Publicado en
septiembre 01, 2012
Signo rojo azul, serigrafía, 70 x 50 cms, 1982.Por Eduardo Serrano (Crítico colombiano, Curador del Museo de Arte Moderno de Bogotá.)Después de un corto período en el cual su obra indagaba sobre las posibilidades expresivas de la figuración, Manuel Hernández abandonó hace ya más de treinta años el ámbito de las representaciones, para confrontar el arte como una actividad espiritual, capaz de transformar un pensamiento o una idea en una entidad independiente. En el desarrollo de ese objetivo el artista ha logrado consolidar una obra que brilla con luz propia en el panorama artístico internacional, representando uno de los aportes más sobresalientes de América Latina en el área de la pintura abstracta.
Desde sus primeros trabajos en dicha modalidad pudieron distinguirse algunas metas de lo que hoy se reconoce como su lenguaje, tales como la definición de un particular espacio y la consecución de un color original acoplado con sus objetivos. Desde entonces su color ha sido madurado, sutil y cargado de densas transparencias, coincidiendo anímicamente con esa posición singular, entre sugerente y concreta, entre meditada y espontánea, que ha distinguido su pintura.También era manifiesta desde sus primeras obras abstractas la búsqueda de signos, de esas formas que por definición constituyen insinuaciones, señales e indicios más que realidades indefinibles, a través de los cuales el artista lograría expresar verdades que carecen de imagen corpórea, pero que no por ello son menos fundamentales para el hombre (devenir, reflexión, armonía), o para el mundo (equilibrio, movimiento, suspensión).
Signo doble sienna, acrílico y collage sobre cartón, 48 x 102 cms, 1993.Es decir, paulatinamente se fue haciendo claro que el artista había encontrado en la abstracción la manera de expresión adecuada para sus raciocinios y sensibilidad, puesto que no sólo había conseguido profundizar con coherencia en los citados planteamientos, sino que los había engrandecido con nuevas consideraciones cromáticas y espaciales, y con la exploración de perceptivas relaciones entre uno y otro signo. Sus colores habían adquirido además cierta calidad atmosférica, la cual coincide con el carácter fluido y gaseoso que a partir de ese momento habría de caracterizar sus formas.Ya en la década de los ochenta, su lenguaje había fructificado en lienzos espléndidos, intrigantes, de innata elegancia y absorbente presencia, habiendo aumentado su escala en una especie de reiteración complementaria de la monumentalidad que implican sus signos y del espacio inefable que sugieren. El número de colores se había reducido en cada obra, haciéndose menos contrastantes, más armónicos, y revelando con franqueza su consecución con base en delicadas veladuras.En sus últimas pinturas el acrílico se coloca sobre el lienzo de manera más gestual, más expresiva, lo que hace que sus formas adquieran una consistencia aún más ligera y vaporosa y que sus ámbitos se tornen aún más atmosféricos. En ocasiones les añade carboncillo reforzando su gestualidad y enriqueciendo las superficies con sutiles grafismos. En otras ocasiones las formas aparecen entre una especie de bruma que las oculta parcialmente, reiterando la misteriosa inmensidad de sus espacios, ya que no por ser abstracto su trabajo se conforma con las consideraciones propias de la bidimensionalidad.
Signo contra luz, acrílico, 92 x 72 cms, 1990.Si sus primeras pinturas resultan intrigantes y poéticas, sus últimos trabajos proyectan toda la sabiduría acumulada durante treinta años de profundizar con cada obra en las implicaciones de las anteriores, hasta alcanzar esa sabiduría que hoy le permite crear una entidad renovadora que compendia sus experiencias, conocimientos y filosofía, mediante el hecho aparentemente simple de añadir un color o una línea o de cambiar las proporciones y posiciones de sus signos.Devenir, fluir, infinito, indefinible, inaprehensible, son términos que se emplean con diciente frecuencia para referirse a su producción, los cuales subrayan la magnitud de su logro pictórico puesto que se trata de conceptos no sólo abstractos sino incalculables y eternos. Además, su trabajo es abstracto pero no geométrico, ni planimétrico, ni informalista, ni expresionista, dando prueba de una gran independencia y sinceridad, y reflejando, consciente o inconscientemente, su mundo y sus particulares experiencias.Perseverando en la consecución de un lenguaje profundo y propio, Manuel Hernández ha construido una obra que no sólo goza de un puesto de primera línea en el arte colombiano, sino que significa un claro aporte al concepto internacional de la pintura abstracta.
Contacto y ascenso, acrílico sobre tela, 200 x 170 cms. 1978.