¿ES TED KENNEDY CONFIABLE?
Publicado en
agosto 11, 2013
Puente de Dyke en la noche. Ted Polumbaum/Life Magazine. © 1969 Time. INC.
Por John Barron.
La palabra Chappaquiddick simboliza tragedia, misterio y quizá escándalo. La muerte de una joven cuando el automóvil que conducía el senador Edward Kennedy cayó de un puente en la isla de Chappaquiddick la noche del 18 al 19 de julio de 1969 es, sin duda, todavía una tragedia personal para las familias de una y otro. La pregunta es: ¿lo ocurrido en Chappaquiddick y sus secuelas son hoy un tema genuino de preocupación pública? Muchos comentaristas responsables coinciden en que sí.
• The Boston Globe: "La fatalidad de tránsito más famosa del siglo desempeñará casi con certeza un papel en la selección del próximo presidente de Estados Unidos. Es lo que corresponde. Chappaquiddick no fue un simple accidente automovilístico. Muchos norteamericanos se preguntan si Kennedy mentiría al pueblo en una crisis de índole más pública. Salvo que pueda hacer algo por esclarecer el episodio durante la campaña, el senador está predestinado a cargar con esta sospecha".
• The Wall Street Journal: "Su capacidad para funcionar como presidente depende en gran medida de que la nación piense que es un hombre en quien puede confiar para que explique sus acciones plena y francamente. Sin esa confianza la conducción nacional es, en última instancia, imposible."
"No deberían ser eludidos esos interrogantes. Porque al anunciar Edward Kennedy su aspiración a la presidencia los votantes tendrán que preguntarse si pueden creer en su relato de la gran crisis de su vida y si podrían confiar en lo que les diría acerca de cualquier crisis de su presidencia".
• The Los Angeles Times: "Las incógnitas no explicadas de Chappaquiddick irritan incluso a quienes desean el triunfo de Kennedy".
• The New York Times: "Habría que escarbar en este intrigante asunto. Si Kennedy empleó su enorme influencia para protegerse a sí mismo y a su carrera, pendería sobre él no sólo una nube de tragedia sino también una de corrupción, como la de Watergate. Y, como sabemos a través de Watergate, para un presidente no hay cuestión más grave que la de no ser digno de confianza como respetuoso de la Ley. Todos quienes tuvieron algo que ver con el asunto de Chappaquiddick y su secuela deben al país una rendición de cuentas que por alguna razón nunca tuvieron que dar en un decenio".
Durante la preparación de este artículo, el READERS DIGEST solicitó repetidamente al senador Kennedy una entrevista en la que pudiera responder a las preguntas profundamente intranquilizantes que, acerca de Chappaquiddick, han permanecido sin respuesta durante tantos años. Nunca contestó nuestros pedidos.
CUALQUIERA que haya sido su perturbación anímica aquella madrugada, el senador Edward Kennedy la ocultaba bien. Recién acicalado y vestido con pantalones y zapatos blanos y camisa polera azul, lucía saludable y despreocupado al salir de la Hostería Shiretown de la isla de Martha's Vineyard, a eso de las 7:30 horas.
En su caminata el robusto senador de entonces 37 años se encontró con otro aficionado a la navegación, Ross Richards, quien la tarde anterior había ganado la primera serie de la regata de Edgartown. Intercambiaron saludos amistosos y Kennedy acompañó a Richards de regreso a la hostería donde se sentaron en la galería frente a sus habitaciones. Sin trasuntar nada desusado en su conversación ni en su actitud, Kennedy charló amistosamente acerca del tiempo y de las regatas hasta las 8 horas.
En ese momento aparecieron dos de sus amigos más íntimos, Joseph Gargan y Paul Markham. Se veían despeinados y, según pensó Richards, "húmedos". Kennedy se levantó inmediatamente, fue con ellos a su cuarto y cerró la puerta. Uno de sus asistentes, Charles Tretter, pasaba por allí y, al mirar por la ventana, creyó ver que el senador lo invitaba a entrar. Pero se avergonzó cuando, al hacerlo, su jefe le ordenó marcharse.
Alrededor de las 8:30 horas Kennedy fue al vestíbulo de la hostería, encargó ejemplares del Boston Globe y el The New York Times y pidió a un empleado que le prestase una moneda de diez centavos para efectuar una llamada telefónica. Minutos después caminó junto a Gargan y Markham hasta el trasbordador que cruza el canal de 150 metros de ancho del puerto de Edgartown y que separa la isla de Martha's Vineyard de la de Chappaquiddick.
Tras el viaje permanecieron más o menos 20 minutos en el embarcadero de Chappaquiddick. En eso desembarcó el camión de auxilio de la estación de servicio de Jon Ahlbum, y uno de los operarios del trasbordador les gritó:
—¿Se enteraron del accidente?
—Sí —respondió tranquilamente Markham.
Ahora no había otra alternativa. Kennedy debía presentarse a la policía. Antes de embarcar nuevamente el senador, que es abogado, ordenó a Gargan, que también lo es, y a Markham, un ex fiscal federal:
—No quiero que ustedes se metan en esto. Nada saben acerca del accidente.
"LA CHICA ESTA MUERTA"
Mientras Kennedy y sus confidentes conferenciaban, en el fondo de un estanque de poco más de dos metros de profundidad ubicado a cinco kilómetros de allí, el buzo John Farrar inspeccionaba un sedán Oldsmobile de 1967 sumergido en posición invertida. La luz que se filtraba a través del agua le permitió ver primero dos pies humanos en el interior del auto. Rápidamente se introdujo por la ventanilla trasera derecha con la esperanza que aún hubiera vida. Demasiado tarde. El cadáver de Mary Jo Kopechne estaba rígido, las manos aferradas como garras al asiento trasero, la cabeza extendida hacia atrás y hacia arriba, en pos del aire de la superficie.
El jefe de policía de Edgartown, Dominick Arena, se sentó en el agua sobre el automóvil hundido y sostuvo el cadáver en sus brazos mientras esperaba la llegada de una embarcación. Estaba impresionado por la hermosura de la víctima: rubia, pulcramente vestida con una blusa blanca de mangas largas, pantalones oscuros y sandalias blancas. Medía 1,55 metros y pesaba menos de 48 kilos.
La placa trasera era visible y mediante una verificación por radio, Arena estableció que el automóvil estaba registrado a nombre de Edward Kennedy, Edificio JFK, de Boston. Al regresar a la orilla Arena corrió al parador Dyke House, cerca del camino a unos 120 metros del puente. Su secretaria le informó por teléfono que Kennedy estaba en la comisaría y lo puso en comunicación con el senador.
—Lo lamento, tengo malas noticias —dijo Arena—. Su automóvil tuvo un accidente y la muchacha está muerta.
—Lo sé —respondió Kennedy.
—¿Sabe si había alguien más en el coche ?
—Sí.
—¿Están en el agua ?
—No —respondió el senador.
—¿Puedo hablar con usted?
—Sí.
—¿Desea decirme algo?
—Preferiría hacerlo aquí.
En la estación de policía de Edgartown, que ocupaba dos habitaciones en el Ayuntamiento de 141 años de antigüedad, Arena pidió a Kennedy una declaración, y el senador preguntó si podía darla por escrito. Alrededor de las 11:00 horas Arena leyó el primer relato de Kennedy, escrito a mano por Markham:
"El 18 de julio de 1969 aproximadamente a las 23:15 horas en Chappaquiddick, Martha's Vineyard, Massachusetts, yo conducía mi automóvil por Main Street camino al trasbordador para regresar a Edgartown. No estaba familiarizado con el camino y doblé a la derecha para entrar en Dyke Road en lugar de continuar por la izquierda por Main Street. Después de avanzar aproximadamente media milla (800 metros) por Dyke Road, descendí por una loma y me encontré sobre un puente angosto. El auto cayó por el costado del puente. Había una pasajera conmigo, una señorita Mary...* ex secretaria de mi hermano, el senador Robert Kennedy. El auto se dio vuelta y se hundió en el agua hasta tocar fondo con el techo. Intenté abrir la portezuela y la ventanilla del auto, pero no puedo recordar cómo salí del coche. Subí a la superficie y luego me sumergí repetidamente en un intento por ver si la pasajera se hallaba todavía allí. Estaba agotado y en estado de conmoción. Recuerdo haber ido hasta donde comían mis amigos. Había un automóvil estacionado frente a la casa y me senté en el asiento de atrás. Pedí entonces a alguien que me trajese de regreso a Edgartown. Caminé por un tiempo y luego regresé a mi cuarto del hotel. Esta mañana, cuando tuve plena conciencia de lo que había ocurrido me puse inmediatamente en contacto con la policía".
La declaración no satisfizo por completo al supervisor George Kennedy del Registro de Automóviles de Massachusetts, encargado de investigar los accidentes automovilísticos fatales. Al terminar de leerla en la comisaría dijo al senador:
—Desearía saber una cosa.
—No tengo nada que decir —respondió Edward Kennedy.
El supervisor dirigió su mirada a Markham y Gargan. Tiempo después expresó bajo juramento: "Me dijeron que (el senador) haría otra declaración más tarde, y que contestaría más preguntas".
*La declaración original no incluyó el nombre completo de la señorita Kopechne porque Kennedy no estaba seguro de su grafía.
ALUVION DE PREGUNTAS
El jefe Arena, de 1,90 metros de estatura, más de 100 kilos de peso, ex estrella de fútbol americano de su escuela secundaria, sargento de la Infantería de Marina y policía estatal, es un comisario de pueblo, afable, sencillo y honesto que en aquella época ganaba 10.500 dólares al año. El renombre del joven, acaudalado y poderoso senador lo intimidaba y también sentía sincera tristeza por esa tragedia, la más reciente de la familia Kennedy. Así, cuando el legislador le dijo que deseaba ponerse en contacto con el abogado de su familia, el ex viceprocurador general Burke Marshall, prometió comunicarse con él más tarde, Arena le permitió marcharse sin interrogarlo. En la declaración de Kennedy no había indicios que Markham y Gargan supieran algo acerca del accidente. De allí que no se le ocurrió a Arena pedirles información, ni ellos dieron alguna espontáneamente.
Markham rogó a Arena que no hablara con la prensa hasta después que Kennedy hubiese consultado con Marshall. De nuevo llamó por teléfono esa tarde para reiterar el pedido. Pero, acosado por las exigencias cada vez más vociferantes de los periodistas, Arena hizo pública la declaración a eso de las 15 horas. Lejos de apaciguar a la prensa, la declaración precipitó un aluvión de preguntas.
¿Por qué no había procurado Kennedy ayuda para rescatar a la señorita Kopechne? ¿Por qué había esperado diez horas antes de dar cuenta del accidente? ¿Dónde había estado y qué había hecho todo ese tiempo? ¿Por qué se desvió fuera del puente? ¿Cómo? ¿Cuáles eran los amigos que "comían"? ¿Dónde? ¿Por qué no hicieron algo "sus amigos"? ¿Cuál era el estado de la investigación?
Al atardecer Arena se sintió mal, pues había caído en la cuenta de que no podía contestar ninguna de esas preguntas. Trató de consolarse con la idea de obtener las respuestas la próxima vez que conversase con Kennedy. No sabía que jamás tendría esa oportunidad. Tampoco sabía que otras diez personas podían haber proporcionado información pero que todas habían desaparecido de la isla.
Ahora había allí un solo representante de Kennedy, K. Dunn Gifford, quien no podía aportar pruebas. Había llegado en un avión fletado en las primeras horas de esa tarde con una sola finalidad: llevarse el cadáver lo antes posible.
Mary Jo Kopechne fue sepultada el 22 de julio de 1969 en un cementerio rural de Pensilvania. Sus padres, Joseph Kopechne y señora, una pareja orgullosa de modestos recursos, rechazaron la oferta de Kennedy de pagar los gastos del funeral. Obtuvieron un préstamo bancario y usaron los ahorros juntados con el correr de los años para pagar algún día la fiesta de bodas de su hija.
GRAN CONCILIO
Durante los seis días siguientes Kennedy se enclaustró en silencio en la intimidad de la finca de su familia en Hyannis Port (Massachusetts), de donde salió únicamente en avión al sepelio de la señorita Kopechne. Tanto él como sus más allegados admitieron la crisis. Hombres famosos se congregaron en la finca para aconsejar, trazar estrategias y ayudar a redactar una segunda declaración, dado que muchos ponían la primera en tela de juicio.
Entre quienes participaron en el gran concilio estuvieron el ex secretario de Defensa, Robert McNamara; los entonces diputados y más tarde senadores John Culver, por Iowa, y John Tunney, por California; Theodore Sorensen y Richard Goodwin, redactores de discursos del finado presidente Kennedy; los abogados Burke Marshall y Milton Gwirtzman; el profesor de la Universidad de Harvard, Arthur Schlesinger, hijo; el asesor político Kenneth O'Donnell y el administrador de los negocios de la familia, Stephen Smith. Mientras tanto, los abogados negociaban en nombre de Kennedy en Martha's Vineyard.
El éxito de estos permitió al senador romper su silencio el 25 de julio. Tras concretar apropiados acuerdos con el juez y la fiscalía, Kennedy retornó a Edgartown y se declaró culpable de una trasgresión menor: abandonar el sitio de un accidente. El juez, con el consenso del fiscal, impuso la sentencia mínima prevista por la ley: dos meses de cárcel, en suspenso, y revocación de la licencia de conducir por un año.
Esa misma noche, Kennedy anunció que ahora estaba "en libertad para relatarles lo sucedido" y dirigió "al pueblo de Massachusetts" (y a un ávidamente curioso auditorio nacional) una declaración televisada que difirió significativamente de la que había entregado seis días antes al jefe Arena. Seis meses después, en enero de 1970, Kennedy, Markham, Gargan y otros testificaron bajo juramento en una indagatoria a puerta cerrada sobre las circunstancias en que murió Mary Jo Kopechne.
¿Qué ocurrió efectivamente aquella noche fatídica? La secuencia de los acontecimientos detallada por el senador y sus amigos, tanto en el discurso televisado como en la transcripción de la indagatoria (hecha pública el 29 de abril de 1970), no ha sido alterada por ellos en el decenio transcurrido desde el accidente. He aquí una síntesis de su versión y un análisis de los aspectos críticos.
GIRO A LA DERECHA
Durante 30 años Kennedy había competido en la regata anual de Edgartown. Para mantener esa tradición y también para asistir a una fiesta que él había "alentado y contribuido a patrocinar en honor de un devoto grupo de secretarias de campañas electorales de los Kennedy", el senador llegó a aquel lugar a eso de las 13 horas del 18 de julio. Conducido por su hombre de confianza John Crimmins, de 63 años, viajó en el trasbordador a Chappaquiddick para nadar en el Atlántico y refrescarse antes de la carrera. Para llegar a la playa tuvieron que salir del único camino pavimentado de la isla, tomar por Dyke Road y cruzar el puente de 3,20 metros de ancho sobre el estanque Poucha. Debieron regresar por la misma ruta. (Por tanto, Kennedy atravesó dos veces el camino extremadamente desnivelado y escabroso y el puente inconfundible donde pronto iba a morir la señorita Kopechne.)
Tras finalizar noveno en la carrera, Kennedy se registró en la Hostería Shiretown, se cambió de ropa y, acompañado de unos amigos, bebió "tal vez el tercio de una cerveza" antes de regresar con Crimmins a Chappaquiddick, a las 19:30 horas. El operador del trasbordador Jared Grant, que estuvo de turno entre las 18 y la 1:20 horas; recuerda que "era una noche hermosa, muy tranquila, el agua parecía cristal".
Gargan había alquilado para la fiesta una casa de dos dormitorios conocida como Lawrence Cottage, a unos 10 metros del camino principal pavimentado que lleva al muelle del trasbordador. Entre los invitados había seis muchachas solteras, de las cuales Mary Jo Kopechne era, con 28 años, la de mayor edad. Los otros presentes eran Kennedy, Crimmins, Gargan y Markham, ambos de 39 años, Tretter, de 30, y Raymond LaRosa, un funcionario de la defensa civil de Massachusetts, de 41.
Crimmins había aprovisionado la casa con tres botellas de dos litros de vodka, cuatro de tres cuartos de litro de whisky escocés, dos botellas de ron y dos cajas de cerveza. De acuerdo con los testimonios de la indagatoria durante toda la noche nadie consumió más de tres tragos, y Kennedy bebió su último ron y Coca-Cola a las 21 horas. Los amigos cenaron, cantaron, bailaron, escucharon la radio, intercambiaron recuerdos y salieron a caminar.
A las 23:15, sostiene Kennedy, decidió regresar a su hotel en busca de una buena noche de sueño. La señorita Kopechne, que por casualidad conversaba con él, le indicó que estaba cansada y le preguntó si sería tan amable de dejarla en The Dunes, el motel donde se alojaba, a varios kilómetros del suyo. (Veáse mapa) Tras obtener de Crimmins las llaves del auto, Kennedy partió con ella por el camino principal hacia el trasbordador.
Tras abandonar la reunión en Lawrence Cottage, Kennedy giró súbitamente a la derecha 1) y descendió por Dyke Road antes de dirigirse al puente 2).
Pero donde el pavimento hace una pronunciada curva hacia la izquierda, Kennedy viró equivocadamente a la derecha y siguió por Dyke Road, el desigual camino de tierra, a poco más de 20 millas (32 kilómetros) por hora. Aunque estaba "absolutamente sobrio", concentrado sólo en el camino que tenía adelante y sin nada que lo distrajese, no advirtió su error ni vio el puente hasta "fracciones de segundo" antes de encontrarse sobre él. El sedán negro salió despedido por el costado derecho del puente, volcó y se hundió hasta quedar con el techo apoyado en el fondo del estanque.
El agua irrumpió en el interior del auto a través de la ventanilla delantera izquierda, que estaba baja, y por las dos de la derecha, que fueron destrozadas por el impacto. "Recuerdo que cuando el agua fría me cubrió la cabeza pensé que me ahogaba. Pero en alguna forma luché para alcanzar la superficie con vida". (En subsiguientes declaraciones públicas Kennedy nunca ha podido recordar cómo escapó del automóvil sumergido. Sí recuerda "el movimiento de Mary Jo junto a mí, el forcejeo, golpeándome quizá con los puños o los pies".)
Al llegar a la superficie Kennedy fue "arrastrado por la marea que fluía con fuerza extraordinaria a través de esa entrada angosta" y le fue "imposible nadar debido a la corriente". Pero después de vadear hasta la orilla y recuperar el aliento se zambulló siete u ocho veces hacia el automóvil, cuyas luces todavía brillaban. Una poderosa corriente, sin embargo, frustró sus esfuerzos de rescate y al cabo de 15 o 20 minutos estaba demasiado exhausto para volver a intentarlo. De manera que descansó otros 15 o 20 minutos en la orilla y empezó a "caminar, trotar, correr, tropezar" de regreso a Lawrence Cottage.
(En el trayecto Kennedy tuvo que haber pasado a pocos metros de una casa iluminada a su izquierda cerca del puente y otra casa iluminada un poco más adelante a la derecha, en cada una de las cuales había un teléfono. También debió caminar o trotar a pocos metros de una estación de bomberos abierta e iluminada donde con un tirón de una alarma bien visible habría podido despertar a toda la isla.)
Cuando llegó a la casa de la fiesta se instaló en el asiento trasero de un Valiant estacionado y pidió a LaRosa, que estaba parado en la puerta del frente, que fuese a buscar a Gargan primero y después a Markham. "El coche cayó del puente de la playa, y Mary Jo está adentro", les dijo. Mientras se dirigían apresuradamente al puente alrededor de las 24:20 horas, Kennedy no proporcionó a sus amigos detalle alguno del accidente, ni ellos le pidieron que lo hiciera.
"YO ME ENCARGARE DE ESTO"
Gargan cruzó el puente con el Valiant y alumbró el estanque con las luces de su auto. Pudieron ver el Oldsmobile. Markham y Gargan se desnudaron y durante 45 minutos se zambulleron una y otra vez en un intento por entrar en el coche hundido. Pero también a ellos los frustraron las poderosas corrientes. Kennedy recuerda que cuando Gargan salió del estanque "tenía un brazo lleno de rasguños y magulladuras y ensangrentado".
Tras abandonar los inútiles esfuerzos de rescate, fueron en el automóvil al muelle del trasbordador. Durante el trayecto Kennedy se puso a sollozar y estuvo a punto de ser completamente quebrantado por el llanto.
—Esto no pudo haber ocurrido. No sé cómo ocurrió.
—El caso es que ocurrió, y ha ocurrido —dijo Markham.
—¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer? —se preguntó el senador.
Conversaron unos diez minutos sentados en el coche y Gargan instó a Kennedy a llamar por teléfono a su asistente familiar y administrativo, David Burke.
—¡Tienes que dar cuenta de esto inmediatamente!
—Está bien, está bien, yo me encargaré. Ustedes regresen, no alarmen a las chicas, no las mezclen en esto.
Dicho lo cual Kennedy bajó del auto, dio unos pocos pasos hasta la orilla, se arrojó "impulsivamente" al canal de la bahía y comenzó a nadar hacia Edgartown.
"... comencé a nadar contra aquella marea, que repentinamente se transformó en... sentí un extraordinario empellón y que casi me arrastraban hacia abajo, el agua que me llevaba al fondo, y repentinamente tuve conciencia en ese momento como no la había tenido al lanzarme al agua que estaba debilitado... la marea comenzó a arrastrarme hacia afuera, y por segunda vez aquella noche supe que iba a ahogarme... las fuerzas me abandonaban. Para entonces estaba probablemente a 50 yardas de la costa y recuerdo haber sido arrastrado en la dirección del faro de Edgartown para internarme en la oscuridad... Y momentos más tarde, creo que estaba en la mitad del canal, la marea era mucho más calma, más suave, comencé a... logré avanzar algo, y finalmente pude alcanzar la orilla opuesta". Se dirigió trabajosamente a la Hostería Shiretown, y necesitó "apoyarme contra un árbol por un rato" para recuperar su energía. Poco antes de las 2 horas se quitó sus ropas mojadas y se dejó caer en la cama. Su cabeza palpitaba, sentía dolor en el cuello y la espalda y estaba "consciente" de "la tragedia y la pérdida de una amiga muy fiel". Debido a que "no estaba seguro si era mañana, tarde o noche" se puso ropas secas, bajó las escaleras y preguntó la hora a un empleado. Eran las 2:25 horas.
"NO HICE LA DENUNCIA".
En Chappaquiddick, entre tanto, de acuerdo con su testimonio bajo juramento, Gargan y Markham habían observado desde la costa hasta que Kennedy cruzó a nado la mitad o las tres cuartas partes del canal. Satisfechos de verlo a salvo y que daría cuenta del accidente, como había prometido, dieron algunas vueltas en el automóvil y regresaron a Lawrence Cottage entre las 2 y 2:15 horas.
Allí transmitieron la impresión de que todo marchaba bien. Dijeron a los amigos de la señorita Kopechne que había ido sola en el Oldsmobile a Edgartown en el último trasbordador y estaba en su motel. Como no pudieron encontrar una lancha para el senador, este optó por regresar a nado a su hostería. Instintivamente se habían zambullido en el canal para seguirlo pero cambiaron de idea y decidieron dejarlo continuar solo a su alojamiento.
Cuando esa escena fue reconstruida durante la indagatoria, el juez James Boyle sintió curiosidad. Una de las activistas de campaña de Kennedy, Maryellen Lyons, refería bajo juramento lo que habían dicho Gargan y Markham, y el juez la interrumpió para inquirir:
—¿No les preguntó cómo es que Mary Jo tomó el auto y el senador se fue a nado?
—Simplemente supuse que...
—¿No pensó que aquello era sumamente peculiar ?
—No es esa la impresión que tuve...
—¿Usted sabía que habían partido juntos en un automóvil?
—Sí.
—¿Y supuso que iban a Edgartown?
—No. No sabía a dónde iban. Nadie me había dicho nada cuando partieron.
—¿Luego se enteró de que el senador había tenido que nadar porque no había botes, y que el automóvil, el automóvil del senador en el que había partido con Mary Jo, había cruzado a bordo del trasbordador con Mary Jo?
—Bueno, simplemente supuse que por alguna razón él había decidido que no quería ir.
—¿Nada le pareció desusado?
—No, no, de verdad que no, Su Señoría.
Por la mañana, después de encontrar a Kennedy charlando con Richards en el porche, Gargan y Markham fueron con él a su habitación y le preguntaron qué había ocurrido.
—No hice la denuncia.
Durante la noche se había zarandeado y dado vueltas en la cama, caminando de un lado a otro de la habitación, incapaz de "cobrar fuerza en mi alma, la fuerza moral para llamar a la señora Kopechne".*
Pensó que "de alguna manera cuando saliera el Sol y llegase la mañana lo ocurrido la noche anterior no habría ocurrido... Sería simplemente una pesadilla. No estaba siquiera seguro de que había ocurrido".
—El caso es que ocurrió; tienes que dar cuenta de ello, y debes hacerlo ahora —dijo Markham.
Gargan y él insistieron en que Kennedy telefonease inmediatamente a Burke Marshall y a David Burke. El senador quiso intimidad para hacer las llamadas, y Gargan sugirió el teléfono del embarcadero del trasbordador, en Chappaquiddick. Fue así que cruzaron en el trasbordador a Chappaquiddick para usar el teléfono del muelle desde donde Kennedy se había arrojado al agua la noche anterior.
*Kennedy llamó finalmente a la señora Kopechne a las 10:30 horas.
ESO FUE lo que ocurrió según juraron Kennedy y sus amigos. Eso es lo que Kennedy afirma hoy que ocurrió.
El médico familiar que lo examinó el 19 de julio declaró que el senador había sufrido "una ligera conmoción" y que "la conducta irracional no es incompatible con una condición semejante". Kennedy dijo en su discurso televisado: "Sin embargo, no trato de eludir responsabilidad por mis acciones atribuyendo la culpa al trauma físico y emocional provocado por el accidente o a cualquier otra persona". Subsiguientemente reconoció que por la mañana temprano, cuando se encontró con Richards, "estaba en pleno control de mis sentidos".
Declaró que sus acciones, tal como las recordaba, "no tienen para mí sentido alguno"; que el hecho de no haber dado aviso inmediato del accidente era "indefendible". Dijo ante la televisión: "Estoy abrumado, lo digo con franqueza, por una mezcla de emociones: pena, temor, duda, agotamiento, pánico, confusión y estupor".
En razón que la explicación de última instancia brindada por Kennedy es que su conducta desafía toda explicación, tal vez no debe sorprender que las actas abunden en improbabilidades, incongruencias y abiertas contradicciones que ponen en duda su veracidad. De las constancias disponibles emergen estas ocho preguntas:
¿A dónde llevaba efectivamente Kennedy a la señorita Kopechne?
Esa pregunta vino a la mente del juez Boyle debido a una variedad de hechos aducidos en la indagatoria. Con excepción de Crimmins, Kennedy no dijo a nadie que él y la señorita Kopechne se iban de la fiesta, y a pesar de ser el anfitrión no se despidió de ninguno de sus invitados. Aunque ostensiblemente partía para tener la seguridad de cruzar antes del último servicio del trasbordador a medianoche, y aunque ocho de los restantes invitados tenían planes de regresar a Edgartown esa noche, no se ofreció para llevar a ninguno de ellos. En esa ocasión Kennedy optó por conducir él mismo, cosa que casi nunca hacía. Crimmins testificó que cuando Kennedy le pidió las llaves del auto explicó que llevaba a la señorita Kopechne a Edgartown porque estaba indispuesta. Pero Mary Jo no había dicho a nadie que se sentía mal, ni siquiera al senador, como este admitió posteriormente. Ella no se despidió de ninguno de sus amigos. Aunque no tenía una llave de su habitación del motel no pidió a su compañera de cuarto la de esta, y no se molestó en llevar con ella su cartera.
La mayor dificultad con la afirmación de Kennedy de que se dirigía al trasbordador estriba, sin embargo, en la naturaleza de los caminos que recorrió. Para salir del Main Road pavimentado, que lleva al trasbordador, y tomar el Dyke Road de tierra, un conductor debe reducir conscientemente la velocidad hasta quedar casi detenido y ejecutar un pronunciado giro de 90 grados. Al volante, se nota instantáneamente la diferencia de superficies. La del, Main Road es de macadán liso; la del Dyke Road, según la descripción de incontables investigadores, es como "una tabla de lavar". Kennedy sostiene que "la diferencia entre pavimentado y sin pavimentar, para cualquiera que viva en Cape Cod o visite la isla... es imperceptible en los caminos". Pero el reportero James Dickenson del Washington Star resumió la conclusión a la que arribaron otros numerosos periodistas a través de los años cuando escribió en noviembre de 1979: "Su argumento de que inadvertidamente tomó una curva equivocada y que pensó que se dirigía al oeste por el camino de asfalto en lugar del camino de tierra con rumbo al este es, para cualquiera que ha viajado en automóvil por allí, no solamente inexplicable sino increíble. Esa es la mejor interpretación que se le puede dar".
También para el juez Boyle fue increíble la afirmación de Kennedy. Durante la indagatoria el magistrado distó de mostrar hostilidad hacia el senador y en realidad en ocasiones excluyó preguntas o testimonios que hubieran podido resultar perjudiciales. No obstante, el juez Boyle declaró en sus conclusiones finales :
Cruce en el cual Kennedy (que venía desde la derecha de la foto, por Main Road) giró hacia Dyke Road en lugar de orientarse hacia la izquierda.
Foto: Ted Polumbaum/Life Magazine. © 1969 Time Inc.
"Infiero como una explicación razonable y probable de la totalidad de los hechos antes mencionados que Kennedy y Kopechne no tenían la intención de retornar a Edgartown en ese momento; que Kennedy no tenía la intención de ir con el automóvil al muelle del trasbordador, y que su giro al Dyke Road fue intencional..."
"Una velocidad de incluso 20 millas por hora, como la testificada por Kennedy, conduciendo un auto tan grande como este Oldsmobile, sería por lo menos negligente y, quizá, imprudente. Si Kennedy estaba al tanto de ese riesgo su manejo del vehículo constituyó conducta delictiva."
"Más temprano, ese mismo 18 de julio había sido llevado en automóvil tres veces por el Main Road de Chappaquiddick y dos veces por el Dyke Road y por sobre el puente Dyke. Kopechne había sido llevada por el Chappaquiddick Road cinco veces y por el Dyke Road y el puente Dyke dos."
"Creo que probablemente Kennedy sabía del riesgo que tenía por delante en el Dyke Road pero que, por alguna razón no revelada por los testimonios, se abstuvo de adoptar el debido cuidado al aproximarse al puente."
"Considero por tanto que probablemente hay razones para creer que Edward Kennedy operó su vehículo automotor negligentemente en una vía o en un lugar al que el público tiene un derecho de acceso y que tal operación parece haber contribuido a la muerte de Mary Jo Kopechne."
¿Sucedió el accidente en la forma que Kennedy lo explicó?
En los 40 años de existencia del puente Dyke sobre el estanque Poucha, Kennedy es la única persona que ha caído desde allí con un automóvil.
Cinco de los amigos del senador que estuvieron en la fiesta juraron que parecía perfectamente sobrio cuando partió, lo mismo que la señorita Kopechne. Como Kennedy no se presentó a la policía hasta muchas horas después del accidente no fue sometido a análisis de sangre o de aliento. De manera que no hay pruebas de que el senador no estaba, como dice, "absolutamente sobrio".
Pero la forma en que condujo el automóvil por Dyke Road no fue la de un hombre responsable y en control de sí mismo. El senador Kennedy testificó en la indagatoria que no se dio cuenta que había tomado por el camino equivocado hasta casi el momento en que se hundió en el agua. Empero, también en la indagatoria, Markham le atribuyó haber dicho que "había hecho un giro equivocado y no podía encontrar un lugar para volverse atrás". En realidad existen varios lugares desde donde pudo haber retornado, incluso dos entradas para vehículos a menos de 150 metros del puente.
Kennedy juró también que aunque iba mirando directamente al frente, no vio el puente hasta "una fracción de segundo" antes de encontrarse encima de él. Sin embargo, cuando Markham regresó más tarde aquella noche con Kennedy y Gargan "tan rápido como pudimos" vio el puente por delante.
Un estudio ordenado por Kennedy y efectuado por Arthur Little Co., informó que fue "esencialmente imposible ver el camino sobre el puente, de noche y a una distancia mayor a entre 18 y 27 metros". El dato más autorizado indica que a 32 kilómetros por hora un conductor razonablemente atento puede reaccionar y detener el auto en unos 18 metros. Incluso bajo las condiciones más adversas citadas en su propio estudio, Kennedy tenía tiempo para enfocar el puente y detener completamente la marcha si, como el senador juró y sus asistentes supusieron, iba a sólo 32 kilómetros por hora.
Hasta aquí las estimaciones de Kennedy sobre la velocidad de su auto no fueron puestas en duda, probablemente porque parecen haber sido corroboradas por el testimonio del supervisor Kennedy. Por las huellas de las ruedas "comenzando en el borde del puente, sobre el barro", el investigador del Registro de Automóviles calculó esa velocidad entre 32 y 35 k.p.h. Pero científicamente es imposible determinar la velocidad solamente sobre la base de huellas súbitamente interrumpidas, como fueron las que dejó el Oldsmobile al caer del puente. Nadie durante la investigación preguntó al supervisor Kennedy sobre esta verdad técnica. Y el juez le prohibió estrictamente que testificara sobre la posibilidad de que las huellas empezaran mucho antes en el camino y de que, en la mañana siguiente, el tráfico las hubiera borrado.
Ahora el supervisor George Kennedy está muerto. El Registro de Automóviles de Massachusetts rehusó en octubre de 1979 brindar una copia de su informe original sobre el accidente, si no era a cambio de una autorización escrita y firmada por el propio senador.
¿A qué velocidad conducía Kennedy? Para determinarlo, el DIGEST consultó a peritos en tráfico con larga experiencia en la evaluación de accidentes tanto para el Gobierno federal como para clientes privados. La evidencia, particularmente la relacionada con la trayectoria y la distancia desde la cual el auto cayó desde el puente, los convenció de que Kennedy debió haber conducido a mucho más de 32 k.p.h.
El DIGEST encargó entonces un elaborado estudio científico a Raymond McHenry, uno de los más autorizados peritos estadounidenses en análisis de accidentes automovilísticos. Mediante la utilización de sofisticadas técnicas de investigación validadas por el Departamento de Transportes y aceptadas en numerosos casos legales, McHenry reunió un cúmulo de datos —incluido el peso del automóvil, el punto de apoyo de sus ruedas, la elevación del camino y las precisiones geométricas del puente— para introducirlos en una computadora IBM. Luego de repetidos procesos en la misma, recreó matemáticamente los movimientos del coche. Esto es lo que revelan sus cálculos finales:
• Conduciendo por el lado incorrecto (izquierdo) del camino, Kennedy abordó el puente a aproximadamente 54,5 k.p.h. (Apoyado en rigurosos procedimientos científicos, McHenry estipula que estos cálculos de velocidad por computadora pueden estar errados en 6,5 k.p.h. de más o menos. Así, el auto iba como mínimo a 48 k.p.h., pero también pudo haber ido a 61 k.p.h.)
• Kennedy vio el puente a unos 15 metros del mismo, o probablemente algo más. A unos 5 del puente pisó fuertemente los frenos, una "frenada de pánico" que bloqueó las ruedas delanteras. Impulsado por la alta velocidad el auto patinó durante 5 metros a lo largo del camino y alrededor de 7,5 sobre el puente, saltó sobre la baranda de contención de 15 centímetros de altura y todavía se deslizó aproximadamente otros 10,5 metros en el agua. Pese a los esfuerzos de Kennedy por frenar, el vehículo iba aún a una velocidad de entre 35 y 45 k.p.h. cuando se hundió.
EL JUEZ Boyle determinó que viajar por el deficiente Dyke Road incluso a una velocidad de 32 k.p.h. fue "negligente y posiblemente imprudente".
Al abordar el peligroso puente a una velocidad de entre 48 y 61 k.p.h. Kennedy invitó al desastre que finalmente sobrevino.
Esta gráfica tridimensional, efectuada por una computadora usada en el análisis de Raymond McHenry, ilustra los últimos segundos —el desenlace fatal— del viaje del senador Kennedy.
¿Intentaron efectivamente Kennedy y/o Markham y Gargan rescatar a Mary Jo como afirman?
No hubo testigos de los esfuerzos de buceo que Kennedy dice haber realizado. De acuerdo con su versión una corriente "extraordinaria" fue la razón primordial de que fracasara.
Para determinar el grado de potencia de la corriente que pudo haber encontrado, el READER'S DIGEST encargó en noviembre de 1979, un estudio científico al Dr. Bernard LeMehaute, ingeniero oceanográfico de renombre internacional. Su asistente, Ernest Daddio, tomó anotaciones de la corriente del estanque Poucha durante todo el día 9 de noviembre, cuando las condiciones de la marea eran exactamente las mismas de la noche del 18 al 19 de julio de 1969. Con escrupulosa adhesión a métodos científicos de probada confiabilidad, el Dr. LeMehaute determinó que en el momento en que Kennedy dice que ocurrió el accidente la corriente tenía una velocidad de 1.440 metros por hora en el centro del estanque, de 2.150 metros por hora en el borde oriental y probablemente de 1.920 metros en el sector donde se hundió el automóvil.
En opinión de buceadores de la Marina y civiles consultados por el READER'S DIGEST una corriente de entre 1.440 y 2.150 metros por hora sería un considerable impedimento para alguien que tratase de nadar cualquier distancia apreciable contra ella, pero no un obstáculo insuperable para un buen nadador que intentase entrar en un automóvil sumergido a menos de 2,10 metros de profundidad y solamente a 10 metros de la orilla.
Gargan y Markham también citan la ferocidad de la corriente como una de las principales causas por las que les fue imposible llegar hasta la señorita Kopechne. Para las 24:20 horas cuando se supone que comenzaron sus zambullidas, la corriente había aumentado de velocidad a 2.400 metros por hora en el medio del estanque y a 2.700 en el costado oriental. En opinión de buceadores experimentados, semejantes corrientes habrían hecho más difíciles, pero no imposibles, los esfuerzos de rescate.
En la indagatoria se preguntó a algunos de los amigos de Kennedy si habían notado alguna herida en Gargan o Markham cuando regresaron. Todos dijeron que no. Gargan vestía una camisa de mangas cortas cuando fue al día siguiente a la comisaría de policía de Edgartown. Pero ni Arena ni el supervisor Kennedy observaron herida alguna en ninguno de sus brazos, uno de los cuales, de acuerdo con el senador, había quedado "lleno de rasguños desde el codo, todo magullado y ensagrentado".
Alrededor de las 9 horas del día 19 Gargan volvió a Lawrence Cottage y finalmente informó a las amigas de la señorita Kopechne que había habido un accidente y que ella había desaparecido.
—¿Qué se ha hecho para ayudarla? —preguntaron las mujeres—. ¿Han llamado a la Guardia Costanera ?
—No sabemos —respondió solemnemente Gargan, que sólo pocas horas antes había arriesgado supuestamente su vida repetidas veces para tratar de salvar a la señorita Kopechne.
No fue sino una semana más tarde, después de arreciar las críticas públicas por no haber hecho más por la señorita Kopechne, que Kennedy divulgó su versión de que había reclutado a Gargan y Markham para una expedición de rescate hasta el estanque.
¿Por qué él y sus amigos no procuraron ayuda inmediatamente?
Menos de tres minutos después de haber vadeado hasta la orilla, Kennedy podía haber puesto en marcha ayuda profesional con sólo caminar hasta la casa iluminada vecina al puente. Sus ocupantes, un matrimonio de apellido Malm, habrían hecho las llamadas y Kennedy no habría tenido que perder tiempo en trotar hasta el lugar de la fiesta (15 minutos según sus cálculos, 25 de acuerdo con reporteros que más tarde hicieron el trayecto caminando o corriendo).
Gargan y Markham no habían experimentado trauma alguno, y el primero había bebido únicamente "tres o cuatro Cocas" en toda la noche porque quería estar especialmente despejado para cocinar la carne. En camino al estanque pudieron haberse detenido un minuto en la estación de bomberos para hacer sonar la alarma o llamar desde una de las casas. No lo hicieron.
El fiscal de distrito Edmund Dinis preguntó explícitamente a Kennedy por qué no había procurado ayuda exterior después del accidente. Tras recabar "la indulgencia de la corte" el senador respondió con un intrincado monólogo durante el cual repitió el relato de su aterrador cruce a nado del canal y de sus confusos pensamientos. Pero no contestó la pregunta. El juez Boyle interrumpió la indagatoria para el almuerzo; cuando se reanudó, la pregunta no volvió a ser formulada.
Hacia el final de su testimonio Kennedy sí declaró que después que Gargan y Markham fueron incapaces de rescatar a la muchacha se convenció que estaba muerta, y que por lo tanto era inútil pedir ayuda. Sin embargo, durante el resto de la noche, según su propia versión, alentó "la esperanza de que estuviera viva" y actuó como si pudiera haberlo estado.
De cualquier manera la cuestión era y todavía es: ¿por qué no pidió ayuda inmediatamente después del accidente en un momento en que eso podía haber significado la diferencia entre vida y muerte? Ni Kennedy, ni Markham, ni Gargan han sido compelidos jamás a contestar esa pregunta.
¿Pudo haber sido salvada Mary Jo Kopechne?
El estudio de la Arthur Little Company encargado por Kennedy arribó a la conclusión de que el agua debió de haber llenado el automóvil y expulsado el aire del interior con tanta rapidez que la joven pudo haber permanecido consciente sólo de uno a cuatro minutos. De acuerdo con el estudio, podría haber sido revivida hasta diez minutos después del accidente. Así pues, de conformidad con el análisis realizado con su patrocinio, Kennedy podría haber salvado a la señorita Kopechne si hubiesen tenido éxito sus primeros esfuerzos.
El teléfono sonó en la casa del buzo Farrar a las 8:25 horas del 19 de julio y eran las 8:55 cuando extrajo el cadáver del automóvil. Se demoró cinco minutos en el embarcadero del trasbordador porque el barco acababa de zarpar. De allí que sea razonable suponer que si hubiera sido llamado inmediatamente después del accidente Farrar habría podido extraer a Mary Jo en el término de 30 minutos, tal vez 25. Esa rapidez no habría sido suficiente,, según el estudio de la Arthur Little Company.
Sin embargo, Farrar y John Ahlbum, que dirigieron el rescate del Oldsmobile, dicen que surgieron grandes burbujas de aire del automóvil cuando era izado fuera del agua. Y la posición en que Farrar encontró a la víctima ofrece firmes indicaciones de que por un período no determinado antes de morir respiró en un bolsón de aire.
El forense adjunto Donald Mills, que es un médico respetado pero no un patólogo, arribó a la conclusión, tras un examen de diez minutos durante el cual no desvistió por completo el cadáver ni revisó todas sus partes, que la señorita Kopechne murió ahogada. Sin embargo, el encargado de la funeraria Eugene Frieh quedó sorprendido, al aplicar los procedimientos rutinarios para vaciar el agua de una persona ahogada, por la escasa cantidad despedida por el cadáver: "apenas el contenido de una taza". En su opinión, compartida por un empleado que le ayudó a preparar el cadáver, la joven murió asfixiada por su propio anhídrico carbónico. Debido a la condición boyante del cadáver también Farrar está convencido de que la joven no murió ahogada.
Unicamente una autopsia —jamás practicada— pudo haber establecido con certeza la causa y la hora de la muerte.* Lo cierto es, sin embargo, que cualquier probabilidad de vida a favor de la víctima fue desperdiciada por negligencia en llamar a quienes eran competentes para salvarla.
*La razón por la cual no hubo autopsia permanece confusa. El fiscal de distrito Dinis jura que a las 10 horas del domingo 20 de julio él telefoneó a la policía estatal ordenando una autopsia. "Fui informado por el teniente (George) Killen que el cuerpo ya había sido llevado fuera de la isla por la gente de Kennedy", dijo. En realidad, el mal tiempo postergó la salida del avión especialmente contratado, el cual sólo pudo despegar a las 12:30 horas de aquel día.
En agosto Dinis pidió a la corte de Pensilvania que ordenara la exhumación del cadáver y su autopsia. Atormentados por la perspectiva de que el cuerpo de su hija fuera desenterrado y diseccionado, los tristes padres de la señorita Kopechne se opusieron y la corte rechazó la petición.
En la audiencia efectuada en Pensilvania, el forense adjunto Milis declaró que, durante la semana posterior al accidente, Dinis le dijo que, según su parecer, no era necesaria una autopsia.
¿Dice Kennedy la verdad acerca de su cruce a nado del canal de la bahía?
Las comprobaciones científicas más recientes muestran que no. De todos los episodios que Kennedy ha narrado, el de la natación en el canal es el más melodramático. Menciona tres veces la feroz marea que estuvo a punto de hundirlo y lo arrastró hacia el norte "en la dirección del faro de Edgartown y de la oscuridad exterior" al agotarse peligrosamente sus fuerzas.
El análisis de las transcripciones de la indagatoria revela además que el relato de Kennedy de su travesía a nado está en contradicción con los testimonios juramentados de Gargan y Markham.
Desde el embarcadero del trasbordador en Chappaquiddick observaron tres o cuatro minutos hasta que Kennedy hubo nadado las tres cuartas partes del ancho del canal, bastante más allá del sector donde afirma que fue acometido por la horrenda marea. No era arrastrado. Markham testificó que por el contrario nadaba directamente hacia el embarcadero de Edgartown. Ni Markham ni Gargan lo vieron experimentar dificultad alguna; ninguno percibió razón para alarmarse.
—¿No les preocupó la posibilidad que no pudiera completar el cruce? —preguntó el juez Boyle.
—No. En absoluto —respondió Gargan—. El senador puede nadar ese trayecto cinco o seis veces en ambos sentidos.
ESTE DIAGRAMA, una copia del incluido en la Prueba No.14 de la investigación sobre la muerte de Mary Jo Kopechne, describe la posición de la víctima cuando el buzo John Farrar encontró su cuerpo, a las 8:55 horas del 19 de julio. Un dibujante recreó el cuadro sobre la base de lo que Farrar dijo haber visto.
La línea superior representa el nivel del agua con la marea baja. La profundidad en el momento en que el cuerpo fue recobrado se estimó como no superior a 2,13 metros. Según un testigo pudo haber sido de 1,82.
La línea del medio indica el nivel a que había llegado el agua dentro del automóvil y, también, el aire que quedaba cuando el buzo llegó al habitáculo.
La línea de abajo representa las estimaciones personales del buzo, no corroboradas por ningún dato científico, sobre cuál era el nivel del agua en el interior del auto cuando este se asentó en el fondo del estanque. Se sabe que el nivel más bajo de la marea se produjo, aquel 18 de julio, a las 22:30 horas. El accidente ocurrió alrededor de una hora más tarde. Durante el ciclo aproximado de seis horas entre la alta y la baja marea, la diferencia máxima en los niveles del agua en el lugar es de 60 centímetros.
¿Por qué esperó Kennedy diez horas para dar aviso del accidente?
La respuesta que Kennedy ha dado varias veces a esta pregunta es que simplemente no tuvo presencia de ánimo para llamar a la señora Kopechne en medio de la noche. La cuestión es, sin embargo, ¿por qué no notificó a la policía?
En 1974 dijo a reporteros del Boston Globe que mientras nadaba en el canal se decía para sus adentros: "Simplemente no puedo hacerlo. Simplemente no puedo hacerlo".
Para las 7:30 horas el senador había recobrado su compostura lo suficiente para vestirse con pulcritud, dar una caminata y conversar superficialmente del tiempo con Richards. ¿Por qué no fue entonces a la policía? No lo hizo, dice Kennedy, porque todavía confiaba en que el accidente no había ocurrido y en que la muchacha estaba viva. Eso era lo que "anhelaba".
Markham y Gargan dicen que le aseguraron la realidad del accidente y que le aconsejaron denunciarlo de inmediato. Pero el senador y sus dos amigos no fueron a dar aviso a la policía, para lo cual habrían tenido que caminar unas pocas calles. En cambio viajaron en el trasbordador de regreso a Chappaquiddick y anduvieron por allí hasta verse repentinamente enfrentados a la realidad de que el automóvil había sido descubierto en el estanque. Unicamente entonces se apresuraron a dar cuenta del accidente.
En uno de su serie de artículos sobre Chappaquiddick el Boston Globe informó el 29 de octubre de 1974:
"Es más, una fuente altamente calificada dijo al Globe que la narración de Kennedy contiene significativas inexactitudes y que una versión verídica contradiría elementos materiales de sus declaraciones públicas y testimonios bajo juramento en la indagatoria de la muerte de la señorita Kopechne."
"En particular el primo de Kennedy, Joseph Gargan, convino en un momento dado en asumir la responsabilidad por el accidente, dijo la fuente, pero ese plan fue abandonado poco antes que Kennedy informó del percance a la policía. La fuente... impugnó vigorosamente otros aspectos de la versión de Kennedy, incluso un presunto intento de rescate una hora después del accidente".
Declaraciones no corroboradas de una fuente no identificada que se siente inhibida para hablar y ser interrogada abiertamente, distan por cierto de constituir prueba de nada. Pero los tres reporteros que prepararon la serie del Globe son periodistas de buena reputación y en todos los aspectos que los investigadores del READER'S DIGEST pudieron verificar, sus artículos se ajustaron con exactitud a los hechos.
¿Hubo un encubrimiento?
Kennedy sostiene que desde el principio ha contestado plena y honestamente a todas las preguntas acerca de Chappaquiddick y que continuará haciéndolo. La gente que abriga dudas, dice el senador, puede consultar las actas públicas y juzgar por sí misma.
Empero, la constancia de la indagatoria de lo que Kennedy dijo a Markham y Gargan minutos antes de informar a la policía —"Ustedes no saben nada del accidente"— demuestra claramente que, por lo menos en un primer momento, tuvo la intención de revelar a las autoridades algo menos que la verdad absoluta.
Y el cuidadoso informe para el jefe Arena ocultó el hecho que hubo diez testigos de acontecimientos anteriores y posteriores al accidente, dos de los cuales sabían en detalle lo ocurrido. Al someter ese informe Kennedy permitió a todos los testigos abandonar apresuradamente la isla y les evitó ser interrogados cuando sus recuerdos estaban frescos y antes que pudieran ser aleccionados.
Contrariamente a la impresión que ha difundido, Kennedy nunca se sometió a un interrogatorio directo o de refutación en un tribunal público. Sus abogados negociaron con éxito con el fiscal local Walter Steele, quien en vez de procesar a Kennedy por la acusación más grave de negligencia le permitió declararse culpable de una trasgresión menor a cambio de una sentencia en suspenso. Kennedy evitó así el interrogatorio inquisitivo y hostil que habría entrañado un juicio.
—Seamos francos —dijo Steele tiempo después—. Uno no trata a un senador de Estados Unidos igual que a un corredor de bolsa. Es natural que así sea.
En respuesta al clamor y las críticas del público, el fiscal de distrito Edmund Dinis solicitó una indagatoria y el juez Boyle dispuso una para el 3 de septiembre con la estipulación que estaría abierta a la prensa. Los abogados de Kennedy apelaron entonces a la Corte Suprema de Massachusetts, que el 2 de septiembre aplazó la indagatoria indefinidamente.
Vista aérea del puerto de Edgartown
Ninguna de las mujeres que estuvieron en la fiesta fue jamás sospechosa de algo indebido. Pero Kennedy pagó "poco menos de 32.000 dólares" de su propio dinero para contratar abogados para ellas como así también para Crimmins, LaRosa y Tretter. Esos abogados y los suyos entablaron demandas para que la Corte Suprema estatal ordenase vedar la indagatoria a la prensa y al público, a lo cual accedió el tribunal en última instancia.
La indagatoria comenzó por fin el 5 de enero de 1970. Su realización en secreto tuvo efectos significativos. Si hubieran estado presentes reporteros para describir las conspicuas omisiones y contradicciones, las preguntas ineptas, casi indiferentes y comedidas, y sobre todo la versión increíble que surge del testimonio colectivo, la presión pública para reclamar una investigación habría resultado probablemente irresistible.
Sin acceso a la indagatoria la prensa tuvo poco para informar aparte de la confiada aseveración de Kennedy: "Espero ser vindicado y vindicado por completo cuando las transcripciones sean hechas públicas y se me permita entonces contestar preguntas". Pero las transcripciones iban a tardar en ser divulgadas por cuanto la Corte Suprema estatal ordenó su retención hasta que hubiese desaparecido cualquier posibilidad de una ulterior acción legal contra Kennedy.
El jurado de instrucción del distrito de The Dukes había mostrado sumo interés en investigar la muerte de la señorita Kopechne, pero convino en esperar hasta después de la indagatoria, con el convencimiento de que la transcripción facilitaría sus averiguaciones. En marzo de 1970 su presidente, Leslie Leland, un joven farmacéutico idealista, pidió formalmente al fiscal de distrito Dinis que convocara una sesión especial del jurado de instrucción. "Todos piensan que se ha cometido una gran injusticia contra el proceso democrático, que ha habido encubrimiento y que se han barrido cosas bajo la alfombra", declaró. "Considero que como miembros del jurado tenemos que cumplir ciertos deberes y responsabilidades. Ha pasado una gran cantidad de tiempo desde que la muchacha murió y es hora que el público sepa lo ocurrido".
La indagatoria fue presidida por el juez Wilfred Paquet, de 67 años de edad, un paladín del Partido Demócrata.
Mientras arengaba durante 90 minutos a los miembros del jurado acerca de las limitaciones de sus responsabilidades, Paquet tenía sentado a su lado a un sacerdote que antes del comienzo de las deliberaciones había orado porque el jurado actuase "con justicia y caridad". El juez previno a los integrantes del jurado que solamente podían considerar información proporcionada por la corte o el fiscal Dinis o datos de los cuales tuvieran conocimiento personal. Dictaminó además que no podía leer la transcripción de la indagatoria anterior ni las comprobaciones del juez Boyle (en las que arribó a la conclusión de que Kennedy era probablemente culpable de "conducta delictiva").
Inmovilizado por esas restricciones y con escasos datos aportados por Dinis nada podía hacer el jurado, que pronto se dispersó, frustrado, sin emitir un veredicto de encausamiento. Kennedy quedó libre.
EL 29 de abril de 1970 fue dado a publicidad el testimonio de la indagatoria. Un día después Kennedy emitió una declaración: "En mi opinión personal, la inferencia y la conclusión final del informe del juez no son justificadas y las rechazo. Los hechos de este incidente son ahora totalmente públicos, y su eventual juicio y comprensión quedan donde corresponde. Por mi parte no contemplo ninguna declaración más sobre este trágico asunto".
"ASI ES COMO FUERON LAS COSAS"
Durante años Kennedy y las diez personas que estuvieron con él en la isla han mantenido una muralla de silencio en torno al misterio de Chappaquiddick. "No veo necesidad de debatir el caso hoy, ni mañana, ni nunca", dijo Markham. Gargan, Tretter y Crimmins, junto con cuatro de las mujeres, también han guardado silencio.
En 1974 reporteros del Boston Globe sonsacaron algunas palabras a la quinta mujer, Esther Newberg: " ...esas son preguntas que debieron haber sido formuladas en la indagatoria y no lo fueron. Motivarían (las respuestas) noticias nacionales y no me someteré otra vez a esa publicidad... Como los demás, estoy intrigada por lo que ocurrió. No puedo creer todo cuanto se ha dicho en su favor (de Kennedy). Hay tantas contradicciones".
Ray LaRosa también dijo unas pocas palabras: "Los abogados nos aleccionaron muy bien. Sabíamos lo que debíamos esperar".
A fines de 1979, poco antes de su ingreso en la campaña presidencial, Kennedy concedió algunas pocas entrevistas. Pero hasta ahora no se ha apartado de la versión que narró hace unos diez años. En un programa de televisión de la CBS, en noviembre pasado, el corresponsal Roger Mudd le preguntó:
—Senador, ¿piensa usted que alguien creerá alguna vez por completo su relato de lo que ocurrió en Chappaquiddick ?
—Oh, ahí el problema está... desde aquella noche... yo... encontré mi conducta, y comportamiento, casi increíble hasta para mí mismo. Quiero decir que esa es la forma en que ocurrió... pero pienso que así es... que así es como fueron las cosas. Ahora bien, encuentro, como he dicho que he encontrado, que la conducta en... en el... como un resultado del impacto del accidente... y del sentido de pérdida, de esperanza, y de tragedia, y el conjunto entero de... circunstancias, que el comportamiento fue inexplicable. De manera que hallo esas, esas... esos tipos de preguntas sobre aquello... como preguntas que son también las de mi propia alma. Pero, eso, ocurre que así es como fueron las cosas".
POCO DESPUÉS el senador Kennedy declaró en el programa Encuentro con la prensa, de la cadena de televisión NBC: "No habrá ninguna nueva información que ponga en duda mi testimonio... Si hubiera alguna vez cualquier nueva información que fuera diferente o contradijera mi testimonio brindado bajo juramento, no habría absolutamente ninguna razón para que yo permanezca en la vida pública y menos aun para que aspirara a la presidencia de Estados Unidos. Absolutamente ninguna razón".
Recientes hallazgos científicos del ingeniero oceanográfico Bernard LeMehaute muestran que la mayor parte del testimonio juramentado de Kennedy acerca de su cruce a nado del canal de Edgartown, es falsa. Recientes hallazgos científicos del perito en accidentes Raymond McHenry muestran que el relato juramentado de Kennedy acerca de cómo condujo por Dyke Road, es falso. Concienzudos análisis del testimonio vertido durante la investigación revelan que la insistencia de Kennedy en su sincera cooperación con los investigadores, es falsa.
Pese a toda esta "nueva información", el senador Edward Kennedy se aferra a su relato de hace diez años y repite: "Este fue el modo en que ocurrió". De modo que ahora, como él mismo afirma: "La gente tendrá que formarse su propía opinión".