Asia han descubierto que no es precisamente el comercio lo que hay que buscar de China. Tampoco significa que China, después de reunirse con nosotros, va a abandonar su entusiasmo por la filosofía del comunismo, ni los tácitos ideales de extender el poder comunista por el mundo entero. No van a renunciar a sus principios, como tampoco nosotros vamos a renunciar a los nuestros. Nadie creerá que, después de esta reunión, China no plantea realmente peligros importantes. Su filosofía del gobierno interior es diferente de la nuestra; su filosofía de la política exterior es también diferente, y esas diferencias seguirán siendo irreconciliables. Se trata, pues, de haber comprendido que resulta difícil vivir juntos, pero imposible vivir apartados.
Tenemos que descubrir, por consiguiente, dónde coinciden nuestros intereses con China continental. Una de esas coincidencias es el peligro de un conflicto nuclear. Debemos evitar el peligro de un choque. En segundo lugar, debemos explorar la posibilidad de una comunicación mayor, y tal vez de más intercambio comercial. En tercer lugar creernos que el hablar con ellos, bien sea en las Naciones Unidas (pese a la violencia de los discursos que se pronuncian allí) o bien en un diálogo bilateral, podría servir para reducir las probabilidades de que nuestros dos países tengan rozamientos y entren en conflicto en la periferia de Asia.
Vamos a seguir teniendo diferencias fundamentales en la forma de pensar cómo debe ser Asia y el mundo en general. Eso es natural. Las tienen incluso las potencias amigas. Pero es importante iniciar el diálogo de forma que, cuando haya desacuerdo en el futuro, podamos reducir el peligro de que esas discrepancias se ahonden y desemboquen en un conflicto armado.
P. En su campaña presidencial de 1968 usted se comprometió a terminar la guerra de Vietnam. ¿Cuándo va a acabar y cómo va usted a ponerle fin?
R. La guerra está ahora terminada virtualmente, en cuanto se refiere a acciones bélicas norteamericanas. Nuestras bajas de hace dos meses han sido aproximadamente de diez semanarias, o menos, frente a 100 a la semana hace un año, a 200 por semana hace dos años y a 300 semanales cuando entró en funciones mi Gobierno. Todas las labores de localización y destrucción del enemigo, así como las demás acciones, están en manos de los sudvietnamitas. Nosotros simplemente ocupamos posiciones defensivas. Lanzamos ataques aéreos, pero las pérdidas norteamericanas en el aire son mínimas.
El número de norteamerivanos que hay ahora en Vietnam es menor de 175.000. Ese número disminuirá hasta que todos los norteamericanos hayan sido retirados, cuando los sudvietnamitas asuman la responsabilidad de su propia defensa, que —estamos seguros— pueden ya asumir. Sólo es cuestión de tiempo, y nuestros planes se elaboran sobre esa base. Dentro de unos meses la participación norteamericana en el Ejército de tierra desaparecerá, con excepción de un residuo.
El problema de terminar el conflicto, de poner fin a la intervención norteamericana, depende del problema de nuestros prisioneros de guerra. Mientras no haya éxito en las negociaciones y mientras queden en Vietnam del Norte prisioneros de guerra norteamericanos, será necesario que los Estados Unidos mantengan una presencia residual, y desde luego que conseren la facultad de infligir importantes daños al enemigo con ataques aéreos. Eso, por supuesto, es para el enemigo una razón que lo mueve a negociar, si quieren que los Estados Unidos se retiren totalmente de Vietnam. Si logramos algo con respecto a los prisioneros, podremos retirar todas las tropas norteamericanas de tierra. Sin embargo seré categórico al decir que, mientras estén allí esos prisioneros de guerra, tendremos fuerzas en Vietnam.
Lo que queremos es un armisticio en toda Indochina y el regreso de todos los prisioneros. Si logramos esas metas, será total la retirada norteamericana de Vietnam. Si no las logramos, tendremos que tomar un camino más largo, conservando fuerzas suficientes para poder negociar el problema de nuestros prisioneros.
Una vez qué los Estados Unidos se hayan retirado de Indochina, la guerra volverá a ser incumbencia exclusiva de los vietnamitas. Lo que hemos logrado en esta angustiosa guerra es dar a los sudvietnamitas la capacidad de defenderse ellos solos. Tienen ahora esa capacidad, y creo que también los camboyanos tienen elementos para defenderse ellos mismos con probabilidades de éxito; asimismo, opino que se puede lograr el equilibrio en Laos, que es lo mejor que podemos esperar.
P. ¿Depende la meta de una generación de paz de algún paso importante hacia el desarme mundial? Y, en concreto, ¿qué resultados espera usted de la conferencia del desarme o SALT?
R. En primer lugar las conversaciones de SALT no son negociaciones de desarme. En ese aspecto se las ha interpretado mal. Las conversaciones de SALT son de limitación de armamentos, pero ninguno de los bandos se va a desarmar. Sin embargo, constituye un paso por el buen camino. Las conversaciones de SALT van bien. No han producido una limitación inmediata, y la razón de ello es que se discuten puntos de interés vital para ambos países. Los Estados Unidos hablan de su seguridad nacional, y la Unión Soviética negocia sus intereses vitales; por consiguiente son unas negociaciones difíciles y árduas.
Hay otros casos en que nos separan diferencias muy grandes de concepto, cuando nuestros intereses entran en conflicto en muchas partes del mundo: en Europa, en Oriente Medio, etcétera, pero en los cuales los dos países, siendo como somos potencias nucleares, sabemos que, si nos viéramos arrastrados a una guerra, sería muy probable que cometiéramos un suicidio mutuo.
Sé que si ahora, sentado ante este escritorio, diera la orden de lanzar un ataque nuclear contra la Unión Soviética, perecerían quizá 70 millones de rusos —para decir una cifra cualquiera—. y 70 millones de norteamericanos. El jefe del Estado soviético sabe que ocurriría exactamente lo mismo si decidiera él lanzar el ataque. La decisión, tanto para uno como para otro dirigente, es inaceptable. ¿Qué hacer, entonces? Primero debemos discutir en la cumbre para reducir las zonas en que podemos tener conflictos, por ejemplo Europa, el Oriente Medio y la región más periférica, que es Asia Sudoriental. Pero, en segundo lugar, hemos decidido ocuparnos del terrible poder de las armas nucleares para ver si hay forma de interrumpir esta carrera ascendente de rearme y frenar los prohibitivos costos del armamentismo. El continuo aumento de esos costos es absolutamente injustificable, porque distrae recursos que podrían usarse para elevar el nivel de vida del pueblo ruso y del pueblo norteamericano. Por tanto va en interés de la paz llegar a una limitación de los armamentos, y redunda también en interés del progreso interior. Los soviéticos quieren lograr eso; nosotros, los norteamericanos, lo queremos también.
En mi opinión, hay muy buenas oportunidades de llegar a un acuerdo en las conversaciones de SALT, de lograr una limitación de armas ofensivas y defensivas. Pero sólo se trata de una limitación. No es más que el primer paso. El siguiente sería la reducción bilateral de los armamemos. Y ese es, desde luego, el objetivo que nos hemos fijado.
Ahora bien, mientras no se haya alcanzado un acuerdo, los Estados Unidos deben mantener sus propias fuerzas a un nivel que merezca el respeto de los dirigentes de la Unión Soviética. No debemos quedar por debajo de ellos. No me cansaré de insistir en que el pueblo norteamericano jamás debe enviar a un Presidente a negociar en representación de la segunda potencia del mundo. Y eso no por afanes agresivos, sino porque se juega el destino de la nación estadounidense. Desde el punto de vista práctico, se reducirán mucho las oportunidades de conciliación si el que está al otro lado de la mesa de negociaciones nos juzga más débiles. Lo que asegura el éxito de la negociación es ir conscientes de la fuerza del otro y de que ninguno permitirá al contrario lograr una ventaja sustancial. Teniendo eso en cuenta, es posible llegar a un convenio.
Algunos editoriales aparecidos en la prensa después del anuncio de mis viajes a China y a la Unión Soviética se caracterizaron por un sentimentalismo ingenuo. Comentaban, en efecto, que con sólo conocernos mutuamente desaparecerían nuestras diferencias y el mundo estaría más seguro desde ese mismo instante. Eso no es verdad. Me gustaría que la realidad fuera así, pero no lo es. El mundo va a seguir siendo peligroso; va a seguir siendo competitivo. Pero una aproximación pragmática de parte nuestra y de parte de ellos puede desembocar en el control de esas fuerzas de destrucción. Tal es nuestra tarea, y tal es la tarea de Brezhnef, y de Kosygin, y de Mao Tse-tung, y de Chou En-lai.
P. El Oriente Medio parece haber ocupado el lugar de Sudvietnam como foco principal de problemas. ¿No podría desembocar esto en una confrontación bélica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética? ¿Cómo se podría evitar esa amenaza?
R. Advirtamos primero que hay varios niveles de peligro cuando chocan los Estados Unidos y la Unión Soviética. Recuerdo que, cuando lo de Camboya y cuando lo de Laos, aparecieron en la televisión muchos comentarios casi histéricos, según los cuales los chinos y los rusos iban a entrar en la guerra. En realidad no iban a entrar ni los chinos ni los rusos, porque para ellos la guerra en Asia Sudoriental es fundamentalmente periférica. Eso no quiere decir que no sigan apoyando a los movimientos comunistas, pero significa que carece de realismo suponer que una intervención estadounidense en Asia Sud-oriental obligaría a intervenir a los rusos o a los chinos. En mi opinión, creer eso es desconocer los hechos.
Pero pasemos a otra zona del mundo, a otro nivel. En Berlín, donde hemos tenido un convenio histórico, cualquier conflicto lleva aparejado un grave peligro de choque soviético-norteamericano, porque allí se juegan nuestros intereses vitales... y los intereses vitales de ellos. Así pues, Berlín ocupa el nivel más alto en el orden del peligro. Por eso es tan importante dirimir el problema de Berlín.
El tercer nivel, intermedio, es el Oriente Medio. El Oriente Medio encierra muchísimos más peligros que Vietnam de conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, pero no es tan peligroso como Berlín. El Oriente Medio es más explosivo por razones obvias: es el gozne meridional de la OTAN. Es la puerta de entrada a África. Atesora enormes reservas de petróleo, que ambos bandos necesitan. Para la Unión Soviética, es la salida al mar. Y quienquiera que domine el Oriente Medio, encrucijada del mundo, puede tener a Europa agarrada por el cuello.
En estas circunstancias, por consiguiente, los Estados Unidos y la Unión Soviética comprenden que cualquier conflicto desatado allí es infinitamente más grave que en Vietnam. Por tanto debemos seguir esforzándonos en mantener la tregua. Debemos continuar tratando de conservar el equilibrio del poder, porque una vez perdido ese equilibrio, aumentará en grado sumo la tentación de agresión por parte de los contrincantes.
Creo que los estadistas soviéticos comprenden que redunda en interés de la Unión Soviética y de los Estados Unidos adoptar una actitud de "vive y deja vivir" en el Oriente Medio. Los Estados Unidos no van a permitir la ruina de Israel y de nuestros intereses en el Oriente Medio. Los soviéticos, por razones propias, seguirán apoyando a sus nuevos aliados, los egipcios. Por consiguiente, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética están destinados a desempeñar un papel en el Oriente Medio. Los americanos estamos allí y allí seguiremos. La Sexta Flota es nuestro mejor apoyo armado. La Unión Soviética está presente en el Oriente Medio y seguirá manteniendo su influencia en esa zona.
Lo que debemos hacer es encontrar una forma de que cada uno respete los intereses del otro, sin dejar que los milenarios odios entre aquellas naciones nos arrastren contra nuestra voluntad a un conflicto armado.
La situación en el Oriente Medio es comparable, a grandes rasgos, con la situación que priva en la India y Paquistán: el odio mutuo se impone incluso a lo que debía ser para cada una de esas naciones voluntad irresistible de supervivencia. No quiero parecer pesimista, pero señalo por qué es difícil el asunto. Hemos celebrado conversaciones muy francas a este respecto con los rusos y sé que no nos beneficiaría a ninguno de los dos dejarnos arrastrar a un conflicto por lo que ocurra entre Israel y sus vecinos. Así pues, es interés nuestro tratar, hasta donde podamos, de quitar virulencia a la crisis. Los progresos logrados no han sido muchos hasta ahora, pero es alentador que hayamos conseguido ya una tregua tan prolongada.
P. Con el auge del Japón, el Mercado Común Europeo y la Unión Soviética, actúan nuevas fuerzas económicas. Cómo concibe usted el papel de los Estados Unidos en este mundo transformado?
R. El mundo está resultando algo menos peligroso por lo que se refiere a la amenaza de guerra mundial, pero es infinitamente más difícil si pensamos en la necesidad de competencia para los Estados Unidos. Conforme se abre el mundo, conforme progresan las naciones, aumenta la extensión donde hay que competir.
Miremos el mundo y veamos lo que hemos ayudado a forjar. Inmediatamente después de la segunda guerra mundial, los Estados Unidos producían la mitad de la producción universal. Nadie se nos acercaba siquiera como competidores económicos. Europa estaba en un mal momento; Japón también lo estaba; la Unión Soviética andaba atrasada con respecto a nosotros; China lo estaba mucho más. ¿Y qué ha sucedido desde entonces? Ayudamos a Europa para su reconstrucción; insistimos en que se formara el Mercado Común, aunque sabíamos que se nos convertiría en un serio competidor económico. Pero lo hicimos porque comprendíamos que sería bueno para el futuro político de Europa. Yo, especialmente, he insistido en la conveniencia de que Gran Bretaña entrara en el Mercado Común.
Incorporada Gran Bretaña, los 300 millones de europeos agrupados en el Mercado Común son, en potencia, la fuerza económica más poderosa de todas y un tremendo competidor de los Estados Unidos. La Unión Soviética produce aproximadamente el 60 por ciento de lo que producimos los norteamericanos. China es aún una potencia menor en lo económico, pero levantará el vuelo conforme vaya abriéndose al exterior e incorporando nuevas técnicas, pues entre sus 750 millones de almas está la gente más ingeniosa del mundo. Cuando despegue, será un competidor muy serio. Los japoneses tendrán a fines de siglo un ingreso por habitante superior al de los estadounidenses si sus formas de trabajo siguen por encima de las nuestras.
Y así, ahora los Estados Unidos ya no son los primeros, ni los otros van detrás. Hay cinco grandes centros de poder económico, todos ellos terriblemente competitivos: los Estados Unidos, la Unión Soviética, Europa, Japón y —más atrás— China. Esto no es del todo malo para los Estados Unidos. En realidad considero que es bueno para el espíritu norteamericano. Eso indica que, si ante esta nueva competencia, los Estados Unidos se rodean de una muralla y viven dentro de ella, perderán su categoría de primer país del mundo. La historia demuestra que todas las grandes naciones que se han encerrado en sí mismas y en sus disputas intestinas, dejan de desempeñar el papel de que son capaces. En una palabra, cesan de ser grandes.
Me gusta comparar esa situación con el ejemplo que, en el campo de los deportes, dio el gran corredor finlandés Paavo Nurmi. En una época fue probablemente el mejor velocista de todos los tiempos, pero nunca rompió la marca de cuatro minutos, y la razón de ello es que nadie podía competir con él. Solía correr con un reloj de pulsera y cronometraba su tiempo al final de cada vuelta. Ganó las Olimpiadas, pero nunca alcanzó la grandeza de que era capaz.
Los Estados Unidos estaban en una posición algo parecida al acabar la segunda guerra mundial. Durante cinco años, o quizá diez —incluso durante los años de Eisenhower— corríamos con el reloj en la muñeca. No teníamos a nadie que se nos pudiera acercar. Ahora somos aún los primeros, pero Europa Occidental nos viene pisando los talones; la Unión Soviética, Japón y China se nos acercan con rapidez y probablemente están a un salto detrás de nosotros. Pero será una carrera larga.
¿Qué deben hacer los Estados Unidos en vista de eso? Encerrarnos en nosotros mismos sería dejar al resto del mundo seguir su carrera. Uno de esos otros grandes pueblos asumirá la dirección económica del mundo, y quienquiera que dirija al mundo en lo económico, lo dirigirá también de otras formas. Si los Estados Unidos abandonan esta carrera, si nos volvemos hacia dentro y nos rendimos a las fuerzas del aislacionismo —si salimos de Europa, reducimos las fuerzas que tenemos allí destacadas, imponemos cuotas para todo; mantenemos el recargo adicional aunque hayamos conseguido un reajuste—, cometeríamos un error fatal. No daríamos el mejor esfuerzo de que somos capaces. Cuando un país o una persona no hace todo lo que puede, deja de ser grande.
Mi sentir es, por consiguiente, que los Estados Unidos deben ver con buenos ojos la pugna que se avecina. Es muy grande considerar que millones de habitantes de la Tierra que nada han tenido sino tristeza y penuria, miseria, hambre y enfermedades, tendrán ahora la ocasión de progresar. Pero los Estados Unidos deben seguir en esa lucha. Los norteamericanos debemos olvidar lo grato que fue correr tranquilos, con el reloj a la vista. Recordemos que entonces no superamos la marca establecida. Ahora, con la nueva competencia, podemos correr la milla en tres minutos y Medio, en vez de correrla en más de cuatro.
Opino que lo haremos dando un enfoque muy nuevo al problema. Nuestra ventaja siempre había sido que hemos proporcionado a nuestros trabajadores la mejor tecnología. Ahora ya no es ese el caso. Una de las razones que hay para que los japoneses y los alemanes obtengan mejores resultados en ciertos campos es que todo su equipo es nuevo. No les quedaba ninguna fábrica en pie a fines de la segunda guerra mundial, pero con la ayuda norteamericana las reconstruyeron completamente. Los Estados Unidos tienen que dedicar buena parte de sus recursos al desarrollo de sus capacidades técnicas. Muchas de las instalaciones norteamericanas son viejas. No podemos esperar que los trabajadores mejor pagados del mundo compitan con maquinaria vieja contra maquinaria nueva. Así pues, es preciso renovar todas las fábricas norteamericanas. Por eso tenemos que pensar en depreciaciones rápidas del valor de las instalaciones.
Nuestro mundo es totalmente nuevo, y también lo es el juego que debemos seguir. Tengo plena confianza en que los Estados Unidos podrán jugarlo con los mejores elementos, pero debemos hacer un examen de conciencia para averiguar cuáles son nuestras fallas, y corregirlas acto seguido.
* Condensado como Asia después de Vietnam, véase SELECCIONES de abril de 1968.