¿SOMOS ASESINOS DE ANIMALES?
Publicado en
abril 15, 2012
Unos alegan que si ponemos límites a la experimentación con animales, el progreso científico andaría más lento. Otros, en especial en el ámbito científico, se unen a la búsqueda de alguna solución
Por Patricia CurtisEL PROFESOR salió tarde de la escuela. Su esposa e hijos dormían ya cuando llegó a casa, y se sintió solo al introducir la llave en la cerradura; pero Salomé lo esperaba detrás de la puerta. La perrita saltaba feliz, meneaba la cola y lamía las manos de su amo, a quien nunca dejaba de confortar su exuberante alegría.
A la mañana siguiente el profesor volvió a la escuela de medicina y entró en el laboratorio. Advirtió que un perro, operado por uno de sus alumnos la tarde anterior, tenía todavía en la garganta un tubo endotráqueo y no había recibido nada para aliviar el dolor. Más allá, otro yacía silencioso en un charco de sangre. Torpe trabajo, pensó. Ninguno de los perros ladraba ni aullaba porque nada más llegar al laboratorio sufrían una operación que destruía sus cuerdas vocales para evitar molestias a los vecinos.El hombre examinó los animales en los cuales trabajarían ese día los alumnos. Una perra acabada de llegar meneaba la cola, muy asustada, como para congraciarse. El maestro sintió una punzada de remordimiento, pues se le antojó muy parecida a Salomé. Sin embargo, escribió una nota para recordar luego que debían prepararla para la cirugía experimental.NADIE conoce con exactitud la cifra de los animales que se sacrifican cada año para investigación, pero pensemos que sólo en Estados Unidos los cálculos fluctúan entre 64 y 90 millones. Numerosos perros, gatos, monos, caballos, jacas, crías de bovinos, ovejas, cerdos, pájaros, ratas y ratones, son usados en experimentos a menudo muy dolorosos.Generalmente los investigadores insisten en que sólo los animales vivos proporcionan pruebas confiables para medicamentos, productos químicos y cosméticos que luego usará la gente; y piensan también que son indispensables en la búsqueda de curas para enfermedades y defectos físicos de los humanos. Nadie pondrá en duda el que más de un descubrimiento médico de suma trascendencia (la vacuna contra la poliomielitis, la fisiología de la respuesta a la tensión...) se ha logrado mediante este procedimiento, pero de allí han tomado pie muchas universidades, instituciones médicas y científicas, compañías farmacéuticas, fábricas de cosméticos y hasta el Ejército, para considerarse con derecho de hacer con los animales casi lo que les plazca.Por suerte, un número cada vez mayor de científicos ha comenzado a preguntarse si todos estos experimentos, en los que interviene instrumental de prueba doloroso como son las sondas, el equipo de cauterización, los dispositivos radiológicos o los estimuladores eléctricos, justifican el padecimiento que causan.A este respecto "existe dentro del ámbito científico una creciente intranquilidad que aún no ha encontrado eco", señala la doctora F. Barbara Orlans, fisióloga del Instituto Nacional de la Salud, en Washington, D. C. y presidenta del recién nacido Centro de Científicos para el Bienestar de los Animales, de Bethesda (en el estado norteamericano de Maryland). "Nos proponemos mediar entre la ciencia y los organismos protectores de animales".La razón de esta preocupación parte de la ciencia misma, pues ahora sabemos que muchos animales sienten, piensan, razonan, se comunican entre ellos y, a veces, hasta se comportan en forma altruista respecto de otros. Esta información ha acortado la brecha que nos separa del mundo animal, y ha hecho más imperdonables los procedimientos inhumanos.(Curiosamente el público tiende a discriminar cuando reacciona contra la vivisección. Muchas personas admiten las pruebas cuando se aplican a un animal "inferior", como el hámster, pero protestan cuando la víctima es un perro.)Hoy son corrientes los experimentos sicológicos que tratan del "abandono aprendido".Los investigadores dan choques eléctricos a ciertos animales enjaulados hasta que aprenden ciertas maneras de obtener comida; luego modifican las reglas de modo que aquellos deben seguir aprendiendo cada vez más medios de evitar la penosa sensación. O los tienen tirados sin más ni más en el piso de sus jaulas, recibiendo pasivamente los choques. Buscan así una relación entre el abandono aprendido y la depresión que afecta al hombre.En otro experimento típico de una serie que se originó en 1966 en el Instituto de Investigaciones Radio-biológicas del Ejército en Bethesda, mantenían 18 horas en ayunas a 10 monos, y luego los obligaban con estimuladores eléctricos a correr en molinos de ruedas. Hacían esto durante varias semanas antes de exponerlos a radiación de neutrones gamma. Luego los volvían a la rueda durante seis horas y posteriormente dos horas cada día, hasta matarlos. Y es que querían tener una idea de los efectos de la radiación en la resistencia humana.Objetan algunos que, bajo las circunstancias controladas del laboratorio experimental, los resultados son objetivos y coherentes, pero olvidan que a menudo los resultados de una misma prueba realizada en la misma clase de animal, difieren según el laboratorio. Muchos investigadores reconocen; incluso, que las tensiones producidas por una jaula llena, por el tratamiento violento, el dolor y el miedo, afectan de hecho el metabolismo de las víctimas e influyen por tanto en los resultados.Otros alegan que estas pruebas predicen las reacciones humanas. Sin embargo, muchas veces la respuesta a alguna sustancia o situación varía dependiendo de la especie del animal; por ejemplo, la talidomida no produjo deformaciones en los fetos de perras, gatas, monas y hámsters.Al decir del veterinario Thurman Grafton, director ejecutivo de la Sociedad Nacional de Investigación Médica, en la capital norteamericana, quienes creen poder sustituir a los animales con otros métodos, se engañan. "Esas nuevas tecnologías sólo complementan las pruebas de la vivisección. Si bien indican qué dirección debe tomar un tipo de investigación, necesitaremos siempre un animal con todas sus intercambiables funciones bioquímicas para evaluar adecuadamente una droga", afirma.Así y todo, en algunos casos —como la producción de ciertas vacunas— ya han dejado los animales el relevo a otros métodos; y con el propósito de alentar la búsqueda de más caminos, el Fondo Nacional para la Búsqueda de Alternativas a la Investigación Animal, de la Ciudad de Nueva York, y el londinense Fondo Lord Dowding y otros grupos, subvencionan a los expertos comprometidos en la investigación de posibles sustitutos del animal en este tipo de experimentos.En 1978 el Fondo Norteanaericano concedió su primera subvención al profesor de biología Earl William Fleck, del Colegio Whitman, en Walla Walla (Washington), quien desarrolla una prueba que utiliza unos organismos unicelulares llamados tetrahymena en la busca de teratógenos, agentes capaces de causar defectos en el feto. Se espera que esta prueba sea más barata, rápida, exacta y humana. Y el investigador médico John Petricciani, becario del Fondo Dowding e investigador de la Dirección Norteamericana de Alimentos y Drogas, ha ideado un método para apreciar el crecimiento de tumores inyectando células que los producen en la piel de embriones de pollo de nueve días.Frecuentemente son descubiertos otros métodos de ensayo por hombres de ciencia que buscan métodos más fáciles y económicos para conseguir sus objetivos. Por ejemplo, Hans Stich, investigador canadiense de cáncer, ha creado una prueba para la carcinogenicidad, la cual prueba emplea células humanas, tarda una semana y cuesta solamente unos 1.000 dólares. El método tradicional se vale de ratas y ratones, lleva tres años y cuesta aproximadamente 200.000.En tanto que los nuevos métodos no excluyen aún el uso de algunos animales como prueba definitiva de una seguridad química, pueden, sí, salvar incontables vidas en las primeras etapas.El fisiólogo británico D. H. Smyth dice en su libro Alternatives to Animal Experiments ("Alternativas para los experimentos con animales"), que puede reducirse en mucho el número creciente de animales de laboratorio, pero aún ve muy lejos la supresión completa de la vivisección; y se pregunta: "¿Podemos perpetrar cualquier crueldad para satisfacer la curiosidad científica con la esperanza de que algún día sea útil? Creo que no".Richard Ryder, sicólogo británico, critica la actitud ambigua de quienes realizan estos experimentos, pues defienden científicamente su proceder basándose en las similitudes entre el hombre y los animales, y moralmente basándose en las diferencias.He ahí el quid: las diferencias no son tan claras como antes. Sabemos ahora que algunos animales tienen una inteligencia más desarrollada que la de determinados seres humanos, como son los recién nacidos y los muy retardados. Y Ryder pregunta: "Supongamos que nos descubren algunos seres más inteligentes llegados de algún lugar del universo. ¿Estaría bien que experimentaran en nosotros?"CONDENSADO DEL SUPLEMENTO DOMINICAL DE "THE NEW YORK TIMES" (31-XII-1978)