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agosto 18, 2015
MUCHAS veces viajo desde la universidad hasta mi casa pidiendo a los automovilistas que me lleven gratis. Cierto fin de semana, el primero que me recogió me adelantó un trecho, y luego tuve mala suerte. Pasé más de una hora sin que nadie se ofreciera a llevarme. Entonces vi un auto viejo que tenía una rueda desinflada. Pensando que sería mi única oportunidad de conseguir transporte, me adelanté a ofrecerle ayuda. El conductor era un señor de edad. Le ofrecí cambiar el neumático y él aceptó.
Mientras estuve trabajando, el viejo se quejaba de la juventud de hoy.
—Ante todo —me dijo—: uno nunca debe recoger a esos muchachos que andan pidiendo viajar gratis.
Se puso entonces a darme sus razones. Quedé desconsolado. Por fin, ya terminado el trabajo, me preguntó:
—¿Tú estás viajando gratis?
—No, señor —contesté.
—Me alegro —añadió sonriente—; súbete al coche.
Me condujo hasta la puerta de mi casa.
—J .K.
UNA MAÑANA de invierno, al asomarme a la ventana, vi a una vecina que trataba de meter el automóvil en el garaje. Como la calzada estaba resbalosa por la lluvia, al intentar el viraje perdió el dominio del volante y el coche se deslizó de medio lado, quedando atravesado en el camino de peatones que daba al portón de la casa.
Salí en seguida a ofrecerle mi ayuda, y el esposo de la señora también salió precipitadamente de la casa. El marido echó un vistazo al coche atravesado en el sendero, después miró la cara de angustia de su consorte y luego se echó a reír: "¡Qué te pasa, Inés, por Dios!" dijo: "¡El camino de entrada de los coches es aquel, el ancho, el que tiene al fondo un garaje!"
—W.D.
VIRGINIA, mi esposa, hablaba a una vecina de su trabajo voluntario en una comisión cívica, cuyo presidente es un personaje importante del pueblo.
—¡Caramba! —exclamó impresionada la amiga—. ¿Y has llegado a conocer personalmente al señor Ellis ?
—Sí, naturalmente —repuso Virginia—: y ya nos llamamos por nuestros nombres de pila. Yo le llamo a él Walter y... —agregó con un suspiro— él me llama Margarita.
—W.C.
UN AMIGO mío, oficial del Ejército que tiene una familia de diez hijos, ha ideado la manera de economizar en sus frecuentes traslados. Su esposa lleva a cinco niños en uno de los coches y él sale con los demás en el otro. El oficial sale del punto de partida al amanecer y viaja hasta eso de las 3 de la tarde. Entonces para en un motel, con la mitad de la familia. Su esposa, con el resto de la prole, sale por la tarde, más o menos a la hora en que el oficial, llega al hospedaje. Viajando toda la tarde y parte de la noche, llega al mismo motel, para despertar a su marido, que ha de iniciar la próxima etapa. Ella duerme entonces hasta la hora de entregar la habitación, y el procedimiento se repite. Han descubierto la forma en que 12 puedan dormir por el precio de seis.
—H.R.A.
UNO DE mis deberes como asistente de un médico era mantenerle en buen estado de funcionamiento el aparato de radio portátil por el cual recibía llamadas de urgencia. Una vez lo llevé a un taller de reparación, y al día siguiente fui a ver si estaba listo. Dándome excusas, el mecánico me explicó que aún no había podido encontrar la avería y agrego: "Dígale al médico que su radio tiene un virus. Estoy seguro de que comprenderá".
—B.L.H.
A LA profesora de religión en una clase para adultos se le estaba dificultando establecer la diferencia entre "caridad" y "compasión". Al fin se le ocurrió definirlas así: "Caridad es lo que nos impulsa a hacer galletas para la tómbola de la iglesia; compasión, lo que nos mueve a comprarlas otra vez".
—L.N.
MI CUÑADO, hombre de vida y hábitos urbanos, visitó cierto día un huerto y, en su entusiasmo, compró varias canastas de manzanas. Después de saturar a sus amigos y familiares con regalos de su superabundante existencia de manzanas, fue al banco a hacer su acostumbrada visita semanal. Parando el coche frente a la ventanilla especial para los automovilistas, depositó una bolsa de manzanas en la caja metálica, junto con el dinero que iba a depositar. Al ver la cara de perplejidad de la cajera, le dijo:
—Son para usted.
La cajera le dio las gracias, y completó la transacción bancaria.
A la semana siguiente mi cuñado fue nuevamente al banco y pasó ante la ventanilla para automovilistas. Cuando le devolvieron la libreta de banco en la caja metálica especial, iba acompañada de un trozo de pastel de manzana hecho en casa, cuidadosamente envuelto en plástico transparente.
—Es para usted —le dijo la cajera con una sonrisa.
—B.E.