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agosto 11, 2013
La tienda de cuatro mástiles, que da cabida a 4000 espectadores.
Esta institución suiza, tan amada del público, es sin duda uno de los mejores circos del mundo; presenta en su espectáculo una fantasía arrobadora y pasmosa que encanta a la gente.
Por Susan Stuber.
DESPUNTA el alba cuando dos trenes especiales se detienen en Zurich. Los mozos empiezan a descargar su preciosa carga de 300 animales: magníficos tigres, una colección muy escogida de caballos, desde gráciles potros árabes hasta Knappstruppers de Dinamarca, una aristocrática jirafa, un rechoncho rinoceronte, monos traviesos, leones feroces, vivaces perritos y un ponderoso hipopótamo.
Horas después 15 solemnes elefantes, conducidos por cuidadores marroquíes, avanzan pesadamente por las calles de la urbe que se despierta a los emocionados gritos de los escolares: "¡Ya llegó el circo Knie!" "¡Ya llegó el circo Knie!" En poco tiempo todo Zurich se entera: ha regresado a la ciudad el circo nacional de Suiza.
Una mañana de primavera de 1977 presencié la invasión de la ciudad por este exótico ejército de 100 carretas, camiones y tractores que salieron de los trenes. A las 7:30 de la mañana, mientras 28 hombres ya estaban plantando la tienda de cuatro mástiles en la plaza de Sechseláuten, otros equipos empezaban a levantar los puestos de los concesionarios, los retretes, los cobertizos para los animales y los vestuarios. En los cinco remolques, lujosos pero compactos, de la familia Knie, que habían llegado la noche anterior, las esposas preparaban el desayuno. A las 10 la tienda ya estaba instalada, habían llegado los demás empleados del circo Knie —en total 250, contando a los artistas— y una vistosa ciudad circense se erigía orgullosa en el sitio que cinco horas antes no era sino césped y cemento.
Aquella noche fui uno de los 4000 espectadores que asistieron a la función de inauguración en Zurich, cuyas entradas se habían vendido con varios días de anticipación. Al dirigirme a la plaza de Sechseláuten volví a la infancia, emocionada como una niña que va en su primera visita a la enorme tienda de lona. Desde varias calles de distancia distinguí el fulgor que salía del lugar donde estaba plantado el circo y oí la música de metales de su numerosa banda. Cada vez más emocionada, doblé una esquina y... allí estaba el flotante globo azul de la tienda de espectáculos, encendido como un árbol de Navidad.
El espectáculo mismo fue una jornada de tres horas, un mundo de fantasía que encantaba o dejaba a uno con el alma en suspenso. Comprendía desde la Rusia zarista en invierno hasta los desiertos de Arabia: un intrincado y deslumbrante ballet de potros —esbeltos árabes negros, blanquísimos Lippizaner, jacas andaluzas grises y de cuello arqueado y raros Achal-Tekyners rusos, de capa satinada color de albaricoque—, un impresionante acto de grandes felinos; una sucesión de volteretas de traviesos payasos. Todo esto y mucho más.
El Circo Nacional Suizo Knie, fundado en 1919, es tan gustado por los suizos que uno de cada seis lo ve al año; la asistencia de la temporada de 1977, en 389 funciones en 60 poblaciones y comunidades de Suiza, rompió todas las marcas; en mayo, el alcalde de Zurich, Sigmund Widmer, entregó a la familia Knie el premio cultural de la ciudad correspondiente a ese año. Todo el mundo, al parecer, está de acuerdo con las palabras del finado Charles Chaplin: "Knie es el mejor circo que he visto".
Aunque trabajan en el circo algunos artistas distinguidísimos que no son de la familia, el mérito de este espectáculo corresponde principalmente a los Knie, ocho de los cuales tienen papeles de primer orden en la pista. El primer Knie, Friedrich, nació en Erfurt, ahora en Alemania Oriental, en 1784. A los 19 años era estudiante de medicina, pero lo cautivó tanto una muchacha que formaba parte de un circo visitante, que dejó los estudios y se unió a la troupe. Un año después, cuando esta y su amor se habían disuelto, Friedrich se estableció por su cuenta como equilibrista. Luego se fugó con Antonie Stauffer, de familia burguesa, y con el tiempo sus cuatro hijos varones y su hija actuaron con él en giras por Austria, Suiza y Alemania.
Siguió un siglo de bailar y hacer acrobacias en la cuerda. Luego, los cuatro hermanos de la cuarta generación: Friedrich, Rudolf, Charles y Eugen, se asentaron en Suiza y empezaron a llevar a las pistas animales amaestrados. Los hijos de Friedrich, Fredy y Rolf, junto con la prima de estos, Eliane, se convirtieron en las atracciones infantiles del circo en los años treinta y tantos. El patriarca actual de la hermosa y talentosa familia es Fredy, de 58 años, hombre reservado y generalmente sereno, aunque también tiene sus estallidos de cólera, que ejerce férrea disciplina sobre el grupo como director técnico y artístico. Su hermano menor, Rolf, director comercial y administrativo, es el encargado de buscar talentos y elige entre unos 200 actos nuevos cada año para incorporarlos al circo Knie, que siempre es distinto.
Fredy Knie, padre, y sus Lippizaner
Los Knie sobresalen en preparar ellos mismos sus números con animales. Fredy, reconocido como uno de los mejores domadores de caballos del mundo, ha pasado sus conocimientos a sus hijos Fredy y Rolf (llamado así en honor de su tío), a sus sobrinos y a las esposas de estos. Por su parte, Rolf, famoso domador de elefantes, ha enseñado sus habilidades a sus hijos Louis y Franco.
La autodisciplina y una voz de mando suave y amable han dado a los Knie éxito en domar seres tan poco dóciles como las jirafas, e incluso un rinoceronte. Tras dos años de labor penosa y paciente, Fredy el hijo fue el primer artista que logró domar a un rinoceronte blanco de Sudáfrica, que trota en la pista sin asustarse de que un tigre se le monte en el lomo de un salto para apearse después.
En 1975 Louis causó sensación semejante con tres elefantes y tres tigres adultos —en la naturaleza, el enemigo más temido del elefante es el tigre—; a una voz de mando, saltaban los tigres a plataformas ensilladas en los proboscidios. El domador concibió la idea cuando nacieron estos tigres en el parque zoológico viajero del circo. Colocaba a los cachorros unas horas cada día junto a los elefantes, hasta que se acostumbraron unos a otros.
Al año siguiente, Louis —siempre en busca de algo extraordinario— presentó un elefante que andaba por una cuerda floja de tres metros de longitud y a un metro del suelo. Amaestró al enorme animal haciendo que anduviera en vigas paralelas colocadas en el suelo. Luego fue alzando paulatinamente las vigas y conservando cada nuevo nivel hasta que el animal se sentía a gusto, para aumentar después la altura. Por último repitió el ejercicio con cables paralelos.
Los Knie están convencidos de que, en cautiverio, los animales amaestrados son más felices que los sin domar. Fredy, padre, declara: "Los animales que trabajan resplandecen de salud; les brillan los ojos; incluso les gustan los aplausos". Recuerda que hace años una camella acababa de parir, por lo que decidió dejarla descansar en vez de salir a la pista. Pero cuando empezó a sonar la música que la llamaba a escena, la camella comenzó a inquietarse, pateando el suelo y mugiendo irritada. Por último, la testaruda bestia escapó y se le permitió entrar en la pista.
Cuando era todavía un muchachito, a Fredy, el padre, le ofendió la brutalidad con que a veces amaestraban a los caballos y decidió demostrar que la comprensión y la dulzura podían dar mejores resultados. Se culpa a sí mismo cuando un caballo comete un error. Explica: "Si hay un error, siempre es por una causa, y en unos segundos se arruinan meses de adiestramiento por el nerviosismo o la impaciencia de un domador".
Nueve tigres de Bengala siguen las órdenes de Louis Knie.
Los caballos tardan cerca de un año en acostumbrarse a la música, a los aplausos y a las luces brillantes. Se requieren por lo menos seis años para adiestrar en la alta escuela a los pocos caballos selectos —12 en la actualidad, de un total de 80 del circo— y hacer que lleguen a obedecer, más que a las órdenes verbales, a la simple presión de la rodilla del jinete y a la inclinación del peso hacia uno u otro lado. Fredy es muy exigente; no permite que lo interrumpan cuando está trabajando. El desaparecido Alois Podhajsky, durante mucho tiempo director de la Escuela de Equitación Española de Viena, declaró una vez en respetuoso homenaje: "Knie ha conservado el arte clásico del hipismo".
Detrás de la atracción deslumbrante, la diversión y las emociones de que disfrutan los espectadores hay un régimen de disciplina inquebrantable. Cuando están de gira, todos los Knie pasan las mañanas y tardes libres adiestrando animales y acostumbrándose a las ejecuciones proyectadas para la siguiente temporada. Con frecuencia hay una función a las 3 de la tarde, y luego, a las 8 de la noche, la banda anuncia la gran función. La mayoría de los compromisos son para dos días de actuación (la estancia más larga en un lugar es de cinco semanas, en Zurich), así que muchas noches del año se las pasan viajando. El dramaturgo alemán Carl Zuckmayer, que sin querer inmortalizó el apellido Knie —ni siquiera sabía que existiera una familia llamada así— en su obra Katharina Knie, compuesta en 1928, escribió: "Difícilmente habrá otra carrera, ni siquiera la de soldado, que exija tan férrea disciplina".
Resulta caro Mantener el circo. Entre los 250 empleados hay reparadores, choferes, cocineros, un carpintero, un electricista, un soldador, un fontanero, un herrero y un maestro para los hijos de los artistas. Cada temporada los animales gastan 200 toneladas de paja y consumen 300 de diversos alimentos. Hay que coser los uniformes de los ujieres, y se mandan hacer especialmente las bridas, las sillas de montar y todos los adminículos que utilizan los artistas. Las facturas de Vicaire, de París, que diseña los lujosísimos trajes del espectáculo, pueden llegar a más de 100.000 francos anuales.
Aunque el circo es un éxito desde el punto de vista económico, una mala temporada puede provocar tremendos descalabros. (A pesar de llamarse "Nacional", el Knie no recibe ningún subsidio del gobierno.) Para cubrir sus costos anuales, cada día de gira debe producirle por lo_menos 30.000 francos suizos. En el contrato de Zurich, el alquilerde los terrenos y los impuestos ascendieron a 220.000 francos. A pesar de sus elevados gastos, el circo Knie regala cada año unas 60.000 entradas a hospitales, asociaciones de inválidos y escuelas especiales. Y todos los años ofrece funciones de cortesía a dos prisiones suizas.
El ventrílocuo Fred Roby comenta: "El sueño de todos los artistas es trabajar en el Knie". No sólo por el prestigio y la buena paga —un domador de leones puede ganar hasta 1000 francos al día; un buen payaso, hasta 150.000 en una temporada—, sino también por el trato que reciben de los Knie. Si un artista resulta herido se hacen cargo de él. Por ejemplo: Angie Cavallini era funámbula hasta el día en que cayó del alambre y se fracturó 48 huesos. Después de pasar tres años enyesada, los Knie la adiestraron para su actual puesto de maestra de ceremonias del circo.
Géraldine-Katharina, de la séptima generación Knie, y su padre, Fredy, hijo.
Los artistas son por naturaleza apasionados y la "gran familia del circo" vive en un ambiente difícil; pero hay poca rivalidad entre los Knie. Es más: asombran la absoluta confianza y la mutua admiración que se tienen. Rolf, hijo, confiesa: "A veces surgen discrepancias, pero eso nos permite darnos nuevas ideas unos a otros y mejorar nuestros actos. Siempre resolvemos los problemas".
Carl Sembach, propietario del famoso circo Krone de Alemania, acertó cuando dijo: "Los Knie son grandes porque llevan el circo en el corazón".
Fotos: Foto Krenger, Circo Knie