¡NO DEJEN MORIR A MI PAPÁ!
Publicado en
diciembre 04, 2011

Lo único que podía salvar a Kim Cooke de una muerte segura era el valor de su hija de nueve años
Por Per Ola Y Emily D'AulaireCOLLEEN Cooke, vivaracha niña de nueve años, gozaba mucho de los paseos a caballo que cada semana hacía con su padre, Kim Cooke, alguacil del condado de Teton. Vivían en Víctor, Idaho, unos 50 kilómetros al oeste de la espectacular cordillera Grand Teton. Más al occidente se alzan las escabrosas montañas Big Hole, hogar de osos, ciervos, castores y alces.
Kim disfrutaba de las cabalgatas tanto como su hija. Su esposa, Jannifer, estaba embarazada nuevamente, y hasta entonces Colleen había sido hija única, por lo que ella y su padre eran muy unidos.El alguacil Cooke había vivido en Víctor desde su adolescencia, y aprendió a administrar el rancho de la familia. A los 33 años era un hombre fuerte, esbelto, de ojos color avellana y bigote caído, muy respetado por su honradez y dedicación. Había enseñado a su hija a que no se conformara más qué con lo mejor.La mañana del 30 de mayo de 1987, ambos salieron a cabalgar hacia una zona de la cordillera Big Hole por la que no se habían aventurado. La niña trotaba fácilmente en su caballo, un animal tranquilo, en tanto que el padre montaba una espantadiza potranca de tres años, recién adquirida.Siguieron un rato un sendero boscoso. Luego, viraron para ascender a la montaña entre álamos temblones y pinos. Ahí ya no había vereda, sólo un barranco empinado y rocoso, cortado por un arroyo helado.Tardaron hora y media en llegar a lo alto del cerro, a 300 metros de la cuenca del río y a unos seis kilómetros de casa. Los caballos estaban empapados de sudor, por lo que desmontaron para dejarlos reposar. Kim le dijo a la niña que sacaría de su alforja unos refrescos, que beberían mientras descansaban.Colleen había trepado a una roca, cuando oyó tras de sí un silbido, como el de una cola de caballo. Al volverse, vio, aterrada, a su padre rodar por el suelo y luego arrodillarse, cubriéndose el rostro con las manos. La sangre brotaba entre sus dedos. ¿Se habría resbalado y caído? ¿O se golpearía la cabeza contra una piedra? se preguntaba Colleen, mientras corría hacia él.A través de la sangre, Kim se sintió una hendidura sobre el ojo derecho, con el que no veía nada. Supuso que la potranca debía de haberlo pateado, pero no recordaba cómo había ocurrido, ni por qué. Pensó que había sujetado las riendas mientras alcanzaba la alforja y que, por tanto, debía de haber quedado fuera del alcance de los cascos. ¿Acaso se le había caído algo y se había inclinado a recogerlo? Su memoria estaba en blanco.Colleen se dio cuenta de que la herida de su padre era grave. La coz le había hendido la parte superior derecha de la cara, dejando el cerebro al descubierto. Por su mente cruzó la idea de que su padre se estaba muriendo, pero se negó a aceptarla. "Voy a buscar ayuda", dijo, procurando que su voz no denotara su terror.MANO SALVADORA
Colleen, con el corazón latiéndole violentamente, montó en su caballo e inició el descenso, pero pronto se percató de que no estaba segura de cuál sería el camino. Dos veces retrocedió hasta donde estaba el herido, cambió de idea y se dirigió de nuevo hacia abajo. Sin embargo, una voz en su interior no cesaba de repetir: No abandones a tu padre
Al volver a la cuesta, la niña sabía que de ella dependía la salvación de su padre. Mientras luchaba por conservar la calma, vinieron a su mente las palabras que el maestro de catecismo en la escuela dominical había dicho la semana anterior: "Cuando te encuentres en un aprieto, reza". Este sí que es un aprieto, pensó. Al llegar junto a su padre, desmontó, apoyó la frente contra el flanco del caballo y cerró los ojos. ¡Dios mío, por favor, ayúdanos a salir de aquíl ¡No dejes morir a mi papal
Luego, recordando lo que había aprendido en el curso de primeros auxilios (verificar la respiración, detener la hemorragia), aplicó cuidadosamente nieve en el rostro de su padre para limpiar la sangre. Procurando parecer segura de sí misma, le dijo: "Lograremos llegar a casa; lo sé, porque he rezado".
Kim había estado inconsciente y consciente alternativamente, pero la voz de su hija lo hizo reaccionar y mantenerse despierto. Estaba contento de que hubiera vuelto. Su mente aceptaba la posibilidad de morir en la montaña, pero le preocupaba la idea de que Colleen se extraviara o se lastimara si trataba de descender sola el cerro. Debía tener la fuerza necesaria para guiarla de regreso a una zona conocida.El caballo de Kim estaba lejos, entre un macizo de árboles; de cualquier modo, el alguacil no tenía fuerzas para montar. Iniciaron el regreso a pie; Colleen sujetaba a su padre con una mano, y con la otra conducía su propio caballo. Kim estuvo a punto de desmayarse de dolor.Tras andar unos 30 metros, Kim sintió violentas náuseas y se dejó caer al suelo para descansar. Pero la niña le instó a levantarse, consciente de que no había tiempo que perder. El avance era angustioso y lento. Kim vomitaba una y otra vez, y cualquier movimiento brusco le ocasionaba intensos dolores de cabeza.Para obligarse a caminar, Kim eligió un punto, unos seis metros abajo, y se dijo a sí mismo que podía llegar. Cuando lo logró, se fijó una nueva meta. Quería alcanzar el camino que usaban las compañías madereras. Una vez ahí, no le importaba nada más; sabía que Collen podría seguir sola de ahí en adelante.Las horas trascurrían. Kim estaba deshidratándose por el vómito. Colleen se percató de que su padre estaba perdiendo la noción del tiempo y, preocupada de que el retraso fuera mortal, lo animaba a continuar; pero en su interior temía que estuviera al borde de la muerte.CABALLO SIN JINETE
El dolor ya era insoportable, pero Kim sabía que su hija no le permitiría darse por vencido. Estaba maravillado de su determinación y de que ni una sola vez hubiera perdido el control.
Unas cinco horas después de haber iniciado el descenso, llegaron al pie de la montaña y Colleen avistó el camino maderero. Ya era hora. Exhausto, Kim se dejó caer y se apoyó en un tronco.Por el aspecto de Kim, la niña se convenció de que no podía llevarlo más lejos. "Prométeme que esperarás aquí. Volveré con ayuda lo más pronto que pueda", le dijo.Montó en su caballo y se dirigió a casa, sin saber si volvería a ver vivo a su padre. ¡Por favor, que no sea demasiado tarde! imploraba. La potranca del alguacil, que los había seguido, empezó a galopar y pasó velozmente junto a Colleen, rumbo al establo, sintiendo que no estaba muy lejos.Mientras, Jannifer Cooke, que trabajaba en la huerta, estaba preocupada, pues su esposo y la niña no solían tardar tanto. Hacia las 5:30 de la tarde escuchó el ruido de los cascos y el relincho de un caballo. Corrió hacia la reja, esperando ver llegar a los jinetes, y quedó atónita al ver que la potranca galopaba hacia ella, sola y sin jinete.Casey, de 14 años, hermano menor de Kim, estaba afinando el vehículo de la familia, de tracción en las cuatro ruedas y útil en todo tipo de terreno. Alarmada, Jannifer le gritó: "Vete hacia el camino del cañón lo más rápidamente que puedas. Algo les ha pasado". Casey partió en seguida, sin decir palabra.Al acercarse a galope tendido a la casa, Colleen oyó el rugido de un motor y vio a Casey, que disminuía la velocidad. Le gritó: "¡Es papá! Está allí arriba, junto al dique de los castores". Casey siguió adelante. Poco después, encontró a su hermano recostado contra el tronco, con el rostro cubierto de sangre."Todo saldrá bien", le aseguró Casey, aparentando una confianza que estaba lejos de sentir. "Voy a llevarte a casa". Levantó cuidadosamente al herido y lo acomodó en el asiento trasero. Kim se asió del hombro de Casey para sujetarse y le advirtió que fuera despacio. "Si no", gruñó, "conduciré esta cosa yo mismo".SEGUNDA OPORTUNIDAD
Una ambulancia condujo velozmente a Kim, todavía consciente, desde su casa en Víctor hasta la Clínica Médica de Valle Teton, en Driggs, a unos 20 kilómetros de allí. Como la herida, cubierta de tierra y arena, era una puerta abierta a una infección bacteriana en el cerebro, el doctor Larry Curtís le administró antibióticos por vía intravenosa. Mientras lo curaba, se maravillaba de que una niña de nueve años hubiera sido capaz de ayudar a alguien tan malherido a bajar de la montaña. Sin duda, había salvado la vida de su padre.
El médico sabía que era poco probable que el ojo derecho del alguacil recuperara la visión, dada la gravedad de la herida. Más preocupado por el posible daño cerebral, telefoneó a los cirujanos del Centro Médico Regional del Este de Idaho, que contaba con mayores recursos, y estaba a una hora de distancia.Ahí, a altas horas de la noche del sábado, Kim fue llevado a la sala de urgencias, donde el cirujano oftalmólogo Peter Zimmerman y el neurocirujano Stephen Marano se pusieron a trabajar. Una tomografía axial computarizada reveló que casi ningún hueso del lado derecho del rostro había quedado intacto.Marano y Zimmerman trabajaron hasta las primeras horas de la mañana. Marano abrió la frente y extirpó tejidos dañados y fragmentos óseos del lóbulo frontal del cerebro. Luego, con tejidos de donadores, reparó la desgarrada membrana protectora que recubre el cerebro.Zimmerman trató de salvar el ojo de Kim, pero había pocas esperanzas. Después de diez días sin señales de visión, el médico supo que había que extirparle el ojo. Durante la segunda operación, los cirujanos sujetaron con alambres el hueso roto de la mejilla y repararon el hueso fracturado detrás del ojo. Ya dependía del espíritu combativo del enfermo completar la curación.La hazaña de Colleen al salvar la vida de su padre corrió por todo el valle y trascendió más allá. Cierto día en que Colleen estaba sentada sobre la cama de Kim, un elemento del Departamento de Incendios del Condado de Teton le llevó un reconocimiento por su ”valor frente a la adversidad". El Consejo de Justicia Criminal de Idaho, por su parte, le otorgó la recompensa oficial del grupo por un ”acto heroico al salvar una vida humana".Milagrosamente, el cerebro de Kim no sufrió daño alguno en sus funciones. En agosto, volvió a trabajar algunas horas. El cercano encuentro con la muerte le había dado una nueva perspectiva. "Rara vez se nos concede una segunda oportunidad", comentó. "Pero Colleen me la dio, y voy a compartirla con los demás". Se ofreció a enseñar en la escuela dominical y a hablar a grupos juveniles sobre la importancia de conservar el control de sí mismo en momentos de crisis.Luego llegó la noticia de que Colleen había sido elegida como uno de los diez héroes jóvenes de todo el país que serían distinguidos en Washington, D.C. En la ceremonia de premiación, el senador republicano Steven Symms, de Idaho, declaró que la determinación y el valor de personas como Colleen era lo que engrandecía a Estados Unidos. Al día siguiente, le tomaron una foto con el presidente Ronald Reagan, quien, posteriormente, se la envió autografiada con una nota que decía: "Para Colleen Cooke, una auténtica heroína norteamericana''.Actualmente Kim Cooke se ha recuperado y ha vuelto a su trabajo de mantener la ley y el orden en el condado de Teton. Todavía disfruta de sus paseos semanales a caballo por el campo con Colleen. "Desde el accidente, estamos más unidos. Algo especial sucedió entre los dos cuando estábamos allá", comenta.Por su parte, Colleen descarta toda la publicidad hecha a su valor, y concluye: "Cuando estábamos allá arriba, en la montaña, no era cuestión de ser valiente o no. Yo sólo sabía que no podía dejar morir a mi padre".