LA FONTAINE, ECUATORIANO CONTEMPORANEO
Publicado en
febrero 01, 2010
Por Jorge Enrique AdoumEl 13 de abril de 1695 moría en París Jean de La Fontaine. Periódicos, revistas, emisiones de radio y televisión, montajes para el teatro (como Un joven de 300 años), canciones regae y rock con textos suyos, han conmemorado en el mundo entero el tricentenario del poeta que dio celebridad a Esopo, poniendo en poesía las fábulas secas, sin artificio literario del esclavo liberto, deforme y tartamudo que nació 23 siglos antes que él. El mundo entero, sí (salvo nosotros, que nunca estamos en el mundo): el primer comité para la conmemoración del tricentenario de La Fontaine se creó en África, las máscaras para un ballet sobre sus fábulas fueron concebidas en Bali, libros sobre él y ediciones y reediciones de su obra -como la ilustrada por Fragonard- siguen apareciendo en todos los países de Europa. Y aunque uno no ha olvidado sus Cuentos y na-rraciones en verso, ni sus traducciones de Bocaccio y Ariosto, son, evidentemente, sus Fábulas las que lo conservan universal y actual, por el genio de su estilo, mezcla de sabiduría e imaginación, y por su dominio de la poesía que le permite la combinación de todos los metros y ritmos. Homero de personajes humildes, lo llamó alguien. Chateaubriand dijo de él que era "su Dios", Víctor Hugo admiraba su versificación, Valéry y Giraudoux hablan de él con respeto. Gide admiraba particularmente El Lobo y el Cordero, "esa maravilla. Ni una palabra de más, ni un solo rasgo, ni un solo elemento del diálogo que no sea revelador. Es un objeto perfecto". Aún quedan, claro, y son numerosos, quienes suponen que se trata de fábulas para niños, tan erróneamente como los que ponen en ese mismo anaquel Alicia de Carroll y los Cuentos de Andersen.
En la escuela, cuando se enseñaba Moral, aprendimos, con "esa maravilla", que cuando el Lobo se empeña en tener la razón, muere el Cordero; que la ostra es para el Juez y las escamas son para el que reclama; que los pequeños pagan siempre la necedad de los grandes; que cuando la Zorra no puede alcanzar las uvas, no las encuentra maduras... Después de la escuela, el país, la sociedad, el sistema, la vida, nos enseñaron otras cosas. Al releer ahora a La Fontaine lo encuentro, tal vez debido a su universalidad e intemporalidad, compatriota y contemporáneo. Es como si todas sus fábulas tuvieran aquí origen y modelo. Por ejemplo, aquí -donde cualquier hijo de vecino, sin conciencia alguna de su pequeñez ni de sus limitaciones morales e intelectuales, aspira a cualquier cargo o dignidad, incluso la de Presidente, Vicepresidente, Diputado o Juez- es real a cada instante la historia de la Rana que viendo a un Buey de hermosa talla y, "no siendo más grande que un huevo", envidiosa se expande, se hincha y se afana por igualar en grosor al animal y tanto empeño pone en inflarse que al final revienta.Aquí, donde la única vez que se castigó la calumnia, fue fácil apelar al Juez Supremo (y no me refiero a Dios) para ser declarado inocente; donde matar, conduciendo un carro en estado de ebriedad, a tres indias no es delito porque se trata de un señorito; donde a quienes cometieron un doble asesinato con tortura se han impuesto sentencias inversamente proporcionales a la culpa -las mayores a quienes cumplieron la orden y al acusado de haberla dado, prófugo de la justicia, juzgado apenas como encubridor, se le felicita por haber puesto fin a su recorrido "por los caminos de la patria"-; donde en una cárcel de Guayaquil se da una ración diaria de puñetazos y puntapiés a quien denunció el enriquecimiento ilícito de su jefe, quien anda de fiesta en fiesta; donde se señala a un altísimo mandatario de la República como responsable del pago de sobornos a altísimos diputados para que aprueben ciertas leyes y a altísimos jueces para que declaren constitucional alguna de ellas (y el literato del régimen lo compara al padre "que paga el rescate por su hijo, porque el país -¿su hijo?- estaba secuestrado"); donde un magistrado, "actuando de conformidad con su conciencia", libera a cuatro narcotraficantes que saben cuánto vale esa conciencia; donde se descubre que un violador ha pagado al Intendente por su impunidad y éste, acusado, habla de la indecencia de las turistas que vienen al país...De modo que es fácil comprender esa sensación de actualidad y de referencia a nosotros que se tiene al leer, por ejemplo, una de las fábulas más célebres de La Fontaine: Los animales enfermos de la peste, ésa de la corrupción, la injusticia, el oportunismo, el engaño. Se trata de "un mal que daba guerra a los animales. No morían todos, pero a todos atacaba. [...] El León convocó a su Consejo y dijo: 'Mis amigos, creo que el Cielo, debido a nuestras culpas, ha permitido esta desgracia. Que el mayor culpable de nosotros se sacrifique a los dictados de la cólera divina y así tal vez obtenga la curación común [...] Veámonos, pues, sin indulgencia. Yo, por satisfacer mis voraces apetitos, comí muchísimos corderos que nada me habían hecho y hasta me sucedió, a veces, devorar al pastor. Me sacrificaré si es preciso, pero creo conveniente que cada uno se acuse, igual que yo, y que perezca el más culpable'. 'Majestad, dijo el Zorro, sois demasiado bueno. Comer corderos, chusma, especie baja, ¿es un pecado? No. Mucho honor les habéis hecho al devorarlos. En cuanto al pastor, cabe decir que merecía todos los males por ser de aquellos que fundan un imperio quimérico sobre los animales'. Así habló el Zorro y los adulones aplaudieron. Nadie osó ahondar en las ofensas menos perdonables del Tigre, del Oso ni de otros poderosos: eran, al decir de todos, unos santos. Llegado su turno, el Asno dijo: 'Recuerdo que cruzando un prado de los monjes, por el hambre, la ocasión, la hierba tierna, o también impulsado por algún demonio, comí de ese prado el ancho de mi lengua, y dado que debemos hablar claro admito que no tenía derecho a hacerlo'. Hubo gritos de indignación condenando al más débil. El Lobo, algo ilustrado, demostró con su arenga que era preciso sacrificar ese animal maldito, pelado, sarnoso, de donde venía todo el mal. Su falta fue juzgada como culpa condenable. ¡Comer la hierba de otro!, ¡crimen abominable! Se le hizo ver claro que sólo la muerte era capaz de expiar su fechoría." La única diferencia que encontraría La Fontaine, es que aquí ningún León, Tigre u Oso se considera culpable... y ya ni siquiera el Asno.
Y, claro, la peste cunde por la sumisión y comodidad de los que cobran, como en El Lobo y el Perro: "Un Lobo que ya era sólo piel y huesos se encontró con un Dogo tan fuerte como hermoso, gordo, pulido, al que no se atrevió a atacar pues el perro era de talla para defenderse. Prefirió acercársele y elogiar su gordura. 'De ti depende, dijo el Perro. Tus semejantes son miserables, roñosos, desgraciados, pobres diablos condenados a morir de hambre'. '¿Y qué tendré que Hacer?'. 'Casi nada, le respondió, atacar a los pobres y mendigos, adular a los de casa, complacer al amo, con lo cual tu salario serán huesos de pollo, huesos de paloma, por no hablar de las caricias'. El Lobo soñó ya con una felicidad que le hacía llorar de ternura. Pero en el camino advirtió el cuello pelado del Perro y le preguntó la causa 'Es quizás el dogal con que me tienen atado'. '¿Atado?, dijo el Lobo, entonces ¿no corres a donde quieres?'. 'No siempre, pero no importa'. 'Tanto importa, dijo el Lobo, que nada quiero de todas tus comidas y a ese precio no quisiera ni siquiera un tesoro'. Y dicho eso, maestro Lobo huyó y corre todavía". Y como siempre son mucho más numerosos los Perros que los Lobos, sería más fácil identificar a estos últimos, rectos e insobornables, donde se encuentren.Hiere, lastima, indigna tanta descomposición y miseria, tanto pus moral que en lugar de vaciarse se acumula. Por ello quizás convenga concluir esta rápida relectura sonriendo, con una réplica, latinoamericana si no ecuatoriana, a la conocida historia de La Cigarra y la Hormiga. La Cigarra, siempre con su guitarra en bandolera a la espalda, llama a la puerta de la Hormiga que se halla alisando y amontonando las hojas para el invierno. "No, Cigarra, le dice. No. Ya te previne que si te pasabas el verano cantando en lugar de trabajar, no te daría nada". "No, dice la Cigarra, no vengo a pedirte comida sino a despedirme". "¿Te vas?". "Sí. Tengo un contrato para actuar en Londres, Madrid, Roma, Berlín... Viaje y alojamiento de primera, pagados, y un porcentaje sobre las recaudaciones". "¿Y no vas a París?". "Sí, claro. Estando tan cerca...". "Entonces, dice la Hormiga, hazme el favor de buscar allí a un tal señor de La Fontaine y decirle, de mi parte, que se vaya al carajo".(Lo cual, con respeto al poeta, responde a los consejos de tantos previsivos, productivos, ahorrativos que consideran la música y la poesía como ocupación de vagos.)