LA MALDICIÓN DE LA ECUATORIALIDAD
Publicado en
enero 06, 2013
Por Ricardo Jiménez
Cuentan que Dios ayudado por un ángel, se encontraba distribuyendo los recursos y maravillas naturales de la tierra. Al pasar sobre el Ecuador, el alado ayudante dejó caer por error una sobredosis de belleza y riquezas. Asustado el ángel, detuvo al Creador para preguntarle lo que debía hacer. Sin perder siquiera el paso, Dios tranquilizó al ángel con un gesto, y le dijo que no se preocupara, "ya verás qué clase de gente pondré aquí en compensación", dijo con voz retumbante.
Este chiste, que ha sido siempre uno de los favoritos de mi padre, nos servía siempre de consuelo cuando en el diario convivir nos topábamos con algún semejante especialmente belicoso.
No se sorprendió mucho el conocer que existen teorías y razones que confirman las especiales condiciones de las zonas ecuatoriales del planeta.
Para comenzar, la rotación de la tierra, que influye no sólo en la peculiar forma de nuestro planeta, concentró las vetas minerales y depósitos más ricos precisamente en la faja ecuatorial o ecuador de la Tierra.
Luego, su ubicación dotó a esta zona con un clima invariable, libre de los perpetuos y extremos cambios de temperatura que trae consigo las estaciones. Ecológicamente hablando, esto resulta invalorable, pues brinda al reino vegetal la oportunidad de realizar fotosíntesis y crecer durante casi doce horas diarias todos los días del año.
Pero no sólo los vegetales se benefician de esta invariabilidad de condiciones y de la casi constante duración del día. Las gónadas de las aves que habitan en las zonas son cuatro estaciones, se mantienen en un estado de baja actividad o de casi suspensión de función durante las épocas de menor luz y baja actividad o de casi suspensión de función durante las épocas de menor luz y baja temperatura. Esto redunda en un ahorro de energía reproductiva y de crianza, actividades que resultan incompatibles con la escasez de alimentos en el rigor del invierno.
Pero en el Ecuador, también el reino animal se beneficia del suministro constante de luz y alimentos, y los habitantes de las zonas ecuatoriales del planeta, tendrían así la capacidad de producir todos los días del año.
Con una temperatura que varía dentro de límites constantes, las exigencias de alimentación, refugio, vestimenta y hasta la necesidad de almacenar para la época improductiva están naturalmente reducidas al límite mínimo.
Desgraciadamente, y siempre según estas teorías, ciertos antropólogos, sociólogos, economistas y ahora hasta los ecólogos coinciden en afirmar que al no tener que enfrentar las estaciones, al no sufrir anualmente de épocas de escasez, al no aprender a colaborar para enfrentar las amenazas de los períodos de luz cortos y temporadas frías, al habitante de las zonas ecuatoriales, creció el medio de esta imperturbable abundancia, con una adquirida tendencia al egoísmo, al ocio, al facilismo.
Eminencias de la talla de Spengler o Friedman, señalan que si en el globo terráqueo trazamos con el dedo un curso sobre la línea ecuatorial, casi con certeza, en el camino encontraremos; pobreza, miseria, retraso, gobiernos corrompidos, sobrepoblación, caos.
Yo me atrevería a señalar que la mayoría son regiones de nuestro planeta que pasaron por un proceso de depredación colonial, que las dejó exhaustas e inmaduras políticamente.
Pero para quienes sostienen la otra tesis, es como si la superabundancia de vida obligara al habitante ecuatorial a compensar en otros niveles, por la desigual repartición de riquezas con que ha sido premiado quizás inmerecidamente.
Cuando con nuestro proceder perjudicamos a otro ser humano, escojemos el camino corto y fácil, o tomamos una decisión pensando en una ganancia inmediata y personal, postergando a nuestros semejantes sin pensar en el futuro en común, estamos ratificando la teoría y dándoles la razón a los que la sostienen.
Desde luego, el tener un pretexto congénito para no ser solidario, ni generoso e improductivo, liberaría de responsabilidades y de problemas de conciencia a más de uno.
Pero, ¿a qué nivel se hace tangible la ecuatorialidad?
Aunque usar los ejemplos políticos es como una tentación demasiado fuerte, fijémonos más bien en algo tan cotidiano y corriente como el tránsito.
¿Cuántas veces ha presenciado usted un atracón que se produce porque alguien estacionó su auto en doble o tercera fila, sin preocuparse por el derecho a circular de los demás?
¿En cuantas intersecciones nos hemos quedado detenidos porque a algún "vivo ecuatorial" se le ocurrió pasar en la luz amarilla sin pensar en que se iba a quedar cruzado impidiendo el paso a todos los carriles?
¿Cuántos seres productivos han perdido la vida porque a un egoísta no le importó adelantar invadiendo el carril contrario?
¿Por qué el tránsito de los países ecuatoriales suele ser el más sangriento del mundo?
¿Será que ésta, a la que estoy llamando "la maldición de la ecuatorialidad" es simplemente el resultado lógico de postergar, engañar, inculcar falsos valores y negar educación y cultura a la mayoría de un pueblo?
Casi siempre pienso que a quienes más favorece la ignorancia ajena, la poca información y la corta memoria es a los políticos del mundo entero.
¿Será que eso que los gobernantes más mediocres prefieren erigir "obras de relumbrón", antes que construir escuelas, bibliotecas u hospitales?
Es por ello que casi sin excepciones, el proceder de la mayoría de nuestros políticos y gobernantes es un claro ejemplo de que la ecuatorialidad existe, funciona y le va muy bien, muchas gracias.
Para complicar aún más las cosas, algunos politólogos señalan que los ecuatoriales somos pueblos difíciles de gobernar, poblaciones en las que únicamente las figuras patriarcales o despóticas, con una buena dosis de intolerancia, logran tener efecto o hacer mella.
Si nos remontamos a nuestra historia política, incluso la más reciente, es posible pensar que el fenómeno de la "ecuatorialidad" podría ser algo más que las divagaciones condescendientes de un estudioso arrogante.
Penoso sería que lo tangible de esta tendencia nos inspirase autocompasión y sintiéramos lástima por nuestro país y directamente por nosotros mismos.
Tal vez lo más importante que podemos hacer, es precisamente evitar actuar ecuatorialmente y nunca permitir conscientemente que nuestros destinos, nuestra educación y nuestra memoria colectiva, sean manejados o peor manipulados por las manos o por las ambiciones de gente "ecuatorial".
Habría que conservar fresca la noción del concepto, precisamente para no ser parte de él.