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diciembre 04, 2011

"Habré fracasado, si cuando salgan de este curso no son mejores personas", nos advirtió. Para cientos de jóvenes, sus esfuerzos no fueron vanos.
Por John DonohueEN 1979 era yo un larguirucho estudiante de segundo año cuando sucumbí al hechizo de Maureen O'Donnell, quien cumplía su segundo año como maestra de latín en la Escuela Secundaria Woodson, en Fairfax, Virginia. Un día, mi hermano y yo la encontramos en el pasillo con un carrito atestado de libros. ”John quiere formar parte del equipo de latín'', anunció mi hermano, idea que yo apenas empezaba a considerar.
MOD, como todos la llamaban, me miró fijamente, esbozó una amplia sonrisa e hizo un juicio instantáneo: "Veo que tú eres un gran erudito". Era una mera adulación, pero sus palabras se me quedaron grabadas. Varios días después, me buscó y me entregó en préstamo un par de libros de historia de Roma, de su propia biblioteca. ”Disfrutarás de ellos en el verano", insistió. Para sorpresa mía, así fue.El primer día de clases del otoño siguiente, pronunció su famoso discurso sobre "superación personal": estudiaríamos de acuerdo con un código de honor que se remontaba a la antigua Roma. Y si bien esperaba que aprendiéramos algo de latín y de la historia y cultura de Roma, declaró: "Habré fracasado, si cuando salgan de este curso no son mejores personas". El latín era sólo el medio que utilizaba para enseñarnos a ser ciudadanos dignos de una república libre y soberana.MOD nos instruía en los clásicos por las lecciones morales que dejaban: la forma en que las deficiencias de carácter conducían a la caída de reyes, así como la conducta altruista redundaba en grandes recompensas. Su héroe era Cicerón, que se elevó desde sus orígenes relativamente humildes hasta convertirse en uno de los estadistas más elocuentes de Roma.La diminuta maestra era un verdadero ciclón en el aula. Nunca se sentaba. Había mandado colocar los pupitres en semicírculo, para poder ver cada rostro. Si alguno de los alumnos se distraía, inmediatamente se acercaba y le daba un afectuoso apretón en el hombro. Mientras iba y venía por el salón, lanzaba rápidamente una pregunta tras otra para asegurarse de que todos respondieran y entendieran. Ilustraba un detalle de métrica danzando al ritmo del verso, y para recalcar la declinación de un sustantivo, la cantaba.Muchos tomábamos el almuerzo en el salón de MOD, mientras reíamos y charlábamos sobre emperadores, cortesanos, poetas y políticos romanos. Hasta ese momento, yo había sido virtualmente un mudo en la escuela. Pero en su clase me atreví por primera vez a contar un chiste, y descubrí que tenía un sentido del humor que otros podían disfrutar. Como ocurrió con tantos otros chicos a quienes tuvo bajo su tutela, el tímido patito feo empezó a transformarse.UNA TRAGEDIA CONSTANTE
Maureen McManus creció en Taunton, Massachusetts. Su madre fue una abnegada maestra de primaria; su padre, cuya escolaridad terminó en el octavo grado de primaria, era un ávido lector que gustaba de recitar a sus dos hijos pasajes de las obras de Shakespeare. Recién egresada de la universidad en 1953, MOD aceptó su primer empleo docente en una pequeña escuela del oeste de Massachusetts.
Tiempo después contrajo matrimonio con Harold O'Donnell, oficial del Cuerpo de Infantería de Marina. La joven pareja vivió una tragedia constante, que hubiera hundido a muchas familias: cuatro de sus seis hijos se vieron afectados por la fibrosis cística. A medida que avanzaba la ciencia médica, la vida de sus hijos se prolongaba, pero los O'Donnell no pudieron evitar que los cuatro chicos se consumieran inexorablemente hasta morir.La entereza de los O'Donnell al hacer frente a esta prueba enriqueció la vida de sus incontables amigos y alumnos. MOD llevó a su doliente hija Brenda, de 16 años, a uno de los muchos recorridos que organizaba con estudiantes por la Grecia clásica. Cuando las colinas de Delfos representaron un esfuerzo excesivo para Brenda, los estudiantes la llevaron en brazos para que no se perdiera de nada. La noche que regresaron a casa, MOD vio un destello en los ojos de Brenda mientras decía con orgullo: "¡He aprendido tanto!" Al cabo de un rato la atacó una hemorragia, y a los pocos días murió.Años más tarde, MOD escribía que vivir con cuatro niños condenados a muerte le había enseñado “a valorar la resistencia de la mente humana.Aprendí que una interesante narración puede capturar a tal grado la imaginación de un chico, que el dolor físico pasa a segundo plano. Vi que el arte y la música hacen más tolerable a los chicos la amargura de hallarse recluidos". Dijo una vez a un reportero: "Cuatro de mis hijos se han ido, pero hay cientos de niños que esperan aprender, crecer y disfrutar".JAMAS VI ALGO SEMEJANTE
En 1972, cuando el menor de sus hijos, Sean, empezó a asistir al jardín de niños, MOD volvió a enseñar latín en una escuela primaria privada en Annandale, Virginia. A nivel nacional, el número de estudiantes inscritos en cursos de latín había descendido en casi un 80 por ciento desde 1960. La Liga Nacional Juvenil de Estudios Clásicos había iniciado una serie dé torneos en escuelas secundarias. Equipos estudiantiles de cuatro planteles diferentes contendían entre sí sobre cuestiones relacionadas con la gramática, la historia, la mitología y la cultura clásicas.
MOD visitó una escuela secundaria cercana, en Maryland, para preguntar si podía inscribir a un equipo de sus alumnos de séptimo y octavo grados de primaria en un torneo que se celebraría próximamente. Por supuesto que sí", respondió el patrocinador, y esperamos que se queden a pre-senciar la vuelta final''. Los chicos de MOD no sólo se quedaron, sino que se llevaron el primer premio, tras derrotar a alumnos de secundaria cuatro y cinco años mayores que ellos.En 1978, cuando la Escuela Secundaria Woodson puso un anuncio solicitando un maestro de latín de medio tiempo, hubo muchos aspirantes. Pero MOD se presentó con la mayor confianza del mundo, y declaró: "Soy su nueva maestra de latín". En dos años, conforme se corrió la voz de que había una nueva hechicera entre nosotros, el número de estudiantes matriculados en su curso se triplicó.El primer salón de clases de MOD se hallaba en un edificio provisional ubicado detrás de la gran escuela de ladrillo. Lo bautizamos con el nombre de la Cabaña Latina, y pronto pasó a ser un bullicioso lugar de reunión después de clases, durante los fines de semana y en los veranos, donde practicábamos el latín bajo el lema de Fortius conamur (Esforcémonos).Estudiantes y padres de familia patrocinaron "el Torneo Woodson", justa anual que logró atraer hasta 200 equipos. Durante cinco años consecutivos ganamos los campeonatos nacionales de principiantes y avanzados.BAJO SU ALA
En 1982, la Universidad de Yale le confirió un doctorado honorífico. "Usted ha sido mater et magistra de miles de estudiantes de latín, y su brillante desempeño e incansable dedicación a esa lengua y a su profesión inspiran a todos los que enseñan y aprenden lenguas antiguas y modernas", rezaba la mención. ''Usted ha dado vida al latín".
Como Sócrates en el mercado ateniense, siempre estaba rodeado de una bulliciosa muchedumbre. Pero gran parte de la magia de MOD se debía a que, cuando dedicaba tiempo a alguien, su entrega era total.Algunos estudiantes se asombraban de que los alumnos de MOD tuvieran su número telefónico y la autorización de llamarla o visitarla cuando quisieran. Y lo hacíamos. Los O'Donnell tenían una regla: quien quiera que estuviera allí a las 4 de la tarde, los domingos, estaba invitado a comer, siempre que hubiera lugar en la mesa. En Navidad, invariablemente, la casa estaba llena de ex discípulos de MOD, que habían venido de la universidad a pasar unos días con sus respectivas familias, y que estaban ansiosos de volver a verla y tener un reencuentro con los viejos compañeros.Los estudiantes acudían en tropel a confiarle sus problemas escolares, sobre la adolescencia y hasta para la elección de una carrera. Siempre nos sentíamos mejor cuando nos devolvía la perspectiva con su pregunta, "¿Quid ad aeternum?" (¿Qué importancia tiene esto a la luz de la eternidad?) Jamás hizo alusión a sus propias dificultades, y su alegría de vivir nunca decayó. Tenía mucho que ofrecer a quienes padecían de grandes carencias.Fue el caso de Sean, por ejemplo, cuya madre y padrastro lo echaron de la casa después de que se graduó. MOD le ofreció un lugar donde vivir durante tres veranos, y le ayudó a conseguir una beca para estudiar en una buena universidad.Y también el de Tony, que acudió a ella a la mitad de su cuarto y último año, porque estaba saliendo reprobado en todas las materias y no podría graduarse. MOD lo mandó a ver a cada uno de sus maestros, con la recomendación de que negociara plazos más largos para entregar trabajos que no había hecho, y lo hizo aplicarse. Con su ayuda y estímulo, Tony se graduó con buenas calificaciones.Aunque fui alumno de MOD sólo dos años, mis exámenes de admisión a la universidad mostraron que había aprendido lo suficiente para acreditar cuatro semestres de latín superior. Parecía inevitable que me especializara en los clásicos y decidiera ser maestro de latín. Cuando comuniqué esta decisión a mi ex maestra, volvió a representar la escena que cientos de veces había interpretado con otros estudiantes: estiró los brazos (yo era 60 centímetros más alto que ella), me inclinó para darme un abrazo, y exclamó: "¡Me siento tan orgullosa de ti!" JAMAS DESESPERES
MOD me ayudó a encontrar empleo en una escuela católica, y por lo menos una vez a la semana iba a Woodson a visitarla. Docendo discitur, solía repetir. Se aprende enseñando.
En diciembre de 1988, MOD supo que padecía de un cáncer pancreático mortal. Un día después de Navidad, me llamó por teléfono para darme la terrible noticia y pedirme que me hiciera cargo de sus clases, en el receso de fin de curso de posgrado al que yo asistía. Durante esas tres semanas, la visité todos los días después de clases. La encontraba extenuada por el dolor, pero a medida que hablábamos de sus alumnos, desde su progreso en clase hasta su vida amorosa, el dolor desaparecía y reía de nuevo.MOD siguió trabajando largas horas en la preparación de las cartas de recomendación para la universidad, que redactaba con gran cuidado, para describir cada uno de los puntos fuertes de sus alumnos. Ahorraba energía para los días "buenos", en los que recibía a la hilera sin fin de estudiantes y padres que acudían a verla. Invariablemente terminaba consolando a sus visitas. Cuando una chica prorrumpió en llanto, MOD la tomó en sus brazos y le dijo: "Nil desperandum”. (Jamás desesperes)Maureen soñaba con que un día ella y yo pudiéramos enseñar juntos. Me dijo: "Cuando me haya ido, mis libros serán tuyos".Murió el 17 de febrero de 1989. En la primavera, Harold O'Donnell me llevó a la biblioteca de su casa. Me quedé atónito. Había más de 1000 volúmenes en latín, griego e inglés sobre literatura, historia y mitología clásicas. Harold se retiró discretamente cuando empecé a sollozar.Poco después, el director de la Escuela Secundaria Woodson, que 12 años antes había contratado a Maureen, me ofreció el puesto para sucederla. Acepté humildemente.Ahora, mientras recorro su salón de clases, me sorprendo imitándola inconscientemente, llamando a mis alumnos "grandes eruditos", o interrumpiendo una lección de gramática para exclamar: "¿No es fantástico?" Me veo elogiando efusivamente a los estudiantes, y me doy cuenta de que esto era exactamente lo que ella solía hacer. Ahora creo que, por fin, estamos enseñando juntos.